A continuación compartimos la homilía del Arzobispo Metropolitano, Monseñor Edmundo Valenzuela durante la Misa Crismal de este Jueves Santo (24.03.2016).

Queridos Hermanos Obispos, Presbíteros y Diáconos y fieles cristianos. Queridas familias:

Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote nos hizo su Pueblo Sacerdotal, una Nación Santa. Instituyendo la Eucaristía instituye el Ministerio Sacerdotal y nos deja el mandato de la Caridad.

Expresamos a cada uno de los Diáconos y  Presbíteros las bendiciones por el día Sacerdotal de este Jueves Sacerdotal. Esta es nuestra Misa de la unidad con Jesucristo y entre nosotros mediante el servicio del obispo. Recordamos con cariño en nuestra Asamblea litúrgica de esta Misa Crismal a los obispos enfermos y a los hermanos sacerdotes que ya no valen por sí mismos y están en la casa de salud. Los tenemos presente en nuestra Eucaristía. Desde esta Catedral unámonos en oración por cuantos son víctimas de la violencia brutal acaecida en estos días en Bruselas. Elevemos nuestras oraciones por la “viaje Europa” tan necesitada de Dios, de la fe cristiana, alma de su cultura y del retorno a ella, superando el agnosticismo, la incredulidad y la misma apostasía, que está caracterizando a la nueva cultura de la dictadura del relativismo.

Como Pueblo Sacerdotal unimos nuestras plegarias por los afectados de la crecida del Río Paraguay, pidiendo que con el consenso de esas mismas familias afectadas, se solucione definitivamente con programas que inspiren confianza y realicen nuevos barrios habitacionales con todos los factores sociales, culturales, religiosos. Queremos una nueva Asunción, donde haya educación, salud, trabajo, bienestar para las familias, alegría y paz.

Rezamos por los dos que están en cautiverio, Edelio y Abrahan, pidiendo por su pronta liberación en nuestro país. Pedimos al Señor que de las familias cristianas, nos dé santas y numerosas vocaciones sacerdotales y consagradas, poniendo en común nuestras necesidades personales, familiares, comunitarias, eclesiales y nacionales.

En la Primera Lectura nos impresiona la acción del Espíritu que el Señor derrama sobre su elegido y su ungido, dándole una misión nada fácil, llevar la buena noticia a los pobres, vendar corazones heridos, proclamar la liberación a cautivos, prisioneros, y proclamar el año de Gracia! Sabemos que sólo en Cristo Jesús se realiza esta profecía. Él es el rostro visible del Padre misericordioso invisible. Él ha llevado a plenitud estas extraordinarias obras de misericordia.

En el Evangelio Jesús hace realidad en el hoy lo anunciado por Isaías. Su Buena Noticia es la misericordia para con los pobres. Esa obra la vivimos más plenamente en este Triduo Santo. En la Pasión, Muerte, Resurrección y Glorificación de Jesús se plasma para siempre el amor misericordioso del Padre hacia la humanidad pecadora, llamándola a una vida de gracia para que toda ella sea misericordiosa como lo es Jesús, como lo es el Padre.

También nosotros hemos recibido, por imposición de manos de los obispos, el don del Espíritu, que es siempre misericordia, con el Sacramento del orden sagrado y lo debemos cultivar día a día en la fidelidad de la humildad y de la obediencia de la fe. Somos llamados “Sacerdotes del Señor, “Ministro de nuestro Dios”, como se proclamaba en la primera lectura. Por eso, la gente piensa que el sacerdote es especialista de la oración personal y litúrgica en el rezo del Oficio Divino diario, y de la Lectura Orante de la Palabra. La fraternidad sacerdotal entre sacerdotes y fieles laicos, caracterice siempre nuestra vida de consagrados y se exprese en la caridad y misericordia para con quienes nos rodean. El sacerdote, nosotros, evangelizamos primero por lo que somos antes mismo de las palabras.

Hoy, por gracia de Dios, renovamos nuestra consagración sacerdotal, en la comunión con el obispo y el presbiterio, precisamente en el Año Jubilar de la misericordia.

El gran regalo que nos ha dado el Papa después de su visita el año pasado es este Año Jubilar de la misericordia. ¿Quién no necesita de la misericordia? Nuestras familias, comunidades, la misma sociedad y la misma Iglesia necesitan de misericordia. Necesitan de Dios, cuyo nombre es misericordia y necesitan de los misioneros de la misericordia que somos nosotros, sacerdotes de la Iglesia.

La Carta Pastoral que les he dirigido retoma algunos compromisos que todos debemos ofrecer al Pueblo Santo de Dios, con actitud misionera y generosa en este año Jubilar. Ahí también he querido subrayar la respuesta de nuestra pastoral a los enfermos, a los encarcelados, a los migrantes para quienes ya se tiene una Parroquia Personal adecuada a cada situación que exige especial misericordia. Subrayé también que nuestro ofrecimiento pastoral se concretiza con una renovación de la catequesis, con su nuevo paradigma, retomando el Directorio General de la Catequesis y aplicándolo a nuestras necesidades: los adultos hoy como en los primeros siglos de la evangelización son el prototipo de atención kerigmática. Debemos acompañarles con el Ritual de Iniciación Cristiana a insertarles en el Cuerpo de Cristo que es la comunidad eclesial y a cultivar esos tres sacramentos primarios con una vida iluminada por la Palabra, la Eucaristía y la caridad.

A nadie escapa las dificultades que hoy día seguimos teniendo para poner en práctica la hoja de ruta de nuestro proyecto pastoral arquidiocesano. La exhortación Evangelii Gaudium y en el “Laudato Sí’” nos exigen un proceso comunitario y participativo de todos los actores representativos de laicos y religiosos, diáconos y sacerdotes juntamente con el Obispo. Sabemos la meta, tenemos marcado el camino, ahora tenemos que llegar a un texto que refleje y plasme toda la rica variedad pastoral de la Arquidiócesis.

Nos toca muy de cerca la protección de los menores. El Protocolo de investigación para investigar denuncias contra Clérigos sobre abuso sexual de menores debe ayudarnos a prevenir escándalos y situaciones conflictivas de dolor y de traumas, tanto para los menores y sus familias, como para los abusadores. Con la Iglesia comprobamos hoy la aseveración evangélica de Jesús: “Es imposible que no haya escándalos y caídas, pero ¡pobre del que hace caer a los demás”! (Lc 17,1)…En esta Semana Santa pedimos a Dios perdón por el escándalo de quienes han abusado de menores y rezamos por la conversión de los abusadores. Pedimos perdón a esos menores y familiares y les decimos que la misericordia de Dios nos ayudará a cuidar mejor de ellos, de quienes es el Reino de los Cielos. Es cierto que nos salpica a todos los del Clero, pero también es cierto que debemos trabajar más en la prevención y en la correcta educación sexual para que en las familias se extirpe, de igual modo, el abuso sexual de menores.

Queridos Hermanos Sacerdotes: En la primera semana de Pascua nos dedicaremos a los Ejercicios Espirituales, con invitación también a los Sacerdotes Religiosos, en Emaús. Serán cinco días completos para que cada uno tenga la oportunidad de especial escucha de la Palabra de un Dios misericordioso y cercano a nuestra experiencia religiosa sacerdotal misionera, en el clima de silencio, oración, fraternidad y misericordia. El Predicador, Padre Juan Alejo Robadín, Misionero de la misericordia nos ayudará aún más a entrar en el corazón del Año Jubilar. Esperamos que sean días de gozo espiritual, dedicados exclusivamente a la identificación con Cristo, el consagrado y el ungido del Padre. De esta fuente de espiritualidad renovaremos nuestra identidad y misión, llamados a la misericordia y a la santidad.

Precisamente esta Catedral, la Madre de las Iglesias en el Río de la Plata por el Primado del servicio de evangelización en estas tierras, debe ser motivo de peregrinación por parte de los distintos grupos de fieles laicos, movimientos, escuelas católicas, comunidades de Religiosos consagrados y Parroquias. Se trata de una Iglesia misionera en salida, involucrando a los más alejados de la fe, a todos quienes necesiten experimentar la misericordia de Dios. Bien preparados, algunos por el sacramento de la Reconciliación y animados a comprender los misterios del amor misericordioso de Dios manifestado en su Hijo Jesús, podrán pasar la Puerta Santa y obtener las Indulgencias Plenarias. Creo que de estas peregrinaciones podrán venir nuevas gracias para la vida pastoral al servicio de los fieles, ayudándolos a vivir como discípulos misioneros de Jesucristo y fortaleciendo sus comunidades con las obras de misericordia. Es conveniente animar a quienes no pueden acceder al Sacramento de la Reconciliación por ciertas situaciones, que confíen en la Misericordia de Dios, quien conoce los corazones más profundos de quienes sufren situaciones especiales. Pueden ser los alejados, los concubinos, los separados y vueltos a casar, las madres solteras, las familias en crisis y en conflicto. La misericordia de Dios es aún más firme para todos ellos.

Cada Jueves Sacerdotal celebramos el Encuentro peculiar en la oración eucarística para renovar nuestra comunión eclesial, con ocasión de la bendición de los santos óleos. De aquí fluyen las otras iniciativas pastorales. Una Iglesia unida en la caridad, renovada por las orientaciones del Sumo Pontífice de Roma, se mantendrá con la fuerza misionera de hacer llegar la misericordia de Dios.

En este sentido, les invito a experimentar la misericordia de Dios, primero renovando hoy el don del ministerio presbiteral, por la imposición de manos del Obispo consagrante. Ahí hemos experimentado personalmente dicha misericordia, a pesar de nuestras historias de pecadores. Más que nunca ha brotado en nuestros corazones la confianza en Aquél que nos ha llamado y nos envía a ser sus Ministros, los servidores de la Palabra, de la santificación de los hermanos en el culto y la oración, y los servidores de los pobres, de los que como nosotros, son tan pecadores y deseosos de misericordia, de perdón y de paz. Qué grande es nuestra vocación y nuestra misión de sacerdotes.

Cuando repasamos como sacerdotes las obras de misericordia, corporales y espirituales, deseamos que en cada servicio sacerdotal el espíritu de misericordia se derrame y se expanda por doquier. En efecto, en cuántas parroquias y escuelas, con la ayuda de la Pastoral social local y/o la Arquidiocesana, se atiende con cariño a niños y ancianos necesitados de comida, de agua, de ropa, de medicamentos, como es el caso en muchas de los Comedores Sociales Parroquiales o Escolares. Las dos parroquias personales penitenciaria y sanitaria se dirigen a las obras concretas de misericordia hacia el encarcelado y hacia el enfermo. ¡Qué gestos concretos de cercanía del sacerdote y de los agentes de pastoral hacia esas personas! Y, cuán válida e importante la presencia del sacerdote para reconciliarlos con Dios y los hermanos, o para ungirlos con óleo de los enfermos, robusteciéndoles con la gracia santificadora del Espíritu Santo. O sencillamente, en el encuentro personal, en confortar y consolar, en orientar y dar esperanza. Ese es uno de los servicios más humanos que un sacerdote puede dar al semejante necesitado.

En cuanto a la obra de misericordia de enterrar a los muertos, creo que hemos perdido la tradición de celebrar el funeral con la santa misa antes de llevar el féretro al cementerio. Me parece que debemos volver a este servicio de misericordia, sobre todo para las familias cristianas que entienden y viven la Eucaristía.

Mientras que las obras espirituales de misericordia son tan hermosas y tan variadas, que todas ellas un Presbítero lo está haciendo en persona de Cristo. La Catequesis y la Homilía y todo tipo de enseñanza evangélica y eclesial es tarea fundamental nuestra. ¡Cuántos buenos consejos damos a diario a quienes los necesitan, cuántas correcciones fraternas, o filiales, que como padres hacia ellos realizamos frecuentemente. Qué impresionante y necesario es el consuelo a los tristes y el perdón de las injurias! Y aún más, cuán conmovedor la acción del sacerdote que en nombre de Cristo en el sacramento de la Reconciliación perdona los pecados. Y las miles formas de misericordia que realizamos en nuestra acción presbiteral, desde las santas misas en sufragio de los difuntos a las plegarias dirigidas a Dios por la humanidad, al mantenimiento de la caridad y de la unidad de fe y de esperanza, al testimonio de una vida santa y ejemplar, a la sonrisa al pobre, a las atenciones de escucha con paciencia a quienes vierten en nosotros sus pesares y quebrantos!

Al bendecir los Santos óleos de los Catecúmenos, de los Enfermos y el Santo Crisma, pidamos que el Espíritu del Señor y su misericordia, desciendan sobre quienes serán ungidos en los sacramentos correspondientes. Y que cada Sacerdote seamos servidores de Jesucristo, que en su Persona administramos la gracia divina y su misericordia.

+ Edmundo Valenzuela, sdb
Arzobispo Metropolitano