SANTA MISA

HOMILÍA

SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO

Hoy encendemos la segunda vela del Adviento, signo de que la claridad del Señor va creciendo en medio de nuestras oscuridades. La luz no aparece de golpe: se enciende lentamente, como se enciende la esperanza en el corazón del pueblo que camina hacia el milagro del pesebre, donde Dios se hace pequeño para iluminarnos desde adentro. Estamos también en vísperas de la solemnidad de la Inmaculada Concepción, bajo la mirada de la Virgen de los Milagros de Caacupé, estrella que acompaña la fe del Paraguay.

El profeta Isaías, que vivió hacia el año 736 a.C., profetizaba ya sobre Cristo, anunciando que vendría como el Mesías para liberar a su pueblo. Proclamaba que, de un tronco aparentemente seco, brotaría un renuevo lleno del Espíritu del Señor. Ese Mesías gobernará con justicia verdadera: no juzgará por apariencias ni de oídas, sino que defenderá al pobre y al desamparado. La visión de Isaías describe un mundo reconciliado, donde la paz parece imposible. Pero el Adviento nos recuerda que esta paz es promesa de Dios, y que Él desea realizarla en medio de nosotros.

San Pablo nos enseña que las Escrituras fueron escritas para sostener nuestra esperanza. Por eso nos invita a vivir en armonía, acogiéndonos unos a otros como Cristo nos acogió. Adviento no es solo un tiempo de espera; es un tiempo para dejar que el Señor transforme nuestra convivencia y renueve nuestras relaciones.

El Evangelio nos presenta a Juan el Bautista, una voz fuerte que despierta las conciencias: “Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos.” Que este llamado sea para nosotros una invitación a revisar el corazón y a enderezar nuestros senderos: los senderos de la justicia, de la libertad y de las legítimas reivindicaciones —nuevas y antiguas— de nuestro pueblo que sufre. También los senderos de la compasión y de la solidaridad, para que estos caminos, rectificados por el Evangelio, nos conduzcan al corazón mismo de Belén. Juan no adormece conciencias: las despierta. Nos urge a dar frutos verdaderos de conversión.

La luz que encendemos hoy continúa creciendo, y esa claridad nos permite ver mejor tanto lo que es de Dios como aquello que oscurece la vida de nuestro pueblo. Hoy, en la fiesta de san Ambrosio (c. 340–397), recordamos sus palabras: “Cristo es la luz; quien se acerca a Él no camina en las tinieblas.” Ambrosio enseñaba también: “La luz de Cristo resplandece para que nada quede oculto en la oscuridad.” Su voz nos recuerda que la luz del Señor no solo ilumina, sino que también revela lo que está en sombra.

A la luz de este Adviento reconocemos también nuestras propias oscuridades: tensiones que hieren la convivencia, tambores de guerra que apagan la fraternidad y enfrentamientos que ensombrecen la vida del pueblo. La luz de Cristo no nos aleja de la realidad: nos ayuda a verla con verdad, para discernir aquello que necesita conversión, justicia y paz.

En este espíritu de fe y de responsabilidad fraterna, elevamos ante el Señor los acontecimientos del 5 de diciembre en San Pedro, en el predio Lusipar. Las tensiones surgidas entre hermanos paraguayos —campesinos y fuerzas del orden público— desembocaron en enfrentamientos que dejaron heridos y sembraron preocupación y dolor en toda la comunidad. Con corazón pastoral, lamentamos profundamente toda forma de violencia, venga de donde venga, y abrazamos con nuestra cercanía y oración a quienes han sido heridos o afectados por esta situación. Pedimos al Dios de la paz que fortalezca los caminos del diálogo, de la justicia y de la reconciliación.

Recordamos, además, que la Constitución Nacional, en su Art. 114, orienta la vida del país hacia la justicia social, reconociendo la función social de la tierra y la necesidad de una reforma agraria que promueva el bienestar de las familias campesinas y el desarrollo equilibrado de la nación. Estos principios deben asumirse y trabajarse de modo participativo con todos los ciudadanos, especialmente con los más afectados, para que la justicia se construya desde el diálogo y la inclusión.

En estos días han circulado versiones que sugieren que Monseñor Pierre Jubinville, obispo de San Pedro y presidente de la Conferencia Episcopal Paraguaya, podría ser eventualmente investigado por una supuesta intervención o responsabilidad en alentar ocupaciones de tierras o situaciones semejantes. Consideramos necesario aclarar que estas insinuaciones no tienen fundamento y no se corresponden con la verdad. Monseñor Jubinville siempre ha buscado mezclarse con los demás, compartir la vida del pueblo y ponerse a la escucha de ciertos reclamos, especialmente de los más pobres y vulnerables. Esa cercanía pastoral nunca ha significado un compromiso ni un aval a acciones fuera de la ley, sino un modo evangélico de acompañar, dialogar y promover caminos de justicia y paz.

Pedimos al Señor que, como pueblo suyo, ofrezcamos frutos de paz, de equidad y de concordia; y que el Espíritu Santo, con la riqueza de sus dones, nos impulse a reordenar nuestra sociedad, nuestras familias y nuestras comunidades según el Evangelio. En estos días en que la Novena de Caacupé nos llama a reflexionar sobre el bien común, pedimos la gracia de trabajar juntos por una sociedad donde cada decisión, cada responsabilidad y cada iniciativa estén orientadas al bien de todos, especialmente de los más vulnerables.

En estos días, ponemos al Paraguay entero bajo el manto de María Inmaculada. Ella nos enseña a preparar nuestro corazón y nuestra vida comunitaria para recibir a su Hijo con humildad, unidad y esperanza renovada.

Al encender hoy la segunda vela, recemos desde lo profundo: “Señor, ilumina nuestra vida e ilumina al Paraguay. Haznos constructores de paz. Endereza nuestros senderos para recibirte con un corazón nuevo.” Que la Virgen de los Milagros de Caacupé nos acompañe, nos cubra con su manto y nos conduzca hacia el pesebre donde la luz vence toda oscuridad.

Lambaré 7 de diciembre de 2025.

Adalberto Card.  Martínez Flores

Arzobispo Metropolitano de Asunción