Hoy en esta celebración de la Eucaristía, acción de gracias a Dios, celebramos el testimonio de vida de una santa tan querida por nosotros, Santa Rosa de Lima, patrona celestial de las Américas y patrona de nuestra parroquia. En el Salmo 103 ¡Todo lo hiciste con sabiduría, la tierra está llena de tus criaturas!

Santa Rosa, podríamos decir es criatura Dios, y  por eso cantamos: ¡Señor, Dios mío, qué grande eres! Estás vestido de esplendor y majestad y te envuelves con un manto de luz. En la santidad de Rosa contemplamos el esplendor de la luz de la santidad de Dios, en su vida y virtudes heroicas. Pero la contemplamos, para contemplar al Dios único y verdadero, el Santo Tres veces. Contemplarla e imitarla. Y como los  Santos y Santas veneradas en la Iglesia, en Paraguay, otra luz y recomendada por Dios ha sido y es Ma. Felicia de Jesús Sacramentado, Chiquitunga, la flor del Carmelo.

Las vidas de Santa Rosa de Lima y Nuestra Santa Ma. Felicia, podríamos decir de Villarrica)  tienen sorprendentes parecidos aunque distantes en el tiempo) ambas jovencitas  bellas por dentro y fuera, esposadas místicamente con el Señor, dedicadas a la oración y el sacrificio, y en la brevedad de su peregrinar en la tierra (Santa Rosa muere con 31 años y Ma. Felicia con 34).

Ambas han renunciado, en cierto sentido, a malgastar sus  vidas, aspirando a la vanidad o riquezas terrenales para buscar y definitivamente  encontrarse realizadas con el tesoro más grande: la fe en el Señor Jesucristo. Ambas invirtieron sus vidas y talentos, en una vida plena dedicadas a la oración y la acción para servir a Dios especialmente en los pobres y necesitados de su ciudad.

Ambas recomendadas por el Señor como ejemplo de vida cristiana. Como cada uno es recomendado y encomendado, por el propio bautismo, a gastar sus vidas para buscar  incesantemente la verdadera riqueza de la vida y la familia. La fe y las obras, la mejor inversión de la existencia.

Dijo Jesús a sus discípulos: Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en grane-ros, y, sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos? ¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida? ¿Y por qué se inquietan por el vestido? Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer. Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos. (Mt. 6,26)

Mateo 6:19: no acumulen tesoros en la tierra donde la polilla y el herrumbre corroe. Porque se inquieten por tener y acumular? Y lo que corroe verdaderamente el corazón humano  es la ambición irrefrenable de algunos del dinero, del placer y del poder, que corrompe la vida y arruga el corazón. Hay casos de corrupción, de la codicia (y ha veces con hechos de sangre) del dinero mal habido, asesinatos, que no solamente mancilla y herrumbra a la persona sino a toda su familia. Y puede manchar a la familia. La mancha de la codicia es la deshonra de la dignidad y fama de personas.

El poderosos caballero don dinero, como escribía en su poesía Francisco Quevedo y Villegas: madre al oro yo me humillo, el es mi amante y mi amado, hace todo cuanto quiero, poderoso don dinero.

Tal vez podamos decir con fe, contrarrestando la poesía de Quevedo, y con nuestra Santa Rosa, poderoso es el señor Rey de Reyes a quien amo y realiza cuanto quiero. Ante él me humillo y reconozco mi pecado, pero vuelvo a ti, deseoso de recomenzar y enmendar mi vida.

Dios nos recomienda, teniendo como modelo y ejemplo a Santa Rosa, especialmente  para cumplir la misión de amar Dios sobre todas las cosas, sobre todas las criaturas y al prójimo como a uno mismo, aspirando siempre más bien a contribuir por en bienestar de los demás por encima de nuestras propias pretensiones y comodidades.

(Gen 2,9) “El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín de Edén, para que lo cultivara y lo cuidara”. El tema de hoy es «Llamados a cuidar juntos nuestra casa común». Los cristianos y las personas de buena voluntad, todos, estamos llamados a cuidar juntos de la casa común, del huerto que el Señor Dios nos regaló y cuya custodia nos encargó.

La Iglesia enseña que el significado del actuar humano en el mundo está ligado al descubrimiento y al respeto a las leyes de la naturaleza que Dios ha impreso en el universo creado, para que la humanidad lo habite y lo custodie según su proyecto. (CDSI, N° 37).

La “Casa Común” es la casa de todos los seres humanos y no humanos; la conciencia del cuidado nace en el mandato de Dios y de la percepción de que los recursos naturales y ambientales son finitos. Lo que estamos viendo, en nuestro país y en el mundo, es el proceso acelerado de agresión a la creación, lo que nos convoca, con mayor intensidad, a asumir la responsabilidad común de restablecer la comunión con Dios, con nuestros hermanos y con toda la creación.

Cuidar la casa común es cuidar la vida en la tierra y de sus recursos, lo que implica salvar la humanidad y evitarle enormes sufrimientos, como los que ya estamos viendo y viviendo con los desastres y catástrofes en diversas zonas del mundo, con su saldo de dolor y luto.

Por eso estamos llamados a cuidar juntos de la casa común, lo que requiere una conversión ecológica y una vida que tenga en cuenta la ecología integral. El Papa Francisco, en Laudato si, define la ecología integral como aquella que incorpora claramente “las dimensiones humanas y sociales” (No. 137). La ecología integral tiene en cuenta áreas como la vida cotidiana, el desarrollo económico, el estado de la sociedad, el tema cultural y el cuidado ambiental.

La ecología integral se encuentra íntimamente relacionada con el bien común, lo que implica el respeto a la persona humana, el bienestar social y el desarrollo de los diversos grupos vulnerables, en especial de los sectores rurales y urbanos empobrecidos, y de las comunidades indígenas.

El tesoro de la fe encontrada por Rosita, como cariñosamente la llamaban, antes que esconderlo, ni perderse en la historia, nos ha sido transmitida de generación en generación, como la luz irradiada por la santidad de los héroes y heroínas de la fe; ella con la luminosidad de su testimonio, como la luz que se refracta en el tiempo, nos ilumina en el presente de nuestras vidas, para invitarnos a conducir nuestros pasos para buscar e  invertir nuestros talentos y esfuerzos en adquirir el tesoro de la fe en Dios y su Reino. La Casa común que es la Iglesia. Ya decía María Felicia antes de partir de este mundo exclamaba: que grande la religión católica. La Iglesia cómo casa y escuela de comunión. Donde aprendemos a valorarnos y vivir como hermanos teniendo a Dios como único padre.

A Santa Rosa de Lima, nuestra patrona celestial encomendamos nuestra parroquia. A nuestras familias, que la bendición de Dios por intercesión de Santa Rosa,  derrame sobre ellas el espíritu de su amor,  fortaleza,  conforto, alegrías y esperanzas aún en medio de las pruebas y dificultades encontradas.

Damos gracias a Dios por la vida misma. Que habiendo encontrado el tesoro de la fe y los valores evangélicos  sepamos invertir nuestras vidas y transitar siempre, como Santa Rosa nos inspira,  por el camino del bien, en el abnegado servicio a la sociedad,  para la edificación de la patria, en la paz, la seguridad, la justicia y libertad y el cuidado de la creación. Si Ma. Felicia es reconocida como la flor del Carmelo, Santa Rosa es la Flor (su apellido era Flores) que engalana la Iglesia en Paraguay, y que por sus méritos de santidad le pedimos su protección e inspiración.

 

Card. Adalberto Martínez Flores

Arzobispo Metropolitano de Asunción.