Homilía del II Domingo de Pascua
Divina Misericordia
11 de abril del 2021
Queridos Hermanos y Hermanas
¡Cristo ha resucitado, aleluya, aleluya!
¡Jesús, en Vos confío!
En este segundo domingo de pascua, nuestra alegría se acrecienta por celebrar también la fiesta de la Divina Misericordia. En este santuario recientemente consagrado, nos encontramos para alabar a Dios, para pedir su misericordia para toda la humanidad, en especial, para nuestro país. Estamos viviendo una guerra sanitaria de difícil superación. Solo la confianza en Jesucristo, rostro visible misericordioso del Padre, y mediante su Espíritu, nuestro Padre Dios nos concederá vencer este flagelo, convirtiéndonos en personas más misericordiosas, en palabras y en obras.
Hemos escuchado la Palabra de Dios. En la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles se presenta una comunidad solidaria. Su espiritualidad, basada en tener una sola alma y un solo corazón, es decir, basada en el amor, les llevó a una práctica pastoral que fundamenta la fe en obras de amor, obras de misericordia. Se trataba de un desafío para que la comunidad pudiera compartir todas las cosas. Siempre se tienen pobres y a veces muchos pobres esperan una mano para que se les ayude. Precisamente, esa comunidad solidaria y llena de misericordia supo compartir sus bienes, de modo que no hubiera pobres en la comunidad.
Este desafío de compartir tiene su punto de partida en la resurrección de Jesús. Su amor misericordioso a los desamparados y a los marginados, es la fuente de inspiración de los primeros cristianos para el buen uso de la propiedad privada, en el saber compartir sus propios bienes: “nadie consideraba nada como propio, pues lo ponían todo en común”. Como consecuencia ha permitido que los apóstoles pudieran dedicarse con mayor libertad a proclamar la Palabra de Dios en el anuncio y testimonio de Jesucristo resucitado.
Cuántas comunidades de religiosos y religiosas viven profundamente esta inspiración. En la misma Arquidiócesis, cuánta solidaridad se tiene para con los sacerdotes enfermos o ancianos, destinando para ellos una hermosa casa clínica en Luque, Emaús. Es fruto de este desafío de saber compartir, que exige a los sacerdotes, aportar mensualmente una suma, que beneficie también a la salud de los mismos sacerdotes, a través de la Fundación del Clero.
Hay muchas experiencias de solidaridad. La cooperación entre grupos organizados fundados sobre la confianza hace realidad esta página de los Hechos de los Apóstoles. Durante la pandemia cuántas organizaciones sociales, vecinales, parroquiales han compartido sus bienes para con los pobres y necesitados.
Actualmente, ante la escasez de insumos medicinales y de alimentos para los familiares de enfermos, esta praxis evangélica se ha puesto en evidencia con la solidaridad misericordiosa de mucha gente, con la ayuda de organizaciones estatales y privadas, entre ellas nuestra Pastoral Social de la Arquidiócesis. Es solo una muestra de la generosidad y de la solidaridad característica de nuestra cultura paraguaya y de nuestra fe cristiana.
Del evangelio quiero comentar dos temas: el soplo del Espíritu y la incredulidad de Tomás.
En los inicios del mundo Dios realiza la creación mediante el “Espíritu”, es decir, el “soplo” divino. Ahora, el Señor Resucitado sopla sobre los discípulos comunicándoles su Espíritu. Una nueva realidad eclesial está surgiendo. Ya no es el Israel que no creyó en Jesucristo, es ahora la Iglesia, en la persona de los Apóstoles, quienes reciben el mismo poder de Cristo, el de perdonar todo pecado y ofensa. Solo Dios perdona los pecados. En la muerte y resurrección del Señor se realiza la victoria sobre el mal y la muerte. Y es la Iglesia la que a través de sus ministros ordenados recibe el encargo y el mandato del perdón y de la evangelización, que se realiza únicamente bajo la potestad del mismo Jesús Nuestro Señor y de ninguna otra autoridad humana.
El Apóstol Tomás es un buen ejemplo de incredulidad, que, ante el anuncio de la resurrección del Señor, se resiste y quiere recurrir a la observación física, material del “ver y tocar”. Él se encontraba fuera de la comunidad y desde su individualismo quiso mostrar que no existe la resurrección, que Jesús había muerto y ahí acabó todo en la sepultura. No podía creer que Jesús vuelva a la vida ni se le podía ocurrir que la intervención del Padre Dios en una nueva creación resucitando a su Hijo de entre los muertos.
Hoy día, hay gente con el mismo pensamiento de Tomás. No creen y se quieren basar en las ciencias naturales para rechazar la vida nueva de la resurrección.
Qué sorpresa grande se llevó Tomás, con la nueva presencia del Resucitado, una semana después, saludándoles con las palabras: “la paz esté con ustedes” … Jesús se dirige él, y le invita. Le dice con todo el cariño del mundo: “Pon aquí tu dedo y mira mis manos; extiende tu mano y métela en mi costado. Deja de negar y cree”.
Ya no se trata de “ver y tocar”, sino las palabras cariñosas de Jesús a Tomás, quien lo introduce a una experiencia extraordinaria. El apóstol tal vez con un llanto incontenible ante el amor de Jesús por él, se postra delante del Resucitado y exclama con todo el corazón: “¡Señor mío y Dios mío! Reconoce a Jesús como el Señor y en su divinidad gloriosa y victoriosa. Es oración es la que los fieles pronunciamos después de la consagración del pan y del vino.
El Resucitado no es una imagen ni un fantasma, sino la realidad pura de quien tiene la vida verdadera. Y es ante esa experiencia de una vida distinta, pero verdadera, cuando Tomás se siente llamado a creer como sus hermanos, como todos los hombres. Diciendo «Señor mío y Dios mío», es aceptar que la fe deja de ser puro individualismo para ser comunión que se enraíce en la confianza comunitaria, y experimentar que el Dios de Jesús es un Dios de vida y no de muerte.
El domingo de la Divina Misericordia
Conviene partir siempre de la Palabra de Dios fuente de la verdad y de la vida. Muchos siguen las revelaciones personales de Santa Faustina Kovalsky, que, sin duda, son revelaciones aprobadas por la Iglesia, pero que constituyen una ampliación meditativa de Cristo Jesús, de su Corazón de buen pastor, de su misericordia realizada en su muerte y resurrección. De esta manera el rostro misericordioso de Jesús revela humanamente el rostro invisible y misericordioso del Dios Padre. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo por nosotros”.
La presencia de Jesucristo en la historia tiene la finalidad de hacer visible, concreta, cercana la misericordia de su Padre. Hoy contemplamos en Jesús esa misericordia. Agradecidos por su amor misericordioso hacia los desdichados, los desamparados, los pecadores, los que sufren. Este es el ejemplo y el camino que nos muestra el Señor resucitado. La fe en su persona, en la “divina misericordia” debe resplandecer en las obras de la fe. Esas son las obras de misericordia corporales y espirituales.
La Iglesia o es misericordiosa o deja de ser evangelizadora. Lo sentimos más que nunca en este tiempo de pandemia, de tantos sufrimientos, de miles de enfermos y de muertos. La misericordia que se hace sensible a las necesidades del prójimo es el camino seguro que hay que seguir. En estos momentos de nuestra lucha contra la pandemia podemos citar miles de ejemplos de personas, familias, instituciones que, desde la misericordia realizan pequeños o grandes gestos para consolar y aliviar los dolores: oración, celebración de la eucaristía, adoración eucarística, colectas de dinero y de alimentos para socorrer a los necesitados. Así es la fe y la caridad de los cristianos.
Quiero citar un hermoso texto de la Doctrina social de la Iglesia (184) que se refiere a las obras de misericordia.
“El amor de la Iglesia por los pobres se inspira en el Evangelio de las bienaventuranzas, en la pobreza de Jesús y en su atención por los pobres. Este amor se refiere a la pobreza material y también a las numerosas formas de pobreza cultural y religiosa”. Luego habla de la historia de la Iglesia marcada por las obras de beneficencia, que se inspira en el precepto evangélico: “De gracia lo recibisteis, dadlo de gracia” (Mt 10,8). Socorrer al prójimo en sus múltiples necesidades fundamenta “las obras de misericordia corporales y espirituales”. Hay una relación estrecha entre caridad y justicia. Se mantiene siempre la enseñanza de la Iglesia al respecto que dice: “Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les hacemos liberalidades personales, sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que hacer un acto de caridad, lo que hacemos es cumplir un deber de justicia” (San Gregorio Magno, Regula pastoralis 3, 21).
Sobre el mismo contenido de enseñanza “Los padres Conciliares recomiendan con fuerza que se cumpla este deber “para no dar como ayuda de caridad lo que ya se debe por razón de justicia” (Vaticano II, Decreto Apostolicam actuositatem, 8).
Según el Catecismo de la Iglesia Católica (2447), “las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales”. Y a continuación codifica estas obras:
“Instruir, aconsejar, consolar, confortar, perdonar y sufrir con paciencia” son obras espirituales. Las obras de misericordia corporales consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los muertos”.
San Juan Pablo II, en su encíclica “Dives in misericordia” señala la revelación y la encarnación de la misericordia, preparada en el A. T. y realizada en Jesucristo. Cita la escena del samaritano misericordioso destacando la dignidad humana. Aconseja el Papa Juan Pablo II que en el tiempo pascual descubramos la misericordia que se revela en la cruz y en la resurrección del Señor Jesús, porque “el amor es más fuerte que la muerte y más fuerte que el pecado”.
El Papa Francisco cita en “misericordiae vultus” un texto de San Juan Pablo II, que ilumina la realidad disonante en relación a la misericordia. Dice: “La mentalidad contemporánea, quizás en mayor medida que la del hombre del pasado, parece oponerse al Dios de la misericordia y tiende además a orillar de la vida y arrancar del corazón humano la idea misma de la misericordia. La palabra y el concepto de misericordia parecen producir una cierta desazón en el hombre, quien, gracias a los adelantos tan enormes de la ciencia y de la técnica, como nunca fueron conocidos antes en la historia, se ha hecho dueño y ha dominado la tierra mucho más que en el pasado (cfr Gn 1,28). Tal dominio sobre la tierra, entendido tal vez unilateral y superficialmente, parece no dejar espacio a la misericordia … Debido a esto, en la situación actual de la Iglesia y del mundo, muchos hombres y muchos ambientes guiados por un vivo sentido de fe se dirigen, yo diría casi espontáneamente, a la misericordia de Dios” (Dives in misericordiae).
Sigue escribiendo el Papa Francisco en “misericordiae vultus”: Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione…sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina”.
Luego nos invita a redescubrir, desde los gestos de Jesús, “las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos.
No basta la piedad popular en la Divina Misericordia si no pensamos que seremos juzgados por cada una de estas obras. Si hemos dado de comer y de beber al sediento. Y así lo mismo si hemos acogido extranjero y vestido al desnudo. Y más que nunca en este tiempo de pandemia, las obras de misericordias se deben dirigir a los enfermos, a los ancianos, a los inválidos. Hay que multiplicar los buenos ejemplos ya conocidos. Nuestro tiempo y la visita que les hagamos verifican la devoción a la Divina Misericordia.
Las obras espirituales de misericordia, en la familia, en el barrio, en todo lugar de nuestra existencia son una continuación de las palabras y gestos de Jesús: ayudar a vencer la ignorancia, especialmente de niños que perdieron la enseñanza escolar y de adultos que aún no saben leer ni escribir, para rescatarlos de la pobreza. ¡Qué bueno es acercarnos a los afligidos, caídos en la frustración o depresión, mostrándoles nuestro afecto y comprensión y rezando con ellos y por ellos! Y así la necesaria paciencia para superar las adversidades de la vida… De todas estas obras seremos juzgados, menos por los actos de piedad o de culto.
Hermanos, Hermanas
Alabamos a Dios por ser misericordioso con su pueblo santo, por resucitar a Jesucristo haciéndolo Señor y Juez del universo, pero también mostrándonos el ejemplo de Jesús cercano a los que sufren, a los pecadores, a los que se alejaron de la fe en Dios, a los que abandonaron la Iglesia buscando sus intereses particulares y confundidos, buscando otras religiones o cultos.
Hoy estamos llamados, todos los devotos de la Divina Misericordia, a no quedarnos solo en la oración y en los novenarios, que son siempre importantes, para poder hacer el paso, la pascua, de la piedad a la misericordia en obras de atención y cuidado del prójimo necesitado.
Recogemos en la Eucaristía de esta celebración todos los gestos de caridad, de solidaridad y de misericordia que las familias paraguayas, desde su fe en Jesucristo, realizan en favor de miles de hermanos y hermanas que piden ayuda.
Pidamos al Señor Jesús que, como él, seamos ser misericordiosos en palabras y en obras, sabiendo que seremos juzgados precisamente por nuestras obras. Y la Madre de misericordia, María Santísima nos ampare y nos proteja contra todo mal, de esta pandemia y de sus consecuencias.
Jesús misericordioso, en Vos confío.
+ Edmundo Valenzuela, sdb
Arzobispo metropolitano de la Santísima Asunción
Relacionados
- Actividades y Misas
- Campañas
- Carta Pastoral
- Catedral Metropolitana
- Catequesis
- Causa Monseñor Juan Sinforiano Bogarín
- Comunicación
- Comunicados
- Comunidades Eclesiales de Base
- Congreso Eucarístico 2017
- Congreso Eucarístico Arquidiocesano
- Decretos y Resoluciones
- Destacada
- Diaconado Permanente
- Educación
- Educación y cultura Católica
- El Evangelio de Hoy
- Evangelio en casa día a día
- Familia y Vida
- Familias
- Historia
- Homilías
- Instituto Superior San Roque González de Santa Cruz
- Juventud
- La Iglesia en Misión
- Liturgia
- Mes Misionero Extraordinario
- Movimientos Laicos
- Noticias del país y el mundo
- Orientaciones Pastorales
- Parroquias
- Pastoral de la vida
- Pastoral Social Arquidiocesana
- Santoral del día
- Semanario Encuentro
- Sin categoría
- Sínodo
- VISITA PAPAL
- Vocaciones y ministerios