SANTA MISA

HOMILÍA

“MARÍA, SALUD DE LOS ENFERMOS, MADRE DE LA ESPERANZA”

SANTUARIO JOVEN 

“La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.” (Rm 5,5)

Queridos hermanos y hermanas:

Con inmensa alegría nos reunimos hoy, en este día de la Alianza de Amor, en este Santuario donde late el corazón joven, para celebrar junto a María, nuestra Madre y Reina de Schoenstatt.

Hoy la Iglesia recuerda a San Lucas Evangelista, médico y discípulo misionero, patrono de quienes cuidan la salud. San Lucas —el “médico querido”, como lo llama san Pablo— nos dejó un Evangelio lleno de compasión: el de Jesús que se acerca a los enfermos, toca las heridas y levanta a los caídos. En él comprendemos que la medicina y la fe se encuentran cuando el cuidado del cuerpo y del alma se unen en la caridad.

El Movimiento de Schoenstatt nació en Paraguay en 1953, cuando comenzó a crecer la vida de la Alianza de Amor en distintas comunidades del país. Cuarenta y cuatro años después, fruto del ardor y la entrega de los jóvenes, fue bendecido el Santuario Joven de Asunción, el 21 de septiembre de 1997. Desde entonces, este santuario —donde late el corazón joven del Paraguay— se ha convertido en fuente de fe, esperanza y misión, irradiando el espíritu de María y del Padre José Kentenich a todo el país.

Aquí, en el Santuario Joven, lo encontramos presente en la Eucaristía, fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia. Venimos a orar y agradecer al Señor, confiando en que María, Salud de los Enfermos, nos acoge y conduce al Corazón de su Hijo.

Cada misa que celebramos es misa de sanación, misa de restauración. En la fe, sanar no se limita al cuerpo, sino que abarca la renovación de toda la persona: cuerpo, mente y espíritu. Quien se deja tocar por Cristo comienza también a santificarse. Él nos sana porque nos ama, y su amor restituye lo que el dolor, el pecado o la indiferencia han dañado.

El Pan de Vida, alimento de los peregrinos, nos nutre con la vida misma del Señor. En cada Eucaristía, Cristo se hace alimento para nuestras almas cansadas y medicina para nuestras heridas. Nos da su Cuerpo y su Sangre como sustento en el camino, y así nos fortalece para seguir adelante con esperanza, aun en medio del dolor y la fragilidad. En la Eucaristía, Jesús no solamente se deja tocar, sino que se deja comer, para que, al recibirlo, nos transformemos en Aquel a quien recibimos, participando de su vida y su amor.

Jesús cura no sólo el cuerpo, sino también el corazón herido. Él vino para sanar, restaurar y salvar, y sigue caminando hoy por los pasillos de los hospitales, los centros asistenciales, las calles y los hogares donde alguien sufre en silencio. En cada rincón donde hay dolor, Él pasa y deja una huella de consuelo y esperanza.

El sufrimiento no fue obstáculo, sino camino de santidad para muchos cristianos. Ellos nos muestran que el dolor unido a Cristo no apaga el espíritu, sino que lo purifica y fecunda.

Santa Rosa de Lima, primera santa de América, murió a los 31 años enferma de tuberculosis y parálisis parcial; en su agonía dijo: “Jesús sea conmigo.”

Santa Teresita del Niño Jesús, patrona de las misiones, padeció tuberculosis y al morir exclamó: “No muero, entro en la vida.”

La beata María Felicia de Jesús Sacramentado, nuestra “Chiquitunga”, vivió 34 años, entregada en caridad y alegría, testimoniando que la santidad consiste en amar en lo pequeño.

Chiara Luce Badano, joven italiana del Movimiento de los Focolares, murió a los 18 años ofreciendo su sufrimiento con una sonrisa.

Pier Giorgio Frassati, deportista y solidario, falleció a los 24 años sirviendo a los pobres con alegría y fe.

Carlo Acutis, apasionado de la Eucaristía y del mundo digital, murió a los 15 años dejando como legado su amor por Jesús sacramentado y su lema: “La Eucaristía es mi autopista al cielo.”

La vida de estos santos y beatos nos enseña que, en medio de los sufrimientos, vivieron virtudes heroicas y experimentaron la fuerza fecunda de la Resurrección. Todos fueron peregrinos de la esperanza. Vivieron poco, pero amaron mucho. Cronológicamente vivieron pocos años, pero los vivieron con sabiduría, como dice el Salmo 89: “Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato.” Fueron estrellas verdaderas que nos guían en el camino hacia la santidad, iluminando con su ejemplo a tantos peregrinos que aún caminan entre las oscuridades más densas del dolor.

Ante el sufrimiento y la muerte surgen preguntas: ¿por qué algunos parten tan pronto?, ¿por qué sufren los buenos? La respuesta está en el misterio del amor de Dios. “Porque mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes, ni sus caminos son mis caminos”, dice el Señor (Is 55,8). Y el Libro de la Sabiduría añade: “Llegó a la perfección en poco tiempo y colmó largos años.” (Sab 4,13). El Señor llama según sus designios, porque sólo Él conoce el tiempo oportuno para cada vida.

También en la familia de Schoenstatt encontramos testigos luminosos. El Padre José Kentenich, fundador del Movimiento, soportó enfermedad y prisión en el campo de concentración de Dachau entre 1942 y 1945. Padeció bronquitis crónica, hambre y agotamiento, pero nunca se encerró en sí mismo: compartía su pan, consolaba y animaba. De esa cruz nació una espiritualidad de confianza y entrega. Él decía: “El sufrimiento, aceptado por amor, deja de ser castigo y se convierte en misión.”

Recordamos con gratitud a Cristóbal “Pipo” de la Guardia Caballero, joven paraguayo schoenstattiano que enfrentó el cáncer con fe serena. Antes de su operación dijo: “Si esta es la voluntad de Dios para mi vida, yo estoy listo.” Su ejemplo continúa inspirando a los jóvenes a vivir la enfermedad como una ofrenda de esperanza.

La salud no es sólo un derecho, sino también un deber de justicia y amor. En Paraguay, la salud pública sigue siendo una deuda histórica. El dicho popular enseña: “Más vale prevenir que curar”; pero podríamos añadir: “más vale cuidar y prevenir que curar.” La atención sanitaria no comienza en los hospitales, sino en las familias y comunidades. Cuidar es prevenir, y prevenir es amar.

La promoción de la salud —educar, mejorar las condiciones de vida y fomentar hábitos saludables— debe ser una pastoral de la vida, que integre cuerpo, mente, espíritu y justicia social. La prioridad debe ser la primera infancia, porque allí se juega el futuro del país.

En Paraguay, la desnutrición crónica en menores de cinco años alcanza alrededor del 12,5% en la población general y supera el 22%, llegando incluso al 30% en comunidades indígenas, según datos del Ministerio de Salud y UNICEF.

Esta realidad urge ser atendida con prioridad, porque se trata de niños y niñas en etapa de desarrollo, cuyas carencias alimentarias pueden dejar secuelas irreversibles para toda la vida. Invertir en la primera infancia es cuidar el futuro del país.

La salud integral exige también una mayor responsabilidad del Estado para garantizar los recursos necesarios que permitan atender a todos, especialmente a los más vulnerables. Es un deber de justicia aumentar los presupuestos destinados a la salud pública y asegurar un acceso equitativo, gratuito y universal.

La educación juega un papel decisivo en este proceso. Desde las escuelas, colegios y universidades, es posible generar campañas de concienciación sobre el cuidado de la salud, la prevención y los hábitos de vida saludable. La salud es un derecho de todos y una obligación que debe asumirse con visión solidaria, porque una sociedad justa no puede permanecer indiferente ante el sufrimiento de sus hijos.

La salud incluye la mente y el espíritu. Las adicciones al alcohol o a las drogas son enfermedades que deben tratarse, no condenarse. Es urgente crear y sostener centros de prevención y rehabilitación. En la familia de Schoenstatt, la Casa Madre de Tupãrenda es un ejemplo concreto: jóvenes en situación de vulnerabilidad reciben acompañamiento humano, espiritual y técnico para reinsertarse en la sociedad.

Esa también es una forma de curar: sanar la esperanza de los pueblos, reavivando la confianza en la vida y en el amor de Dios, como lo recuerda el Documento de Aparecida (2007, n. 30), que invita a la Iglesia a ser “signo e instrumento de reconciliación, de justicia y de paz, para curar las heridas y devolver la esperanza a los pueblos.”

También en nuestro país existen diversas iniciativas de rehabilitación que buscan acompañar a quienes han caído por el camino, víctimas de la epidemia de las drogas. A todos los que trabajan en estos ámbitos los exhortamos y animamos a seguir por esta senda del bien, y expresamos nuestra gratitud a los colaboradores y voluntarios que, con generosidad, sostienen estas obras como verdaderos hospitales de campaña, según la expresión del Papa Francisco.

Jesús sigue inclinándose sobre nuestras heridas. Él cura, consuela y restaura. Conoce nuestras limitaciones porque Él mismo las sufrió en su Pasión. Nos dice hoy: “No temas, estoy contigo.” Desde este Santuario repetimos con fe: “Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío.”

Al final de esta celebración confiamos a todos los enfermos a María, la Tres Veces Admirable, en quien Dios realizó tres maravillas: la hizo Hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espíritu Santo. En ella se refleja la plenitud de la gracia y, en su ternura, encontramos refugio y fortaleza.

María, Madre y Reina Tres Veces Admirable de Schoenstatt, tú que en Caná miraste con amor la necesidad de una familia, mira hoy a tus hijos enfermos. Acompaña a quienes sufren en el cuerpo o en el alma, a quienes cuidan con paciencia y a quienes se sienten solos o desanimados. Intercede ante tu Hijo para que convierta nuestras lágrimas en esperanza.

Madre compasiva, enséñanos a confiar en la providencia del Padre cuando la enfermedad o el cansancio nos prueban. Haz que aprendamos a unir nuestras cruces a la de Cristo, para que del dolor brote nueva vida.

Madre y Reina de Schoenstatt, acoge bajo tu manto a todos los enfermos de nuestro pueblo. Haz que en medio del sufrimiento sientan tu cercanía maternal y descubran la presencia de Jesús, médico del alma y del cuerpo. Que nuestra esperanza, unida a la tuya, sostenga a quienes más lo necesitan. Amén.

Asunción, 18 de octubre de 2025

 

+ Adalberto Card. Martínez Flores

Arzobispo Metropolitano