Evangelio de hoy

SÁBADO DE LA SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA

Evangelio según San Juan 21, 19-25 

“Tú sígueme”

Jesús resucitado había anunciado con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Pedro, volviéndose, vio que lo seguía el discípulo al que Jesús amaba, el mismo que durante la Cena se había reclinado sobre Jesús y le había preguntado: “Señor, ¿quién es el que te va a entregar?”. Cuando Pedro lo vio, preguntó a Jesús: “Señor, ¿y qué será de este?”. Jesús le respondió: “Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué te importa? Tú sígueme”. Entonces se divulgó entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría, pero Jesús no había dicho a Pedro: “Él no morirá”, sino: “Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué te importa?”. Este mismo discípulo es el que da testimonio de estas cosas y el que las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero. Jesús hizo también muchas otras cosas. Si se las relatara detalladamente, pienso que no bastaría todo el mundo para contener los libros que se escribirían. Palabra del Señor.

Meditación

     Centralidad de Cristo y compañía de los hermanos. Cada tanto recordamos a Jesús rodeado de los suyos, cuando la virgen María y sus hermanos fueron a buscarlo. Sabemos por sus palabras quienes son sus hermanos y hermanas y su madre. Gracias a Él tenemos asignado un lugar en su corazón, y por nuestra parte, nos toca seguirle. No es que no importen los demás, pero se trata “del regalo de la “visión” del discípulo amado (Juan) y el “arrojo” de Pedro. Uno que no sólo lo está mirando con los ojos, sino que, además, mira con el corazón, mira con amor” El Papa Francisco nos motiva a “ver al Resucitado” y nos dice: “empieza a mirar más con el corazón, empieza a buscarlo más con amor”.

     Agustín decía: “La Iglesia sabe de dos vidas, la 1ª se desarrolla aquí hasta el fin del mundo, cuando terminará; la 2ª también aquí, hasta su perfección, aplazada hasta el futuro sin fin”. Es decir, sabemos que la vida comienza aquí en la tierra y halla su plenitud en el cielo. Pedimos al Señor que nos enseñe a rezar y a amar, a probar y ver, a caminar juntos hasta el fin de los tiempos.

Los buenos verán tu rostro, Señor.

El Señor está en su templo santo,

el Señor tiene su trono en el cielo;

sus ojos están observando,

sus pupilas examinan a los hombres.

El Señor examina a inocentes y culpables,

y al que ama la violencia él lo odia.

Porque el Señor es justo y ama la justicia:

los buenos verán su rostro.