Homilía de la Misa Crismal

10 de abril del 2021

Queridos Hermanos y Hermanas

¡Cristo ha resucitado, aleluya!

En este tiempo pascual nos hemos reunido para un encuentro de comunión muy lindo con Jesucristo Resucitado, con el Clero y con los fieles presentes.

La misa Crismal, presidida por el obispo y concelebrada con los presbíteros de la diócesis, es la celebración en la que se consagra el Santo Crisma y bendice además los restantes óleos o aceites (para los enfermos y los que se van a bautizar).  Esta consagración del crisma y la bendición de los otros dos aceites es considerada como una de las principales manifestaciones de la plenitud sacerdotal del obispo.

Agradezco poder celebrar con el Clero y con ustedes en mi jubileo recordando la ordenación sacerdotal el 3 de abril de 1971 por manos del entonces Cardenal Antonio Samoré, junto con otros 24 colegas salesianos en la Universidad Pontificia Salesiana. Un tiempo de gracia que el Señor me concede para seguir alabándolo en cada sacrificio eucarístico y renovando mi fidelidad al proclamar, como conclusión de la plegaria eucarística el lema que me acompañó siempre: “Por Cristo, al Padre en el Espíritu Santo”. En el amor misericordioso de la Santísima Trinidad me amparó para ser testigo de su misericordia y salvación.

Como pastores de la grey que el Señor nos confía, en este tiempo de sufrimiento, de muchos contagios por el COVID-19, estos santos óleos constituyan una ayuda indispensable, de consuelo, de conversión y de esperanza para asumir el dolor que se abre plenamente a la gracia divina. La vida es siempre un paso del sufrimiento a la alegría, de la muerte a la resurrección de Jesucristo.

Cuántas experiencias de sanación ha realizado la Iglesia a través del servicio sacerdotal con los óleos de los enfermos. Misteriosamente contemplamos la gracia de Cristo que con misericordia y con eficacia actúa en la vida del enfermo recibiendo el sacramento, sanándolo y devolviéndolo a sus quehaceres diarios.

El nuevo Directorio para la Catequesis retoma la importancia del Ritual de Iniciación de Adultos (RICA) para que los catecúmenos, mediante la unción del óleo, se predispongan a abandonar una vida de pecado, se abran a la gracia del Espíritu y acepten con fe la vida nueva que recibirán en el bautismo. A esos que se inician a la vida cristiana sepamos ungirlos con el óleo de los catecúmenos, usémoslo más frecuentemente en la liturgia bautismal, también para los de la infancia. En ese momento, el hijo o hija de Dios, se encuentra dispuesto a recibir el don de la vida nueva, será gradualmente insertado al Cuerpo de Cristo y se dejará trasformar en nueva criatura.

Por su parte, el santo crisma, es decir el óleo perfumado que es figura del Espíritu Santo, se nos fue dado con todos los carismas, en el día de nuestro bautismo, de nuestra confirmación y en la ordenación de los sacerdotes y obispos. Con el Espíritu Santo que se entrega al creyente, este recibe la gracia santificante, inicia la vida de santidad y se convierte en discípulo misionero de Jesucristo, según la vocación recibida para cada uno al servicio de la Iglesia.

La primera lectura del Profeta Isaías: 61.13, 6, 8–9

El profeta recuerda la misión que recibió de Dios, parecida a la del autor del Mensaje de Consuelo (Is. 40). Le toca anunciar a los pioneros judíos que han vuelto a Jerusalén que Dios bendecirá sus esfuerzos. Las ruinas se reconstruirán; sus hermanos volverán más numerosos de los países extranjeros; los que dudan o que están desanimados deben perseverar porque pronto llegará Dios a visitar a su pueblo.

El año de gracia de Yahvé es el equivalente del año del Jubileo, el quincuagésimo año en el que se condonaban las deudas (Lev 25). Pero esta vez Yahvé inaugura el año perdonando las deudas que cada cual ha contraído con él.

Este texto de Isaías prepara la lectura del Evangelio proclamado hoy.

Lectura del Evangelio de Lucas: 4, 16-21

El evangelista Lucas presenta por primera vez la actividad pública de Jesús en la sinagoga de Nazaret, precisamente durante la liturgia del sábado. Jesús tiene ya 30 años y se adjudica el derecho de leer y comentar esta segunda lectura. Su primer discurso público, según cuenta Lucas, es una homilía litúrgica.

El texto está compuesto por dos partes. Un sumario que funge como introducción a toda la actividad en Galilea y es presupuesto indispensable para comprender el siguiente paso: la visita a Nazaret.

El comentario de la Biblia de Jerusalén explica al respecto de esta visita: “Jesús es admirado y alabado por las turbas, semejante a la alabanza de Dios y del temor religioso”. “Pero luego cambia la escena. Este relato, extraña por el cambio inexplicable de la muchedumbre, que salta de admiración a la animosidad. Lucas quiere dejar sentada la incomprensión y el rechazo que siguieron a la primera acogida del pueblo. De este texto complejo, Lucas ha sabido extraer una página admirable, que ha conservado al comienzo del ministerio, como una escena inaugural, y donde esboza, en un esquema simbólico, la misión de gracia de Jesús y la recusación de su pueblo”.

En los versículos 14-15 se subraya la intervención del Espíritu y se complace en indica el entusiasmo de la gente ante la presencia de Jesús. Lucas suele presentar varias veces el tema de la admiración y bendición de la gente por parte de Jesús.

Al tomar el libro, Jesús encuentra el pasaje de Is. 61, 1-2: “El Espíritu del Señor está sobre mí…” Lucas atribuye una importancia fundamental al Espíritu en la vida de Cristo: en el bautismo, el Espíritu confirma la vocación mesiánica de Jesús (4,1). El Espíritu es un don del Padre (11,13) y es una característica de los últimos tiempos. Se comprende, entonces, el motivo por el cual el pasaje de Is 61, 1-12 es plenamente adecuado para describir la misión de Jesús. Él ha sido consagrado por una unción no solo del óleo, como los reyes y sacerdotes del A.T., sino con el Espíritu Santo.

Lucas reporta la citación de un pasaje del Deutero-Isaías, un himno centrado en la actividad consoladora del profeta (Is. 61, 1-11). El texto no reproduce todo el discurso de Jesús sino resume su aspecto esencial en una sola frase: “Hoy les llegan noticias de cómo se cumplen estas palabras proféticas.”

El contenido no es una sencilla lección moral, ni un reclamo a la espera mesiánica, sino el cumplimiento (hoy) del plan divino anunciado por los profetas. No se trata de volver la mirada al pasado ni soñar un futuro extraordinario: hace falta vivir el presente como contexto privilegiado de la venida del Señor.

Lucas se detiene intencionalmente al momento en que la profecía de Is 61 anunciaba un “año de gracia del Señor” (v 19), abandonando el verso siguiente, que anunciaba el juicio de las naciones: “un día de venganza para nuestro Dios” (Is 61, 2). Esta omisión se debe sin duda para dar relieve exclusivamente a la gracia de Dios. “El año de gracia” es el año del jubileo por excelencia, la era mesiánica de la salvación. La siguiente frase, extraída de Is 58,6 refuerza la idea expresada, de que Jesús anuncia la buena noticia a los pobres y la liberación a los oprimidos; viene para “liberar a los oprimidos”; él viene a salvar, no a condenar.

La mención del Espíritu que unge a Jesús se puede considerar una referencia al bautismo de Jesús. La frase “para anunciar a los pobres la buena noticia” indica una de las finalidades de mayor relieve de la misión de Jesús: traer consuelo al sufrimiento de todos los necesitados. La pedagogía divina se ha manifestado de este modo: cuando Dios quiere manifestarse como Padre, extrajo a Israel de la esclavitud y lo condujo admirablemente al desierto hasta una tierra donde corre leche y miel. Ahora lo hace con Jesús.

“Para predicar un año de gracia del Señor”: es una expresión metafórica, basada sobre la institución conocida en Israel, es decir, el año jubilar durante el cual los esclavos recuperan la libertad y cada uno vuelve a tomar posesión de su patrimonio (Lv 25,8-55). “Hoy les llegan noticias de cómo se cumplen estas palabras proféticas.” Tal vez se trata de una alusión al poder de la palabra de Dios. La salvación se está haciendo presente en la persona de Jesús; los efectos de esta presencia mediante el Espíritu, la predicación de los profetas y de los apóstoles (Ef 2,20) permiten experimentar continuamente el poder de la palabra divina.

Queridos Hermanos y Hermanas

En esta celebración de la Misa Crismal, recordamos la unción que como sacerdote y obispo hemos recibido. El mismo Espíritu que ungió a Jesús, también nos ha ungido para la misión de extender el Reino de Dios. Un Reino de verdad, de justicia, de amor y de paz.

Es cierto de la salvación de Dios que Jesús trajo hace siglos. La pregunta que nos hacemos ¿Por qué la evangelización es tan lenta y los hombres siguen esperando todavía esa salvación? ¿Por qué sigue habiendo tantos sufrimientos y muertes? ¿Será que esta pandemia constituye una prueba más de la paciencia de Dios para convertirnos?

Comprendemos que el Evangelio es una semilla. Si el pueblo judío tuvo quince siglos de búsqueda y de pruebas antes de que llegara su Salvador, ¿cómo los otros pueblos conseguirían la paz definitiva del Reino de Dios sin antes haber pasado por las grandes pruebas que preceden a la vuelta de Cristo? Ya es mucho que él esté en medio de nosotros y su Espíritu, sobre nosotros. El tiempo presente es una llamada a volver a Dios, a examinar en nuestras vidas cuanto de mentira o violencia seguimos manteniendo y que son ofensas al hermano y por tanto a Dios.

Hoy reafirmamos que las Escrituras se han cumplido en plenitud en Jesucristo.

El discurso de Jesús en Nazaret, teniendo su repercusión social hacia los oprimidos y esclavos del mal, sigue siendo tan actual para la Iglesia de nuestro tiempo. Cada parroquia y cada comunidad educativa tiene la misma misión de dar aliento y ayuda a los pobres, a los oprimidos, a los enfermos, a los marginados. Aquí radica la continuación de la predicación y de la acción de Jesús en nuestra pastoral social, pastoral que cada comunidad parroquial debe organizarla, para ser fiel a este discurso de Jesús en Nazaret. Sigamos incansablemente sosteniendo toda obra solidaria. Jesucristo continúa mediante su Iglesia liberando a los oprimidos, abrazando a los enfermos y acompañando a los familiares de quienes han perdido un ser querido.

El año pasado la Conferencia Episcopal ha dedicado todo el año para la “Palabra de Dios”. Los discípulos de Emaús experimentan el cambio de sus vidas diciendo: “¿No sentíamos arder nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?”. En la Eucaristía tenemos las dos mesas, la de la Palabra y la del Sacrificio eucarístico, en una sola acción litúrgica. Sigamos difundiendo con ardor ambas mesas.

Nos encontramos permanentemente ante este desafío: aceptar o rechazar al ungido del Señor, a Jesucristo. Los tiempos en que vivimos son cada vez más de rechazo de parte de cierta intelectualidad cultural que influye en la mentalidad de las nuevas generaciones. Las nuevas ideologías tienen fuerte apoyo internacional, desde las Naciones Unidas. La difusión de que el aborto o la eutanasia es un derecho humano abre las puertas para que todo crimen quede impune. ¡En este tiempo de pandemia cómo valoramos la vida! Seguiremos defendiendo esa vida, desde su concepción a su muerte natural. Pero, también, seguiremos exigiendo a las autoridades nacionales las soluciones a las dramáticas situaciones de falta de medicamentos y de atención a los miles de enfermos contagiados últimamente. A la vez, en tiempo de guerra originado por este enemigo invisible, mantengamos las normas sanitarias, recemos para que el Señor tenga piedad de nuestro pueblo y logremos los medios para vencer esta terrible pandemia.

Felizmente, aún nuestro Pueblo cristiano mantiene la fe y la adhesión a Jesucristo. Pero, nos corresponde a nosotros, los Pastores, alimentar mejor esa fe, con la Iniciación a la vida cristiana de miles de hermanos que son bautizados, pero conocen o aman poco a Jesucristo. Esta es nuestra tarea pastoral de las más urgentes para la vida de la Iglesia al servicio de una sociedad más humana, fraterna, más abierta a la trascendencia.

Qué regalo tan grande nos ha concedido Dios para que como Jesucristo seamos los servidores del Evangelio, del Reino de Dios, de la vida digna de cada persona humana. Mientras agradecemos por el don de la unción sacramental, pidamos por intercesión de María Santísima, la gracia de encariñarnos por la evangelización, de estar al lado de los pobres y de los que sufren, anunciándoles la liberación plena que sólo Jesucristo, el Salvador, nos puede dar.

                             + Edmundo Valenzuela, sdb

                             Arzobispo metropolitano de la Santísima Asunción