PROMOVER EL BIEN COMÚN PARA LA VIDA DIGNA Y PLENA DE NUESTRO PUEBLO

Hermanas y hermanos:

¡Demos gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia!

Nos convocamos, una vez más, en la casa de nuestra bendita y amada Madre, la Virgen de los Milagros de Caacupé. ¡Cómo no dar gracias a Dios por esta oportunidad que nos brinda para compartir la mesa de la Eucaristía, fuente de comunión con Dios y con el prójimo!

Saludamos a todos los queridos fieles de la Arquidiócesis de la Santísima Asunción y del Obispado de las Fuerzas Armadas de la Nación y la Policía Nacional. Así también, saludamos a todos los pacientes renales y al personal de la familia del Albergue “El Buen Samaritano” del Hospital Nacional de Itauguá. Les saludamos a todos ustedes hermanos y hermanas presentes en la Basílica Santuario de Caacupé y a los que acompañan la celebración de esta Santa Misa a través de las distintas plataformas de comunicación.

Este pasaje del Evangelio que la liturgia nos propone llega hacia el final del Sermón de la Montaña, en el cual Jesús nos muestra el camino de la santidad y contiene la propuesta del código moral que todo cristiano está llamado a vivir. Jesús nos recuerda que no es suficiente con oír la Palabra de Dios: nosotros debemos ponerla en práctica. Todos sabemos que las acciones son mas elocuentes que las palabras. El día del juicio final, seremos juzgados por el amor que hemos tenido con los hermanos más pequeños y necesitados, con los que Cristo se identifica.

El Evangelio nos muestra que el amor es la llave del Reino de los Cielos. No todo el que dice “Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino aquel que escucha mi palabra y la pone en práctica.”

Poner en práctica las enseñanzas de Jesucristo exige que trabajemos para que su Reino se haga realidad en nuestro mundo, significa un constante salir más allá de nosotros, de nuestra mezquindad, de nuestros intereses egoístas, de la codicia, de la soberbia.

Tenemos que ir donde está Dios, encontrándolo presente en la sociedad, a nuestro alrededor. No es suficiente invocar piadosamente el nombre de Dios si al mismo tiempo ignoramos las necesidades de nuestros hermanos y hermanas. Con esa actitud, construimos nuestra casa sobre arena movediza.

 Quien construye su casa sobre la roca de la fe en Jesucristo, que se traduce necesariamente en amor al prójimo más necesitado, es capaz de llevar la fuerza sorprendente del Evangelio para sembrar las semillas del Reino, que ayudarán a transformar las realidades y situaciones que oprimen a nuestro pueblo.

San Ignacio enseñó que el amor se expresa más en los hechos que con las palabras. ¡Sin buenas obras, no hay nada de vida verdadera! Todo lo que nos manda el Señor es amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Esta es tarea de todos los días; 24 horas al día, 7 días a la semana, 365 días al año, de toda la vida. En el seguimiento de Cristo, en la práctica de la caridad, no hay horario, ni descanso, ni privacidad, ni vacaciones. ¿Amas o no amas? Todo el tiempo y sin condiciones.

El gran riesgo del creyente, del discípulo que es enviado, es que escuche y no practique, que invoque al Señor, pero su corazón esté lejos, que enseñe la Palabra, pero que con su conducta contradice lo que predica. Es incoherente.

Para cumplir mejor su misión evangelizadora en el mundo actual, la renovación eclesial es un mandato del Concilio Vaticano II, y el Pontificado del Papa Francisco la está impulsando con decisión y coraje. El modelo de Iglesia que el Concilio pide, es ser Iglesia Pueblo de Dios, donde todos, Obispos, sacerdotes, personas de vida consagrada y los fieles laicos tenemos, por el bautismo, cada uno según su rol y misión específica, la responsabilidad de edificarla para que ella se constituya en el rostro visible de Cristo e instrumento eficaz del Reino de Dios.

Esto implica la necesidad de una profunda conversión y renovación eclesial y pastoral. Las estructuras eclesiales no siempre se han adecuado al dinamismo evangelizador que requieren los tiempos actuales. Entre los principales obstáculos, podemos mencionar el clericalismo y la falta de un real protagonismo y reconocimiento del papel de los laicos en la Iglesia y en la sociedad.

Es débil el compromiso social y político de los laicos porque en las estructuras de la Iglesia se ha puesto mucho énfasis y esfuerzo en la catequesis y en la liturgia, pero dejando postergado el rico pensamiento de la Doctrina Social de la Iglesia, que nos haga comprender que la dimensión social es esencial en la misión evangelizadora de la Iglesia.

Hay sombras, debilidades y pecados que necesitamos reconocer, pedir perdón y reparar a la luz de la Palabra de Dios y del Magisterio.

 Una herida abierta es el escándalo de abusos de menores y de personas vulnerables en el ámbito de las instituciones eclesiales. El Magisterio y las orientaciones del Papa Francisco nos llevan a plantearnos seriamente que las parroquias, las escuelas, universidades, y los organismos bajo la responsabilidad de la Iglesia sean espacios seguros para evitar todo tipo de abusos, incluyendo el abuso de poder, que es causa de otros muchos abusos.

Debemos subrayar, sin embargo, que nuestra Iglesia particular que peregrina en el país nos entrega el testimonio de trabajo abnegado de mis hermanos obispos, sacerdotes, personas de vida consagrada y de miles de laicos que gastan su vida por los demás llevándoles la alegría del Evangelio, haciendo visible el rostro misericordioso del Padre y la ternura de la Iglesia con los más pobres.

De hecho, están las parroquias o congregaciones que cuidan de enfermos, ancianos, niños con severas discapacidades, hogares de recuperación de las drogas, comedores comunitarios.

También es destacable la presencia activa de obispos, sacerdotes, religiosas y religiosos y agentes de pastoral que asisten y acompañan los derechos humanos de las comunidades indígenas y de sectores campesinos en sus legítimas aspiraciones y reclamos por la propiedad de la tierra; así como por la atención y promoción humana de los presos en las cárceles, de los migrantes, entre otros.

Quisiera referirme de manera particular a la realidad de los jóvenes en el país y en la Iglesia. En términos de la realidad socioeconómica, la juventud es el mayor potencial que tiene el país. El bono demográfico es una riqueza del Paraguay, una oportunidad única e irrepetible, que requiere políticas públicas que apunten a su formación integral para que se constituyan en factor que aporta al desarrollo del país.

La educación es la clave. Pero una educación de calidad que piense no sólo en términos de formación técnica, que es muy importante, sino sobre todo en la formación en valores que forjen personalidades sanas de corazón, con gran sentido de la responsabilidad y de la ética. Debemos pensar juntos, sin exclusiones, sobre un proyecto educativo integral. La Iglesia acompañará y apoyará una propuesta educativa que contemple los valores que ayuden a la formación integral de la persona humana.

En el ámbito de la Iglesia, es necesario un mayor acompañamiento a los jóvenes en las parroquias, no solo a los que se acercan y son parte de los grupos de confirmación o de la pastoral juvenil, sino que urge salir hacia las periferias geográficas de la parroquia y, sobre todo a las periferias existenciales de tantos jóvenes desorientados y que son víctimas de diversos tipos de vicios que consumen sus vidas y los dejan sin horizontes y aplastan su dignidad. Por esto se hace urgente la creación de más centros de recuperación de adictos, dentro de la responsabilidad del Estado con sus gobernaciones y las municipalidades.

Queremos comunicar y demostrar que los jóvenes son importantes para la Iglesia y que a ella le importa sus realidades. Estamos llamados a salir al encuentro real de las juventudes en nuestro país y crear espacios de escucha y diálogo con ellos, para conocerles mejor, demostrarles con hechos que la Iglesia no es ajena a sus preocupaciones, a sus ilusiones, porque tienen mucho que decir y aportar tanto a la iglesia como a la sociedad.

Y para los que ya están dentro de la iglesia, exhortamos a los párrocos y agentes de pastoral que les den la oportunidad de un protagonismo real, darles voz, confianza; ayudarles para que por sí mismos descubran el lugar que ocupan dentro de la Iglesia, y en esa confianza y como Iglesia que son, se sientan parte activa y se esfuercen por vivir los valores del Evangelio y transmitirlos.

En cuanto a la situación nacional, debemos señalar que la corrupción y la impunidad son realidades estructurales en el Paraguay, y la Iglesia se ha ocupado permanentemente de denunciarlas y de proponer orientaciones para superarlas. Sin embargo, constatamos que no sólo hemos avanzado poco, sino que en muchos aspectos hemos retrocedido y la situación se ha agravado con la aparición y afianzamiento del crimen organizado (Narcotráfico, lavado de dinero, contrabando, diversos tipos de tráficos, que incluiría el tráfico de personas, entre otras actividades ilícitas), y del poder político como herramienta para el enriquecimiento ilícito.

Instituciones, personas y hechos concretos han sido señalados y, en algunos casos, han mostrado crudamente cómo operan a favor de actores y sectores del crimen organizado. El sentido ético de la decencia, la honorabilidad, la compasión, la empatía, son valores que están ausentes de la conciencia y de la conducta de quienes, como cristianos católicos, o como ciudadanos de bien, desde sus cargos de responsabilidad pública o privada, deberían ser promotores del bien común al servicio de la dignidad de la persona humana.

 Cualquiera sabe que una casa construida sobre cimiento sólido será segura para sus moradores y perdurará en el tiempo. En cambio, si se construye sobre tierra blanda, habrá peligro de resquebrajamientos o derrumbe.

Trasladando este ejemplo sencillo a cómo está el edificio del país y de la propia Iglesia, vemos que hemos descuidado trabajar con esfuerzo y dedicación, en construir sobre roca firme los cimientos de nuestra nación. Constatamos también que nuestra evangelización y nuestras propuestas pastorales no han penetrado suficientemente en la conciencia y en la práctica de los fieles católicos.

En el Paraguay, el problema no es el suelo: tenemos un pueblo que es capaz de hacer los mayores sacrificios, de ser profundamente solidario, nuestros recursos naturales son una bendición que, aunque está amenazada por la acción humana depredadora, nos puede proveer en abundancia lo que necesitamos para que todos tengan acceso a un mejor bienestar de vida; el problema es la calidad de las instituciones y personas sobre las cuales construimos el edificio social, moral, político y económico de la nación.

El mensaje central del Evangelio de Mateo interpela al Paraguay, donde 8 de cada 10 se declara bautizado católico.

Si 8 de cada 10 paraguayo son bautizados católicos, podemos suponer que la mayoría de los que ocupan cargos de responsabilidad en el país son bautizados, invocan el nombre del Señor, lo que, como necesaria consecuencia, debe llevarlos a ser los principales promotores de la dignidad humana. Pero no siempre es así.

La actuación de muchos actores políticos contradice profundamente las enseñanzas del Evangelio y de la Doctrina Social de la Iglesia.

La Iglesia sostiene que la política es la máxima expresión de la caridad, del amor, porque está al servicio del bien común y de la promoción humana integral. En el centro de la política, de la actividad política, de las decisiones políticas, debe estar la promoción integral de la dignidad humana.

Estamos en tiempos electorales; abundan las promesas de mejores oportunidades, de un país distinto. Los católicos son mayoría entre los electores. Deben participar, no quedarse en casa mirando desde el balcón y ver pasivamente cómo la corrupción y la impunidad están destruyendo la nación, privando de vida digna a nuestro pueblo. Por eso les decimos que es necesario ver y evaluar el testimonio de vida pública y privada de los candidatos. Dice el Santo Padre que no podemos juzgar la conciencia de los políticos, pero sí sus acciones u omisiones.

 Si un candidato ofrece dinero o prebendas a cambio del voto, es un signo muy claro de que no es confiable. Permítanme aludir a un pensamiento que dice: el que paga para ocupar un cargo público, paga para privilegiar sus propios intereses y no los intereses del país. No merece nuestro voto, porque desde el cargo NO se ocupará del bien común.

El voto debe ser libre, consciente y responsable. No hipotequemos nuestro futuro por prebendas. No nos dejemos presionar ni extorsionar. No nos dejemos robar la esperanza en una vida más digna y más plena para nosotros y para las generaciones futuras.

En este sentido, exhortamos a la ciudadanía que siga con atención no solo el discurso o la propuesta de los que se presentan para acceder a los cargos electivos, sino sobre todo que se fijen en sus acciones, en sus antecedentes en su vida pública y privada, en las posibles fuentes de financiación de su campaña electoral, en los grupos que integran, en las personas de las que se rodean. En definitiva, que se fijen en su conducta, en la coherencia entre lo que dice y lo que hace.

En la Patria que soñamos y necesitamos, el bien común debe imperar sobre las facciones e intereses de personas o de grupos de poder económico y político; donde la paz sea fruto de la justicia, de la equidad social, de oportunidades para el desarrollo humano integral de todos sus habitantes. Es una Patria que se construye sobre la base de la dignidad de las personas, con respeto irrestricto a los derechos humanos fundamentales, comenzando por el respeto al derecho a la vida en todas sus etapas.

Si bien nos dirigimos prioritariamente a los bautizados, la tarea del bien común es de todos, sin distinción de credo religioso ni partidos políticos. Es una apelación a todas las personas de buena voluntad, ciudadanos de bien que están llamados a ser parte de una cruzada nacional para el saneamiento moral de la nación. Esta es una tarea urgente e impostergable.

El Paraguay necesita con urgencia signos de esperanza, aunque las tenemos en acciones que se realizan por el bien del pueblo, mas signos crecientes de esperanzas y desarrollo necesitamos, de quienes tenemos responsabilidad ante la sociedad. La Iglesia católica no puede defraudar la gran confianza que deposita en ella la ciudadanía. La Doctrina Social de la Iglesia es un tesoro que ponemos a disposición de los que tienen responsabilidades y liderazgo en el país, y para todas las personas de buena voluntad, como un aporte para el saneamiento moral de la nación, para el trabajo por el bien común y como un servicio al desarrollo integral de nuestro pueblo.

El Paraguay nos necesita a todos, nadie debe estar excluido de la misión de recuperar los valores sociales y las virtudes que nos permitirán lograr la Patria Soñada. Ocupémonos con esperanza dinámica y constructiva de nuestras preocupaciones por una sociedad mejor.

El Paraguay no está muerto, es un pueblo vivo. Dios siempre bendice eso. Dios siempre está a favor de todo lo que ayude a levantar, mejorar la vida de sus hijos. Hay cosas que están mal; hay situaciones injustas que deben ser transformadas; todos los sectores y actores de la sociedad nacional estamos llamados y somos necesarios en la búsqueda del bien común. El sueño de la Patria nueva tiene dos garantías: que el sueño se despierte y que sea realidad de todos los días y que Dios sea reconocido como garantía de la dignidad de la persona humana (Cfr. Francisco, León Condou, 2015).

Que la Inmaculada Concepción, la Virgen de los Milagros de Caacupé, bendiga y proteja al Paraguay.

Caacupé, 1 de diciembre de 2022.

Adalberto Card. Martínez Flores

Arzobispo de la Santísima Asunción

Presidente de la Conferencia Episcopal Paraguaya