ACLAMEMOS A CRISTO CON NUESTRAS VIDAS

Hermanas y hermanos en Cristo:

Hemos escuchado la lectura de la pasión según san Marcos, un gran catequista. Todo está dicho en las lecturas que escuchamos. Solo nos resta hacer una breve meditación para subrayar algunos aspectos de la liturgia de hoy para llevarlos en nuestra mente y en nuestro corazón, y así vivir más intensamente el misterio de nuestra fe.

El domingo de ramos es por excelencia el domingo del Kerygma, del anuncio, pues las lecturas se condensan en este mensaje: Que Jesús de Nazaret murió por nosotros, resucitó y fue exaltado a la derecha de Dios Padre como Señor y Cristo.

Los últimos capítulos de los evangelios rezuman toda la fe de la comunidad cristiana. Su eje y centro es Jesús muerto, resucitado y ascendido a los cielos hasta el Padre como Señor de la vida plena y para siempre. La hora de la gran prueba inicia su cuenta regresiva.

La Iglesia propone que este tiempo hacer memoria contemplando los acontecimientos de la vida de Nuestro Señor que culminan su obra redentora en la tierra. Y convendrá que, no sólo hoy, sino también los próximos días de la Semana Santa, meditemos pausadamente en las escenas de la Pasión que nos muestran el amor de Dios por el hombre y la maldad del pecado.

Con la celebración de hoy comenzamos el itinerario espiritual de la Semana Santa. Una vez más, se nos convoca en torno a la realidad central de nuestra fe: el Misterio Pascual, es decir, el “Paso” obediente y confiado de Jesús hacia el Padre a través del dolor y la muerte.

Nunca profundizaremos suficiente en este hecho que nos sobrepasa. Ese es el objetivo y el sentido de la semana que empezamos. Santa Teresita del NJ escribió un poema: Vivir de amor,¡ oh qué locura extraña! -me dice el mundo-,deja de cantar, no pierdas tus perfumes ni tu vida; ¡útilmente los debes emplear… !» ¡Jesús, amarte es una pérdida fecunda! Mis perfumes por siempre te los doy, Cantaré cuando salga de este mundo : « ¡Muero de amor !»

Esta procesión victoriosa de los ramos es como un anticipo pascual. El domingo que viene será la victoria definitiva, la verdadera entronización mesiánica. Veamos algunos aspectos de la victoria de Jesucristo:
Es el triunfo de la paz sobre las violencias humanas. Dios es un no-violento, es respetuoso, es amigo de la vida, es Vida, enemigo de toda muerte y de quienes la provocan. Dios es creador y protector de la casa común, de la tierra y de todo lo que ella contiene, su creación completa.

Es el triunfo de la sencillez sobre las grandezas humanas. Dios es humilde, Dios enaltece a los humildes y está siempre con los débiles, con los desprotegidos y desposeídos, con los pequeños, con los marginados y descartados de la sociedad.

Es el triunfo de la alegría sobre las tristezas humanas. Dios es fuente de la verdadera alegría, y que se experimenta desde la donación de sí mismo, como servicio y entrega por el prójimo. Dios no ama la tristeza ni el pesimismo. Aunque en medio de sus tristezas, sus lágrimas se convierten en fuentes cristalinas de esperanza y oración confiada.

Es el triunfo del amor sobre los odios humanos. Dios es amor y se manifiesta en Jesús, que no hace más que bendecir, curar, elevar y pacificar. Donde está Dios hay manos abiertas y corazón abierto. El odio, la maledicencia, el rencor, la venganza, no entran en su corazón, contradicen radicalmente la voluntad de Dios.

Es el triunfo de Dios sobre las miserias humanas. Ese rey que camina sobre un burrito, es el Dios que ama a los hombres. No ha venido a derrumbar a los hombres, sino a edificarlos, condoliéndose de sus miserias, a venido a sanarlo, compasible de su gran misericordia, a hacerles más plenamente persona. Ese rey del burrito, además de Dios, es el principio de la nueva humanidad.

En este Domingo de Ramos proclamamos a Jesucristo Mesías, rey. El Reino de Dios ya está entre nosotros. Que esté también dentro de nosotros. Que sepamos aclamar y acoger a Cristo Rey. Y que seamos testigos creíbles e instrumentos eficaces de la instauración de su reino en nuestra comunidad. Reino de paz, de amor, de justicia, de verdad, de solidaridad, de fraternidad.

Dios es amor, dice San Juan. El amor es su poder. Y de ese poder está llena la figura del crucificado. La gente de su época no fue capaz de descubrirlo: todos los que hablan al verlo en la cruz pretenden que Dios anule lo que los hombres han hecho para que, demostrado así su poder, puedan creer en Jesús. No les entraba en la cabeza que el amor fuera ya salvación.

Quizá también a nosotros nos resulta difícil creer que el amor puede transformar el mundo. Sin embargo, conocemos por experiencia la fuerza del amor: si se apodera de nosotros nos cambia la vida, y cuando se hace norma de convivencia de un grupo, transforma su forma de vivir. Entonces, si dejáramos que el amor organice nuestra sociedad, en lugar de que siga manejado por la fuerza y la prepotencia del poder, ¿no tendríamos un Paraguay distinto? El amor, que impulsa a querer el bien del prójimo, es la base para la fraternidad y la amistad social. Esta no es tarea fácil, pero es una tarea urgente y muy necesaria.

Camina Jesús, humilde y desarmado, sobre un burrito. La paz es su bandera y su estandarte. A su paso bendice con ternura. Él mismo es la bendición. Su entrada triunfal en un asno, entre ramos de olivo, aclamado por niños y pobres, es signo y profecía.

Signo de la paz de Dios que se concentra en Cristo, y hoy se ofrece una vez más a Jerusalén y a todos los pueblos. Profecía contra todo tipo de violencias y de armas. «El suprimirá los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén, será suprimido el arco del combate y él proclamará la paz a las naciones» (Zac. 9, 10). Es un rechazo expreso de las armas y de la belicosidad. El Señor no quiere ni carros ni caballos, ni tanques ni fusiles, ni arcos ni bombarderos, ni flechas ni misiles.

No lo quiso ni lo quiere. El Señor bendice todos los esfuerzos que se hacen para progresar en el camino del desarme y del entendimiento. Los que trabajan por la paz son los continuadores de aquella gente sencilla que recibió a Jesús con ramos de olivo. O son, tal vez, el burrito sobre el que Jesús sigue cabalgando para llevar la paz a todas las ciudades y los pueblos del mundo. Pensemos hoy especialmente en los pueblos que están en guerra: Ucrania, Rusia, Israel, Palestina, y los varios países africanos en guerra civil. Muchos de poblaciones civiles, víctimas de atentados terroristas como sucedió en estos días en un teatro en Moscú, causando cientos de muertes y heridos.

Lamentamos tantas muertes inocentes. Con urgencia necesita el mundo artesanos de la paz y la concordia.
El Señor bendice a todos los trabajadores de la paz, y a todos extiende sus manos abiertas, cariñosas, pacíficas. La Paz camina hacia Jerusalén, que significa “ciudad de paz”. Jerusalén, más que un concepto geográfico- histórico, es un concepto espiritual. Jerusalén es toda ciudad y toda persona en las que mora la paz. El Mesías sigue caminando hacia Jerusalén. Que se cierren todos los templos de la guerra y se eviten masacres y genocidios. Que la Paz entre en ciudades de odios y discordias.
El domingo de ramos nos presenta a Jesús en su entrada triunfal, victoriosa en Jerusalén. No son victorias conseguidas en ninguna guerra ni en ninguna rivalidad. Son victorias que están a un nivel más profundo. Victorias sobre todas las fuerzas malignas que hay en el hombre y lo dominan. El Mesías ha venido, no para vencer a los hombres, sino para vencer el mal que hay en el hombre. Ha venido para liberarlo de todo lo que le oprime, esté fuera o esté dentro de él.

Estas fuerzas pueden llamarse demonios o potestades tenebrosas o reino de las tinieblas; o pueden llamarse Ley, tradiciones, ambiente, estructuras, poderes fácticos; o pueden llamarse vicio, droga, orgullo, lujuria, violencia, consumismo.

Cristo ha vencido todas esas fuerzas malignas.
El ramo que hoy llevamos a nuestras casas es el signo exterior de que hemos optado por seguir a Jesús en el camino hacia el Padre. La presencia de los ramos en nuestros hogares es un recordatorio de que hemos vitoreado a Jesús, nuestro Rey, y le hemos seguido hasta la cruz, de modo que seamos consecuentes con nuestra fe y sigamos y aclamemos al Salvador durante toda nuestra vida.

El deseo de la Iglesia en esta Semana es hacer más profunda nuestra fe, tomar conciencia de nuestro compromiso bautismal y sus exigencias. En las celebraciones litúrgicas de la Semana que se inicia no nos limitamos a la mera conmemoración de lo que Jesús realizó; estamos inmersos en el mismo Misterio Pascual, para morir y resucitar con Cristo que es nuestra única gran Esperanza.

Soneto al Cristo Crucificado: No me mueve, mi Dios, para quererte, el Cielo que me tienes prometido, ni me mueve el Infierno tan temido, para dejar por eso de ofenderte.Tú me mueves, Señor. Muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido, muéveme el ver tu cuerpo tan herido, muévenme tus afrentas, y tu muerte. Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, que, aunque no hubiera Cielo, yo te amara, y, aunque no hubiera Infierno, te temiera.
Así sea.
Domingo de Ramos, Asunción, 24 de marzo de 2024.

+ Adalberto Cardenal Martínez Flores
Arzobispo Metropolitano de Asunción