SANTA MISA
Domingo 05 de octubre de 2025 – Catedral Metropolitana
HOMILÍA
Virgen del Camino – Migrantes y Refugiados
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, 5 de octubre, recordamos con devoción a la Virgen del Camino y celebramos en Paraguay el Día del Camino, signo de los senderos que nos unen como pueblo de fe. En este día elevamos nuestra oración por los migrantes y refugiados, caminantes de esperanza, testigos de una fe que mueve montañas. Con ellos caminamos como misioneros de esperanza. Así también saludamos a todos los que han venido a peregrinar en el día de hoy, a nuestra catedral metropolitana, Nuestra Señora de la Asunción.
Como el profeta Habacuc, que escuchamos en la primera lectura, también levantamos la voz ante el mal y la injusticia. Su clamor ante Dios nos enseña a no resignarnos, sino a creer, incluso cuando todo parece derrumbarse.
“¿Hasta cuándo, Señor, clamaré sin que me escuches? ¿Por qué me haces ver la injusticia y contemplar la opresión?” (Habacuc 1, 2-3).
Con el profeta también sentimos el peso de la injusticia y del dolor que atraviesa nuestra realidad. En medio de tantas heridas sociales y humanas, lamentamos profundamente la muerte del teniente coronel Guillermo Moral, cuya vida fue arrebatada de forma violenta e injusta. Su partida conmueve a toda la Nación y nos impulsa a elevar una oración sincera por su familia, por sus camaradas de las Fuerzas Armadas, por sus compañeros de la Facultad de Derecho, y por todos los que viven estos días con tristeza e incertidumbre. Que el Dios de la vida los consuele, fortalezca su fe y siembre en todos nosotros el deseo de trabajar por un país más justo y fraterno.
Habacuc no se resigna ante el mal ni se acostumbra a la violencia. Con corazón creyente, levanta su voz hacia Dios, convencido de que solo Él puede sanar las heridas del pueblo y restablecer la justicia.
Siguiendo su ejemplo, también elevamos nuestro clamor. Pedimos que se esclarezcan los hechos, que la verdad salga a la luz y que se actúe con responsabilidad y transparencia para que este crimen no quede impune. La búsqueda de la verdad y la justicia son condiciones indispensables en un Estado de derecho para despertar credibilidad en nuestras instituciones y sostener la paz social.
Nuestra sociedad necesita instituciones firmes y comprometidas, que custodien la dignidad de cada persona, que protejan a las personas que son amenazadas, extorsionadas o chantajeadas, y actúen con decisión para que el mal no siga sembrando miedo y muerte. En esa tarea también estamos llamados los creyentes: a no cerrar los ojos ante la injusticia, a denunciar con valentía el mal y a sostener con esperanza a quienes sufren.
En el fondo de ese grito “¿Hasta cuándo, Señor?” hay fe. Es el clamor de un pueblo que sufre, pero no se rinde. El profeta nos enseña que la fe auténtica no se encierra en la resignación, sino que se transforma en perseverancia, en búsqueda del bien y en compromiso con la vida. Cuando la ley se adormece, el creyente debe mantenerse despierto y firme, confiando en que Dios no permanece indiferente ante el dolor humano: Él escucha el gemido de los justos, sostiene la esperanza de los que creen y, en su tiempo, hace florecer la verdad y la paz.
Por eso, pedimos al Señor que nos conceda serenidad, paciencia, discernimiento y valentía para reconstruir la confianza, defender la vida y sembrar esperanza donde abunda el dolor. Que cada uno de nosotros, desde el lugar donde está, sea testigo de ese amor que no se apaga, convencido de que el mal no tiene la última palabra.
En la segunda lectura, tomada de la Segunda Carta del apóstol san Pablo a Timoteo (2 Timoteo 1, 6-8.13-14), el apóstol —escribiendo desde la prisión— nos deja un mensaje de esperanza. Pablo está preso, pero su corazón es libre; encadenado, pero su fe está viva:
“Te recuerdo que reavives el don de Dios que recibiste… porque Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de dominio propio.”
Estas palabras resuenan hoy con fuerza en medio de nuestras pruebas: no dejemos que se apague la llama de la fe. Esa llama sostiene a los migrantes en su travesía, a las familias que luchan por sobrevivir, a los jóvenes que no se rinden, a las comunidades que buscan reconstruirse en medio de la violencia o la pobreza.
En el Evangelio, los apóstoles le piden a Jesús: “Señor, auméntanos la fe.” Y el Señor responde que si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, podrían mover montañas. No se trata de una fe extraordinaria, sino de una fe verdadera, humilde y perseverante, que se pone en manos de Dios. También nosotros, en medio de las montañas de dificultades cotidianas —la indiferencia, el miedo, las amenazas, la violencia y la muerte—, estamos llamados a mantener viva la confianza en el poder del Señor.
Hoy, bajo el amparo de María, Virgen del Camino, recordamos que ella fue la primera peregrina de la fe. Caminó junto a su Hijo por los senderos polvorientos de Galilea y siguió fielmente el camino del Calvario hasta la cruz. Por eso, María comprende nuestros cansancios y nuestras búsquedas. Ella, que caminó con fe, nos enseña a no detenernos, a seguir adelante con la mirada puesta en Jesús.
La Virgen del Camino nos invita a ser sembradores de fe en medio de un mundo marcado por el miedo y la desesperanza; a ser abridores de caminos, servidores del bien, especialmente con quienes se han extraviado por senderos de vicios, violencia o injusticia.
Con ella pedimos al Señor que transforme nuestros caminos de muerte en caminos de vida, nuestras rutas de dolor en senderos de esperanza. El Señor Jesús, que es Camino, Verdad y Vida, no defrauda a quien confía en Él. Él es la Verdad que ilumina, la Vida que vence toda muerte y el Camino que conduce a la plenitud del amor.
Santa María, Virgen del Camino, acompaña a tus hijos que caminan cansados, a los que buscan un lugar donde vivir en paz, a los migrantes y refugiados que cruzan fronteras con el corazón lleno de esperanza. Consuela a las familias que lloran a sus seres queridos y fortalece nuestra fe para que no se apague el fuego del amor en medio de la noche del mundo.
Muéstranos a Jesús, el Camino que conduce a la vida, la Verdad que libera y la Luz que nunca se extingue.
Amén.
+ Adalberto Card. Martínez Flores
Arzobispo Metropolitano
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