Los hermanos Francisco Gabriel López González, José Ignacio Jara Noceda, Eduardo Salvador Paredes Benítez, piden libremente y conscientemente ser ordenados diáconos, en tránsito hacia la ordenación sacerdotal.
El Diaconado, por otro lado, no es solamente ordenación transitoria, o temporal, que se les confiere por un periodo de tiempo hasta el presbiterado. Son complementarias. Es la germinación primera de un sembradío que crecerá. Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y alabanza ante todos los pueblos. (Is. 61,9)
La vocación es como un brote que ha sido sembrado en sus corazones, para que sus vidas arraigadas en Cristo les renueve de día en día, puedan ser alabanzas de Dios. Los brotes de cizañas, que ahogan el buen trigo, serán extinguidos. Si uno vive en Cristo es una nueva creación, porque lo viejo y antiguo ha pasado.(2 Cor. 5,17). Brotes que ya llevan consigo el ADN, de la vida en Cristo, vida de santidad y frutos que germinan como servicio a Dios y al prójimo, sellados serán, para servir con el Servidor. El sello no envejece ni se arruga, crece de día en día.
Repetidas veces el Papa Francisco ha dicho: “Amen sus raíces, no separen el árbol de sus raíces: no dará fruto. Intenten siempre progresar en armonía con sus raíces, en sintonía con sus raíces”.
Para progresar en el camino de santidad el Señor, nuestra raíz, en quien nos injertamos, para nutrimos de su vida. Cómo los sarmientos se nutre de la vid. El es la fuente del amor abajado entre nos para llevarnos a sí, a su santidad. Volver a las raíces. Nos nutrimos de su Palabra, de los sacramentos, de su amor en el Amor que nos manda para vivir la comunión en comunidad, en el presbiterio.
El fundamento de nuestra fe es el Señor Jesús, quien ejerció su ministerio terrenal inclinándose hacia demás, sirviendo a la gente, principalmente a las personas marginadas por la sociedad (enfermos, leprosos, paralíticos, hambrientos, pecadores y publicanos). Todo lo que realizó fue un servicio en función a la salvación, hasta tal punto que su máxima diaconía fue su “muerte y resurrección”, acto supremo mediante el cual redimió a la humanidad.
El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y dar su vida como rescate por muchos (Mt. 20,28). En el seguimiento a Jesús Diacono, los discípulos ejercen su ministerio misionero proclamando la Buena Noticia
del Reino transmitiendo la vida del Señor con el testimonio de su vida entregada hasta el extremo.
Hoy celebramos al Inmaculado Corazón de la Virgen María y también la fiesta de San Ireneo. Allá por el año 177, Ireneo, cuando era presbítero de Lyon, escribió sobre la devoción mariana donde nos muestra que ya los cristianos antiguos, en el siglo II, los que se habían formado como discípulos de los apóstoles, honraban a la Virgen y la veneraban profundamente.
Pero Ireneo ya hizo una reflexión sobre simbolismo sobre la Virgen María en el siglo II en su libro ‘Contra los herejes’: «Y así también se aflojó el nudo de la desobediencia de Eva con la obediencia de María. Porque lo que la virgen Eva había atado con su increencia, la Virgen María lo liberó mediante la fe». «La obediencia y fe de María desata los nudos de la desobediencia e increencia de Eva. En María vemos la perfección de la virtud porque ella no tiene pecado. Su ejemplo de las virtudes nos puede ayudar a desatar y desechar muchos nudos y vicios en nuestra vida.
Ireneo significa pacífico, amigo de la paz, dedicado al Dios de la paz. Por su intercesión pedimos en este tiempo de turbulencias perturbadoras de guerras, que podamos ser como Jesus, servidores de la paz, artesanos de esperanza. Que los nudos y enredos puedan desatarse para construir redes de fraternidad y concordia. La virgen María es Madre de la Paz, la diaconia dedicada a ser sembradora de paz. A Dios nos encomendamos y rezamos:
Salmos 46:2 Dios es para nosotros refugio y fortaleza, un socorro en la angustia siempre a punto. Por eso no tememos si se altera la tierra, si los montes se conmueven en el fondo de los mares, Hace cesar las guerras hasta el extremo de la tierra; quiebra el arco, parte en dos la lanza, y prende fuego a los escudos. «¡Basta ya; sabed que yo soy Dios, excelso sobre las naciones, sobre la tierra excelso!» ¡Con nosotros Yahveh Sebaot, baluarte para nosotros, el Dios de Jacob!
Cardenal Adalberto, Martinez Flores
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