Hoy celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad, que nos recuerda el misterio del único Dios en tres Personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La Trinidad es comunión de Personas divinas, las cuales son una con la otra, una para la otra y una en la otra: esta comunión es la vida de Dios, el misterio de amor del Dios vivo. Y Jesús nos reveló este misterio.
Él nos habló de Dios como Padre; nos habló del Espíritu; y nos habló de el mismo como Hijo de Dios. Y así nos reveló este misterio. Y cuando, resucitado, envió a los discípulos a evangelizar a todos los pueblos les dijo que los bautizaran «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19). Este mandato, Cristo lo encomienda en todo tiempo a la Iglesia, que recibió de los Apóstoles el mandato misionero. Lo dirige también a cada uno de nosotros que, en virtud del Bautismo, formamos parte de su comunidad.
Hemos nacido del vientre del la fuente bautismal, en esa fuente nos iniciamos en una sola agua de ser bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Somos parte de la morada de Dios. Estamos en su morada.
Santa Isabel de la Trinidad, carmelita descalza del siglo XX, vivió profundamente este misterio. En una de sus cartas escribió:
“Creo que en el Cielo mi misión será atraer las almas ayudándolas a salir de sí mismas para adherirse a Dios por un movimiento totalmente simple y amoroso, y mantenerlas en ese gran silencio interior que permite a Dios imprimirse en ellas y transformarlas en Él mismo.” Ella comprendía que el alma es morada de la Trinidad y que estamos llamados no solo a creer en este misterio, sino a habitarlo.
En la Trinidad encontramos el modelo de comunión para la Iglesia y para cada uno de nosotros. El amor que une al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo es el mismo amor que debe unirnos. Como nos enseñó Jesús: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros» (Jn 13,35). Por eso, el odio y las divisiones son contra‑trinitarios. Santa Isabel lo decía: “El alma que se mantiene en el amor, en la paz, en el silencio interior, ya vive el cielo en la tierra.”
La paz sea con ustedes. Esa misma invocación fue repetida una y otra vez, porque en casi todos los discursos públicos el Papa Prevost no dejó de repetirla. Con firmeza, el domingo 11 de mayo se dirigió a los poderosos del mundo para subrayar, en su primer rezo del Ángelus , “¡Nunca más la guerra!”. Con igual firmeza pidió que, en los territorios heridos por conflictos y violencias, principalmente Ucrania y la Franja de Gaza, la paz sea “justa y duradera”. Y ahora se recrudecen los enfrentamientos en el Medio Oriente, entre Iran e Israel, con cruces de bombardeos con misiles inteligentes pero irracionales, que causan derrumbes, destrucciones y muertes de vidas humanas. Nunca más a la guerra y a ninguna guerra.
Hoy, elevamos nuestra voz junto al Papa, junto a los pobres, junto a los que sufren en silencio. Y decimos. No más violencias, homicidios y feminicidios, caminado de contra mano a los preceptos del Amor. No más muertes causadas en holocaustos de horror como el caso de María Fernanda y tantas Marias Fernandas y otros fríamente heridas y cremadas por odios, ambiciones, y otras de patologías de codicias irracionales y destructivas. Estas heridas fracturan la comunión fraterna y alejan el misterio trinitario de la pacífica convivencia cotidiana. ¡No más guerras! ¡No más división! ¡No más indiferencia!
Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares, recibió una luz profunda sobre la Trinidad en plena guerra, mientras las bombas caían sobre su ciudad. Descubrió que Dios es Amor, y el amor verdadero es comunión, es unidad. Ella decía: “La Trinidad no es soledad, es familia, es comunión perfecta. Y si somos imagen de Dios, hemos nacido para vivir en comunión, no en la división.”
La Santísima Trinidad es comunión de personas, como la familia es su reflejo, La familia es morada y nicho del amor, de la comunicación, de perdón, valores de reconciliación, morada y escuela en la transmisión de los valores evangélicos, protectora y defensora de la vida humana, desde el vientre, desde la concepción, que es morada de vida, habitación de de la vida santa, que salvaguardar y desarrollar integralmente a lo largo de toda la vida hasta el fin último. El papa León XIV, el viernes 16 de mayo, exhorto a los gobiernos, del cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, a trabajar para construir sociedades civiles armónicas y pacíficas”, algo que puede “realizarse sobre todo invirtiendo en la familia, fundada sobre la unión estable entre el hombre y la mujer”.
Hoy 15 de Junio celebramos también el Día Mundial de Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez. Las personas mayores son un tesoro muy valioso para nuestras sociedades, a lo largo de sus vidas, han acumulado una sabiduría profunda, experiencias ricas y un amor incondicional que pueden enriquecer a las generaciones más jóvenes. Sin embargo, tristemente, a menudo son objeto de abuso y maltrato, lo cual es una verdadera tragedia y una grave injusticia que clama al cielo y es tan trascendente que hubo que determinar un dio mundial para alertar a la humanidad y a nuestro país sobre estos hechos. Ellos requieren que se vele con amor y dedicación por su bienestar y existencia. En este día, como Pastoral de Adultos Mayores Arquidiocesana invitamos a todos a reflexionar sobre la importancia de valorar y respetar a las personas mayores para trabajar juntos para erradicar el abuso y maltrato en la vejez y promovamos una cultura del cuidado y dignidad para todas las edades. Es crucial que se establezcan sistemas de protección y apoyo para aquellas personas mayores que sufren abusos, y que se brinden los recursos necesarios para su recuperación y justicia, implementando políticas públicas que realmente las consideren y protejan. Las personas que trabajan por el cuidado de nuestros adultos mayores y que lo hacen con dedicación, vocación y profundo respeto por nuestros abuelos y abuelas.
Nuestra parroquia y cada familia —escuela del amor y de solidaridad— están llamadas a esta misión: ser señales del amor trinitario y testigos creíbles del mensaje del Evangelio.
Cada domingo, cuando celebramos la Eucaristía, nos unimos al misterio trinitario. Nos alimentamos del cuerpo del Señor, entrando en comunión profunda con las Personas divinas. En Mirae Caritatis, León XIII describió la Eucaristía como “manifestaciones de Su asombroso amor, que, como rayos de luz, fluyen de Jesucristo”. La solemos ver, entonces, como zarza ardiendo: presencia de la Trinidad transformándonos para amar y servir.
Finalmente, la Virgen María, criatura perfecta de la Trinidad, nos guíe. La Virgen María vivió profundamente unida a la Trinidad: Hija predilecta del Padre, escogida desde antes de la creación. Madre del Hijo, que llevó en su seno al Verbo eterno. Esposa del Espíritu Santo, por quien concibió a Jesús. María es modelo perfecto del alma trinitaria: toda su vida fue un “sí” humilde, amoroso, disponible. Ella vivió en total comunión con la Trinidad, y nos invita a hacer lo mismo: guardar silencio, escuchar, obedecer, servir.
+ Adalberto, Card. Martinez Flores
Arzobispo Metropolitano
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