Ayer a mediodía, en una misa celebrada en la capilla del Arzobispado, en una ceremonia sencilla, pero muy profunda de significado, los diáconos, Humberto y Marcos , han pronunciado su profesión de fe y el juramento de que conocen plenamente las obligaciones que la sagrada ordenación lleva consigo, y el compromiso de dedicarse plenamente, perpetuamente al ejercicio del ministerio sacerdotal.
Han pedido la ayuda la ayuda de Dios y de los Santos Evangelios que han tocado con sus manos.

Está declaración escrita fue luego estampada con sus firmas y de los testigos que hemos participado de este rito necesario antes de la ordenación. Estampada también con el compromiso y la ayuda que los fieles cristianos han de ofrecer en oración y obras para que Marcos y Humberto puedan realizar el designio que Dios tiene sobre ellos, en su sagrado ministerio sacerdotal y sus vidas. Que sus vidas vividas conforme a la Palabra, sea el testimonio más elocuente de su profesión de fe.

La profesión de fe, es un signo de reconocimiento de todos los bautizados; en ella se expresa el contenido central de la fe y se recogen resumidamente las principales verdades que un creyente acepta y de las que da testimonio en el día de su bautismo y comparte con toda la comunidad cristiana para el resto de su vida.

La profesión de fe, en síntesis, es expresar con los labios y creer con el corazón en Aquel, Buen Pastor, cuyo Pastoreo está sobre todo pastoreo, que nos guía por sendas de justicia, por la gracia de su Nombre y creer que aunque caminemos por valles oscuros, en los valles de cruces y crucifixiones, nada temeremos porque él está junto a nosotros..

Porque, si profesas con tus labios que Jesús es Señor, y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con los labios se profesa para alcanzar la salvación” (Rm 10,9‑10).

Este texto de san Pablo subraya cómo la proclamación del misterio de la fe exige una conversión profunda no solo de las propias palabras, sino también y sobre todo de la propia visión de Dios, de uno mismo y del mundo.

(Mateo 16:13) Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos sobre su identidad: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas.»

El les dice: «Y ustedes ¿quien dicen soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.» Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Mateo. Y yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Jesús es el fundamento (cimiento) del Edificio Espiritual, y con El Pedro y sus discípulos, piedras vivas para ensamblar la construcción de Su Iglesia.

El mismo Pedro, que profesa su fe inspirado por el Espíritu Santo, luego aspirado por el miedo, niega por tres veces conocer al maestro. Ante la pregunta del Maestro, en el Evangelio de hoy, de nuevo inspirado por el Amor, por tres veces pronuncia su profesión de amor al Resucitado, como para reparar y superar su negación.

«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?» Pedro le dijo: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Jesús le dijo: «Apacienta mis corderos.» Jesús volvió preguntarle por segunda vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» Él le respondió: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas.» Insistió por tercera vez: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.» Y Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas” Dicho esto, añadió: “Sígueme”.

El Señor Jesús nos pide a nosotros también profesar nuestra fe con la profesión de amor al Amor mismo, a quien lo reconocemos, lo descubrimos en los rostros especialmente de los más necesitados del redil, profesamos la fe y amor al Señor, cuidando amorosamente y de corazón al rebaño que nos ha sido confiado. Con estas dos profesiones nos invita a seguirlo.

El corazón incorrupto del padre Roque González de Santa Cruz constituye una imagen elocuente del amor cristiano, capaz de superar todos los límites humanos, hasta los de la muerte. (San Juan Pablo II, Ñu Guazú 16 mayo de 1988)

San Pablo a los Efesios 4,1, nos exhorta: les ruego que anden como pide la vocación a la que han sido convocados. Sean siempre humildes y amables, sean comprensivos, sobrellévense mutuamente con amor; esfuércense en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz.

Antes de ayer, el 8 de febrero 2024 el Papa Francisco, dirigió un mensaje a los sacerdotes participantes de un congreso internacional sobre el tema de la formación sacerdotal: Sólo permaneciendo unidos podemos ser discípulos misioneros. Sólo podemos vivir el ministerio sacerdotal estando bien insertados en el pueblo sacerdotal, del que también nosotros procedemos. Esta pertenencia al pueblo —sin sentirnos nunca separados del camino del santo pueblo fiel de Dios— nos custodia, nos sostiene en nuestras fatigas, nos acompaña en las angustias pastorales y nos protege del riesgo de desconectarnos de la realidad y sentirnos omnipotentes. Tengamos cuidado, porque ésta es también la raíz de todas las formas de abuso.

Servir es el carácter distintivo de los ministros de Cristo. El Maestro nos lo manifestó a lo largo de toda su vida y, en particular, durante la Última Cena, cuando lavó los pies a los discípulos. Desde la perspectiva del servicio, se convierte en el arte de poner al otro en el centro, resaltando su belleza, lo bueno que lleva dentro, poniéndole de manifiesto sus dones y también sus sombras, sus heridas y sus deseos. Y así, formar sacerdotes significa servirles, servir sus vidas, animar su camino, ayudarlos en su discernimiento, acompañarlos en las dificultades y apoyarlos en los retos pastorales.

El sacerdote así formado, a su vez, se pone al servicio del pueblo de Dios, está cerca de la gente y, como Jesús en la cruz, se hace cargo de todos. Hermanos y hermanas, fijémonos en esta cátedra de la Cruz. Desde allí, amándonos hasta el extremo (cf. Jn 13,1), el Señor hizo nacer un pueblo nuevo. Y también nosotros, cuando nos ponemos al servicio de los demás, cuando nos convertimos en padres y madres para quienes nos han sido confiados, generamos la vida de Dios.

Este es el secreto de una pastoral generativa: no de una pastoral en la que nosotros somos el centro, sino de una pastoral que genera hijas e hijos a la vida nueva en Cristo, que lleva el agua viva del Evangelio al terreno del corazón humano y del tiempo presente. A María Santísima Nuestra Señora de la Asuncion, le encomendamos a todos los sacerdotes, a Humberto y Marcos a quienes ahora les impondremos las manos por la Gracia de Dios.

+Adalberto Card. Martínez Flores
Arzobispo Metropolitano de Asunción
Presidente de la Conferencia Episcopal Paraguaya
Sábado 10 de febrero del 2024