Evangelio de hoy

Memoria de la beata María Felicia de Jesús Sacramentado, «Chiquitunga».

TERCERA SEMANA DE PASCUA

Evangelio según San Juan 6, 51-59

“Yo soy el pan vivo bajado del cielo”

Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. Los judíos discutían entre sí, diciendo: “¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?”. Jesús les respondió: “Les aseguro que, si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente”. Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaúm. Palabra del Señor.

Meditación

Como decía Chiquitunga, a quien hoy la recordamos: “Lo que pido es Amor para Amar, que con ello nada me faltará, nada me sobrará”. Por ello, se la identificaba con T2OS: “Todo te ofrezco Señor”. Todo te ofrezco, todo mi ser, todo lo que hay en mí. Qué maravillosa y admirable entrega por amor. Amor con amor se paga. María, hoy al recordar también a tu gran apóstol Luis María Grignion de Montfort, tú quien eres el arca de la Nueva Alianza, intercede por toda la humanidad para que nunca nos falte el alimento imperecedero, el pan que da la vida eterna: Jesús Eucaristía.

Jesús dice: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida” (Jn 6,55), proclamando la institución del Sacramento de la Eucaristía en donde nos da a comer su propia carne y a beber su propia sangre, bajo las especies de pan y vino. Sacramento digno de adoración y de admiración por el hombre, está presente Cristo vivo. ¿Somos conscientes que cada vez que recibimos el Cuerpo de Cristo, recibimos su Carne, y cada vez que recibimos del Cáliz, es su Sangre la que recibimos? En este caso, tanto su Carne cuanto su Sangre, se unen a nuestra carne y sangre, transformándolas en Él mismo, para ser “hostias vivas” para el mundo, ese alimento que el mundo necesita para estar cada vez más protegido.

San Agustín decía: “Al comer la carne de Cristo y beber su sangre, nos transformamos en su sustancia”, es decir, somos el mismo Cristo (no otro Cristo) que se prolonga a través nuestro al mundo. La Eucaristía producirá en nosotros sus efectos maravillosos, siempre y cuando comulguemos con las debidas disposiciones. Por ello, es importante prepararnos adecuadamente, no sólo de manera próxima ni remota, superficialmente, para recibirle en la Eucaristía, pues es distinto el efecto que produce, los frutos que la persona puede recoger si se prepara con todo el amor que requiere.

Perdón Señor porque muchas veces no nos queremos capacitar para comprender mejor el misterio de la salvación presente en la Eucaristía. Ayúdanos a no estar divididos por celos y envidias, sino unirnos desde la Eucaristía. Gracias porque con tu Gracia presente en el Sacramento de la Eucaristía, nos unes en una realidad única: un solo Cuerpo y, por darnos tu Carne y tu Sangre para que alcancemos la Vida eterna. Amén.