Evangelio de hoy

VIERNES DE LA SEMANA 24ª DEL TIEMPO ORDINARIO

Evangelio según San Lucas 8, 1-3

 “Predicando y anunciando la buena noticia del reino de Dios”

Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la buena noticia del reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres que habían sido sanadas de malos espíritus y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los ayudaban con sus bienes. Palabra del Señor.

Meditación

Hoy en el Evangelio, el Señor interactúa con dos grandes pecadores, pero con una diferencia, la mujer lo reconoce, mientras que el fariseo cree que puede esconderlo incluso a sí mismo. Ella tuvo el coraje de ir a los pies de Cristo a pesar del dolor y vergüenza y ha recibido el perdón y la salvación de Dios; él, al no poder reconocer su pecado, mantuvo su fe inmóvil, su amor atrofiado y su esperanza apocada. 

También nosotros podemos estar frente a Cristo como el fariseo y no recibir la salvación que quiere darnos por puro amor. Entonces estamos ciegos a veces, a pesar de la luz que Él nos ofrece. Y tantas veces consideramos que el pecado que cometemos en realidad no lo es, pero te tengo una noticia que me digo hoy también a mí mismo: no eres tú la medida de la verdad, ni son tus criterios los que determinan qué tan pecaminosa es una acción o elección, sino la misma revelación.

Tampoco existen pecados “normales” porque la norma es Cristo y el que muchos pequen con el mismo género de pecados con los que tú pecas, no significa que tu pecado no te aleje del amor de Dios, más bien significa que tú, como muchos otros, decides retirarte de ese amor tierno y gratuito. 

Por otro lado, muchas veces buscando erróneamente fortalecer nuestra autoestima, escondemos hasta a nosotros mismos la maldad de nuestras opciones, pero eso solo le da más fuerza y poder a nuestro pecado para lastimar la relación con Dios y herirnos a nosotros y a los demás con el peligro de llevarnos, a la muerte en vida y a la muerte eterna.

Solo la verdad nos libera, solo al reconocer la verdad de nuestra propia miseria, tendremos la necesidad de dirigirnos hacia Cristo, el único que puede fortalecernos, lavarnos y salvarnos y restaurarnos, y solo al ser reconciliados, a pesar de no merecerlo, a pesar de nuestra maldad, es que podremos experimentar la desproporción del amor de Dios y solo el amor de Dios en nosotros nos hará capaces de amar como Él mismo ama. 

¡Ánimo!, no tengas miedo de hacer constantemente tu examen de conciencia para que, como la pecadora, sientas la necesidad de Dios, de su amor y su perdón; te atrevas a ir a los pies de Cristo mediante el Sacramento de la Reconciliación para ser salvado, y así, con la certeza de tu pequeñez y de su grandeza, puedas levantarte fortalecido para volver a empezar, con esperanza, la aventura del amor verdadero.