Moisés habló al pueblo diciendo (Lectura del libro del Deuteronomio 30, 15-20): Hoy pongo delante de ti la vida y la felicidad, la muerte y la desdicha. Si escuchas los mandamientos del Señor, tu Dios, que hoy te prescribo, si amas al Señor, tu Dios, y cumples sus mandamientos, sus leyes y sus preceptos, entonces vivirás, te multiplicarás, y el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde ahora vas a entrar para tomar posesión de ella.
Ningún ser humano, por más poderoso que sea, está por encima de Dios y de su voluntad. Basta repasar la historia de la humanidad para constatar que los imperios y los poderes pasan. El cielo y la tierra pasarán , más mis palabras no pasarán Mt. 24,35. Y los que trascienden la efímera historia humana, han sido aquellos que brillaron por su grandeza espiritual, gigantesca pequeñez de corazón, o por sus acciones en favor de la humanidad, por la fe, por la esperanza y por la caridad, como San José. (Isaías 66:2) Y ¿en quién voy a fijarme? En el humilde y contrito que tiembla ante mi palabra. El que se estremeces ante su Palabra que es Vida y conduce a la Vida.
Cuando miramos la figura de San José, nos conduce inmediatamente a la Sagrada Familia. San José es sinónimo de familia, de cuidado del Padre al don precioso de la vida, de la esposa madre y del hijo, de la fragilidad de ambos, de la necesidad de protegerlos, de trabajar para darles las condiciones básicas para una vida digna, de actuar cuando hay amenazas contra la integridad de su familia.
Estas actitudes de José nos invitan a revisarnos como cristianos, es decir, como seguidores de Cristo, en todos los ámbitos: en la vida familiar, en el hogar, en la nación como familia, en la Iglesia como familia, en la comunión con la creación como familia.
Hoy la vida y la familia están amenazadas; en todos los ámbitos y niveles.
Leemos en la primera carta de san Pedro: “Como niños recién nacidos, busquen la leche pura del Espíritu, para que, alimentados por ella, crezcan para recibir la salvación. (1Pedro 2,2). La familia está llamada a ser escuela y santuario de la vida, nicho doméstico para nutrir a los hijos desde pequeños, tanto en el espíritu, con la buena nueva de la salvación, así como en el cuerpo, con una alimentación adecuada y necesaria.
La pobreza y pobreza extrema en que viven cientos de miles de paraguayos, consecuencia de la inequidad social estructural, debilita la familia y la expone a todo tipo de agresión, interna y externa. La violencia intrafamiliar, los feminicidios, los abusos, la adicción al alcohol y otras drogas, la falta de cuidado a sus miembros más débiles, niños y ancianos, es una realidad que golpea y no en pocos casos, desintegra a la familia; hay emigración por motivos económicos, separaciones traumáticas, la drogodependencia de sus miembros adolescentes y jóvenes, entre otros factores.
Es alta la desnutrición infantil en el Paraguay (13% niños de 1-5 y 22% en la comunidades indígenas. En esta emergencia, es urgente nutrir adecuadamente e integralmente de la primera infancia. Pero es sobretodo grande el porcentaje de la desnutrición espiritual. Los hijos necesitan ser alimentados con el ejemplo, testimonio y las enseñanzas de sus padres. La familia tiene la misión de ser educadora de la fe de los hijos, conformar el rostro de los hijos al rostro de cristo, defensora de la vida desde la concepción hasta la muerte, es cuna de vocaciones y promotora del bien social.
Estamos en un momento político, social, económico y ambiental muy delicado en el país. La familia como nación también sufre agresiones: la corrupción, la impunidad, el avance del crimen organizado, la falta del sentido el bien común y de criterios éticos y morales en los actos públicos y privados, entre otros factores, debilitan la cohesión social en torno a los valores fundamentales de la democracia como la verdad, la justicia, la fraternidad y el respeto a la dignidad de las personas.
En este camino de la novena a la Virgen Santa de Nazaret, les invitamos a todos, fieles católicos y personas de buena voluntad, a un compromiso decidido para emprender la difícil, pero necesaria, tarea del saneamiento moral de la nación.
Que nada ni nadie nos robe la esperanza. Dios es fiel y misericordioso, Dios es bueno, Dios nos ama. Solo nos pide que tengamos fe, que escuchemos su Palabra, que seamos custodios del prójimo, en especial de los más pequeños y desprotegidos, como San José fue custodio de Jesús y de María, frágiles e indefensos, a quienes protegió con amor y perseverancia.
Por la intercesión de San José, encomendamos a Dios nuestro querido Paraguay, y le pedimos que nos ayude, junto con María Santísima, Virgen de Nazaret, a ser discípulos misioneros, fermento del Reino en la sociedad, siguiendo con fidelidad y coherencia a Cristo: Camino, Verdad y Vida.
Que así sea.
+ Adalberto Cardenal Martínez Flores
Arzobispo Metropolitano de Asunción
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