NAVIDAD, MENSAJE DE PAZ, JUSTICIA Y DIALOGO

Hermanas y hermanos en Cristo:

“¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor!” (Lc 2,14).

Cantemos al Señor un canto nuevo, que le cante al Señor toda la tierra; cantemos al Señor y bendigámoslo (Salmo 95,1-2).

Les traigo una buena noticia, que causará gran alegría a todo el pueblo: hoy les ha nacido, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Esto les servirá de señal: encontrarán al niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre”. (Lc 2,10-12).
Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado; lleva sobre sus hombros el signo del imperio y su nombre será: “Consejero admirable”, “Dios poderoso”, “Padre sempiterno”, “Príncipe de la paz”; para extender el principado con una paz sin límites sobre el trono de David y sobre su reino; para establecerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho, desde ahora y para siempre. (Isaías 9,5-6).
Este es el mensaje central de la Liturgia de esta noche, en el Evangelio, en el salmo, en la profecía de Isaías.
De este nacimiento se esperaban grandes cosas, lo hemos escuchado: alegría, paz, justicia, salvación. Y aquí estamos ante un niño en un establo, ante una escena de gran debilidad, de vulnerabilidad y de pobreza. Completan este cuadro María y José, dos seres humanos para quienes no hay lugar en un albergue. La paz y la justicia para todo el mundo vienen de uno que no tuvo ni siquiera una casa para nacer.
La gracia que ha aparecido en el mundo es Jesús, nacido de María Virgen, Dios y hombre verdadero. Vino a nuestra historia; compartió nuestro camino. Vino para librarnos de las tinieblas y darnos la luz. En Él ha aparecido la gracia, la misericordia, la ternura del Padre:
Jesús es el Amor hecho carne; es el sentido de la vida y de la historia que ha puesto su
morada entre nosotros.

En la Navidad, guardemos silencio y dejemos que ese Niño nos hable; grabemos en nuestro corazón sus palabras, sin apartar la mirada de su rostro. Si lo tomamos en brazos y dejamos que nos abrace, nos dará la paz del corazón que no conoce ocaso. Este Niño nos enseña lo que es verdaderamente importante en nuestra vida. Nace en la pobreza del mundo, porque no hay más que una cueva para El Niño Dios y su familia. Encuentra cobijo y amparo en un establo y viene recostado en un pesebre de animales. Y, sin embargo, de esta nada brota la luz de la gloria de Dios . De este Niño, que lleva grabados en su rostro los rasgos de la bondad, de la misericordia y del amor de Dios Padre, brota para todos nosotros sus discípulos, como enseña el apóstol Pablo (Tt 2,12), el compromiso de «renunciar a la impiedad» y a las riquezas del mundo, para vivir una vida
«sobria, justa y piadosa» (Cfr. Francisco, 2015).
Rescatamos y subrayamos algunas enseñanzas del mensaje que nos entrega la Navidad, para nuestra vida personal, para la comunidad eclesial y para la nación paraguaya:
En primer lugar, nos enseña las reflexiones centrales que deben orientar nuestra vida personal, como son: que no tengamos miedo; que nuestra oscuridad, nuestra soledad, nuestro dolor, recibirán la luz que viene de lo alto e iluminará y guiará nuestra vida si abrazamos a este Niño y lo acogemos, junto con María y José, en el albergue de nuestros corazones. En efecto, debemos reconocer que necesitamos sanar nuestros corazones, que somos débiles y necesitados del amor y la misericordia del Padre y salir de nosotros mismos para acercarnos hacia el otro. Ese Niño que nace débil, humilde e inocente en una familia que no encuentra albergue, es el otro, es el Señor mismo que necesita que lo abracemos, que le abramos con fe las puertas de nuestro corazón, que nos ocupemos de sus necesidades, de su soledad, de su dolor. Por eso ora el Señor: “Te alabo Padre Señor
del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a sabios e inteligentes, y las revelaste a los niños” (Mt. 11,25)
En segundo lugar, la Navidad nos llama a reconocer la centralidad y opción preferencial del Padre hacia los pequeños, hacia los pobres, hacia los marginados de la sociedad. Son los destinatarios privilegiados de la alegría del Evangelio. En comunión con la voluntad del Padre, la Iglesia asume como prioridad pastoral la opción preferencial por los pobres, de quienes están gravemente privados de los bienes materiales, sociales y culturales.
La escena narrada en el Evangelio, donde los pastores son avisados por el Ángel que el Niño, el Hijo de Dios, el Salvador, nació en un pesebre, entre animales, en un pequeño y perdido pueblo de Israel. Nació en las periferias geográficas y existenciales. ¿Puede haber mayor muestra de predilección del Padre por los pobres?, a quienes se anuncia que el Mesías, ¡el Salvador ha nacido y todo el cosmos se posa sobre la luz del mundo
quien viene para iluminar las sombras de las oscuras cañadas del pecado, sanar las grietas del sin sentido y la muerte!
El Papa Francisco nos invita a ser una Iglesia pobre para los pobres, sinodal, misionera, samaritana, de puertas abiertas, hospital de campaña para socorrer con urgencia a los heridos por el pecado personal y social. Una Iglesia que no tema salir de sí misma para llegar a las periferias, allí donde la vida clama, aunque eso signifique estar expuesta a ensuciarse y a sufrir golpes.
Y un tercer mensaje para la vida personal, para la Iglesia y para la nación de esta Navidad es la necesidad de trabajar por la paz social de la nación, con base en la justicia, el derecho y el diálogo.
El profeta Isaías habla de un Niño llamado el “Príncipe de la Paz”, quien va a consolidar su principado sobre la base de la justicia y el derecho (Cfr. Isaías 9,5-6).
La inequidad social estructural del Paraguay amenaza la paz social. La justicia y el derecho son el camino de la paz, nos dice el profeta Isaías. Muchos hijos e hijas de este tierra, familias enteras, no encuentran el propio albergue, o posada en la patria. Viven desplazados. No tienen lugar ni pueden cantar es linda nuestra tierra cuando el sol surgiendo va (letra de Manuel Frutos Pane). El sol, mas bien se nubla y oculta. El brillo del
sol de justicia se apaga por la inequidad en el rancho campesino, indígena… Porque la tierra, el techo, el trabajo, la salud y educación les han sido negados y/o despojados. Al rededor de la mesa de la patria hay muchos que brindarán hoy debajo de la misma mesa para recoger las migajas, si sobran migajas, que caen de algunos opulentos y excesivos abundantes banquetes. Tenemos hoy todavía familias en refugios de carencias y hambre y niños que son los luceros de la patria, opacados, damnificados por la desnutrición.
Nuestra tierra es mucho más linda, seria mucho mas linda si en el rancho reina paz, si en el rancho de la patria reina la paz , pero también la justicia que es su hermana inseparable.
En el 2015, el Papa Francisco nos recordaba que la forma de gobierno en Paraguay  adoptada en su Constitución, esta basada en la promoción y respeto de los derechos humanos. Mientras subsista la inequidad, que excluye de una vida digna a una parte de la población, la paz social estará amenazada (Cfr. E.G., N° 59). En la voluntad de servicio y de trabajo por el bien común, los pobres y necesitados han de ocupar un lugar prioritario. Les animo a que sigan trabajando con todas sus fuerzas para consolidar las estructuras e instituciones democráticas que den respuesta a las justas aspiraciones de los ciudadanos. Que no cese ese esfuerzo de todos los actores sociales hasta que no haya más niños sin acceso a la educación, familias sin hogar, obreros sin trabajo digno, campesinos sin tierras que cultivar y tantas personas obligadas a emigrar hacia un futuro incierto; que no haya más víctimas de la violencia, la corrupción o el narcotráfico. Un
desarrollo económico que no tiene en cuenta a los más débiles y desafortunados no es verdadero desarrollo (Desarrollo económico de fachada diríamos nosotros. Cuando la macroeconomía sin políticas sólidas de desarrollo integral es solamente fachada de crecimiento financiero y seguirá ninguneando a los refugiados económicos, invisibles en las estadísticas). La medida del modelo económico ha de ser la dignidad integral de la
persona, especialmente la persona más vulnerable e indefensa.
Esta es una deuda de toda la sociedad, pero la responsabilidad principal de esa deuda recae en los representantes de la conducción del Estado paraguayo para proyectar políticas públicas y modelos económicos que se antepongan a intereses personales y corporativos que usurpan los intereses del bien común de la patria, profundizando aún más la inequidad social, amenazando y perturbando la paz social.
Frente a las problemáticas sociales, invitamos a promover un verdadero dialogo social, que busque puntos de encuentro entre todos los sectores para construir un Paraguay mejor, contrarrestando así cualquier forma de división y conflicto. El Papa Francisco nos recuerda que el diálogo es el camino más adecuado para “reconocer aquello que siempre debe ser afirmado y respetado y que está más allá del consenso circunstancial” (FT, N.211).
No nos cansemos en el esfuerzo de fortalecer los lazos del diálogo, la solidaridad y colaboración para apuntar a lo importante y prioritario, y así poder avanzar hacia los acuerdos y consensos que requieren nuestra sociedad, dando respuesta sobre todo a las necesidades de los pobres, marginados y vulnerables. ¡Construyamos siempre la paz!
También una paz del día a día, una paz de la vida cotidiana, en la que todos participamos evitando gestos arrogantes, palabras hirientes, actitudes prepotentes, y fomentando en cambio la comprensión, el diálogo y la colaboración. No hay que detenerse en lo conflictivo, la unidad siempre es superior al conflicto (Papa Francisco)
El diálogo requiere la participación, el aporte y compromiso de todos para construir la sociedad, la patria que soñamos y anhelamos. Que nos hará cantar siempre y de corazón: es linda nuestra tierra, pero es mucha más linda si en el rancho reina paz; abrazados como hermanos es más bello el Paraguay.
Les invito a meditar y a vivir las enseñanzas de este gran misterio de la Navidad, de Dios que se hace hombre y que viene para salvarnos. Estamos invitados a una profunda conversión para hacer realidad el Reino de Dios en medio de nuestro pueblo.
Así, haremos posible que brille la luz en la oscuridad y podremos proclamar con el Ángel: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor!”. (Lc 2,14).

Que la Santísima Virgen María, junto a San José, su esposo, nos ayuden a acercarnos y tomar en brazos al Niño y adorarlo con nuestra vida.
Así sea.

+ Adalberto Card. Martínez Flores
Arzobispo de la Santísima Asunción
Navidad 2022