(Lc 24,25)

Los discípulos de Jesús estaban encerrados, desconcertados y llenos de temor. “La paz esté con ustedes”. Creían ver un fantasma. Pero él les dijo: “No teman; soy yo. ¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies. Tóquenme y convénzanse. Y les mostró las manos y los pies.”

San Bernardo de Claraval (1090-1153), mientras predicaba sobre la profundidad del amor de Dios revelado en el Cantar de los Cantares, vio las llagas de Cristo como la más clara revelación de ese amor y dijo: ¿Dónde más podemos nosotros, hombres frágiles, encontrar descanso y seguridad, sino en las llagas de nuestro Salvador? Cuanto mayor es el poder salvador de estas llagas, más seguro me siento en ellas. Pero el clavo que atravesó Su carne ha resultado ser la clave del misterio de Sus designios. ¿Cómo podemos no ver a través de esas aberturas tan amplias?. El secreto de Su Corazón, por lo tanto, se pone al descubierto en las heridas de Su cuerpo. ¿Cómo, Señor, podrías mostrarnos más claramente que por tus heridas, eres en verdad toda bondad y misericordia y abundancia en amor, ¿ya que el amor más grande que un hombre puede mostrar es dar su vida por sus amigos? (Sermón 61).

Cuando Santa Teresita del Niño Jesús, murió la noche del 30 de septiembre de 1897, con 24 años,  pronunciando estas sencillas palabras: ¡Dios mío, te amo!”, mirando el crucifijo que apretaba con sus manos. Estas últimas palabras de la santa son la clave para comprender su vida, su doctrina, su interpretación del Evangelio. El acto de amor, expresado en su último aliento, abrazada al Amor crucificado, era como la respiración continua de su alma, como los latidos de su corazón. Las sencillas palabras: Jesús, te amo” son el centro de todos sus escritos. María Felicia de JS, nuestra beata paraguaya, (muy devota de la carmelita Santa Teresita) también llevaba las marcas de los sufrimientos de Cristo a quien todo le ofrecía, cuando partió a los 34, no se borró la sonrisa en su rostro de agonía: Papito querido, ¡qué feliz soy!; ¡Que grande es la Religión Católica!; ¡Que dicha el encuentro con mi Jesús!; ¡Soy muy feliz!”

Santa Gema Galgani, a quien recordábamos el 11 de abril (1903) día de su muerte, también joven a los 25 años. Sufrió grandemente por su débil salud y el desprecio de quienes rechazaban sus prácticas de devoción, éxtasis y otros fenómenos. Vivió para Jesús y su santísima Madre.

Tuvo periódicamente las llagas de la Pasión y las llagas de la flagelación en todo su cuerpo. Ella cuenta de una visión que tuvo: “Jesús se me apareció con todas sus heridas abiertas, pero de estas heridas ya no salía sangre, sino llamas. En un instante estas llamas me tocaron las manos, los pies y el corazón. Sentí como si estuviera muriendo, y habría caído al suelo de no haberme sostenido mi madre en alto, mientras todo el tiempo yo permanecía bajo su manto. Tuve que permanecer varias horas en esa posición. Finalmente ella me besó en la frente y desapareció, y yo me encontré arrodillada. Yo aún sentía un gran dolor en las manos, los pies y el corazón. El Señor le tocó y le transmitió sus llagas en un acontecimiento prodigioso.

Santa Gema decía, “Jesús, yo quiero llegar con mi voz hasta los últimos confines del universo para alcanzar a todos los pecadores y gritarles que entren todos dentro de tu Corazón“. Ella fue voz y testimonio vivo de quien se identifica con los padecimientos de Cristo siendo portadora de sus mismas llagas.

San Pablo, con su vida también nos lleva a la verdadera sabiduría, cuando escribe a los Corintios, que no fue hasta ellos con el prestigio de la palabra o de la sabiduría para anunciarles el misterio de Dios. Les anunció a Jesucristo, y éste crucificado. “Y me presenté ante vosotros débil, tímido y tembloroso. Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder para que vuestra fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios. (I Corintios 2:1). Para que la fe se fundase en la sabiduría de Dios. (Gálatas 6:17) En adelante nadie me cause  molestias, pues llevo sobre mi cuerpo las llagas (cicatrices)  de Jesús. El mismo Pablo dijo: (Col 1:24) Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia,

(Cfr. Papa Francisco) Jesús, que venció a la muerte y resucitó en cuerpo y alma, nos hace entender que debemos tener una idea positiva de nuestro cuerpo. El cuerpo es un regalo maravilloso de Dios, destinado, en unión con el alma, a expresar plenamente la imagen y semejanza de Él. Por lo tanto, estamos llamados a tener un gran respeto y cuidado de nuestro cuerpo y el de otros. Cada ofensa o herida o violencia al cuerpo de nuestro prójimo es un ultraje a Dios creador. Mi pensamiento va, en particular para los niños, las mujeres, los ancianos maltratados en el cuerpo. Y se ultraja a Dios Hijo abriendo más heridas a su cuerpo.

Hay muchas heridas y  llagas abiertas en la sociedad, llagas y padecimientos que curar, heridas de la santa faz, en los rostros sufrientes encontrados, que sangran lágrimas de dolor, en los cotidianos vía crucis del cuerpo social y de la humanidad. Las llagas abiertas de las guerras, de los crímenes desproporcionados, que rayan en genocidios y hambrunas de muerte  causadas por la maldad y el odio, atentados y atropellos contra la dignidad humana en todas sus formas.  Ante esas  llagas podemos manifestarnos incrédulos, fríos e indiferentes, apáticos y escépticos. Los renegados que piden la liberación de los corruptos y homicidas y condenan y matan a inocentes y al autor de la vida. Son espectadores, cómplices, jueces, verdugos  y sicarios al costado del vía crucis.

O bien como testigos del Resucitado, ante esas llagas nos ponemos de rodillas, para sanar heridas, perdonar pedir perdón, sobrellevar el peso de la Cruz, siendo protagonistas altruistas, y conmiserados como el Cireneo que carga la cruz de Cristo, la Santa Verónica que enjuga lágrimas y sudor de la Santa Faz, o la Virgen de la Piedad, ofreciéndose y ofreciendo la Hijo, en el doloroso parto de la Cruz, de donde hemos sido perdonados y nacidos a la Vida de la Resurrección. María Santísima nos cubra con su manto de Piedad, y nos sostenga en nuestras debilidades y  vulnerabilidades, con las marcas y cicatrices que llevamos personalmente en nuestros cuerpos y el cuerpo social, para enfrentar nuestros miedos, con la paz y fe que nos inspira el Señor Resucitado que nos dice y asegura: La paz esté con ustedes.

ADALBERTO Card. MARTÍNEZ FLORES

14 de abril de 2024