III Domingo de Cuaresma
7 de marzo del 2021
Queridos Hermanos y Hermanas
Alabado sea Nuestro Señor Jesucristo
Quiero compartir con ustedes el Evangelio que se nos ha proclamado y luego dejar un mensaje con ocasión de los acontecimientos sociales vividos.
El evangelio de San Juan quiere presentar un acto profético de Jesús, con un trasfondo de claves mesiánicas, es decir, que se anuncia el día del Señor. Se construyen algunas ideas de nuestro evangelio: Pascua, religión, mesianismo, culto, relación con Dios, vida, sacrificios.
Al expulsar Jesús los animales del culto, el evangelista Juan subraya que el verdadero culto no se hace con los sacrificios de animales, como sustitutos de los sacrificios a Dios. Jesús anuncia proféticamente una nueva religión, personal, sin necesidad de “sustituciones”. Por eso dice: “Quitad esto de aquí”. Es un acto profético, una profecía “en acto”.
¿Qué quiere decir esa purificación del templo que realiza Jesús? Es una crítica de nuestra “religión” sin corazón con la que muchas veces queremos comprar a Dios. Es la condena de ese tipo de religión sin fe y sin espiritualidad que se ha dado siempre y se sigue dando frecuentemente.
Este gesto profético de Jesús, los judíos lo usarán como acusación determinante para condenar a muerte a Jesús. La propuesta de Jesús es de una religión humana, liberadora, comprometida e incluso verdaderamente espiritual.
En este contexto de la purificación del Templo quiero también hacer un comentario importante a la historia y los acontecimientos que vivimos en estos días pasados y que vendrán nuevas manifestaciones populares con varios reclamos justos y necesarios. Me uno al Comunicado que la Conferencia Episcopal emitió el día de ayer, y hago una extensión al mismo.
Uniéndonos al justo reclamo de ciudadanos cansados de la falta de transparencia en el manejo de los bienes del Estado, cansados de la corrupción que descompone el tejido moral de la nación, sobre todo en lo que compete al cuidado de la salud del pueblo en este tiempo de particular dificultad debido a la Pandemia y a otros males que afectan a las familias paraguayas, solicitamos a nuestras autoridades nacionales escuchar la voz del pueblo, discernir con criterios de bien común y dar respuestas concretas y urgentes a los pedidos que se ajustan al derecho y a la razón, y ayuden a restablecer el orden social.
La Iglesia llama a todos sus hijos en esta situación de crisis a actuar con toda responsabilidad y buscando siempre el bien común, sin dejarse llevar a los extremos, ni de la apatía o la indiferencia social, ni de la violencia.
Es muy comprensible que surjan sentimientos de impotencia e irritación ante ciertas situaciones de injusticia, pero la gravedad del caso requiere redoblar la práctica de virtudes como la prudencia y la templanza para acertar en el camino y no dejarse llevar por actitudes masificantes o por la manipulación de los “pescadores de río revuelto” que ven en estos justos reclamos una simple oportunidad para apropiarse de la voz del pueblo, distorsionarla y, si les fuera posible, sacar réditos egoístas.
Recordemos todos, gobernantes y ciudadanos, creyentes y no creyentes, el consejo de San Agustín de Hipona: “Si callas, clamas, corriges, perdonas; calla, clama, corrige, perdona movido por la caridad” (TCJ 7,8). Esta caridad no es una utopía o una alienación, es un modo concreto y realista de estar como hombres rectos ante cualquier circunstancia.
Nuestra patria nos necesita íntegros. La soberbia divide, fragmenta, empuja hacia la violencia. La caridad, sin embargo, unifica interiormente, no tiene miedo del diálogo, y se debe vivir en la verdad. Busquemos con fuerza y vigor hacer cada uno nuestra parte, reclamemos con argumentos, gobernemos con humildad y sentido de justicia y lealtad a la patria.
En este tiempo reflexivo de Cuaresma cumplamos los Mandamientos de Dios que se proclamó en la primera lectura y purifiquémonos de nuestros pecados, violencias e indiferencias hacia los necesitados y enfermos. Seamos valientes para que esa purificación interior nos ayude a conservar la misericordia y el perdón en el Sacramento de la Penitencia o Confesión. Este es el tiempo de purificación personal, familiar, social y diríamos, por los acontecimientos vividos, purificación de la corrupción, de los abusos de poder, de las mentiras y engaños, de las soberbias, vicios y vanidades.
Levantemos los ojos un poco más arriba y haciendo un poco de silencio contemplemos con fe al que es “el Hombre”, reconociendo también nuestros límites, distracciones y errores, para así enfrentar juntos los desafíos actuales con sentido realista.
Unámonos solidariamente a las familias en situación precaria ya sea de salud, de bienes materiales, de angustia, de cansancio, y oremos por nuestra patria, consagrada a Dios y a su Madre santísima.
Oración, purificación (ayuno) y caridad, son armas poderosas y mucho más efectivas que la violencia, que debemos usar con mucha fe y esperanza, para ayudarnos a hablar y actuar como personas libres, reflexivas y justas.
Ánimo, Dios misericordioso no nos abandona jamás y camina con nosotros en todo tiempo hacia la Pascua. María Santísima, la Mujer gloriosa, bendiga en el día de mañana, a todas las mujeres del Paraguay y del mundo a quienes deseamos felicidades, que proceden de una verdadera fe en Jesucristo y que tenga su reflejo en construir la familia en salud, educación, vivienda digna, trabajo mediante los valores perennes de la justicia y de la paz.
+ Edmundo Valenzuela, sdb, Arzobispo de Asunción
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