Evangelio de hoy
SÁBADO DE LA SEMANA 18ª DEL TIEMPO ORDINARIO
Evangelio según San Mateo 17, 14-20
“Si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza”
Un hombre se acercó a Jesús y, cayendo de rodillas, le dijo: “Señor, ten piedad de mi hijo, que es epiléptico y está muy mal: frecuentemente cae en el fuego y también en el agua. Yo lo llevé a tus discípulos, pero no lo pudieron sanar”. Jesús respondió: “¡Generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganmelo aquí”. Jesús increpó al demonio, y este salió del niño, que desde aquel momento, quedó sano. Los discípulos se acercaron entonces a Jesús y le preguntaron en privado: “¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?”. “Porque ustedes tienen poca fe, les dijo. Les aseguro que si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, dirían a esta montaña: ‘Trasládate de aquí a allá’, y la montaña se trasladaría; y nada sería imposible para ustedes”. Palabra del Señor.
Meditación
¿Por qué nosotros no pudimos echar fuera ese demonio? Es una buena pregunta hecha por los discípulos y asimismo, es una buena pregunta que debemos hacernos a nosotros mismos, porque también nosotros estamos en guerra contra el demonio, contra la influencia de la lógica y las dinámicas del mundo sin Dios y contra nuestras propias inclinaciones al bienestar, al placer y a evitar todo lo que nos desagrada.
En efecto, como bien indica san Pablo en su carta a los Efesios, nuestra lucha verdadera no es contra hombres de carne y hueso o carne y sangre porque no hemos venido al mundo para conquistar los puestos más altos en la política o para aprender a hablar muchos idiomas; no nacimos para llegar a ser directores generales de una empresa o viajar por el mundo o ser ganadores de premios deportivos, artísticos o académicos, y ni siquiera para poder tener un trabajo estable o una familia o una casa o salud, ni para coleccionar experiencias o likes en el Facebook o Instagram. ¡No!
Hemos sido creados para conocer a Jesús, para descubrir la inmensidad de su amor y bondad, y para acoger su persona y su Palabra en nuestra vida, para aprender a amar al estilo de Cristo, darlo a conocer a los demás, construir con Él el reino en la tierra y disponernos a una eternidad con Dios en la plenitud del amor.
Pero tendemos a distraernos, a perdernos en cosas buenas, pero no absolutas o en cosas malas, y que, poco a poco, van hiriendo nuestra humanidad. Tendemos a confundir lo esencial con lo superfluo o secundario, y a focalizarnos solo en lo urgente o en lo que el mundo sutilmente nos propone como lo más valioso; tendemos a tener metas cortas, como el tener esto o aquello; o sentir ciertos placeres distractores en un tiempo cercano, o a tener poder sobre otros.
Y entonces caemos en el pecado y hasta en la idolatría. A veces nos hemos dejado levantar por Cristo, pero volvemos a caer y, en ocasiones, pactamos con nuestras debilidades, porque no queremos dejar las recompensas pasajeras que nos proveen nuestras caídas, porque en ciertos aspectos de mi vida, lo que me pide mi Creador y Redentor, simplemente no me interesa; haciendo un credo a mi manera, que endiosa mis criterios y me aleja de los de Dios en ciertas áreas de mi vida.
Por eso, el Señor también hoy nos dice a nosotros, los discípulos del tercer milenio, “¿Hasta cuándo estaré con esta gente incrédula y perversa? ¿Hasta cuándo tendré que aguantarla?” Son palabras duras, es cierto, pero que brotan del corazón amoroso de Cristo. Repasa tu vida y enumera si puedes, las incontables bendiciones con las que Dios te ha bendecido a lo largo de tu vida.
Repasa las veces en las que Él te ha rescatado del demonio, de la herida, de la soledad, de tu pecado. Y aun así, sigues sin ver que, solo Él es quien tiene poder para darte vida, para hacerte feliz, para rescatarte de las garras del maligno; que solo Cristo puede sanarte y darte la plenitud.
El único camino a seguir es fortalecer tu relación con Cristo desde la verdad de quien es Él, que no es tu amigo o cómplice que te solapa o incita, sino tu amigo que te ha revelado la verdad de tu persona, del hombre, de la mujer, del ser humano; porque busca siempre tu bien, y por eso es también el Maestro de la verdadera humanidad, el prototipo de todo ser humano. Él es el Verbo, el Hijo de Dios, el Dios con nosotros… contigo.
Por eso, con la plena conciencia de tu incapacidad para vencer el demonio y vencer a tu pecado, el único camino de salvación es el de aquel hombre del Evangelio que se puso de rodillas ante Jesús y le rogó que tuviera compasión. Recuerda que hay una clase de demonios que solamente pueden ser expulsados con ayuno y oración.
No tengas miedo. ¿Y qué importa si te duelen las rodillas? Arrodíllate tú también ante Cristo, pídele que intervenga, que tenga compasión de ti, que te libere a ti y a los tuyos del poder del demonio. Pídele que aumente tu fe.
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