MENSAJE DE NAVIDAD 2023

DIOS SE HACE HOMBRE, POR LA FE Y LA OBEDIENCIA DE MARÍA Y JOSÉ

Hermanas y hermanos en Cristo:

Estamos en Navidad. Es la culminación de la espera. Hoy se cumple la promesa del Señor. Finalmente, Dios llega al mundo hecho niño, nacido de mujer, María Santísima, por obra y gracia del Espíritu Santo.

El Altísimo, el Rey del Universo, el que hizo cielo y tierra, el Omnipotente decide tomar nuestra condición humana, hacerse uno de nosotros, para elevarnos hacia él liberándonos del pecado.

Para cumplir su promesa, expresada por medio de los profetas desde el inicio de los tiempos, luego de la desobediencia del hombre y la mujer, Adán y Eva, Dios necesitó de otro hombre y de otra mujer, obedientes a su Voluntad, para su obra de salvación.

Cuando José, se entera de que su prometida está encinta, perturbado  se queda dormido; el Ángel del Señor, se le apareció en sueños le dijo : “José, hijo de David, no temas recibir a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de todos sus pecados”. Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que habla dicho el Señor por medio del profeta: “Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”. 

El evangelio nos señala que José hizo lo que el ángel le había ordenado: llevó a María a su casa, a la que estaba abandonando,  hizo lo que el ángel le había indicado. Por eso, la figura de José en esta llegada de Jesús, nos ayuda para mirar también con qué actitud José recibe al niño que viene.

Intentemos, por un momento, ponernos en el lugar de José y de María ante este acontecimiento de la venida de Dios al mundo. Si no hubiera confianza total en Dios, no habría sido posible la salvación.

José está dispuesto a hacer lo que Dios le pide con total disponibilidad y confianza. Es un hombre justo, es decir, el hombre que cree en las promesas de Dios, incluso cuando estas promesas resultan extrañas e incomprensibles y, de cualquier modo, bastante incómodas. Su vida, la de José, se ve convulsionada por el nacimiento de Jesús, el salvador, y en cuya concepción él no interviene.

Así también la Virgen, que concibe por obra del Espíritu, es puesta en una situación difícil porque, no estando todavía casada, quedó embarazada. Ante las costumbres y la legislación judía, ella estaba arriesgando su vida. El destino para muchas mujeres embarazadas, antes de tiempo, era la muerte. (Dt. 22,23)

Esta situación en la que se encontraron María y José, y su humilde aceptación, requería mucho coraje y una fe inquebrantable.

“Cuando José se despertó, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado”. (Mt 1,24). La fe de María se encuentra con la fe de José. Si Isabel había dicho de la Madre del Redentor: “Dichosa tú que has creído” (Lc 1,45), se puede también atribuir esta bienaventuranza a José, porque él respondió afirmativamente a la Palabra del Señor cuando le fue anunciada en este momento decisivo. José hizo lo que el ángel le había dicho: llevársela como esposa. Lo cual es pura “obediencia a la fe” (Rm 1,5).

Por esta actitud ante la Voluntad de Dios, José, hombre justo y obediente, es modelo de fe y patrono de la Iglesia Universal.

En José, encontramos un hombre natural, obediente y de gran respeto. Este humilde servidor, supo acoger en secreto este misterio de la acción de Dios en María e hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, recibir a su esposa, respetarla, cuidarla, acompañarla siempre y participar del nacimiento del Hijo, a quien “puso por nombre Jesús” (Mt 1,24-25).

El actuar de san José tiene consecuencias que favorecen a María y al niño que nacerá; le da a Jesús la pertenencia a una familia y a un pueblo, por tanto, le da una identidad y un lugar en la sociedad. Dios entra de lleno en la existencia humana y terrenal, y lo hace con la colaboración del varón justo, que obra en todo “para que se cumpla la Escritura”.

Varios pontífices, pero sobre todo el papa Francisco, han tomado como modelo y protector a San José para el complejo y difícil ejercicio del ministerio petrino. Sabemos de la devoción del Santo Padre por la imagen de “San José dormido”. Francisco inició su ministerio como Sucesor de Pedro el día de san José, el 19 de marzo del 2013. Toma como modelo a quien fue totalmente obediente a la Voluntad de Dios.

En aquella oportunidad, el Santo Padre nos entregó un bello y profundo mensaje que quisiera retomar, porque nos invita a todos a vivir la Navidad y proyectar en nuestra vida y en nuestra sociedad nacional los valores y las actitudes de San José en el cumplimiento de la misión que Dios le encomendó.

La misión que Dios confía a José es la de ser custodio y protector. Protector ¿de quién? De María y Jesús; pero es una custodia que se extiende luego a la Iglesia…

¿Cómo ejerce José esta custodia? Con discreción, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad total, aun cuando no comprende. 

¿Cómo vive José su vocación como custodio de María, de Jesús, de la Iglesia? Con la atención constante a Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio.

La vocación de custodiar nos corresponde a todos. Es custodiar y proteger toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y como nos muestra san Francisco de Asís: es tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos. Es proteger a la gente, el preocuparse por todos, por cada uno, con amor, especialmente por los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón. Es preocuparse uno del otro en la familia: los cónyuges se guardan recíprocamente y luego, como padres, cuidan de los hijos, y con el tiempo, también los hijos se convertirán en cuidadores de sus padres. Es vivir con sinceridad las amistades, que son un recíproco protegerse en la confianza, en el respeto y en el bien. En el fondo, todo está confiado a la custodia del hombre, y es una responsabilidad que nos afecta a todos. Ser custodios de los dones de Dios.

Y cuando el hombre falla en esta responsabilidad, cuando no nos preocupamos por la creación y por los hermanos, entonces gana terreno la destrucción y el corazón se queda árido. Por desgracia, en todas las épocas de la historia existen «Herodes» que traman planes de muerte, destruyen y desfiguran el rostro del hombre y de la mujer. (Francisco, 19 de marzo de 2013).

Este mensaje del papa Francisco nos interpela. El Paraguay está viviendo tiempos difíciles, que ponen a prueba nuestra confianza entre nosotros y hacia las instituciones de la República. No nos dejemos robar la esperanza ni la capacidad de reacción ante la corrupción, la impunidad, la falta de pudor y de límites éticos de quienes deberían ser custodios, protectores y promotores del bien común.

No podemos dejar de escuchar el clamor y la indignación de nuestro pueblo ante tantos «Herodes» que traman planes de muerte, destruyen y desfiguran el rostro del hombre y de la mujer. Como San José, debemos ser capaces de escuchar la voz de Dios y poner todo nuestro empeño para cumplir su Voluntad. 

Los hechos que vemos y vivimos a diario en el acontecer político, así como la situación de inequidad social estructural, contradicen radicalmente la Voluntad de Dios, como lo hemos señalado recientemente en el 3er día del novenario en Caacupé.

La corrupción en sus diversas formas, como el abuso de poder traducido en el delito de tráfico de influencias, (influencias de una  autoridad que prevaliéndose de las facultades de su cargo,  consigue a veces con extorsiones o amenazas o un hake, un beneficio económico para sí o para un tercero), práctica por desgracia muy común en ciertas instituciones. Es corrupción el malgasto y desperdicio de los recursos públicos. Es corrupción la compra de las conciencias y voluntades por medio de prebendas, así como propiciar, alentar y generar el avance del crimen organizado, que gozan de impunidad. 

La primacía de los intereses particulares o de sectores de poder económico y político por sobre el bien común, traen como consecuencia el hambre que afecta a cientos de miles de compatriotas, la desnutrición infantil, con secuelas irreversibles, el desempleo que genera la emigración forzosa por motivos económicos, del campo a la ciudad y al extranjero, el desplazamiento forzado de sus propias tierras a los pueblos indígenas, la falta de acceso a la tierra propia, al techo, a la educación y salud de calidad e integral, la drogodependencia, la agresión y destrucción del medio ambiente.

Por todo ello, la corrupción es un gravísimo pecado contra Dios y contra el prójimo. En vez de cercenar las leyes que promueven y protegen la lucha contra la corrupción y los corruptos, es necesario fortalecerlas (generarando más bien leyes menos complacientes), cumplirlas y hacerlas cumplir. Las decisiones de los que manejan recursos públicos, deben estar expuestas a todos los mecanismos de control, con total transparencia. Lo público, debe hacerse público.

La descomposición moral y la falta de referencias éticas en las decisiones políticas exigen la actuación ejemplar de la justicia, y una sana y perseverante presión ciudadana, por medio de la sanción social, a los que cometen actos de corrupción. 

Es cada vez más urgente impulsar redes  con los diversos sectores y actores sociales, iniciativas que contribuyan a rehacer el tejido social y moral de la nación. 

Cuando escuchamos al profeta Isaías hablar de Jerusalén como la “abandonada y devastada”, pensamos en nuestro querido Paraguay. Pero junto con el profeta decimos también: “por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que rompa la aurora de su justicia, y su salvación llamee como antorcha. Los pueblos verán tu justicia”. (Isaías 62,1-5). No descansaremos hasta contemplar la patria soñada. Como San José soñó el milagro de la vida, de la antorcha encendida, de mejores horizontes.

Los cristianos y todas las personas de buena voluntad necesitamos enarbolar la antorcha de la justicia y no descansar hasta que en nuestro país tenga plena vigencia el Estado Social de Derecho, garantía para la justicia social. Esta es una exigencia de nuestra fe cristiana y de la conciencia ciudadana Y es condición necesaria para la construcción de la paz social y para el desarrollo humano integral.

Por eso, como compromiso de Navidad, junto con el papa Francisco, invito, exhorto, a todos los que ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: seamos «custodios» protectores de la creación, del designio de Dios inscripto en la naturaleza, guardianes  y protectores del otro, del medio ambiente; no dejemos que los signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro. Pero, para «custodiar», también tenemos que cuidar de nosotros mismos. Recordemos que el odio, la envidia, la soberbia ensucian, la difamación la vida. Custodiar quiere decir entonces vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen. (Cfr.Francisco, 19 de marzo de 2013).

En la Navidad conmemoramos que Dios se hizo carne y sangre: se rebajó a ser hombre como nosotros, se humilló hasta asumir nuestros sufrimientos y nuestro pecado, y, por tanto, nos pide que lo busquemos en la relación con Cristo y con los hermanos. Dios necesita nacer, crecer y actuar en nuestra vida cotidiana. ¿Estamos dispuestos a escuchar su voz y, como la Virgen María y San José, cumplir su Voluntad?

La fe es la que a José le permitió ver la realidad con un sentido totalmente nuevo, de Jesús, de su esposa, que es María, la Virgen. Así fue viendo las realidades con los ojos de Dios, así creyó, así nos invita y nos propone la iglesia: que con fe miremos al Señor que ya llega, que viene para salvarnos, que es nuestro salvador. Dios se hizo hombre y es Dios con nosotros.

¡Feliz Navidad!

Asunción, 24 de diciembre de 2023.

+ Adalberto Card. Martínez Flores

Arzobispo Metropolitano de Asunción

Presidente de la Conferencia Episcopal Paraguaya