La misa de la Solemnidad de Corpus Christi fue celebrada ayer por el Mons. Ignacio Gogorza, Obispo Emérito de Encarnación y la homilía estuvo a cargo del Padre Víctor Giménez, Vicario General de la Arquidiócesis de Asunción.
En su homilía expresaba lo siguiente: “al reflexionar sobre este hermoso día para nosotros, de esta fiesta solemne del Cuerpo y Sangre de Cristo y mirando la hermosa liturgia que estamos celebrando y la misa de hoy. Hay un salmo, el salmo 80 que introduce esta gran fiesta: “El señor los alimentó con lo mejor del trigo y los sació con miel silvestre”. Esa es la gracia y el motivo por el cual estamos celebrando esta fiesta. Y reconociendo que es el señor el que nos alimenta y el único que puede saciar el corazón nuestro. En este salmo Dios habla a su pueblo Israel y le recuerda que está presente para intervenir e interceder siempre en su favor”.
El Padre Giménez expresó durante su prédica que “El Señor señala el obstáculo de la obstinación de su pueblo, la intención de querer vivir a su manera sin escucharle, saciarse de si mismo alejándose de Él, fuente de toda gracia. “Pero mi pueblo no me escuchó, Israel no me obedeció, los entregué a su corazón obstinado, caminaron según sus antojos”, es el reclamo que hace el Señor cuando nos alejamos de Él.
Esta es la forma de alejarnos de su presencia, en cambio Israel a pesar de su soberbia también manifiesta humildad, recapacita y vuelve a Dios, y le escucha. La escucha atenta de la palabra de Dios es la clave para vivir bien, para caminar por sendas adecuadas, libres de ataduras y cadenas del pecado de la idolatría, y encontrar alimento suficiente en su presencia”.
“Retiré la cadena de sus hombros y sus manos de la muerte, gritarte en tu angustia y te liberé, te respondí desde la fuente de mi gracia que es tu refugio”, esta es la orientación y la reflexión del salmo 80 que nos ayuda a contemplar a Abraham, que es uno de los que supieron escuchar al Dios altísimo y supo como ofrecer el sacrificio de su trabajo de la tierra al Señor el pan y el vino, en lugar de animales como estaba acostumbrado Abraham. Melquisedec el Rey de Salem introduce esta novedad en su vida, en la vida del padre de la fe, toda una novedad, una revolución al cual se abrió y se dejó impactar del padre de la fe. Esa es una forma de gozar de la presencia de Dios y abrirse a la novedad del espíritu para ser bendecido como lo fue Abraham, así lo bendice el Rey de Salem: Bendito sea Abraham de parte de Dios el Altísimo, creador del cielo y la tierra, y bendito sea Dios el Altísimo que entregó en sus manos a sus enemigos.
Abraham escuchó al Señor y le da a conocer sus caminos, humilla con la victoria a sus enemigos y adversarios, y lo alimenta y sacia con sus dones”.
Un llamado a alimentar a los excluidos
En otro pasaje de la homilía expresaba: “Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando” una plena amistad con los que comparten la amistad de Jesús con los hermanos, “ámense los unos a los otros como yo los he amado”, participamos como amigos sin separarnos de las necesidades cotidianas de los más necesitados, y a quienes estamos obligados a alimentar si realmente somos amigos y hermanos de Jesús. Se escuchó bastante bien lo que dijo Jesús: “denle de comer ustedes mismos”, quiénes son estos rostros hambrientos hoy: los excluidos, que tienen rostros, pero son migrantes víctimas de la violencia, los desplazados de nuestro campo campesino y refugiados en lugares indignos de la capital y alrededores, las víctimas del tráfico de personas, los secuestrados que aún lo tenemos y desaparecidos, los enfermos, los drogadictos que necesitan un socorro de hermano o de aquel que es amigo de Jesús. De nuestros ancianos y ancianas, niñas y niños que muchas veces son víctimas de prostitución, pornografía, violencia o de trabajos infantiles, mujeres maltratadas víctimas de la exclusión y el tráfico para la explotación sexual, personas con capacidades diferentes, desempleados, analfabetos, personas de las calles, indígenas y campesinos sin tierra son algunos rostros en el desierto de la vida que buscan aquel que trae la vida para nosotros. Jesús: “yo he venido a dar la vida a los hombres y para que lo tengan en plenitud”.
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