Hoy recordamos aquella tarde del sábado 23 de junio del año 2018, hace ya siete años, cuando celebramos con profunda alegría la beatificación de María Felicia de Jesús Sacramentado. En aquella ocasión, el papa Francisco decretó y firmó las letras apostólicas, que fueron pronunciadas durante la Santa Misa por el cardenal Angelo Amato.
Estas palabras, leídas solemnemente, decían: “Cumpliendo con los deseos del hermano Edmundo Valenzuela Mellid, Arzobispo de la Santísima Asunción, así como de muchos otros hermanos del episcopado y de numerosos fieles cristianos, y tras consultar con la Congregación para la Causa de los Santos, por nuestra autoridad apostólica, concedemos que la Venerable Sierva de Dios María Felicia de Jesús Sacramentado, virgen, religiosa profesa de la Orden de las Carmelitas Descalzas, quien, plenamente entregada a la voluntad divina, ha seguido el largo camino de la perfección evangélica consagrándose al Señor con toda magnanimidad, sea llamada en adelante con el nombre de Beata.”. Asimismo, se estableció que su fiesta litúrgica se celebrará cada 28 de abril, día de su nacimiento al cielo.
Todo el país fue el escenario y más allá de las fronteras, que prorrumpió de emoción y lágrimas ante el decreto leído. Con gratitud recordamos al Papa Francisco, quien ha tenido siempre una mirada de agradecimiento y admiración hacia el pueblo paraguayo, y hacia la mujer paraguaya. El ha sellado este reconocimiento con su decreto y firma, a la gloriosa mujer paraguaya, manifestadas en las heroicas virtudes cristianas de María Felicia Chiquitunga.
El estadio del Club Cerro Porteño, en el barrio Obrero, fue el escenario de este histórico evento eclesial. Con una capacidad para 45.000 personas, el estadio se vio colmado en su totalidad, incluyendo el césped. La celebración fue vivida con gran emoción, fe y esperanza por todos los presentes. En ese escenario no estábamos solamente de espectadores, observadores de un evento deportivo importante. Donde una atleta del Evangelio y la Iglesia subía al podio de las campeonas. Estábamos para agradecer a Dios por regalarnos a una beata y para imitar sus virtudes.
La vida misma en un ejercicio para superar nuestras propias limitaciones. Superar barreras y trascender fronteras. Requiere entrenamientos cotidianos de perseverancia, resiliencia. La vida de Ma. Felicia de Jesús Sacramentado es un ejemplo de mujer consagrada, desde pequeña entrenada para ofrendar toda su vida para transmitir la pedagogía de la verdadera de la fraternidad y la paz. Su vida ha sido un continuo ejercicio de caridad, ejercitando su mente, espíritu y corazón a fomentar y fermentar de Cristo la sociedad. Fermentarla de la buena levadura que es Cristo.
Ella escribía en sus memorias: “Siempre lo que más yo quise bien lo sabes Tú, que fue ser íntegramente apóstol para la fe defender. No me importaron las luchas, no me asustó el dolor; y aunque tuviera trabajos, ¡me bastaba con tu amor! En mis velas y en mis sueños y en mis horas de solaz, era tu amante figura la que me daba su Paz. Yo sólo ansiaba ser buena, yo sólo ansiaba tu amor, dar TODO aquí en este suelo en aras de tu Pasión. Ponía toda mi vida sólo en luchar sin cesar, por que te busquen y amen los que no saben amar!”
Ella, Chiquitunga es una Atleta de Dios, la que luchó y corrió la carrera, para competir y campeonar en caridad, desde pequeña, adolescencia y juventud, para finalmente alcanzar el podio de la santidad. Ha sido justamente elevada beata en un estadio. Ella siempre “jugando en equipo”, misionando como laica, preocupada por el desarrollo integral de las personas, para ser fermento vertebrar la sociedad y luego como consagrada carmelita descalza para hacer palancas con sus rodillas para mover el corazón misericordioso de Dios. Pidan y se les dará. Campeona de la fe, sembradora de buenas obras, de justicia y de paz.
(1 Cor 9, 24-27) ¿Sabían que en las carreras del estadio todos corren, pero uno solo recibe el premio? ¡Corran de manera que lo consigan! Los atletas se privan de todo; y eso ¡por una corona corruptible!; nosotros, en cambio, por una incorruptible. Así pues, yo corro, no como a la aventura; y ejerzo el pugilato, no como dando golpes en el vacío, sino que golpeo mi cuerpo y lo esclavizo; no sea que, habiendo proclamado a los demás, resulte yo mismo descalificado.
San Pablo, en su carta a los Corintios, nos recuerda que somos peregrinos, peregrinos de Esperanza, en esta la carrera, para alcanzar la anhelada y divina presea de los campeones, que viven en Cristo el Señor, al servicio de Dios y de los hombres, invirtiendo nuestra vida en caridad y justicia, como lo ha hecho Chiquitunga, y tantos santos de ayer y de hoy. Alcanzaremos asi, a ser coronados por la gloria de la nueva creación. Para alcanzar la meta, la vida es carrera de resistencia, de lucha, no solamente física sino también espiritual, donde hay fortalezas, éxitos, alegrías, pero también, cansancios, frustraciones y derrotas. Donde no siempre ganaremos, ni subiremos al podio más alto de los campeones, del oro, la plata o el bronce, lo importante es competir sanamente, honradamente y jugar en concordia.
En la fiesta de San Juan Bautista, cuya vigilia celebramos hoy, recordamos a otro campeón de la fe, precursor que anuncia a Jesús, Camino, Verdad y Vida. El nos recuerda que toda nuestra vida está siempre en relación con Cristo y se realiza acogiéndolo a él, Camino, Verdad y Vida, de quien somos también voces, amigos y zapadores. “Es preciso que él crezca y que yo disminuya” (Jn 3, 30): estas palabras del Bautista constituyen un programa para todo cristiano.
El cristiano no se anuncia a sí mismo, anuncia a otro, prepara el camino a otro: al Señor. Es más, debe saber discernir, debe conocer cómo discernir la verdad y, finalmente, debe ser un hombre o mujer que sepa disminuir para que el Señor crezca, en el corazón y en el alma de los demás.
La realidad de nuestro tiempo también nos interpela para discernir el compromiso con nuestra fe cristiana desde la dimensión profética, porque estamos llamados a instaurar los valores del reino de Dios en nuestra sociedad: reino de verdad, reino de amor, reino de justicia. No podemos ni debemos dejar de escuchar el clamor de los pobres por una vida más digna y más plena.
Esta dimensión profética nos impulsa a denunciar y a combatir todo aquello que oprime al prójimo y le roba su dignidad y felicidad: la corrupción, la impunidad, el poder omnipresente del crimen organizado. Así también, estamos llamados a preparar los caminos del Señor, ser precursores de su presencia salvífica en medio de nuestra sociedad y anunciar un tiempo de gracia para nuestro pueblo.
Pidamos la intercesión de San Juan Bautista y María Felicia de Jesús Sacramentado, para que seamos profetas, precursores, y que nuestra presencia y testimonio en la Iglesia y en la sociedad preparen el camino para que los valores del Reino de Dios se hagan realidad para la felicidad de nuestro pueblo.
Que así sea.
+ Adalberto Cardenal Martínez Flores
Arzobispo Metropolitano de la Asunción
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