¡Ave María Purísima!

1. Sentido de la fiesta de Nuestra Señora de la Asunción
La Solemnidad de la Asunción de María a los Cielos, es una de las celebraciones más antiguas, importantes y centrales de entre las cuatro solemnidades de María que celebramos durante el Año Litúrgico, por la simple razón de que en esta fecha celebramos nada más y nada menos que la Pascua de María.
En otras palabras, podríamos afirmar que esta solemnidad es la síntesis de todas las fiestas marianas, “la fiesta de la Pascua de María”. Asociada de manera singularísima a Cristo, su Hijo en toda su vida, lo fue también en la glorificación de su cuerpo y de su alma. “Con razón – dice el prefacio propio de la solemnidad – no quisiste, Señor, que conociera la corrupción del sepulcro la mujer que, por obra del Espíritu, concibió en su seno al autor de la vida Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro”.
En la Exhortación Apostólica Marialis Cultus, el San Pablo VI, Papa, nos enseña que la gloriosa Asunción de María al Cielo es la “fiesta de su destino de plenitud y de bienaventuranza, de la glorificación de su alma inmaculada y de su cuerpo virginal, de su perfecta configuración con Cristo resucitado; una fiesta que propone a la Iglesia y a la humanidad la imagen y la consoladora prenda del cumplimiento de la esperanza final; pues dicha glorificación plena es el destino de aquellos que Cristo ha hecho hermanos, teniendo en común con ellos la carne y la sangre” (Hb 2, 14; cf. Gal 4, 4).

La Asunción de la Virgen es la Pascua de Nuestra Señora, su «Tránsito glorioso», a semejanza del de su Hijo Jesucristo. Ella es la primicia pascual con Cristo de la nueva humanidad: su cuerpo, como el de su Hijo, está resucitado y glorioso como anticipación a la promesa de lo que nosotros seremos.

La otra imagen del Apocalipsis la del dragón, signo del Poder del mal hace tomar conciencia a la Iglesia que ella vive por tanto en la situación de peregrina en las dificultades y en las persecuciones. Pero está segura de que en el horizonte se encuentra la salvación y la victoria total. “Ahora se ha cumplido la salvación, la fuerza y el reino de nuestro Dios y la potencia de su Cristo” (Apocalipsis 12,10).

La fiesta litúrgica de la Asunción nos debe recordar la libertad del Espíritu, la inmersión en Dios la donación total. Las preocupaciones mundanas de nuestra sociedad parecen oponerse al Espíritu de esta celebración: el materialismo y el consumismo pesan sobre el hombre que dificultan levantar la cabeza hacia el cielo, contemplar el silencio, el misterio. Reina la superficialidad y no la facilidad interior que permiten “subir” hacia el conocimiento de los secretos que nos superan.

El Hijo le es arrancado sobre la cruz por la fuerza del mal. Pero sobre la cruz es donde el Hijo comienza la Nueva Era de salvación en la que está involucrada toda la humanidad de los creyentes, comenzando precisamente por la primera, privilegiada fiel María “La Sierva del Señor”.

2. Para nuestra vida:
Quiero mencionar algunos eventos importantes que indican señales de esperanza, a la luz de la asunción de María a los cielos:
El Trienio de la juventud ha despertado la participación de miles de jóvenes y protagonizan varias actividades religiosas y culturales. Han reflexionado sobre diversos temas de interés juvenil. Ahora se disponen a un Foro Nacional y el próximo mes de setiembre realizan un gesto común “una joven, un árbol, una vida” creando espacios verdes y mejorando las condiciones actuales del hábitat.

En el Novenario de la fiesta mariana, el desfile de los alumnos de las escuelas católicas, la peregrinación de los jóvenes a la Catedral, la presencia de muchos movimientos eclesiales ha creado un impacto de alegría y un contagio de esperanza, a pesar de las dificultades actuales del país.
Pero, en todos hay un deseo de superar la crisis y dar una salida institucional a la crisis que los políticos han aprovechado para sus intereses. El país debe salir adelante, debemos recuperar la credibilidad y la confianza, la gente espera signos claros en los puestos de servicio público con personas competentes, honestas sin un pasado judicial manchado y patrióticas, con entera entrega al desarrollo sustentable, al bien común y con amor a los ciudadanos y a los más pobres. El país enfermo puede ser sanado con la firme voluntad de parar la corrupción, la injusticia, la impunidad, funcionando adecuadamente todas las instituciones públicas como deben funcionar.

Mientras el pueblo sufre, la recesión económica es pesada, algunos quedaron sin trabajo, la salud pública deja mucho que desear, hay quejas en relación a los rubros de instituciones educativas católicas que el MEC no los devuelve. Hará falta también una especial atención a la administración autónoma del Instituto de Previsión Social, antes de que sea tarde lamentar, sin desviar el fondo previsional en otras necesidades a expensas de la salud de los beneficiarios. Todos esperan la reactivación económica, la construcción de viviendas en el bañado norte y sur-

A nivel de la evangelización se sigue en el apoyo y defensa del matrimonio, de las familias, en contra de la ideología de género y del aborto. Como fruto de la Iniciación a la Vida Cristiana, que está siendo apoyada por el Presbiterio, por generosos párrocos que apuestan por el nuevo paradigma de la catequesis, se ve realizada en el camino que muchos adultos están realizando, en el conocimiento y fortalecimiento de su fe, en el encuentro con Jesucristo y con su Palabra de Dios, que se celebra en los ritos y en la participación eucarística, y que promueve la fraternidad en la pequeña comunidad cristiana formada y comprometida a anunciar a otros a Jesucristo.
Es motivo de alegría destacar la solidaridad y la caridad que se ha demostrado en los tiempos de inundación, a pesar de la recesión económica de los meses pasados, con un programa “Paraguay se levanta” de víveres y ropas a ser entregadas a los a los bañadenses de Asunción como a los damnificados del sur y del Chaco. Fue uno de los gestos más lindos de nuestra pastoral de caridad, pastoral social. Gracias a todos los protagonistas de solidaridad.
No nos dejemos vencer por la violencia, por el narcotráfico, por la ideología de género, por el aborto, por la injusticia ni por las graves situaciones de pobreza y marginación por la que pasan muchas familias, ni por la constante destrucción de sus hogares. Por eso, el clamor del pueblo se alza al cielo para que funcionen los servicios de los tres Poderes del Estado conforme la Constitución Nacional.

¡El Paraguay tiene muchos recursos humanos y dispone de muchos bienes de producción agrícola-ganadera y de energía hidroeléctrica, que deben beneficiar a toda la población, con leyes más justas y mediante una educación de las nuevas generaciones en valores, para que sean honestos ciudadanos y por qué no!, dignos hijos de Dios.
En estos tiempos inéditos y difíciles recurrimos a Dios Nuestro Señor por manos y por corazón de María, ella es la Abogada, la Auxiliadora, la Mujer gloriosa y resucitada en el cielo, la intercesora de los pobres y pecadores.

La Iglesia estará presente en medio de su pueblo, y su misión será anunciar la obra de amor de Dios mediante la evangelización. La Iglesia ilumina y acompaña la historia nacional desde sus orígenes, y mucho más hoy, cuando necesitamos orientación pastoral sea para el crecimiento de la fe cristiana, sea para la pacificación de nuestro pueblo. Su contribución a la buena cultura y a la práctica de la convivencia, de la ética pública pasa por los vínculos sociales y ayuda a la participación civil. La mejor política es la del Padre Nuestro, sentirnos familia unida, aún en momentos de pruebas sociales, siendo cristianos católicos testigos de esperanza, en la búsqueda y construcción del bien común y la dignificación de cada persona humana.

Considero que la tarea de cada ciudadano es recuperar la confianza en todos los sectores sociales, buscando poner a la Patria en primer lugar, como nos decía el Papa Francisco en su visita. Esa confianza permitirá el diálogo institucional. La solución a los graves problemas suscitados exige el encuentro entre los políticos beligerantes convocados en una mesa de diálogo.
El amor a la patria lleva a construir sólida la comunidad nacional, cimentada esta sobre la verdad, la justicia y la libertad y sobre los valores cristianos, que necesariamente pasa por la reconciliación y se abre a la esperanza. El amor fraterno lleva a la reconciliación y es el camino de nuestro ser nacional, llamados a vivir en paz. ¡No nos dejemos perder el amor a la Nación y a la paz!

En los momentos difíciles de la historia patria Mons. Juan Sinforiano Bogarín, cuyo tránsito al cielo hace 70 años, recomendaba que el pueblo paraguayo no se olvide de Dios, porque Dios nunca nos abandona. Y repetía “recordemos que nuestras desgracias y malestares aparecen en el momento en que creemos superflua e innecesaria su presencia en nuestras vidas”.
Por eso, hago una llamada a los cristianos en general a volver a Dios, dador de vida, amor y misericordia, para que con la oración humilde logremos la convivencia pacífica, no sólo en los hogares sino en cada esfera de la actividad social pertinente. Felices los constructores de la paz, dice Jesús. Ante la mecha de la pasión política, ante la lucha por el poder, ante los oportunistas cuyo objetivo podría interpretarse sólo como un cambio de gobierno, seamos críticos a los que pretenden destruir la democracia con la manipulación de sus intereses partidarios. Recordemos que la honestidad y la transparencia se oponen a la manipulación.

Nuestra sociedad debe estar al servicio de la persona y su meta es el bien común de todos los hombres y de todo el hombre. Las exigencias del bien común atañen al respeto y a la promoción integral de la persona y de sus derechos fundamentales. Ante todo, el compromiso por la paz, a la correcta organización de los poderes del Estado, a un sólido ordenamiento jurídico, a la salvaguardia del ambiente, a la prestación de los servicios esenciales para las personas, como alimentación, habitación, trabajo, educación, acceso a la cultura, transporte, salud, libre circulación de las informaciones y tutela de la libertad religiosa. El bien común es un deber de todos los miembros de nuestra sociedad, ninguno está exento de colaborar. Todos tienen derecho de gozar de las condiciones de vida social que resultan de la búsqueda del bien común (DSI 165-67).

Que la Gloriosa Mujer, Asunta a los Cielos, Nuestra Madre e intercesora ante Dios, Madre y abogada nuestra, nos anime a todos a una esperanza gozosa, a una fe que obra por medio de la caridad (Gál 5,14), porque “en el amor no hay lugar para el temor” (1Jn 4,18). El cristiano es un ser para la vida, y esta solemnidad debe animarnos a todos a no olvidar el camino trazado y anticipado ya en María, que es la gloria futura, como figura y primicia de la Iglesia. (Cfr. Prefacio). Que Ella bendiga nuestra Nación e interceda para que el país salga adelante institucionalmente, para alabanza de Dios y salvación de todos.

¡Alabado sea Nuestro Señor Jesucristo!