Jesús llamó a los 12, los envió de dos en dos y les confirió poder sobre los espíritus inmundos. (Las personas que están atadas a esta clase de espíritus ya no tienen el control sobre sus vidas). Les mandó que no llevaran nada para el camino: ni pan, ni mochila, ni dinero en el cinto, sino únicamente un bastón, sandalias y una sola túnica. Le mandó que fueran despojados de toda seguridad, protección y amparo. Munidos más bien con la fuerza del Espíritu, para predicar el arrepentimiento. Expulsaban a los demonios, ungían con aceite a los enfermos y los curaban. (Marcos: 6, 7-13)
En su nombre les da el poder. Jesús empodera a los discípulos. Impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien” (Mc 16, 17-18). Estos signos manifiestan de una manera especial que Jesús es verdaderamente “Dios que salva” (cf Mt 1, 21; Hch 4, 12).
El Espíritu Santo da a algunos un carisma especial de curación (cf 1 Co 12, 9.28.30) para manifestar la fuerza de la gracia del Resucitado. Sin embargo, ni siquiera las oraciones más fervorosas obtienen la curación de todas las enfermedades. Así san Pablo aprende del Señor que “mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza” (2 Co 12, 9), y que los sufrimientos que tengo que padecer, tienen como sentido lo siguiente: “Completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1, 24).
(Mateo 25:34) “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme.”
Camilo de Lelis, era soldado, y por unas llagas en los pies que no se curaban, tuvo que dejar la milicia. Se dejó arrastrar por los vicios propios de una juventud alegre y despreocupada, En 1574 apostó en las calles de Nápoles sus ahorros, sus armas, todo lo que tenía y perdió hasta la camisa que llevaba puesta. Solo y en la miseria, calcula entre mendigar o robar para vivir. Finalmente, gracias a las enseñanzas maternas, decide pedir limosna.
Estando en la más completa pobreza se ofreció como mensajero y obrero para construir el convento de los frailes Capuchinos, donde escuchó una charla espiritual que el padre superior les hacía a los obreros, y sintió fuertemente la llamada de Dios a su conversión.
Camilo cayó de rodillas, pidió perdón de sus pecados con muchas lágrimas y se encomendó a la misericordia de Dios.
La conversión tuvo lugar en 1575 cuando Camilo tenía 25 años. Desde entonces comenzó una nueva vida de penitencia y completa sumisión a Jesucristo.
Solicitó ingresar en los capuchinos e inició el noviciado. Una enfermedad de su pierna impidió su profesión y regresó al Hospital de Santiago en Roma donde se consagró al cuidado de los enfermos. Con sus pies llagados ha hecho raudo camino a la santidad lavando los pies a los demás. (Ef. 1, 3) Él Señor ha prodigado sobre él, el tesoro de su gracia, con toda sabiduría e inteligencia, dándole a conocer el misterio de su voluntad. El tesoro de su gracia ha redimido al elegido hijo San Camilo, quien escuchando su Palabra le ha arrancado lágrimas de conversión y sanación, ha sido marcado por el Espíritu Santo, y así constituirse en gloria y alabanza se su gracia.
A la edad de treinta años decide hacerse sacerdote e ingresa en el Colegio Romano (ahora Universidad Gregoriana) para iniciar estudios eclesiásticos. A pesar de la burla de sus jóvenes compañeros, que le discriminaban porque le encontraron demasiado viejo para decidirse por el sacerdocio, se ordena sacerdote el 26 de mayo de 1584 (440 años).
San Camilo trataba a cada enfermo como trataría a Nuestro Señor Jesucristo en persona (Mt. 25) Aunque tuvo que soportar durante 36 años la llaga de su pié, nadie lo veía triste o malhumorado. Con sus mejores colaboradores fundó la Comunidad Siervos de los Enfermos el 8 de diciembre de 1591. Los padres Padres Camilianos como son conocidos hoy. La caridad de Camilo era tan grande y tan amplia que tenían cabida en sus entrañas de piedad y benevolencia no sólo los enfermos y moribundos, sino toda clase de pobres y desventurados. Finalmente, era tan grande la piedad de su corazón para con los necesitados, que solía decir: “Si no se encontraran pobres en el mundo, habría que dedicarse a buscarlos y sacarlos de bajo tierra, para ayudarlos y practicar con ellos la misericordia.”
En 1886, León XIII declaró a San Camilo, juntamente con San Juan de Dios, protectores de todos los enfermos y hospitales del mundo católico; patrono universal de los enfermos, de los hospitales y del personal hospitalario.
“¡Sanen a los enfermos!” (Mt 10, 8). La Iglesia ha recibido esta tarea del Señor e intenta realizarla tanto mediante los cuidados que proporciona a los enfermos, como por la oración de intercesión con la que los acompaña. Creemos en la presencia vivificante de Cristo, médico de las almas y de los cuerpos. Esta presencia actúa particularmente a través de los sacramentos, y de manera especial por la Eucaristía, pan que da la vida eterna (cf Jn 6, 54.58).
+Adalberto Card. Martinez Flores-Arzobispo de Asuncion
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