MARÍA Y LA OPCIÓN PREFERENCIAL DE DIOS POR LOS POBRES


Hermanas y hermanos en Cristo:
El Paraguay y su capital, Asunción, están de fiesta. La Iglesia está de fiesta. Hoy celebramos una de las más antiguas y amadas fiestas dedicadas a María santísima: la fiesta de su asunción a la gloria del cielo en alma y cuerpo, es decir, en todo su ser humano, en la integridad de su persona. Así se nos da la gracia de renovar nuestro amor a María, de admirarla, a la tres veces admirable: por su fe, esperanza y caridad, y alabarla por las «maravillas» que el Todopoderoso hizo por ella y obró en ella.
Que nuestra ciudad capital lleve el nombre de Nuestra Señora Santa María de la Asunción, 413 años antes de la proclamación del dogma por la Iglesia, nos habla de que el culto a María, bajo esta advocación, encontró gran eco en el corazón de las comunidades cristianas con siglos de devoción y amor profundo a la Virgen de la Asunción.
En efecto, el 1 de noviembre de 1950, el venerable Papa Pío XII proclamó como dogma que la Virgen María «terminado el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial». Esta verdad de fe era conocida por la Tradición, afirmada por los Padres de la Iglesia, y era sobre todo un aspecto relevante del culto tributado a la Madre de Cristo. El dogma aparece como un acto de alabanza y de exaltación respecto de la Virgen santa.
La Madre de Dios participa de la Resurrección de su Hijo con todo su ser ya al final de su vida terrena; vive lo que nosotros esperamos al final de los tiempos cuando sea aniquilado «el último enemigo», la muerte (cf. 1 Co 15, 26); ya vive lo que proclamamos en el Credo: «Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro».
Varios pasajes de las sagradas escrituras ponen a María como ejemplo de la lucha del bien contra el mal, como escuchamos en la primera lectura. La mujer vestida de sol que se enfrenta al dragón y que lo vence por la protección de Dios. “La llena de gracia” se opone a Eva. María aplasta la cabeza de la serpiente, superando así el pecado original.
María, en su pequeñez, conquista primero los cielos. El secreto de su éxito reside precisamente en reconocerse pequeña, en reconocerse necesitada. Es esencial ser pobre de espíritu, es decir, necesitado de Dios. El que está lleno de sí mismo no da espacio a Dios. Por eso, el Señor ha hecho grandes cosas en ella y todas las generaciones la llamarán dichosa, bendita entre todas las mujeres, porque es bendito el fruto de su vientre.
Es hermoso pensar que la criatura más humilde y elevada de la historia, la primera en conquistar los cielos con todo su ser, cuerpo y alma, pasó su vida mayormente dentro del hogar, pasó su vida en lo ordinario, en la humildad. Los días de la Llena de gracia no tuvieron mucho de impresionantes. A menudo se sucedieron iguales, en silencio: por fuera, nada extraordinario. Pero la mirada de Dios permaneció siempre sobre ella, admirando su humildad, su disponibilidad, la belleza de su corazón, nunca tocado por el pecado. (Francisco, Ángelus 2023).
Hemos escuchado el Canto de María, el Magnificat es el cántico de la esperanza, el cántico del Pueblo de Dios que camina en la historia. Las palabras de María dicen que es un deber de la Iglesia recordar la grandeza de la Virgen por la fe. Así pues, esta solemnidad es una invitación a alabar a Dios, a contemplar la grandeza de la Virgen, porque es en el rostro de los suyos donde conocemos quién es Dios.
María revela la actividad de Dios en nuestro mundo. Dios dispersa a los arrogantes, destruye a los poderosos, envía a los ricos lejos con las manos vacías. No es para castigarlos, sino para hacerlos recapacitar en su corazón y conducta hacia los pobres. Solo los pobres y oprimidos reciben la promesa de la eterna gloria con Dios.
A los hambrientos los llenó de bienes y despidió a los ricos con las manos vacías. Los hambrientos son aquellos que están conscientes de que nada tienen y que todo es un regalo de Dios. Los ricos son los que creen que lo tienen todo cuando, en verdad, no tienen nada que sea duradero. Es una enseñanza que recorre todos los Evangelios.
El cántico de María nos muestra un camino seguro sobre lo verdaderamente importante en nuestras vidas. A través de su alabanza, María nos enseña qué tipo de personas encuentran el favor divino y las que, aunque son aparentemente exitosas y cuentan con la aprobación de los demás, son rechazadas por el Señor. Es absolutamente necesario vaciarnos de nosotros mismos para que Dios tenga lugar en nuestra vida y pueda obrar también en nosotros grandes cosas. En general los seres humanos buscamos demostrar que somos valiosos por lo que tenemos o por lo que hacemos, pero nuestro valor siempre debe estar cimentado en Dios y no en nosotros.
Los hambrientos son aquellos que están necesitados y que esperan en la provisión de Dios. Por otro lado, Dios se opone a los poderosos de este mundo y los ricos que confían en sus bienes como la fuente de seguridad y provisión. El deseo común de poder y riqueza como manifestaciones visibles de éxito en este mundo es en realidad una esperanza falsa y lejana a Dios.
Todo lo que tenemos y lo que logramos hacer son regalos divinos y cuando vivimos conscientes de nuestra necesidad de Dios, recibimos el favor del Señor y podemos disfrutar la plenitud de la vida que Jesús ofrece a sus seguidores. Y esta plenitud de vida no está exenta de la cruz, del sufrimiento, de la lucha cotidiana contra el mal en nosotros mismos y en la sociedad.
Según los evangelios, la vida de María transcurrió en el anonimato y en el silencio, pero, cuando habla, dice lo esencial. Uno de esos pasajes es el Magníficat donde nos revela cómo es Dios y qué actitud espera de nosotros. En las bodas de Caná María nos indica el camino de la salvación: “Hagan todo lo que Él les diga”. En estos dos pasajes encontramos el programa de vida de los discípulos misioneros de Cristo: el seguimiento del Señor implica despojarse de todas las “riquezas” (el egoísmo, la soberbia, la codicia) y cumplir su mandato: “ámense los unos a los otros como yo los he amado.”
¿A partir de este programa de vida, a qué estamos llamados hoy los bautizados?
El Paraguay clama por una sociedad más fraterna, solidaria, justa, equitativa. Una sociedad reconciliada, donde prime el diálogo y la búsqueda de la paz social. El auténtico diálogo social supone la capacidad de escuchar y respetar el punto de vista del otro. Dialogamos cada uno desde nuestra propia identidad y convicciones, pero nos abrimos a buscar puntos de contacto, de encontrar consensos básicos para trabajar y luchar juntos por el logro del bien común.
En este día en que se inicia un nuevo periodo de gobierno, exhortamos a quienes ocupan cargos de responsabilidad política, social y económica al diálogo social por el bien común. Necesitamos un pacto social sobre algunos temas esenciales entre los que mencionamos: el fortalecimiento de las instituciones de la República cumpliendo el mandato constitucional de la división de poderes, el equilibrio y el mutuo control; sobre todo, es fundamental salvaguardar la independencia e integridad de la Justicia.
La fortaleza, independencia e integridad del Poder Judicial y del Ministerio Público garantizarán el Estado Social de Derecho que proclama la Constitución Nacional, condición necesaria para superar la inequidad estructural, promover el desarrollo económico y social, y crear las condiciones para una convivencia pacífica y para la vida digna de nuestro pueblo.
Una Justicia íntegra e independiente contribuirá decisivamente al saneamiento moral de la Nación. Este es un desafío que nos hemos propuesto impulsar desde que asumimos la titularidad de la Iglesia particular de Asunción. Vemos que, si no recuperamos los valores morales, el dragón de siete cabezas, que son la impunidad, la corrupción, el crimen organizado, la inequidad, la violencia, el hambre de pan, medicamentos y trabajo, terminará por devorarnos. Necesitamos conversión, volver a Dios, confiar en Él.
Estamos en el Año del Laicado. Muchos bautizados ocupan cargos de responsabilidad en los Poderes del Estado, en las instituciones públicas, en los gremios empresariales y en diversas asociaciones y empresas de la sociedad civil. Por el bautismo están llamados a ser fermento del evangelio en esos ambientes, ser sal que impide la corrupción y luz para iluminar y orientar las conciencias y las acciones hacia el bien.
En este sentido, en la fiesta de la Patrona del Paraguay, reitero el llamado urgente que hicimos los obispos en nuestra carta pastoral: Laicos católicos, sean discípulos misioneros del Señor. Vayan y anuncien la Buena Nueva a nuestro pueblo; transformen su familia, su lugar de trabajo; participen en la vida pública, en las organizaciones vecinales, en su partido político, en las cooperativas… sean fermento en la masa; iluminen con el testimonio de su vida las sombras del pecado que amenazan la dignidad de los más pequeños, de los pobres, de los vulnerables de nuestra sociedad.
Les alentamos a que asuman su compromiso bautismal siendo fermento del Evangelio, y que en sus decisiones y en sus actos en el ámbito de su competencia reflejen los valores del Reino de Dios.
Encomendamos estas intenciones a nuestra Madre, Protectora e Intercesora, la Santísima Virgen María de la Asunción.

Que así sea.

+ Adalberto Cardenal Martínez Flores

Arzobispo Metropolitano de la Asunción