Historia de la Solemnidad y sentido teológico

Por: Reverendo Padre Wilber Mendoza, cmsj

La Solemnidad de la Asunción de María a los cielos, es una de las celebraciones más antiguas, importantes y centrales de entre las cuatro solemnidades de María que celebramos durante el Año Litúrgico, por la simple razón de que en esta fecha celebramos nada más y nada menos que la Pascua de María.
En otras palabras, podríamos afirmar que esta solemnidad es la síntesis de todas las fiestas marianas, “la fiesta de la Pascua de María”. Asociada de manera singularísima a Cristo, su Hijo en toda su vida, lo fue también en la glorificación en cuerpo y alma. “Con razón – dice el prefacio propio de la solemnidad – no quisiste, Señor, que conociera la corrupción del sepulcro la mujer que, por obra del Espíritu, concibió en su seno al autor de la vida Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro”
En la Exhortación Apostólica Marialis Cultus, el beato Papa Pablo VI nos enseñaba que la gloriosa Asunción de María al cielo es la “fiesta de su destino de plenitud y de bienaventuranza, de la glorificación de su alma inmaculada y de su cuerpo virginal, de su perfecta configuración con Cristo resucitado; una fiesta que propone a la Iglesia y a la humanidad la imagen y la consoladora prenda del cumplimiento de la esperanza final; pues dicha glorificación plena es el destino de aquellos que Cristo ha hecho hermanos, teniendo “en común con ellos la carne y la sangre” (Hb 2, 14; cf. Gal 4, 4). (MC,6)
Para hablar de la historia de esta solemnidad es necesario mirar a las Iglesias de Oriente donde comenzó a celebrarse este misterio. El año litúrgico, en algunas de estas iglesias comienza el 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de María, cuyo nacimiento inmaculado es principio y preparación para la llegada del Mesías Salvador. Es por ello la puerta de nuestra redención y esta obra realizada por el misterio pascual de Cristo da su primer fruto en el misterio de esta Solemnidad, porque es en la Asunción de María, o la Dormición, como es llamada allí, donde se celebra el «último de los misterios» de nuestra redención. En otras palabras, En el misterio de la Asunción de María, se resume y contempla la esperanza que aguardamos todos los cristianos. En ella se ha cumplido ya, lo que nos ha sido dado como herencia gracias a la muerte, resurrección y ascensión de Jesucristo.
En occidente llamamos a esta solemnidad como la Santísima Asunción de María a los cielos. Su nombre está ligado al misterio de la Ascensión del Señor. Es más, nos esclarece la íntima relación que existe entre el misterio de Cristo que sube a los cielos y el misterio de la Virgen María que es subida a los cielos. Cristo con su propio poder. La Virgen por la gracia divina. En Oriente, los cristianos le dan el título tradicional de «Dormición». El acento está puesto en el ícono de la Virgen recostada en su lecho de muerte, que parece «dormida».
La Asunción de la Virgen es la Pascua de Nuestra Señora, su «Tránsito glorioso», a semejanza del de su Hijo Jesucristo. Ella es la primicia pascual con Cristo de la nueva humanidad, que su cuerpo, como el de su Hijo, está resucitado y glorioso como promesa de lo que nosotros seremos.
Tal es la importancia que se otorga a esta celebración, que sobre todo en la milenaria tradición de las Iglesias orientales, su calendario litúrgico contempla una especie de pequeña cuaresma que se inicia 1 de agosto y a partir del 15 le acompaña un gozoso y breve tiempo pascual-mariano que se extiende hasta los primeros días de septiembre. Para nosotros, los católicos de occidente, la solemnidad de la Asunción se prolonga jubilosamente en la celebración de la fiesta de la memoria de María Reina. Es una fiesta establecida por el Papa Pío XII. Se celebra, por disposición del mismo Papa, ocho días después de la Asunción; en ella, efectivamente, contemplamos a Aquella que, sentada junto al Rey de los siglos, resplandece como Reina e intercede como Madre (cf. MC 6).
Por su trascendencia y su carácter, esta antiquísima solemnidad, es la única celebración mariana que tiene una Misa propia de Vigilia, ya que, desde entonces, las primeras comunidades cristianas se reunían a celebrar este acontecimiento como lo que era, la Pascua de María.
Hablar de la «Pascua de María», significa que María ya participa plenamente de la misma Pascua de su Hijo Jesucristo. Ella es la primicia pascual con Cristo, y en ella se cumple ya, en su cuerpo y alma, en todo su ser, la promesa que nosotros esperamos. San Juan Damasceno le canta: «Tu muerte fue una pascua verdadera, de lo transitorio a la vida inmortal y divina; en ella puedes contemplar ahora llena de gozo a tu Hijo y Señor…»
En la Asunción de María puede mirarse la Iglesia y la humanidad entera redimida por Cristo y ver en ella el anticipo de los frutos de la redención. María, al decir de muchos teólogos, puede ser contemplada como «el icono escatológico de la Iglesia». María es ya la tierra en el cielo, es anticipo de la Iglesia glorificada.
María es el icono de la Iglesia, la figura femenina de esta Iglesia, llamada también a una dormición, a un tránsito glorioso que no deja de ser un paso por la muerte.
Acogida en el cielo como criatura, glorificada en María, la Iglesia se contempla en la Virgen. Ella, la Virgen, es ya lo que seremos. María es imagen de la Iglesia glorificada.
¡SALVE, SEÑORA DE LA ASUNCIÓN,
GLORIOSA FUNDADORA DE NUESTRA GRAN NACIÓN!
¡AL PARAGUAY BENDIGA TU CASTO CORAZÓN!