A EJEMPLO DE SAN JOSÉ, CON FE Y ESPERANZA, SEAMOS CUSTODIOS DE LA FAMILIA Y DE LA NACIÓN

Hermanas y hermanos en Cristo:

Es siempre muy grato compartir con los fieles y con todo el pueblo de Limpio la solemnidad de San José, custodio de Jesús, de María, de la Iglesia, de la familia y de los pobres.

Hoy también ofrecemos nuestra oración de acción de gracias por el Papa Francisco, que cumple 11 años del inicio de su ministerio Petrino. En nuestra reciente peregrinación a Roma, con motivo de la ordenación episcopal del nuevo Nuncio Apostólico para el Paraguay, Mons. Vincenzo Turturro, nos comprometimos con el Santo Padre a orar fervientemente por él y por la unidad de la Iglesia en Sínodo. Así también, le reaseguramos que seguiremos orando por su pontificado y nuestra incondicional adhesión filial a su Magisterio.

En todas las oportunidades que lo visitamos y con nuestras acciones pastorales, le transmitimos nuestro compromiso para impulsar con decisión las orientaciones del Concilio Vaticano II, con el fin de que la Iglesia sea un instrumento eficaz al servicio de la evangelización, de modo tal que el mensaje de Jesús llegue a todos, en especial a los que sufren en las periferias existenciales.

Hoy estamos de fiesta en la Iglesia universal y en esta parroquia en particular. Por algo esta histórica localidad se denomina “San José de los campos limpios”. El templo ecológico, los entornos ecológicos, la sencillez de su gente, son riquezas que alaban a Dios, el creador. San José es también el custodio de la creación, de la casa común. Asimismo, nosotros estamos llamados a ser agentes defensores del medio ambiente en nuestras comunidades.

Acercándonos ya a la Pascua, recordamos a san José, santo popular por excelencia, figura entrañable del evangelio en torno a Jesús. Le podemos contemplar como un modelo de cómo cumplir en nuestras vidas el plan salvador de Dios.

MSi Jesús es la palabra de Dios, José es el silencio del hombre. Si Jesús es la revelación del Padre, José es la fe y la obediencia. Si Jesús es la promesa y el cumplimiento, José es la esperanza. Porque José está en la base, haciendo posible con su silencio, con su fe y con su obediencia, con su esperanza y su paciencia, y con su trabajo, que surja la Palabra en el mundo y venga el reino de Dios. José, hijo del pueblo y en medio del pueblo, pertenece así a la historia de la salvación como todo el pueblo de Dios.

Lo primero que podemos aprender de la actitud de José, “el varón justo”, es a situarnos en nuestro lugar, a reconocer nuestros propios límites y a dejarnos así sorprender por el Misterio. Por desgracia, el hombre hoy apenas si se sorprende por nada, como si todo cuanto nace y crece en la tierra fuera por su virtud, como un producto de sus manos. El hombre, y en especial el hombre revestido de autoridad, corre hoy el riesgo de olvidar otra lección de José: Puede llegar a pensar que todo cuanto nace en el pueblo es en realidad valioso en la medida en que nace por obra y gracia del poder.

Ningún ser humano, por más poderoso que sea, está por encima de Dios y de su voluntad. Basta repasar la historia de la humanidad para constatar que los imperios y los poderes pasan. Y los que trascienden la efímera historia humana, han sido aquellos que brillaron por su grandeza espiritual, gigantesca pequeñez de corazón, o por sus acciones en favor de la humanidad, por la fe, por la esperanza y por la caridad, como San José. (Isaías 66:2) Y ¿en quién voy a fijarme? En el humilde y contrito que tiembla a mi palabra.

Cuando miramos la figura de San José, nos conduce inmediatamente a la Sagrada Familia. San José es sinónimo de familia, de cuidado al don precioso de la vida, de la madre y del hijo, de la fragilidad de ambos, de la necesidad de protegerlos, de trabajar para darles las condiciones básicas para una vida digna, de actuar cuando hay amenazas contra la integridad de su familia.

Estas actitudes de José nos invitan a revisarnos como cristianos, es decir, como seguidores de Cristo, en todos los ámbitos: en la vida familiar en el hogar, en la nación como familia, en la Iglesia como familia, en la comunión con la creación como familia.

Necesitamos mirarnos y reflejarnos en San José. Lo primero: la humildad para ser receptivos a lo que Dios quiere de nosotros; saber escucharlo, ser obedientes a su Palabra y actuar en consecuencia.

Hoy la vida y la familia están amenazadas; en todos los ámbitos y niveles.

La familia como célula y cimiento de la sociedad necesita condiciones básicas de cuidado, que no está recibiendo en forma adecuada: salud, educación, fuentes de empleo digno para sus miembros, seguridad para su integridad física, espiritual y material; oportunidades para su estabilidad y desarrollo pleno. Mínimamente necesita las tres “T” que enuncia el Papa Francisco: tierra, techo y trabajo. También urgentemente necesita la S.E.A: salud, educación y alimento.

Leemos en la primera carta de san Pedro: “Como niños recién nacidos, busquen la leche pura del Espíritu, para que, alimentados por ella, crezcan para recibir la salvación. (1Pedro 2,2). La familia está llamada a ser escuela y santuario de la vida, nicho doméstico para nutrir a los hijos desde pequeños, tanto en el espíritu, con la buena nueva de la salvación, así como en el cuerpo, con una alimentación adecuada y necesaria.

Es alta la desnutrición infantil en el Paraguay (13% niños de 1-5) pero más aún la desnutrición espiritual. Los hijos necesitan ser alimentados con el ejemplo y las enseñanzas de sus padres. La familia tiene la misión de ser educadora de la fe de los hijos, conformar el rostro de los hijos al rostro de cristo, defensora de la vida desde la concepción hasta la muerte, es cuna de vocaciones y promotora del bien social. Cuidemos de nuestras familia, que estas sean misioneras, anunciadoras y reflejo del rostro de la familia de Nazaret. Ella es patrimonio de la humanidad, pilar fundamental de la sociedad.

La familia humana, de nuestras comunidades deben cuidar a sus hijos y cuidarse entre ellos, adolescentes y jóvenes que son totalmente vulnerables, ante las agresivas tentaciones y amenazas en sus ambientes, la escuela, colegio, las farras y las barras, reciben mas bien, no la leche buena del Evangelio sino sustancias nocivas y venenosas que les proveen las manos corruptas de mercaderes traficantes de muerte, que negocian con las drogas y otras concentrados que contaminan y envenenan a la juventud, cerrando sus horizontes de futuro.

La pobreza y pobreza extrema en que viven cientos de miles de paraguayos, consecuencia de la inequidad social estructural, debilita la familia y la expone a todo tipo de agresión, interna y externa. La violencia intrafamiliar, los feminicidios, la adicción al alcohol y otras drogas, la falta de cuidado a sus miembros más débiles, niños y ancianos, es una realidad que golpea y no en pocos casos, desintegra a la familia; hay emigración por motivos económicos, separaciones traumáticas, la drogodependencia de sus miembros adolescentes y jóvenes, entre otros factores.

Por ello en necesario mirar y revisar cómo estamos en la nación como familia; la situación de nuestra sociedad y de nuestras instituciones; la relación entre paraguayos; porque familia doméstica y sociedad se influyen mutuamente. Los valores y desvalores que se viven en la sociedad y en la familia se correlacionan.

Estamos en un momento político, social, económico y ambiental muy delicado en el país. La familia como nación también sufre agresiones: la corrupción, la impunidad, el avance del crimen organizado, la falta del sentido el bien común y de criterios éticos y morales en los actos públicos y privados, entre otros factores, debilitan la cohesión social en torno a los valores fundamentales de la democracia como la verdad, la justicia, la fraternidad y el respeto a la dignidad de las personas.

Confiamos en que el camino sinodal nos ayude a discernir como familia eclesial, con la participación de todos, cómo corregir los errores, sanar las heridas y renovar nuestro compromiso bautismal, para que el Paraguay, mayoritariamente católico y mariano, viva su fe con autenticidad y sea fermento para la transformación social según los valores del reino de Dios.

En este camino hacia la Pascua, exhorto e invito a todos, fieles católicos y personas de buena voluntad, a un compromiso decidido para emprender la difícil, pero necesaria, tarea del saneamiento moral de la nación.

Tenemos el ejemplo de San José quien, en medio de las dudas, incertidumbres, dificultades y persecuciones, supo esperar contra toda esperanza, motivado por su fe y obediencia inquebrantable a la voluntad de Dios.

Que nada ni nadie nos robe la esperanza. Dios es fiel y misericodioso, Dios es bueno, Dios nos ama. Solo nos pide que tengamos fe, que escuchemos su Palabra, que seamos custodios del prójimo, en especial de los más pequeños y desprotegidos, como San José fue custodio de Jesús y de María, frágiles e indefensos, a quienes protegió con amor y perseverancia.

Por la intercesión de San José, encomendamos a Dios nuestro querido Paraguay, y le pedimos que nos ayude, junto con María Santísima, a ser discípulos misioneros, fermento del Reino en la sociedad, siguiendo con fidelidad y coherencia a Cristo: Camino, Verdad y Vida.

Que así sea.

Limpio, 19 de marzo de 2024.

+ Adalberto Cardenal Martínez Flores

Arzobispo Metropolitano de Asunción