“DENLES USTEDES DE COMER”
Hermanas y en hermanos en Cristo Resucitado:
Les saludo con algunas estrofas del bellísimo himno que la liturgia del Corpus Christi nos presenta como secuencia antes de la proclamación del Evangelio: “Hoy celebramos con gozo la gloriosa institución de este banquete divino, el banquete del Señor… En aquella última cena Cristo hizo la maravilla de dejar a sus amigos el memorial de su vida… Enseñados por la Iglesia, consagramos pan y vino, que a los hombres nos redimen, y dan fuerza en el camino”.
La Eucaristía es el Sacramento de la comunión, que nos hace salir del individualismo para vivir juntos el seguimiento, la fe en Él. Es en la escucha de su Palabra, alimentándonos de su Cuerpo y de su Sangre, como Él hace que pasemos de ser multitud a ser comunidad, del anonimato a la comunión, de ser muchedumbre a ser uno en Jesús.
Jesús se nos da en la Eucaristía, comparte nuestro mismo camino, es más, se hace alimento, el verdadero alimento que sostiene nuestra vida también en los momentos en los que el camino se hace duro y los obstáculos dificultan nuestros pasos. Y en la Eucaristía el Señor nos hace recorrer su camino, el del servicio, el de compartir, el del don, y lo poco que tenemos, lo poco que somos, si se comparte, se convierte en riqueza, dando recibimos, (cfr. Hechos 20:35) porque el poder de Dios, que es el del amor, desciende sobre nuestra pobreza para transformarla.
La fiesta de Corpus Christi nos pide convertirnos a la fe en la Providencia, saber compartir lo que somos y tenemos y no cerrarnos nunca en nosotros mismos. La multiplicación de los panes y los peces demuestra que, en las manos de Dios, los recursos compartidos se multiplican.
Este mensaje es especialmente relevante en el trabajo parroquial y comunitario, donde las necesidades a menudo superan las capacidades humanas. La generosidad no es solo cuestión de bienes materiales, sino también de tiempo, talentos y disposición. En nuestro trabajo pastoral, se convierte en una herramienta poderosa para mostrar el rostro de una Iglesia que ama y comparte.
Tenemos el ejemplo de la Beata María Felicia de Jesús Sacramentado, la querida Chiquitunga. Para ella, la Eucaristía era la fuente que nutría e impulsaba su apostolado. Era tal su amor a la Eucaristía que en su vida consagrada coronó su nombre dedicado a Jesús Sacramentado.
No basta afirmar que en la Eucaristía Jesús está presente, sino que es necesario ver en ella la presencia de una vida donada y participar de ella. Al comer este Pan, nos asociamos a la vida de Jesús, entramos en comunión con Él, nos comprometemos a realizar la comunión entre nosotros, a transformar nuestra vida en don, sobre todo a los más pobres.
Así como el maná sostuvo la vida del pueblo de Israel, la Eucaristía es el alimento indispensable que sostiene la vida de todo cristiano mientras atraviesa el desierto de este mundo, aridecido por sistemas ideológicos y económicos que no promueven la vida, sino que más bien la mortifican; un mundo donde domina la lógica del poder y del tener, más que la del servicio y del amor; un mundo donde no raramente triunfa la cultura de la violencia y de la muerte. Pero Jesús sale a nuestro encuentro y nos infunde seguridad: él mismo es “el pan de vida” (Jn 6, 35.48).
La Eucaristía, fuente de amor para la vida de la Iglesia, es escuela de caridad y solidaridad. Quien se nutre del Pan de Cristo no puede quedar indiferente ante los que no tienen el pan cotidiano. Y hoy, lo sabemos, es un problema cada vez más grave.
Nuestro país produce suficientes alimentos y los exporta para el mundo, pero cientos de miles de paraguayos pasan hambre. En nuestro pueblo, sobre todo en la población infantil, se da una alta tasa de desnutrición, que se agudiza en las comunidades indígenas y campesinas.
Hay hambre de pan, pero también hay otro tipo de hambre que necesita nuestro pueblo ser saciada: el hambre de vida digna, de tierra, techo y trabajo, el hambre de justicia y de paz, de educación y salud, el hambre de ser parte de una comunidad honesta, fraterna, solidaria, el hambre de ser familia, de reconciliación, de diálogo, de respeto, de seguridad. (Mateo 5:6) Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados, dice el Señor. Hay hambre y sed de justicia, de nuestros compatriotas indígenas y paraguayos en graves situaciones de vulnerabilidad, que padecen desalojos de sus propias tierras causadas por poderosos don dineros, don mbareteces y jagarrapaces; en las carpetas acusatorias están caratulados de hechos punibles, para criminalizar sus justos reclamos, y suministrarles detenciones y calabozos, darles palos para desalentar sus “osadías” de rescatar lo suyo, hambres forzados que degeneran más todavía el tejido social condenado a desnutriciones e inequidades sociales. La justicia cero a la izquierda, es injusticia, es una contradicción desbalanceada, se parapeta en la impunidad y salva la corrupción de los corruptos.
(Miqueas 2:2) Miqueas, profeta campesino del año 690 antes de Cristo,ya decía y sus palabras siguen tan actuales hoy, 2025 años, después de Cristo: Codician campos y los roban, casas, y las usurpan; hacen violencia al hombre y a su casa, al individuo y a su heredad(…) por eso, así dice Dios el Señor: He aquí que yo medito, contra estas calañas, una hora de infortunio de la que no podrán sustraerse de sus cuellos. ¡No caminarán con altivez, porque será un tiempo de desgracia! (…) Los que han comido la carne de mi pueblo y han desollado su piel y quebrado sus huesos, los que le han despedazado como carne en la caldera, como vianda dentro de una olla, (los vulnerables son vianda de las ollas de los poderosos) clamarán entonces a Dios El Señor, pero él no les responderá: esconderá de ellos su rostro en aquel tiempo, por los crímenes que cometieron.
Los cristianos recibimos el mandato del Señor de dar de comer a los hambrientos, sustentar a los necesitados. Dios proveerá, si nosotros sabemos compartir lo que somos y tenemos, poniéndolo en común. El Señor nos pide organizarnos y crear comunidades para cumplir su mandato: “Hagan que se sienten en grupos como de cincuenta”. Sin comunidad, no habrá comunión. La caridad necesita ser organizada. La Eucaristía es comida comunitaria, es el pan partido, y es invitación a continuarla y vivirla en la sociedad.
No se puede amar a Dios, a quien no vemos, si no amamos al prójimo, a quien vemos, está a nuestro lado, está a la salida del templo, está en las calles y en las plazas, indígenas, campesinos, niños, mujeres, ancianos, personas con adicciones patológicas, hombres y mujeres que son invisibilizados por la globalización de la indiferencia.
San Juan Crisóstomo decía: “¿Queréis de verdad honrar el cuerpo de Cristo? No consientas que esté desnudo. No lo honran aquí con vestidos de seda y afuera le dejan padecer de frío y desnudez (Homilía 50).
Cristo no se contenta con darnos su cuerpo en la Eucaristía. Lo pone en nuestras manos para que llegue a todos. Es tarea de todos que la Eucaristía llegue a todos los hombres. Todo apostolado debe conducir a la Eucaristía. Así también, la Eucaristía nos impulsa a ser misioneros, a vivir el amor al prójimo, a anunciar la alegría del evangelio a todos, sin exclusiones, hasta alcanzar las periferias existenciales.
En esta Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre del Señor, invitamos a los cristianos que ocupan cargos de responsabilidad política y en cuyas manos están las decisiones que afectan la vida, los bienes y la dignidad de nuestro pueblo, a trabajar por el “orden justo de la sociedad y del Estado”, que impulsen políticas públicas para que a nadie falte el pan de cada día; tierra, techo, trabajo, las tres “T” de las que nos hablaba el papa Francisco, y favorecer las condiciones para la vida digna y plena de todos.
El mensaje del Evangelio para nuestra sociedad fracturada, fragmentada y polarizada es que la comunidad unida en torno a Jesús es capaz de superar grandes desafíos. Trabajar juntos en amor y unidad permite que nuestros esfuerzos se multipliquen. Este pasaje es una invitación a dejar de lado las divisiones y trabajar como un solo cuerpo, sabiendo que el bien común refleja el Reino de Dios aquí en la Tierra.
Pedimos la intercesión de la Beata María Felicia de Jesús Sacramentado, Chiquitunga, para que, como ella, la Eucaristía sea el centro de nuestra vida cristiana y fuente de nuestro compromiso bautismal para cumplir el mandato del amor: “Denles ustedes de comer”.
21 de junio de 2025.
Adalberto Cardenal Martínez Flores
Arzobispo Metropolitano de Asunción
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