LA VOLUNTAD DEL PADRE: ESCUCHAR EL CLAMOR DE LOS POBRES Y SER INSTRUMENTOS DE SU AMOR
Hermanas y hermanos en el Señor:
Es una alegría recibirlos hoy, en esta celebración eucarística, con palabras del salmista: “Bendito el que viene en nombre del Señor, los bendecimos desde la casa del Señor: el Señor es Dios, él nos ilumina…Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia…Esta es la puerta del Señor: los justos entrarán por ella. Te doy gracias porque me escuchaste y fuiste mi salvación.” (Salmo 117). “Pemomba’e guasu Ñandejárape, ha’e niko ipy’a porã ha imborayhu ndopái araka’eve. Mayma ojeroviáva Ñandejára rehe te’i: “Ñandejára mborayhu ndopái araka’eve.” Ñandejára oĩ che ndive, ndakyhyjéi mba’evégui. Máva piko ojapóta che rehe mba’eve?”
“Peipe’a chéve tupao rokẽ ha taike tamomba’e guasu Ñandejárape.”
Esta es la casa del Señor y por su puerta entrarán los justos, dice el salmista. Y en el evangelio que escuchamos, Jesús, el Señor, nos enseña con claridad la proclama, el mandato, el santo y seña (en el código de los uniformados) para “entrar en la Casa del Señor”, mere: hacer la voluntad del Padre, escuchando sus palabras y poniéndolas en práctica. No basta con decir Señor, Señor.
¿Cuál es la voluntad del Padre y de qué manera podemos saber si la estamos cumpliendo? Escuchar las palabras de su Hijo, Jesucristo, y ponerlas en práctica. Y es el mismo Señor el que nos indica el mensaje central de sus enseñanzas: la Ley, los Profetas y la esencia del reino que Él vino a realizar, es el mandamiento del amor.
Cuando le preguntan a Jesús cuál es el principal mandamiento, el más importante, El responde: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la Ley y los Profetas.» (Mateo 22,37-39). Ehayhu Tupã nde Járape ne nde py’aite guive, ne ánga rugua guive. Ha ehayhu nde rapichápe nde rejehuháicha. Ko’ã ha’é mokõi mandamientos, iñimportantevea. Todos los demás mandamientos, preceptos y doctrina se derivan y responden al mandamiento del amor a Dios que se realiza en el amor al prójimo, porque nadie puede decir que ama a Dios, a quien no ve, si no ama a su hermano que está al lado, a quien sí ve (cfr. 1 Juan 4,20). Quien afirma amar a Dios, pero ignora, odia o perjudica al hermano que tiene al lado, es un mentiroso. Pea i japu nde ava.
Cuando se le pregunta a Jesús quién es mi prójimo, Él pone como ejemplo la actitud del buen samaritano: el que ve a la persona herida y abandonada al costado del camino y se ocupa de sus heridas, de su dolor, de su vida. Se encarga de él, sin conocerlo, sin ser su amigo, cuate, sin ser de su valle ni de su religión. Lo vio necesitado y lo asistió. No lo ignoró, no pasó de largo como otros.
No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad del Padre. En este sentido, y en el contexto de la fiesta de nuestra Madre, María Santísima, que cantó en el Magníficat la predilección de Dios por los pequeños, por los vulnerables, por los pobres y necesitados, el amor al prójimo debe traducirse en escuchar y atender el clamor de los pobres.
No escuchar el clamor de los pobres, para su liberación, asistencia y su promoción humana integral, nos sitúa fuera de la voluntad del Padre y de su proyecto.
El Magisterio social de la Iglesia también nos dice que, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, nuestra casa común, que clama por el daño que le provocamos a causa de su uso irresponsable, por la codicia de unos pocos (cfr. Laudato Si, 2). El maltrato y el abuso de los bienes de la naturaleza, y sus efectos como las sequías o las inundaciones, profundiza el sufrimiento de los más pobres en el presente y proyecta un futuro incierto para las próximas generaciones.
(Mateo 25,31-40). Dios se identifica con los pequeños, los jóvenes, niños, personas con discapacidad, con los necesitados: con el que pasa hambre, con el que no tiene techo ni trabajo y está desnudo de toda protección, con el que está enfermo y no puede acceder al costo de un tratamiento o de los medicamentos; con el que está hacinado y olvidado en la cárcel (generalmente joven sin familia, sin recursos, sin horizontes…); con el que ha tenido que abandonar su tierra expulsado, ya sea del campo a la ciudad, ya sea buscando el sustento de su familia. Muchos lo buscan en otros países o fuera del terruño. Dios tiene predilección por los pobres, pero no quiere que permanezcan en esa condición, excluidos y descartados de una vida digna y plena. Es por eso que el amor a Dios debe concretarse en la caridad, no como limosna, sino como derecho a una vida digna, a su promoción humana integral.
Esto solo será posible en una sociedad más justa y equitativa, con oportunidades de acceso a los servicios básicos fundamentales como la salud y la educación de calidad, empleo y vivienda digna, desarrollo de sus capacidades para aportar al desarrollo de su familia y del país.
Una sociedad que no excluye ni margina a los indígenas, sino que los respeta y los apoya en sus tradiciones y que puedan vivir seguros en sus territorios ancestrales; una sociedad que contribuye a que las familias campesinas, los pequeños productores, accedan a la propiedad de la tierra, con políticas públicas para el arraigo en sus comunidades.
Las necesidades son muchas y los recursos son escasos. Esta realidad exige de quienes administran el Estado que sean buenos y celosos administradores de los recursos públicos para su inversión en políticas públicas y programas sociales para mejorar la vida digna de los ciudadanos. Por eso, la corrupción pública y privada es inadmisible y se constituye en un grave pecado personal y social. No se puede decir Señor, Señor, y robar los recursos públicos que condenan a cientos de miles a una vida desmejorada e indigna de su condición humana.
En la Iglesia, con el Adviento iniciamos un nuevo año litúrgico que nos invita a prepararnos para recordar el nacimiento del Hijo de Dios, pero también nos señala que es un tiempo de conversión, de vigilia y de preparación porque no sabemos ni el día ni la hora en que el Señor vendrá con toda su gloria para el juicio final. Todos necesitamos de conversión. Cuando llegue ese momento, seremos examinados y juzgados por cuánto hemos amado a Dios y al prójimo.
La Iglesia nos convoca en el 2025 a celebrar el Jubileo con el lema “peregrinos de la esperanza”. Juntos podemos. Necesitamos recuperar los valores morales que siempre han caracterizado a nuestro pueblo y el sentido de la ética en nuestro comportamiento ciudadano. Necesitamos “organizar la esperanza” para superar o achicar las situaciones de profunda inequidad social; para ello, será necesario proponernos seriamente trabajar con perseverancia, en todos los ámbitos y niveles de la sociedad paraguaya, para rehacer el tejido social y moral de la nación.
Hermanos y hermanas de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional. Sabemos de su capacidad de sacrificio, de disciplina, de lealtad y de honor. En ustedes ciframos una gran esperanza, pues tienen como misión la seguridad, el bienestar y la paz en nuestro país. Vivimos tiempos y situaciones difíciles. Les alentamos a enfrentarlos con integridad y con alto sentido de Patria, honrando la memoria de sus camaradas que han entregado su vida en el cumplimiento de su misión.
Oramos por los caídos en servicio, por ustedes y por sus familias. Les alentamos con las palabras del profeta Isaías: “Tenemos una ciudad fuerte, ha puesto para salvarla murallas y baluartes; su ánimo está firme y mantiene la paz, porque confía en ti. Confiad siempre en el Señor, porque el Señor es la Roca perpetua…”
“La esperanza no defrauda”, dice San Pablo. Esa esperanza se fundamenta en la confianza en el Señor. Él es la roca firme sobre la que cimentamos la paz y de la que ustedes son colaboradores en primera línea.
Invoco sobre ustedes y sus familias la bendición de Dios y ruego a Santa María, Madre de Dios, la Virgen de los Milagros de Caacupé, que les acompañe y les proteja siempre.
Así sea.
Caacupé, 5 de diciembre de 2024.
+ Adalberto Cardenal Martínez Flores
Arzobispo Metropolitano de Asunción
Administrador Apostólico de las FF.AA. y la Policía Nacional
Relacionados
- Actividades y Misas
- Campañas
- Carta Pastoral
- Catedral Metropolitana
- Catequesis
- Causa Monseñor Juan Sinforiano Bogarín
- Comunicación
- Comunicados
- Comunidades Eclesiales de Base
- Congreso Eucarístico 2017
- Congreso Eucarístico Arquidiocesano
- Decretos y Resoluciones
- Destacada
- Diaconado Permanente
- Educación
- Educación y cultura Católica
- El Evangelio de Hoy
- Evangelio en casa día a día
- Familia y Vida
- Familias
- Historia
- Homilías
- Instituto Superior San Roque González de Santa Cruz
- Juventud
- La Iglesia en Misión
- Liturgia
- Mes Misionero Extraordinario
- Movimientos Laicos
- Noticias del país y el mundo
- Orientaciones Pastorales
- Parroquias
- Pastoral de la vida
- Pastoral Social Arquidiocesana
- Santoral del día
- Semanario Encuentro
- Sin categoría
- Sínodo
- VISITA PAPAL
- Vocaciones y ministerios