28.06.2020
Queridos Hermanos y Hermanas:
Nos hemos congregado en este espacioso lugar, el aeropuerto de Asunción, como un signo de la Iglesia universal que se conecta con todos los pueblos llevando el único mensaje de salud divina, la salvación que nos regaló Cristo Jesús en su muerte y su resurrección.
Una iniciativa litúrgica que nos permite celebrar la santa misa al aire libre, sin aglomeración, en clima de fiesta, a pesar del frío y de la hora. Vinimos para rezar a Dios pidiendo por el fin de la pandemia y por un nuevo futuro de nuestro país con reformas serias y justas para el bien el Pueblo.
Es el día del Señor, fiesta dominical que hace presente la Resurrección del Señor Jesús. Él nos ha mandado celebrar su cena pascual, cada vez que nos reunamos, actualizando su Cuerpo y su Sangre para el perdón de los pecados y para escuchar su Palabra de vida. De este modo, también nos cuidamos mutuamente en toda la dimensión de la persona humana: salud física, salud psíquica y salud espiritual.
Queremos celebrar también la fiesta de la Iglesia, pues el 29 de junio es la festividad de los Apóstoles Pedro y Pablo, columnas de la Iglesia. Somos agradecidos a los Sucesores de Pedro, pues, nos han visitado dos Papas, en 1988 San Juan Pablo II, y en 2015, el querido Papa Francisco.
Este tiempo muy peculiar de la historia nos muestra una necesidad que va más allá de la simple preocupación por la salud física. Nuestra presencia es señal que buscamos a Dios, que escuchamos su Palabra, que nos reunimos en comunidad eucarística para celebrar la vida de fe, esperanza y caridad. Que hemos vencido el miedo, porque rezamos y confiamos plenamente en la gracia de Dios en medio de una comunidad de hermanos creyentes.
¿Qué mensaje nos da hoy la Palabra de Dios?
En la primera lectura: el profeta Eliseo le concede a una mujer sunamita el que sea bendecida por un hijo. Es la felicidad mayor de toda mujer ser madre y el profeta de Dios no puede concederle otra cosa, como sucedió con Sara, como sucedió con Ana la madre de Samuel y como sucederá con Isabel, la madre del Bautista. En la Biblia siempre se ha interpretado la maternidad tardía como una bendición, ya que consideraban la esterilidad como una maldición divina.
Dios que bendice siempre a la mujer, portadora de vida para vivir su maternidad. Toda madre es bendecida por sus hijos. Una y otra vez expresaremos nuestro dolor ante cualquier violencia hacia la mujer, como ante cualquier abuso sexual de menores. El caso de esta niña de 11 años no debe ser un “chivo expiatorio” porque ha dado a luz con dificultad, sino debe ser una alerta potente para frenar a los abusadores de menores. Es un crimen. Por eso, no justifica, como algunos proponen, el aborto en tales circunstancias de violación. Eso sería más inhumano aún, pues la violencia del aborto es una violencia fatal y criminal. Tal vez sólo los abusadores o los victimarios asesinos querrán esconder su crimen, con otro crimen. ¡Qué perversión es fomentada por quienes aprueban ambos crímenes! Dios tenga piedad de ellos…
No perdamos nunca el sentido humano de la vida y ante tales situaciones, por una parte, denunciar a los criminales, y por otra, sanar heridas de las pobres menores de edad embarazadas y no las multipliquemos. Nos urge a todos la protección y prevención de abusos de menores como tarea de toda la sociedad, Iglesia y Estado.
En la segunda lectura: en el fondo de toda esta catequesis aparece una confesión de fe cristiana muy primitiva con la que se expresaba que la fe es una participación en la vida de Cristo. Y es el bautismo, el sacramento de iniciación en el nombre de Jesús, donde se comienza este misterio de solidaridad cristológica en su eficacia más significativa. El bautismo es una sepultura del hombre viejo, y un símbolo que nos introduce en una vida nueva, la que Jesús nos ha ganado con su muerte y resurrección. Pero el bautismo es el inicio, que debemos proseguir con la praxis de la fe.
Esta dimensión teológica de la fe es la que da sentido al mismo bautismo. No es el bautismo lo determinante, sino la fe que nos lleva a vivir “co-sepultados” (abandonar el hombre viejo); a vivir “co-crucificados” (entregarse a la causa de Jesús); a vivir “co-resucitados”, es decir, en una vida nueva de amor y de esperanza; de compromiso y de solidaridad con los hombres. Pero es, a su vez, una experiencia de victoria sobre el pecado.
El pasado jueves el Papa Francisco nos ofrece un Directorio General de la Catequesis, basado en el kerigma y el catecumenado, teniendo 3 bases principales en la se puede actuar: El testimonio, la misericordia y el diálogo. Testimonio, porque la Iglesia no crece por el proselitismo, sino por la atracción. Misericordia, catequesis auténtica que hace creíble la proclamación de la Palabra. Y el diálogo, libre y gratuito, que no obliga, pero que, a partir del amor, contribuye a la paz. Este Directorio general es una “verdadera ayuda y apoyo” a la renovación de la catequesis en el único proceso de evangelización que la Iglesia no se ha cansado de llevar a cabo desde hace dos mil años, “para que el mundo pueda encontrar a Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre para nuestra salvación”.
En el evangelio: se nos habla del “seguimiento” de Jesús. En verdad, es algo que está lleno de ‘radicalidades”. Las cosas radicales son aquellas sin las cuales no es posible que nada subsista. Es radical la justicia, es radical la verdad, es radical una vida de honestidad y transparencia. El evangelio no podría ser el evangelio si se imponen a los discípulos otros criterios distintos de autoridad y prestigio. ¡Cuánto contraste, hay pues, con los criterios de corrupción, de inmoralidad, de impunidad! ¡Jesucristo nos libera de la cadena de robo y mentira que arrastramos desde hace mucho tiempo!
Las palabras que el Evangelio proclamado hoy pone en boca de Jesús nos obligan a dar otro rostro a la Iglesia de hoy. Una determinada forma de actuar decide claramente si pertenecemos o no a la Iglesia de Jesús. Hoy san Mateo nos diría que la fidelidad al Maestro y al Reino de Dios no es compatible con la fidelidad a nuestro modo de vida actual, en el que la ganancia económica de unos pocos, con salarios vergonzosos está por encima de todo y a costa de la vida de muchísimas familias pobres de nuestro país. En este tiempo de pandemia, mientras la gente quedaba en casa, cuántos se han aprovechado de nuestra inocencia, con el mal manejo de las cosas públicas. Sigue vigente una clase política corrupta y de la que la sociedad está harta, porque todos quedan impunes. Si al menos algunos de ellos, ojalá todos, manifestaran signos de conversión, como sucedió a Zaqueo ante Jesús, devolverían lo robado y el Estado recuperaría los millonarios dólares sustraídos impunemente, a ser destinados a la salud, educación, vivienda, a favorecer las iniciativas del mundo del trabajo. Nos urge la reforma moral del Estado.
Decimos que el Paraguay tiene un alto porcentaje de católicos, pero que algunos de ellos, cuando asumen alguna responsabilidad política o social, se olvidan de su fe, no dan testimonio de ella, dan la espalda a Dios y a la Iglesia Católica, y claramente se interesan de su pueblo sólo para corromper conciencias pidiendo votos.
Ellos prefieren guardar fidelidad a este mundo de la apariencia, de la hipocresía y de la producción y del consumo, que convierten todo en mercancía, en inequidad, y a hasta destruyendo sin medida la naturaleza y las familias. Mientras tanto, siguen campantes la deforestación y descuido de la naturaleza (también humana), el tráfico de drogas, el contrabando, la mala administración de la justicia, unido a la indiferencia a los pobres, campesinos e indígenas. De larga data es el silencioso resultado que se palpa en el sufrimiento de millares de personas en el más absoluto desamparo. Estos señores del ídolo del dinero y del poder han manifestado poca vergüenza y por eso, vale la pena que se pregunten seriamente, ante las palabras de Jesús, si esta fidelidad a los ídolos es compatible con guardarle fidelidad a Él y al Reino de Dios.
Queridos Hermanos
Agradezcamos a Dios la presencia de tantas familias que han venido con sus vehículos a este encuentro festivo. Sigamos a Jesucristo con todo el corazón, pues sólo Él tiene palabras de vida eterna. Comprometámonos a ser coherentes con nuestra fe, ahí donde debemos testimoniarla con valentía. Esa fe es la vence el mundo y es siempre una fogata de luz y de esperanza que se manifiesta en la coherencia de vida y de fe, en la justicia, la libertad, el amor, la verdad y la paz.
Recemos los unos por los otros, para que esta pandemia llegue a diluirse cuanto antes, por la intercesión de nuestra Madre celestial, la Virgen de la Asunción, aquí con la advocación de la Virgen de Loreto, patrona del aeropuerto.
+ Edmundo Valenzuela, sdb
Arzobispo Metropolitanok
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