SANTA MISA

Jueves 28 de agosto de 2025

HOMILÍA

Fiesta de San Agustín 

Lecturas: 1 Jn 4, 4-16 · Sal 118 · Mt 23, 8-12

Jubileo: Peregrinos de la Esperanza

 

Queridos hermanos y hermanas:
Hoy celebramos la fiesta de San Agustín (354-430 Tagaste) Obispo y Doctor de la Iglesia, testigo luminoso de la misericordia de Dios y maestro incansable en la fe. En este Jubileo, Peregrinos de Esperanza, su vida y la de su madre Santa Mónica nos animan a confiar siempre en la gracia de Dios, a abrir nuestros corazones a su amor y a trabajar por el Reino en medio de nuestra sociedad.

La primera lectura nos recuerda: “Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él” (1 Jn 4,16). Para San Agustín, esta no era una frase teórica, sino la verdad que dio sentido a su vida. Él descubrió que el amor no es sólo un sentimiento, sino la fuerza redentora que une a la persona con Cristo. Por eso afirmó: “El amor es la vida del alma. Quien ama, vive; quien ama a Dios, se salva.” (Sermón 34)

Y advertía con claridad: “¿Quieres vivir en Cristo? Haz lo que Cristo mandó. No digas palabras de amor, muéstralas en tus obras.” (Tratado sobre la primera carta de san Juan, V, 7). El amor, entonces, se demuestra en hechos concretos de misericordia y servicio, especialmente hacia los más necesitados.

La conversión de Agustín: del orgullo a la humildad

El Evangelio nos recuerda: “Uno solo es vuestro Maestro, el Mesías” (Mt 23,10). Durante años, Agustín buscó en la filosofía y en los saberes humanos, pero esa búsqueda lo dejaba vacío y lo conducía a la soberbia intelectual.

El momento decisivo de su vida llegó en un jardín de Milán. En medio de su lucha interior escuchó una voz de niño le decía: “Toma y lee, toma y lee.” Obedeció, abrió la Escritura y se encontró con Romanos 13, 13-14: “Revestíos del Señor Jesucristo, y no busquéis satisfacer los deseos de la carne.”

Ese pasaje lo atravesó como una espada: comprendió que Cristo lo llamaba a dejar atrás su vida pasada y a revestirse de la vida nueva en el amor. En ese jardín, Agustín comenzó a florecer, interpelado por la Palabra de Dios que lo transformó y lo condujo al encuentro definitivo con Cristo. Por eso pudo decir más tarde en sus Confesiones: “Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé.” Aunque el dicho dice: nunca es tarde cuando la dicha buena.

Dejó la soberbia del intelecto para acoger la humildad del Maestro que da la vida. Comprendió lo que Jesús había dicho: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13).

El papel de Santa Mónica: la fuerza de la oración

En este camino no estuvo solo: lo acompañó la oración perseverante de su madre, Santa Mónica. Ella nunca perdió la esperanza de que Dios escuchara sus plegarias. Con lágrimas pidió la conversión de su hijo y finalmente vio cumplido su deseo. Su testimonio nos recuerda que Dios escucha siempre, incluso cuando parece tardar. Mónica es ejemplo de madre creyente, modelo de esperanza y de rodillas orantes que humildemente mueven el corazón de Dios.

La realidad de nuestro Pueblo

Nuestra realidad paraguaya nos interpela. Aunque somos un pueblo tradicionalmente religioso, de profundas raíces católicas, vemos con dolor las heridas que marcan nuestro presente: violencia, sicariato, abusos contra niños y niñas, corrupción, desigualdad, micro y macro toneladas de tráficos de drogas, de comerciantes homicidas. Estas situaciones hieren de muerte la concordia y nos hacen caer en las profundas divisiones que causan discordia y quiebras del tejido social.

El ñandutí, artesanía declarada Patrimonio Cultural Inmaterial, fabricada y tejida en bastidores con hilos de colores, nos enseña que la vida se construye con hilos entrelazados en armonía. Cada hilo tiene su lugar, cada color aporta al conjunto. Pero si un hilo se rompe o se corta, todo el entramado de redes sufre y se resiente. Así ocurre con nuestra sociedad: cuando falta justicia y fraternidad, cuando la corrupción o la violencia atraviesan el tejido social, se daña la paz y se altera la armonía de la convivencia social. Necesitamos reparar las redes enredadas y rotas.

Nuestros pueblos indígenas siguen clamando por tierra, salud, educación, trabajo y respeto a su dignidad de personas. No debemos permitir que sus lenguas y tradiciones sean marginadas: son parte esencial de nuestra identidad paraguaya. El tejido de la fraternidad sólo será verdadero si incluye a todos, comenzando por los más olvidados. Estamos llamados a ser tejedores y tejedoras de fraternidad, construyendo juntos una sociedad justa y equitativa. Con la iniciativa loable de construir equidad con nuestros 19 pueblos indígenas se está retomando el Plan Nacional de Pueblos Indígenas, (2021) que convoca, esperamos a todos los pueblos para para concretizar los procesos de construcción políticas públicas para los más vulnerables, los Indígenas, en el Paraguay.

En este Jubileo, San Agustín nos recuerda en La Ciudad de Dios: “Somos peregrinos, y mientras caminamos en esta vida, nuestra esperanza nos sostiene hasta llegar a la patria definitiva.” (XIX, 4) Y añade con realismo: “La esperanza tiene dos hijas: la indignación y el coraje. La indignación porque las cosas son como son; el coraje porque no se quedarán así.” (Sermón 158). Como paraguayos, necesitamos indignarnos ante la injusticia, pero también tener el coraje de transformarla en caminos de paz y de justicia.

La Ciudad de Dios y la ciudad terrena

San Agustín soñó con una Ciudad de Dios, fundada no en el egoísmo ni en la ambición, sino en la justicia y en la caridad. En ella, cada persona encuentra su dignidad reconocida porque el amor de Dios es el principio de toda convivencia. Él escribió: “Dos amores hicieron dos ciudades: el amor propio hasta el desprecio de Dios hizo la ciudad terrena; el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo hizo la Ciudad de Dios.” (Ciudad de Dios, XIV, 28).

Esa enseñanza sigue siendo actual para nosotros en Paraguay. La ciudad terrena se edifica sobre la injusticia, el poder que oprime, la corrupción y la indiferencia ante el sufrimiento. La Ciudad de Dios, en cambio, se construye con la verdad, la solidaridad y el servicio a los más pequeños.

Los más vulnerables: rostro de Cristo

Y aquí debemos abrir los ojos: las llagas de nuestro tejido social golpean sobre todo a los más vulnerables: campesinos e indígenas, que son frecuentemente olvidados en sus reclamos de tierra, salud, educación y trabajo.

El dolor más grande es la desnutrición infantil, que sigue siendo una realidad lacerante en nuestro país. Un país productor de alimentos, con tierras fértiles y abundancia de recursos, pero con hijos que no acceden a una alimentación adecuada y pasan hambre.

La Ciudad de Dios nos exige poner a los pequeños en el centro, porque ellos son el rostro de Cristo sufriente. Una patria que permite que sus niños pasen hambre mientras se desperdician o desvían y roban impunemente recursos del Estado, no vive según el Evangelio, sino según la lógica de la ciudad terrena que conduce a la destrucción.

Estamos llamados a trabajar por una Ciudad de Dios en Paraguay, donde ningún niño pase hambre, donde el pan llegue a todas las mesas, donde los indígenas y campesinos puedan vivir con dignidad, y donde la justicia sea más fuerte que la corrupción y la indiferencia.

El espíritu agustiniano en el Papa León XIV

El Papa León XIV, agustino, ha recordado en varias ocasiones que el espíritu de San Agustín se centra en la unidad, la caridad y la fraternidad. Inspirado en el santo de Hipona, nos invita a redescubrir que Cristo se hizo nuestro prójimo para que aprendamos a vivir en comunión y servicio.

Queridos hermanos, celebremos hoy a San Agustín y a Santa Mónica, patronos de nuestra comunidad. Ellos nos enseñan que el amor de Cristo es redentor, que la esperanza sostiene la vida y que la oración perseverante alcanza frutos.

Que también nosotros seamos peregrinos de la esperanza, tejedores y tejedoras de una sociedad fraterna, donde cada persona, sin distinción de cultura o condición, tenga un lugar digno en el gran ñandutí de la concordia. Así, nuestra patria paraguaya será signo visible de la Ciudad de Dios, fundada sobre el amor, sostenida por la esperanza y vivida en la caridad. Santa Mónica nos enseña que las rodillas orantes, que humildemente mueven el corazón de Dios, son fuente de esperanza y de conversión.

Adalberto Card. Martínez Flores
Arzobispo de Asunción

28 de agosto del 2025