Hoy 29 de abril, celebramos la fiesta de Santa Catalina, Mística y Doctora de la Iglesia. Nació en marzo de 1347. Joven, sin preparación académica y mujer: poco significaba alguien así en la Europa del siglo XIV. Pero, Dios, que tiene una especial preferencia por lo pequeño y vulnerable, hizo de Catalina de Siena una ejemplar predicadora del Evangelio. Desde los 6 años quiso consagrarse totalmente al Señor. Tras la muerte de su hermana, decidió no contraer matrimonio y ser laica dominica, que en la época eran conocidas como «Hermanas de la Penitencia de santo Domingo». En 1370 vivió la «muerte mística»: pidió a Cristo que le cambiara el corazón. Desde entonces, su intensa vida de oración se juntó con la atención a los pobres y enfermos. Una santa servidora del Señor y su Iglesia. Inspiración de vocación de santidad y servicio a los demás en el seguimiento de Cristo.
Cuando se trata de discernir la propia vocación, es necesario hacerse varias preguntas. No hay que empezar preguntándose dónde se podría ganar más dinero, o dónde se podría obtener más fama y prestigio social, pero tampoco conviene comenzar preguntándose qué tareas le darían más placer a uno. Para no equivocarse hay que empezar desde otro lugar, y preguntarse: ¿me conozco a mí mismo, más allá de las apariencias o de mis sensaciones?, ¿conozco lo que alegra o entristece mi corazón?, ¿cuáles son mis fortalezas y mis debilidades? Inmediatamente siguen otras preguntas: ¿cómo puedo servir mejor y ser más útil al mundo y a la Iglesia?, ¿cuál es mi lugar en esta tierra?, ¿qué podría ofrecer yo a la sociedad? Luego siguen otras muy realistas: ¿tengo las capacidades necesarias para prestar ese servicio?, o ¿podría adquirirlas y desarrollarlas? (Christus vivit, Papa Francisco)
Para discernir la propia vocación, hay que reconocer que esa vocación es el llamado de un amigo: Jesús. A los amigos, si se les regala algo, se les regala lo mejor. Y eso mejor no necesariamente es lo más caro o difícil de conseguir, sino lo que uno sabe que al otro lo alegrará. Un amigo percibe esto con tanta claridad que puede visualizar en su imaginación la sonrisa de su amigo cuando abra su regalo. Este discernimiento de amistad es el que, el Papa Francisco propone, a los jóvenes como modelo si buscan encontrar cuál es la voluntad de Dios para sus vidas.
Marcos, Francisco, Richard tras discernir el llamado del Amigo, (regalo del seguimiento a Cristo), en la vocación sacerdotal y luego de varios años, de camino en la formación humana, espiritual, pastoral, académica en el ámbito de sus propias familias, en el seminario y fuera de seminario trabajando con los párrocos y fieles laicos, han pedido libremente ser ordenados diáconos, en tránsito hacia la ordenación sacerdotal.
El Diaconado sin embargo no es solamente transitorio, que tiene duración limitada, o pasajero, que se les confiere por un periodo de tiempo hasta la ordenación sacerdotal. Los diáconos participan de una manera especial en la misión y la gracia de Cristo. El sacramento del Orden los marcará con un sello («carácter») que nadie puede hacer desaparecer, es para siempre, y que los configura con Cristo que se hizo «diácono», es decir, el servidor de todos. Los diáconos, entre otras cosas, asistirían al obispo y a los presbíteros en la celebración de los divinos misterios sobre todo de la Eucaristía y en la distribución de la misma, asistir a la celebración del matrimonio y bendecirlo, bautizar, proclamar el Evangelio y predicar, presidir las exequias y entregarse a los diversos servicios de la caridad.
Pueden además efectuar otros servicios, según las necesidades específicas de la Diócesis, particularmente todo aquello relacionado con la realización de obras de misericordia, y la animación de las comunidades en que se desempeñan.
Jesús ejerció su ministerio terrenal ayudando a los demás, sirviendo a la gente, principalmente a las personas marginadas por la sociedad (enfermos, leprosos, paralíticos, hambrientos, pecadores y publicanos). Todo lo que realizó fue un servicio en función a la salvación, hasta tal punto que su máxima diaconía fue su “muerte y resurrección”, acto supremo mediante el cual redimió a la humanidad. El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y dar su vida como rescate por muchos (Mt. 20,28). En el seguimiento a Jesús Diacono, los discípulos ejercen su ministerio misionero y diaconal, proclamando la Buena Noticia del Reino transmitiendo la vida del Señor con el testimonio de su vida entregada hasta el extremo.
El Papa Francisco decía a los Diaconos: en la Iglesia debe regir “la lógica del abajamiento”: “todos estamos llamados a abajarnos, porque Jesús se abajó, se hizo siervo de todos. Si hay alguien que es grande en la Iglesia es Él, que se hizo el más pequeño y el siervo de todos”. Todo empieza aquí: “El poder está en el servicio, no en otra cosa”. Si no se vive esta dimensión nos dice el Papa, “todo ministerio se vacía por dentro, se vuelve estéril, no produce frutos. Y poco a poco se vuelve mundano”.
San Ignacio de Antioquia subraya la grandeza del ministerio del diácono, porque es “el ministerio de Jesucristo, que estaba junto al Padre antes de los siglos y se ha revelado al fin de los tiempos” (Ad Magnes., 6, 1). El recomienda a los cristianos la obediencia al obispo y a los sacerdotes, agrega: “Respetad a los diáconos como un mandamiento de Dios” (Ad Smyrn., 8, 1).
Prometerán seguidamente que quieren vivir el misterio de la fe con alma limpia, como dice el Apóstol, y proclamar esta fe de palabra y obra, según el Evangelio y la tradición de la Iglesia. Y que quieren prometer ante Dios y ante la Iglesia, como signo de su consagración a Cristo, observar durante toda la vida el celibato por causa del Reino de los cielos y para servicio de Dios y de todas las personas.
Prometerán también, celebrar la liturgia de las horas, junto con el pueblo de Dios, en beneficio de todos. Háganlo con alegría. Lean y mediten asiduamente la Palabra del Señor para creer lo que han leído, enseñar lo que han aprendido en la fe y vivir lo que han enseñado». El Señor les sostendrá, guiará y fortalecerá en perseverar en sus promesas, con la ayuda del presbiterio, del pueblo fiel y de todos nosotros con quienes caminaremos juntos.
Maria Santísima, Madre y Servidora del Señor y madre de los diaconos nos enseñe a decir siempre si a la Voluntad de Dios Nuestro Señor.
+ Adalberto Cardenal Martínez Flores
Arzobispo Metropolitano de la Asunción
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