Hermanas y hermanos en Cristo:
(Hch 1, 12-14) Después de la ascensión, al cielo, los apóstoles volvieron a Jerusalén, desde el monte que llaman de los Olivos. Cuando llegaron, también subieron a la sala superior, donde se alojaban. Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús. Hoy también nos elevamos en oración, en este santuario, elevando, como incienso nuestras súplicas junto con María santísima, rezadora por excelencia. Ñembo’e’yva, he’iséva. Ha upea ha’é, ñande Sy porãite asy, omyakãva ñembo’e.
Ella con su oración nos lleva a orar unánimes, a proclamar la grandeza del Señor, y alegrarnos con nuestro espíritu en Dios, nuestro salvador. La oración hecha con fe, esperanza y caridad. La caridad nos lleva a unirnos en una sola voz en un solo corazón, en concordia. Madre llena de gracia, contigo nos alegramos, el Señor está contigo y contigo estamos. (Lc 1,26). En las cuentas del Rosario, que algunos hemos aprendido desde pequeños, también guiados por las rodillas y manos de nuestros padres, madres y abuelas, hemos degranado flores para coronar a nuestra Madre María. La oración comunitaria nos fortalece, para tocar a la puerta de Dios Padre.
Señora Abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; después de este peregrinar aquí en la tierra, y durante nuestro peregrinar muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.¡Oh Clementísima, oh Piadosa, oh dulce Virgen María! Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo. Que seamos dignos de correr la carrera y que no sea correr en vano, para no alcanzar la meta que aspiramos.
Se está realizando en Paraguay las Olimpiadas Especiales. Las personas que participan en los Programas de Liderazgo, con alguna discapacidad, se convierten en poderosos agentes de cambio y hacen que cada vez estemos más cerca de conseguir un mundo más inclusivo. Todos necesitamos capacitarnos en el amor para ser discípulos del Camino. Timoteo 3:16: Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente instruido para toda buena obra.
¿No sabéis que en las carreras del estadio todos corren, mas uno solo recibe el premio? ¡Corred de manera que lo consigáis! Los atletas se privan de todo; y eso ¡por una corona corruptible!; nosotros, en cambio, por una incorruptible. Así pues, yo corro, no como a la ventura; y ejerzo el pugilato, no como dando golpes en el vacío, sino que golpeo mi cuerpo y lo esclavizo; no sea que, habiendo proclamado a los demás, resulte yo mismo descalificado”. Cómo en las olimpiadas, el Señor nos invita a competir como atletas del Señor por el bien, la carrera por el camino de la vida, no por preseas humanas ni por los honores de las medallas. (1 Cor 24-27)
Una condición fundamental para vencer los obstáculos del mal es capacitarnos en el bien. Él nos dice que lo esencial es el amor: Amor a Dios y amor al prójimo. En estos dos mandamientos fundamentales de nuestra fe se resumen la ley y los profetas.
Pero debemos estar vigilantes en la oración. Así nos dice el Señor: Manténganse despiertos y oren, para que la tentación no los venza. Porque es cierto que el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil. (Mt 26,41). Mantenernos despiertos no es fácil; orar no es fácil. Es allí donde la Virgen viene a nuestro auxilio y pone en nuestras manos el rosario.
Donde está la Virgen María, allí está su Hijo. Por eso es que seguir a María es ir a Jesús. Rezar el Rosario es signo de nuestro amor a María, signo de nuestra vinculación con Ella y, por medio de Ella, con su Hijo Jesús. Meditando el Rosario, unimos los hechos agradables y tristes de nuestra propia vida con los misterios gozosos y dolorosos de la vida de Jesús y María.
Todos estamos llamados, a ser protagonistas en la construcción de un pueblo de paz, justicia y fraternidad, a testimoniar y anunciar el mensaje de que «Dios es amor», de que Dios no está lejos o es insensible a nuestras vicisitudes humanas. Está cerca, está siempre a nuestro lado, camina con nosotros para compartir nuestras alegrías y nuestros dolores, nuestras esperanzas y nuestras fatigas. Nos ama tanto y hasta tal punto, que se hizo hombre, vino al mundo no para juzgarlo, sino para que el mundo se salve por medio de Jesús (cf. Jn 3, 16-17).
La familia es un bien del cual la sociedad no puede prescindir, pero necesita ser protegida. La familia es atacada por varios frentes ideológicos y el rechazo a la voz de la Iglesia sobre la naturaleza misma de la familia y el matrimonio como unión entre un hombre y una mujer, sobre su indisolubilidad, el amor conyugal fiel y fecundo y la apertura a la vida. La misma familia debe ser testigo y educadora de su misión en muchos casos intransferible.
Las adicciones cómo las drogas, pandemias que nos asolan y aniquilan como una de las plagas mas graves de nuestra sociedad, vinculándose a delitos y crímenes, hace sufrir a muchas familias, y no pocas veces termina destruyéndolas. La impunidad de los comerciantes de muerte, del nocivo micro y macro tráfico de estas substancias cómo caramelos sintéticos, afecta irreparablemente a los más vulnerables, a los niños, adolescentes y jóvenes. Rompe círculos de reciprocidad y de unidad. Algo semejante ocurre con el alcoholismo, el juego y otras adicciones donde la violencia familiar, los feminicidios y los abusos de los niños y adolescentes son heridas muy profundas que destruyen y desfiguran la dignidad humana. Y que decir de los crímenes de corrupción donde los delincuentes y sicarios se organizan para destruir, herir y matar. Para amasar con sangre el pan sucio que darán de comer a sus propios hijos.
La familia debe velar y recuperar su misión de prevención contra abusos de los pequeños, garantía y ayuda contención de afectos y el desarrollo integral de sus hijos. Pero han perdido fuerza en muchos casos. Notamos las graves consecuencias de esta ruptura en familias destrozadas, hijos desarraigados, ancianos abandonados, niños huérfanos de padres vivos, adolescentes y jóvenes desorientados en su propia identidad y sin reglas ni limites.
Ante la cerrazón de la oscuridad, la esperanza no defrauda y la alegría nos nace también del testimonio cristiano de tantos hermanos y hermanas, familias, laicos, hombres y mujeres de la Iglesia en el corazón del mundo, hombres y mujeres del mundo en el corazón de la Iglesia en el Paraguay, consagrados a ser discípulos misioneros, que en el día a día profesan su fe y amor a Jesucristo, y luchan para sembrar la semilla del Evangelio, para crecer los frutos del Espíritu Santo, por un país mejor y generar nuevos horizontes de solidaridad y concordia entre hermanos.
Conmovedora es la célebre Súplica a la Reina del Santo Rosario: «Oh Rosario bendito de María, dulce cadena que nos une con Dios, vínculo de amor que nos une a los Ángeles, torre de salvación contra los asaltos del infierno, puerto seguro en el común naufragio, no te dejaremos jamás. Tú serás nuestro consuelo en la hora de la agonía. Para ti el último beso de la vida que se apaga. Y el último susurro de nuestros labios será tu suave nombre, oh Reina del Rosario de Lambaré, oh Madre nuestra querida, oh Refugio de los pecadores, oh Soberana consoladora de los tristes. Que seas bendita por doquier, hoy y siempre, en la tierra y en el cielo».
Lambaré, 7 octubre de 2024
Adalberto Martínez Flores, Arzobispo de la Santísima Asunción
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