EL CAMINO DE LA SANTIDAD:

HUMILDAD, OBEDIENCIA Y AMOR

 

Hermanas y hermanos en Cristo:

Con gran alegría y gratitud a Dios, rico en misericordia, celebramos la eucaristía en esta parroquia que el Obispo de Roma, el año pasado, nos ha asignado como miembro de su clero, desde nuestra designación como Cardenal Presbítero de San Giovanni a porta latina.

Agradezco a los padres rosminianos por recibirnos con calidez y fraternidad para compartir esta liturgia en el domingo en que recordamos la fiesta de Santa Teresita del Niño Jesús, Patrona universal de las Misiones y de los Misioneros, y Doctora de la Iglesia, título concedido a muy pocas mujeres.

Las lecturas proclamadas nos entregan profundos, pero a la vez, sencillos mensajes para nuestra vida cristina y que han sido asumidos plenamente por Santa Teresita de Lisieux y, leyendo acerca de la vida del P. Antonio Rosmini, también por el fundador de los misioneros que cuidan pastoralmente esta querida parroquia.

Repasemos brevemente las lecturas propuestas para la liturgia de hoy.

De la escucha de la primera lectura, surge la cuestión de que, si el impío debe cargar con las consecuencias de su pecado, ¿hay lugar para el arrepentimiento? Ezequiel responde con una de las fórmulas más bellas de la misericordia divina: «¿Acaso me agrada la muerte del impío…, y no que se convierta de sus caminos y viva?» (v. 23; cfr 33,11).Y nos dice hoy: «si el impío se aparta de la impiedad que había obrado y hace justicia y derecho, él mismo se dará la vida» (v. 27).

En tanto que el Apóstol confiesa que su mayor gozo es la unidad de los cristianos, basada en la caridad y en el ejemplo de Cristo. Él es quien nos ha dado el más grande ejemplo de humildad, como queda patente en los versículos que escuchamos en este pasaje de la carta a los filipenses, donde se conserva uno de los textos más antiguos del Nuevo Testamento sobre la divinidad de Jesucristo. Quizá es un himno utilizado por los primeros cristianos que San Pablo retoma. En él se canta la humillación y la exaltación de Cristo. El Apóstol, teniendo presente la divinidad de Cristo, centra su atención en la muerte de cruz como ejemplo supremo de humildad, de obediencia y de amor.

San Pablo nos exhorta a la humildad: “No hagáis nada por rivalidad, ni por vanagloria −escribe−, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismos” (Flp 2, 3). Estos son los mismos sentimientos de Cristo, que, despojándose de la gloria divina por amor a nosotros, se hizo hombre y se humilló hasta morir crucificado (cf. Flp 2, 5-8). Cristo, el Señor, “se vació a sí mismo”, lo que pone de relieve la humildad profunda y el amor infinito de Jesús, el Siervo humilde por excelencia.

Pablo une la llamada a la humildad con la exhortación a la unidad. Y dice: “No obréis por rivalidad ni por ostentación, considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás” (Flp 2, 3-4). La vida cristiana es una pro-existencia: un ser para el otro, un compromiso humilde para con el prójimo y con el bien común.

La parábola de los dos hijos sólo viene recogida en Mateo y subraya la necesidad de la conversión (v. 32): Israel es como el hijo que dijo «sí» a Dios, pero luego no creyó y no dio frutos (cfr v. 30), como los fariseos que «dicen, pero no hacen» (23,3). En cambio, los pecadores dicen «no» a las obras de la Ley con su conducta, pero se convierten ante los signos de Dios (v. 32), cumplen la voluntad del Padre y entran en el Reino de Dios (v. 31).

Con esta parábola, Jesús reafirma su predilección por los pecadores que se convierten, y nos enseña que se requiere humildad para acoger el don de la salvación.

El Evangelio de hoy cuestiona la forma de vivir la vida cristiana, que no está hecha de sueños y bonitas aspiraciones, sino de compromisos concretos, para abrirnos siempre a la voluntad de Dios y al amor hacia los hermanos. Pero esto, también el compromiso concreto más pequeño, no se puede hacer sin la gracia. La conversión es una gracia que debemos pedir siempre: “Señor dame la gracia de mejorar. Dame la gracia de ser un buen cristiano”. (Francisco, Ángelus 2020).

Conversión, humildad, obediencia, amor y confianza en la misericordia de Dios, son las ideas centrales que impregnan el mensaje de las lecturas escuchadas y meditadas.

Cuando hablamos de los santos, aludimos a aquellas personas ordinarias que han vivido extraordinariamente su fe. Han sido reconocidos por la Iglesia no por sus títulos o méritos, sino por sus vidas ejemplares, marcadas por el buen combate espiritual que enfrentaron para ser fieles al evangelio, asumiendo las actitudes de Jesucristo, como Santa Teresita del Niño Jesús.

A los 15 años entró al Convento del Carmelo por un permiso especial del Papa León XII, cuando el ingreso a la orden carmelita era a los 18 años. Fue así que en 1888, Teresa Güerin empezó en Lisieux la vida religiosa alejada del mundo y años después sería proclamada santa, patrona de las misiones y doctora de la Iglesia

Muchos pensarán, ¿cuál es el legado y enseñanzas que dejó esta joven francesa que vivió apenas 23 años, para merecer este reconocimiento de la Iglesia? Santa Teresita vivió solo ocho años de monja, pero fue una vida muy fructífera en la cercanía con Jesucristo, que hace de ella una gran santa.

No tuvo grandes títulos en teología ni cargos importantes en la orden, sino solo dejó algunos pocos escritos. Por orden de su superiora, Santa Teresita comienza a escribir su autobiografía Historia de un Alma y al mismo tiempo contrae tuberculosis, enfermedad que dos años después le causó la muerte.

Con su testimonio de vida y los pocos escritos que dejó, ha sabido enseñar lo que significa la vida cristiana en su máximo grado que es vivir la caridad de la manera más elevada y eso es la santidad. Recordemos siempre que el mandamiento central de nuestra fe es el amor. El amor a Dios, traducido en el amor al prójimo, resume la Ley y los Profetas, enseña Jesús.

La santidad no consiste necesariamente en hacer cosas extraordinarias. En el convento ella lavaba los platos, hacía labores de limpieza y ayudaba a los enfermos. La santidad es hacer las cosas ordinarias de manera extraordinaria, con la máxima caridad posible. 

He aquí algunas enseñanzas de Santa Teresita del Niño Jesús: 

La primera. En Santa Teresita destaca su infancia espiritual, es decir, la importancia de hacerse como niño para entrar al reino de los cielos. Es tener la humildad necesaria, una dependencia de Dios y la actitud del que se sabe agradecido. Es ser como un niño y no tener actitudes de malicia, cálculos o intereses, que es el modo de pensar y de actuar de los adultos. 

Una segunda enseñanza fue su vida de oración, su conversación permanente con Dios a favor de los demás. Las misiones implican todo un trabajo físico y material que necesitan de un respaldo espiritual y eso viene por la oración. Ofrecía a Dios sus labores cotidianas, su cansancio, su servicio a sus hermanas enfermas y todas sus tribulaciones, por cada misionero en el mundo, que anuncia a Jesucristo en condiciones extremas, en la selva o en el desierto, en las periferias geográficas o existenciales, en territorios hostiles y peligrosos que, no pocas veces, terminan en martirio.

La tercera enseñanza es la especial relevancia que dio a la virtud de la humildad. Podemos decir que Santa Teresita nos enseña un camino para llegar a Dios: la sencillez de alma. Hacer por amor a Dios nuestras labores de todos los días. Tener detalles de amor con los que nos rodean. Esta es la “grandeza” de Santa Teresita. Decía: “Quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra.” El secreto es reconocer nuestra pequeñez ante Dios, nuestro Padre. Tener una actitud de niño al amar a Dios, es decir, amarlo con simplicidad, con confianza absoluta, con humildad, sirviendo a los demás. Esto es a lo que ella llama su “caminito”. Es el camino de la infancia espiritual, un camino de confianza y entrega absoluta a Dios.

Nos enseña a servir al prójimo con amor y perfección, viendo en ellos a Jesús. Toda su vida fue de servicio a los demás. Nos emocionan estas palabras de Santa Teresita, que nos invitan a vivir la santidad: He comprendido que el amor encerraba todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y lugares. Entonces, en un exceso de alegría delirante, exclamé: ¡al fin he encontrado mi vocación! ¡Mi vocación es el amor! He encontrado mi puesto en la Iglesia: en el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el amor; así lo seré TODO. 

En perfecta consonancia con el mensaje de las lecturas de hoy también vemos la vida y obra del P. Antonio Rosmini, fundador del Instituto de la Caridad. En efecto, este sacerdote se caracterizaba por la vida de oración, por la humildad y por su deseo de cumplir fielmente la voluntad de Dios.

Como decía Santa Teresita: la vocación que abarca todo es el amor; así también lo entendía el P. Rosmini: para tener vocación, no es necesario nada, sino un verdadero y constante deseo de amar.

Así, en los ejemplos de vida concretos de Santa Teresita del Niño Jesús y del P. Antonio Rosmini, podemos ver que adquiere sentido lo que proclamamos en la Antífona de entrada: En esto hemos conocido lo que es el amor de Dios: en que dio su vida por nosotros. Por eso también nosotros debemos dar la vida por los hermanos.

Finalmente, es importante recordar que hoy iniciamos el mes dedicado a las misiones y el mes en que se desarrollará la primera sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo sobre la Sinodalidad, donde los obispos y otros participantes se reúnen para recoger los frutos de los procesos de escucha previos. El Papa Francisco nos pide rezar por estas intenciones y subraya que el camino del Sínodo se basa en la oración y el discernimiento, y la dimensión sinodal está estrechamente vinculada a la vocación misionera, porque “la misión está en el corazón de la Iglesia”.

Francisco nos invita a orar para que ‘la escucha y el diálogo’ sean el ‘estilo de vida a todos los niveles’ de la Iglesia; escuchar al Espíritu Santo y dejarnos guiar por él, lo que supone oración y discernimiento. ‘Dejarse guiar por el Espíritu Santo’ supone escuchar juntos: ‘no es el resultado de estrategias y programas, sino de una escucha recíproca entre hermanos y hermanas’. Es el Espíritu del Señor el que nos abre caminos nuevos. Es quien nos ayuda a reconocer la misión de Cristo hoy y nos conduce hacia las periferias del mundo: ‘llegar a todos, buscar a todos, acoger a todos, involucrar a todos, sin excluir a nadie’”.

Reitero mi alegría y gratitud por esta hermosa oportunidad de celebrar la eucaristía en la Basílica de San Giovanni, nuestra parroquia, con la querida comunidad paraguaya y amigos, en este día de fiesta de la Santa Patrona de las Misiones y de los Misioneros.

Que el Señor nos bendiga y nos acompañe siempre en el camino de la humildad, de la obediencia a la voluntad de Dios y de la vocación al servicio de la caridad. Nos encomendamos a la protección de María Santísima, Madre del Amor Perfecto.

 

Así sea.

Roma, 1 de octubre de 2023.

 

+ Adalberto Cardenal Martínez Flores

Arzobispo Metropolitano de la Asunción