En la última Carta Encíclica del Papa Francisco (24 de octubre 2024) nos narra una anécdota simpática: (7) «Para carnaval, cuando éramos niños, la abuela nos hacía galletas, y era una masa muy liviana, liviana, era liviana esa masa que hacía. Luego la ponía en el aceite y la masa se inflaba, se inflaba, y cuando la comíamos estaba hueca. Esas galletas en el dialecto se llamaban “mentiras”. Y era precisamente la abuela quien nos explicaba la razón de ello: “estas galletas son como las mentiras, parecen grandes, pero no tienen nada dentro, no hay nada verdadero allí; no hay nada  sustancioso». Como está nuestro corazón?

Cuando se trata de discernir la propia vocación, es necesario hacerse varias preguntas. No hay que empezar preguntándose dónde se podría ganar más dinero, o dónde se podría obtener más fama y prestigio social, pero tampoco conviene comenzar preguntándose qué tareas le darían más placer a uno. Para no equivocarse hay que empezar desde otro lugar, y preguntarse: ¿me conozco a mí mismo, más allá de las apariencias o de mis sensaciones?, ¿conozco lo que alegra o entristece mi corazón?, ¿cuáles son mis fortalezas y mis debilidades? Inmediatamente siguen otras preguntas: ¿cómo puedo servir mejor y ser más útil al mundo y a la Iglesia?, ¿cuál es mi lugar en esta tierra?, ¿qué podría ofrecer yo a la sociedad? Luego siguen otras muy realistas: ¿tengo las capacidades necesarias para prestar ese servicio?, o ¿podría adquirirlas y desarrollarlas? (Christus vivit, Papa Francisco).

Uno podría preguntarse que llevamos en el corazón solamente un vacío, que hace que nuestra que nuestra vida sea hueca son contenidos. Aquel que sentido y pleno a nuestro existir es más bien la vida de Jesús, manifestado en ese corazón que es amor. El amor encarnado expresando su misericordia en el corazón que late por cada uno.

Estas preguntas me llevan a revisar el corazón. En el tiempo de la inteligencia artificial no podemos olvidar que para salvar lo humano hacen falta la poesía y el amor. Lo que ningún algoritmo podrá albergar será, por ejemplo, ese momento de la infancia que se recuerda con ternura y que, aunque pasen los años, sigue ocurriendo en cada rincón del planeta. Pienso en el uso del tenedor para sellar los bordes de esas empanadas caseras que hacemos con nuestras madres o abuelas. Es ese momento de aprendiz de cocinero, a medio camino entre el juego y la adultez, donde se asume la responsabilidad del trabajo para ayudar al otro. Al igual que el tenedor podría nombrar miles de pequeños detalles que sustentan las biografías de todos: hacer brotar sonrisas con una broma, calcar un dibujo al contraluz de una ventana, jugar el primer partido de fútbol con una pelota de trapo, cuidar gusanillos en una caja de zapatos, secar una flor entre las páginas de un  libro, cuidar un pajarillo que se ha caído del nido, pedir un deseo al deshojar una margarita. Todos esos pequeños detalles, lo ordinario- extraordinario, nunca podrán estar entre los algoritmos. Porque el tenedor, las bromas, la ventana, la pelota, la caja de zapatos, el libro, el pajarillo, la flor… se sustentan en la ternura que se guarda en los recuerdos del corazón.

Terminados sus estudios primarios, Julio Chevalier expresó su deseo de ser sacerdote. Su madre me hizo comprender que su situación económica… no permitía darme satisfacción, y me animó a aprender un oficio… Después de mucho llorar, le dije a mi madre con decisión: «De acuerdo, sí, aprenderé un oficio cualquiera, si no hay más remedio; pero, cuando haya ahorrado lo suficiente, iré a llamar a la puerta de un convento. Julio tenía doce años y se quedó en aprendiz de zapatero, con el sueño siempre vivo e inaccesible de llegar un día a ser sacerdote. Y así fue. Con el Padre Julio, de zapatero remendón  a reparar y remendar corazones  y caminar almas hacia el Corazón de Jesús de quien era sumamente devoto. Devoto del Amor hecho carne.

Desde la comunidad MSC y desde cada religioso, debemos estar atentos a todos los rostros sufrientes de los hombres, y mostrarles, con nuestra cercanía y amor, que Dios les ama y el Corazón de Cristo late misericordiosamente por ellos. «Descubriremos el rostro de Cristo en los pobres, en los pequeños y en todas las víctimas de la injusticia y de la violencia» (Const. MSC, 22).

Esta misión se expresa en trabajos misioneros, evangelizadores, anunciadores de Jesucristo vivo y Salvador; trabajos misioneros de constructores de nuevas comunidades, donde se anuncia la Palabra y se celebra la Eucaristía. Trabajos misioneros en defensa de la justicia, educativos, sanitarios, en los medios de comunicación… Todo campo donde haya una realidad humana que necesita comprensión y misericordia es campo de la misión de la Congregación. «Nuestro Fundador quiso expresar todo esto en el lema que nos dio: ¡Amado sea en todas partes el Sagrado Corazón!«(Const. 5).

Jesús ejerció su ministerio terrenal ayudando a los demás, sirviendo a la gente, principalmente a las personas marginadas por la sociedad (enfermos, leprosos, paralíticos, hambrientos, pecadores y publicanos). Todo lo que realizó fue un servicio en función a la salvación, hasta tal punto que su máxima diaconía fue su “muerte y resurrección”, acto supremo mediante el cual redimió a la humanidad.  El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y dar su vida como rescate por muchos (Mt. 20,28).

El corazón partido es expresión de su Máxima Diaconia. En el seguimiento a Jesús Servidor, Cristhian David Diacono ejercerá su ministerio misionero, siendo anunciador y servidor de la Palabra que no pasa. El cielo y la tierra pasarán pero mis Palabras no pasarán. Poniendo el corazón el el servicio al Pueblo de Dios realizado de todo corazón, de ese Todo que es el Corazón de Jesús, el todo que no pasa, ese amor permanece como el de a Nuestra Señora del Sagrado Corazón, quien guarda al corazón en el suyo.

 

Card. Adalberto Martínez Flores

Arzobispo de Asunción

16 de noviembre – 2024