En esta celebración del primer día del año 2025, en la solemnidad de Santa María Madre de Dios, aquí en la catedral de Nuestra Señora de la Asunción, te cantamos con “célica armonía tu caridad, tu amor, Madre de Dios. No cesará mi lengua noche y día de celebrar tu angélico primor. Salve Señora de la Asunción, gloriosa fundadora de nuestra gran nación, al Paraguay bendiga tu casto corazón. No cesaremos de cantarte en nuestras oraciones de Santo Rosario: Dios te salve María llena eres de gracia, llena de angélico primor. En ella se ha fundado el Fuerte Nuestra Señora de la Asunción, y desde ese fuerte y pilar, nos ha acompañado siempre para abrir surcos, esparcir y cultivar la Buena Semilla de la Palabra, para que en ella y con ella tierra fecunda, el fruto santísimo de su vientre pueda crecer, florecer y dar frutos de santidad. El Paraguay bendiga su Inmaculado corazón y tus tiernas manos de madre labradoras de Evangelio viviente.
En esta Catedral el Papa Francisco no había dicho el 11 de julio del 2015, «cada vez que rezamos, firmes como un campanario, gozosos de repicar las maravillas de Dios, compartamos el Magnificat y lo dejemos al Señor hacer, que Él haga a través de nuestra vida consagrada, grandes cosas en el Paraguay», con ella somos labradores y artesanos de esperanza. Con ella repicamos las campanas para llamar, convocar al Pueblo de Dios, fundar y refundar la fe. Nuestro himno a Nuestra Señora de la Asunción continúa y dice «Del Paraguay las brisas perfumadas lleven a ti mi canto de oración. Madre, piedad, somos almas ganadas con sangre y cruz de tu hijo redentor».
El Papa Benedicto XVI, cuyo natalicio al cielo recordábamos ayer 31 de diciembre del 2022, quien amaba profundamente a la Virgen María de ella decía: “es la flor más bella surgida de la creación, la ‘rosa’ aparecida en la plenitud del tiempo, cuando Dios, mandando a su Hijo, entregó al mundo una nueva primavera”. Al mismo tiempo la protagonista, humilde y discreta, de los primeros pasos de la Comunidad cristiana: María es su corazón espiritual, porque su misma presencia en medio de los discípulos es memoria viviente del Señor Jesús y prenda del don de su Espíritu”. Para los cristianos, recordaba el Papa Benedicto es “la primera y perfecta discípula de Jesús. María de hecho observó primera y plenamente la palabra de su Hijo, demostrando así que le amaba no sólo como madre, sino antes incluso, como sierva humilde y obediente”. “Por esto Dios Padre la amó y tomó morada en ella la Santísima Trinidad”.
Que nos bendigas, y acompañes en este año en qué hemos abierto las puertas del Jubileo 2025, Peregrinos de Esperanza.
En la bula de convocación del Jubileo de este año 2025 el Papa Francisco nos dice (24) La esperanza encuentra en la Madre de Dios su testimonio más alto. En ella vemos que la esperanza no es un vano optimismo, sino un don de gracia en el realismo de la vida. Como toda madre, cada vez que María miraba a su Hijo pensaba en el futuro, y ciertamente en su corazón permanecían grabadas esas palabras que Simeón le había dirigido en el templo: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón». (Lc 2,34-35). Por eso, al pie de la cruz, mientras veía a Jesús inocente sufrir y morir, aun atravesada por un dolor desgarrador, repetía su “sí”, sin perder la esperanza y la confianza en el Señor. De ese modo ella cooperaba por nosotros en el cumplimiento de lo que había dicho su Hijo, anunciando que «debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días» (Mc 8,31), y en el tormento de ese dolor ofrecido por amor se convertía en nuestra Madre, Madre de la esperanza.
Esta cena que celebramos en esta primera Eucaristía del año. agradecemos al Señor, por el don de la vida y la fe, por el trayecto del 2024 que nos tocó peregrinar y animemos a peregrinar con Esperanza el tramo que este año el Señor nos regala. Nos recostamos en oración en el pecho del Señor como lo ha hecho el Apóstol Juan Evangelista en la Última Cena, para sintonizar con los latidos del Amor, hacho carne, el Corazón de Jesús. Ese corazón sigue latiendo, ese corazón resucitado no nos ha dejado huérfanos, y nuestro centro o equilibrio personal es latir nuestro corazón al unísono del Corazón del Señor. En el mismo Tono. Sincronizando y sintonizando con su Corazón. Como sintonizaba el Corazón Inmaculado de María y el Sagrado Corazón de Jesús bendito en su vientre virginal. Latidos que la Virgen lo escuchaba guardaba en su corazón. El Papa Francisco en la mañana de hoy en el Ángelus decía: «Este corazón es el oído que escuchó el anuncio del arcángel Gabriel; este corazón es la mano de esposa entregada a José; este corazón es el abrazo que envolvió a Isabel en su vejez. En el corazón de María late la esperanza de redención para toda criatura fruto bendito de su vientre». Cuando perdemos el centro, el Amor, mboraihu, nos descentramos, descorazonamos y descarrilamos.
Cuando los corazones de los esposos sintonizan, por al amor que se tienen, en la familia, se puede decir que hay un único corazón. Los corazones rotos, infartados, son corazones que se han alejado del amor. De ese corazón fluyen odios, venganzas, asesinatos, sicariatos, guerras, robos, corrupción, desprecio de la vida humana, de la santidad de la vida. El amor es armonía entre personas y sana convivencia. La amistad social se construye con corazones solidarios. Encontramos el centro cuando encaminamos nuestra vida según su ley, sus Palabras. Palabras de vida que nos alientan a encontrar el verdadero sentido de nuestra existencia, siendo misericordiosos unos con otros.
Por la Jornada Mundial de la Paz: perdona, señor, nuestras ofensas, concédenos la paz, el Papa Francisco nos da un mensaje para este año.
(cfr. 10) En la oración del “Padre nuestro”, Jesús nos dice: «como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden», después de que hemos pedido al Padre la remisión de nuestras ofensas (cf. Mt 6,12). Para perdonar una ofensa a los demás y darles esperanza es necesario que la propia vida esté llena de esa misma esperanza que llega de la misericordia de Dios. La esperanza es sobreabundante en la generosidad, no calcula, no exige cuentas a los deudores, no se preocupa de la propia ganancia, sino que tiene como punto de mira un sólo fin: levantar al que está caído, vendar los corazones heridos, liberar de toda forma de esclavitud.
Que Ella, la Virgen de la acogida en la Anunciación, la Madre al pie de la cruz, la Madre de la Iglesia y vuestra, acompañe vuestros pasos, las obras de apostolado y de misericordia.(Papa San Juan Pablo II en la Catedral de Asunción, martes 17 de mayo de 1988).
Oración del Papa San Juan Pablo II
Santa María, Madre de Dios!
Queremos consagrarnos a ti.
Porque eres Madre de Dios y Madre nuestra.
Porque tu Hijo Jesús nos confió a ti.
Porque has querido ser Madre de la Iglesia.
Nos consagramos a ti:
Los obispos, que a imitación del Buen Pastor
velan por el pueblo que les ha sido encomendado.
Los sacerdotes, que han sido ungidos por el Espíritu.
Los religiosos y religiosas, que ofrendan su vida
por el Reino de Cristo.
Los seminaristas, que han acogido la llamada del Señor.
Los esposos cristianos en la unidad e indisolubilidad de su amor con sus familias.
Los laicos comprometidos en el apostolado.
Los jóvenes que anhelan una sociedad nueva.
Los niños que merecen un mundo más pacífico y humano.
Los enfermos, los pobres, los encarcelados,
los perseguidos, los huérfanos, los desesperados,
los moribundos.
+ Adalberto Card. Martínez Flores
Arzobispo Metropolitano de Asunción
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