Mensaje, Virgen de Fátima, Catedral del Obispado de las FF.AA. Y PN

Hermanas y hermanos en Cristo:

Conmemoramos hoy 105 años de la última aparición de la Virgen María en Fátima a los tres pastorcitos: Lucía, Jacinta y Francisco. El 13 de octubre de 1917, en Cova de Iria, Portugal, 70 mil personas, hombres y mujeres, pobres y ricos, sabios e ignorantes, creyentes y no creyentes fueron testigos del “milagro del sol”, día en el que ocurrió un fenómeno inexplicable desde la experiencia humana y desde la ciencia, pero sí desde la fe en aquel que ha creado el universo y todas sus maravillas.

En pleno siglo XX, Dios decide manifestarse ante los hombres, por mediación de María, la bendita entre todas las mujeres y a la que todas las generaciones llamarán bienaventurada.

Dios quiso confirmar la visión de los tres pequeños campesinos y el mensaje que María entregaba a la Iglesia y al mundo, a través de ellos, transformó lo que era una, mera “revelación privada” en un auténtico llamamiento de Cristo a su Iglesia. No solo el contenido del mensaje de Fátima se refería a la Iglesia del mundo entero, sino que su propia evidencia se dio públicamente, de manera extraordinaria ese día 13 de octubre de 1917.

Este y otros milagros que Dios obró a lo largo de los siglos y manifestados por la intercesión de María, de los profetas y de los santos de todos los tiempos, sin embargo, no deben desviarnos del mayor de los MILAGROS: que Dios se hizo hombre por medio de una mujer sencilla que dijo “Sí”, expresando su fidelidad absoluta a la voluntad divina y que hizo posible nuestra salvación.

Hoy es un día de fiesta para la Iglesia y en realidad para la humanidad toda, aunque no todos estén dispuestos a reconocerlo. Por la fe de nuestra Madre, la Madre de Dios, llegó la Salvación al mundo. ¡Qué puede ser más grande!

¡Solo Dios, que lo concede y permite!

María instaura un vínculo de parentesco con Jesús antes aún de darle a luz: se convierte en discípula y madre de su Hijo en el momento en que acoge las palabras del Ángel y dice: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Este “hágase” no es solo aceptación, sino también apertura confiada al futuro. ¡Este “hágase” es esperanza! (Francisco, noviembre 2013).

Es inmensa la gracia concedida a la Virgen Santísima. Lo dice el Ángel:

«Alégrate, llena de gracia», resplandeciente como el cielo. «Alégrate, llena de gracia», Virgen adornada con toda clase de virtudes… «Alégrate, llena de gracia», tú sacias a los sedientos con la dulzura de la fuente eterna. Alégrate, santa Madre inmaculada; tú has engendrado a Cristo que te precede. Alégrate, tú has revestido al rey de cielo y tierra. Alégrate, libro sagrado, tú has dado al mundo poder leer al Verbo, el Hijo del Padre, alégrate porque en tu seno y corazón palpitaste el corazón de Dios.

Siendo María la llena de gracia, es al mismo tiempo medianera de todas las gracias para quienes buscan al Salvador, a Cristo, y cumplen la Voluntad de Dios.

La aparición de la Virgen a los tres pastorcitos se da en el contexto de la Primera Guerra Mundial y su mensaje es un llamado a la conversión a Dios para lograr la paz en el mundo. Este es un mensaje y un llamado que se proyecta a lo largo de estos últimos 100 años, tiempo de guerras y luchas fratricidas, tanto en el mundo como en nuestro país. Hoy estamos viviendo una tercera guerra mundial en cuotas, como dice el Papa Francisco, y cuya expresión más visible es la guerra en Ucrania, que amenaza con un nuevo holocausto.

Sin embargo, hay otros tipos de guerras que se desarrollan en el mundo y en la sociedad contemporánea, frente a los que estamos llamados a ser defensores y constructores de la paz.

Una de esas guerras la podemos reconocer en el mensaje que María entregó a los niños en Fátima: es la guerra que enfrenta la familia. En efecto, ese 13 de octubre de 1917, a Lucía, Jacinta y Francisco les fue dada una amplia visión de la realidad: “Una vez desaparecida, Nuestra Señora, en la inmensa distancia del firmamento, vimos, al lado del sol, a san José con el Niño y a Nuestra Señora vestida de blanco, con un manto azul, declararon.

En la última aparición de la Virgen en Fátima, por lo tanto, brilla frente a los videntes la imagen de la Sagrada Familia de Nazaret. La familia se ve amenazada por múltiples factores que atentan contra su integridad, desde proyectos ideológicos que pretenden socavar su naturaleza, hasta la ausencia de políticas públicas que favorezcan su cohesión y fortalecimiento dotándola de las condiciones espirituales y materiales necesarias para ese fin.

Sostenemos que la familia es el núcleo fundamental de la sociedad y de la propia Iglesia. Ella ocupa el primer lugar, en la socialización, en la convivencia, en la educación en valores y en la formación integral, psíquica, física y espiritual de las personas. Por ello, pensamos que las circunstancias que favorecen o limitan a la familia afectan la salud integral de nuestro pueblo.

Nos alegra saber que en el Paraguay varias instituciones del ámbito público se han declarado pro vida y pro familia. Eso es muy bueno. Pero es necesario dar otros pasos. Les alentamos a traducir esa declaración de intenciones en gestos coherentes, así como en acciones y decisiones que favorezcan la defensa de la vida en todas sus etapas y las condiciones para el fortalecimiento de la familia. Es absolutamente necesario y urgente impulsar las políticas públicas que permitan su estabilidad e integridad: techo y trabajo digno; educación de calidad; acceso a la atención integral de la salud; oportunidades para una vida digna, plena y feliz de cada uno de sus miembros.

Que Dios haya escogido a una humilde joven de Nazaret para ser la Madre de su Hijo y que haya entregado su mensaje en Fátima a tres pastorcitos, niños pobres de una pequeña aldea, son signos de la predilección de Dios por los pequeños, por los vulnerables, por los pobres. Así, se cumplen las palabras de Jesús: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a sabios e inteligentes, y las revelaste a los niños.” (Mt 11,25).

Así también, los cánticos de alabanza de María y Ana, que escuchamos en la primera lectura y en el Magníficat, enaltecen a los humildes y a los hambrientos los colma de bienes.

Tanto Ana como María subrayan que el Dios Omnipotente muestra su poder ensalzando a los pequeños, a los humildes, frente a los poderes del mundo que, desde el egoísmo y la codicia, propician una sociedad profundamente inequitativa. Por ello, Dios “dispersa a los soberbios, derriba a los poderosos de sus tronos y a los ricos los despide vacíos”.

El Milagro del Sol, ocurrido el 13 de octubre de 1917, no solo confirmó las apariciones de María en Fátima; también tiene como objetivo realizar un milagro mucho mayor y más extraordinario que cualquier otro: la salvación de las almas, la conversión de los pecadores; “para que todos crean” en Jesús y, al creer, tengan vida eterna.

Como ayer, Dios sigue buscando aliados, sigue buscando hombres y mujeres capaces de creer, para cooperar con la creatividad del Espíritu. Dios sigue recorriendo nuestros barrios y nuestras calles, va a todas partes en busca de corazones capaces de escuchar su invitación y de hacerla convertirse en carne aquí y ahora. Parafraseando a san Ambrosio en su comentario sobre este pasaje, podemos decir: Dios sigue buscando corazones como el de María, dispuestos a creer incluso en condiciones absolutamente excepcionales. (Francisco, 25 de marzo de 2017).

Nos encomendamos a la intercesión de la Virgen de Fátima para que seamos dóciles a la Voluntad de Dios, que sepamos decir sí a su Palabra y así encarnar en nuestras vidas los valores del Evangelio, para instaurar el Reino de Dios, reino de paz y de justicia, en nuestra sociedad.

Asunción, 13 de octubre de 2022

 

+ Cardenal Adalberto Martínez Flores

Arzobispo de la Santísima Asunción