SANTA MISA
HOMILÍA
Primer Domingo de Adviento
Hoy iniciamos el tiempo de Adviento, un camino de gracia y de esperanza. Con la primera vela encendemos una pequeña luz que simboliza el comienzo de algo grande. Es una llama humilde destinada a crecer en nosotros hasta culminar en la noche santa donde contemplaremos el milagro del pesebre. Con esa luz inicial Dios nos dice: “Despertá el corazón, levantá la mirada, algo nuevo está por nacer”.
El Adviento es un tiempo para dejar que la luz de Dios vaya creciendo dentro de nosotros. Así como la primera vela apenas ilumina, también nuestra fe comienza pequeña, pero se fortalece con la oración, la escucha de la Palabra y la reconciliación. Por eso podemos decir que esta primera llama es “una pequeña luz que nos conduce hacia la Luz Mayor, hacia el Sol de Justicia, que es Cristo (Malaquías 4,2), la Luz que ilumina el universo y nuestro corazón y que nos invita a caminar confiados en Él”, la luz plena que resplandece en el Niño Dios que nacerá en la humildad del pesebre.
En estos días, el Papa León XIV ha querido visitar Turquía en el marco de su peregrinar apostólico, para recordar y celebrar la fe de la Iglesia con motivo de los 1700 años del Concilio de Nicea. Aquel concilio, celebrado en el año 325, afirmó el Credo que profesamos cada domingo: “Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero”. Con su presencia en estas tierras, el Santo Padre desea ser portador de la Luz de Cristo, avivando la llama de la fe donde nació parte fundamental de nuestra tradición, fortaleciendo el testimonio cristiano en Oriente e impulsando la unidad entre las Iglesias. Su visita a Turquía, y luego al Líbano, busca renovar la fidelidad al Evangelio. Ante un mundo herido por conflictos, exhorta a ser constructores de paz. Recuerda que esta paz es don de Dios, implorada con oración, penitencia y contemplación. Le acompañamos espiritualmente en este peregrinar apostólico.
Isaías (cf. Isaías 2,1-5) nos presenta una visión luminosa: todas las naciones subirán al monte del Señor y de las espadas se forjarán arados. También nosotros, en Paraguay, estamos subiendo al monte de la Virgen de los Milagros de Caacupé. Las caravanas de los promeseros ascienden la loma, y las campanas de bronce llaman a los fieles con un dulce canto para el ñembo’e. Es un llamado a que nuestra patria camine a la luz del Señor.
San Pablo nos exhorta (cf. Romanos 13,11-14) a dejar las obras de las tinieblas: riñas, envidias y divisiones que solo traen oscuridad y muerte. Nos invita a revestirnos del Señor Jesucristo como quien se envuelve en un manto de luz. Las obras de la luz son aquellas que Cristo mismo nos ha traído. También nos exhorta a ser vigilantes, dejando atrás las sombras para revestirnos de Cristo, la luz que nos transforma.
Jesús nos llama a la vigilancia. Como en tiempos de Noé, podemos vivir distraídos sin percibir al Señor que pasa. Estar en vela es mantener el corazón despierto, atento a su presencia en los signos pequeños: un perdón ofrecido, una reconciliación buscada, una palabra que consuela, una mano que sostiene, un pobre que nos mira, una oración sencilla. La vigilancia es apertura a la gracia.
Estas semanas de Adviento, y cada día, son una invitación a ponernos en camino para subir al monte del Señor, sabiendo que Él no nos deja solos: Él nos instruye en sus caminos, ilumina nuestros senderos y fortalece nuestros pasos. Pero también estamos llamados a mirar a los costados del camino, donde tantos hermanos están impedidos de seguir caminando por situaciones que claman justicia. Hoy veíamos a nuestros hermanos indígenas reclamando techo, tierra y trabajo; ayer, miles de jóvenes peregrinos con sus propias reivindicaciones. Adviento es también escucha, cercanía y acompañamiento a los que sufren.
El Adviento es preparar el corazón como un pesebre. Cada semana dejamos que la luz avance un poco más para llegar al misterio más grande: Dios hecho Niño, el Salvador del mundo, que nace en una gruta oscura para iluminar más que todas las luces del universo entero.
El milagro del pesebre es que Dios quiere nacer también en nosotros. Cuando le abrimos el corazón, la oscuridad se disipa, la esperanza renace y el miedo retrocede. La Navidad es un nacimiento presente en cada alma que se abre a Cristo.
Que este Adviento sea un camino de luz creciente. Caminemos hacia el pesebre con la certeza de que la Luz Mayor, el Sol de Justicia, que es Cristo, iluminará nuestros pasos y transformará nuestra vida. Que María, mujer del Adviento, nos acompañe en este camino hacia su Hijo. Amén.
Asunción, 30 de noviembre de 2025.
+ Adalberto Martínez Flores.
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