Asunción, 17 de octubre del 2021

Homilía de inauguración de la Fase Diocesana del Sínodo

Queridos Hermanos y Hermanas

Iniciamos hoy el Sínodo en la Arquidiócesis, convocado por el Papa Francisco, en unión a todas las diócesis del Paraguay y del mundo, con el tema “Una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. Al inicio hemos cantado el “Veni Creator Spiritus” invocando al Espíritu Santo su venida sobre nuestra Asamblea eucarística en este largo proceso de “caminar juntos” en la evangelización de nuestros pueblos.

Primero quiero compartir la reflexión sobre el santo evangelio que el evangelista Marcos ha puesto para nuestra meditación.

El contexto de esta página se encuentra en medio de dos anuncios que Jesús hace de su pasión, muerte y resurrección. El texto de hoy es un conjunto relacionado al seguimiento de Jesús y al sentido del poder. El domingo pasado, se hablaba del seguimiento de Jesús y el sentido de las riquezas. Nos situamos, entonces, en el marco del seguimiento del Señor Jesús, camino a Jerusalén.

El deseo de los discípulos es conseguir grandeza y poder. Así le piden a Jesús los hijos del Zebedeo: estar a su derecha y a su izquierda, ser grandes funcionarios o algo semejante. Ellos están dispuestos, incluso, a dar la vida por ello. Hablan de la copa que pueden beber, pensando en una copa o bautismo de gloria.

Por su parte, la gloria de Dios se manifiesta en la cruz de Jesús, allí donde no estarán los discípulos en Jerusalén. Lo dejarán abandonado y será crucificado en medio de dos bandidos (éstos sí, estaban a su derecha y a la izquierda), una ignominia que confunde su causa con los intereses del mundo. Resulta para nosotros el aprendizaje de cómo seguir a Jesús. Él camina a Jerusalén como el profeta que sabe que su causa es el Reinado de Dios. Cuánta contraposición entre los que dominan el mundo, lo esclavizan, sin dejar que madure en nadie el Reino de Dios, cuya esencia está en el bien, la verdad, la justicia, el amor y la paz. Valores del Reino que deben pasar por la cruz, porque es indispensable la entrega de sí por la causa de reinado de Dios y necesariamente el camino es difícil, sinuoso, desagradable. Pero, es el camino de la cruz que lleva a la resurrección, a la vida que genera la auténtica paz del corazón.

El camino de Sínodo: “caminar juntos”

La sinodalidad ha sido un tema crucial en la historia de la Iglesia. A partir del caminar de Jesús con su pueblo, los Apóstoles habían recibido el mandato de caminar por todo el mundo, poniendo en práctica las palabras del Resucitado: “vayan por todo el mundo, enséñenles lo que les he enseñado. Bautícenlos. No tengan miedo, yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo”. El método de la evangelización se hizo siempre caminando y ofreciendo el misterio de la vida, muerte y resurrección del Señor Jesús. La Iglesia de todos los tiempos ha caminado junto con su gente.

El Concilio Vaticano II, inspirado por el Espíritu Santo, en sus dos documentos “Lumen Gentium”, “Gaudium et Spes” y el Decreto “Ad Gentes” se puso a caminar con los pueblos, asumiendo “sus gozos y alegrías, sus penas y tristezas” con la fuerza del Evangelio. En América Latina, las cinco Asambleas Episcopales Latinoamericanas (Río de Janeiro, Medellín, Puebla, Santo Domingo, Aparecida) han sido experiencias permanentes de escucha de la realidad, de reflexión evangélica y pastoral, y de orientaciones que mostraron el camino a seguir para actualizar sea el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, sea la orientación del Concilio Vaticano II.

Una experiencia sorprendente, en esa historia de “caminar juntos” ha sido el Sínodo de la Amazonía (octubre de 2019) en que me cupo participar. Ese Sínodo ha tenido una larga preparación de escucha, de cercanía y de discernimiento, en los 9 países amazónicos. Su celebración sinodal ha comportado una perspectiva global. El Papa Francisco en su exhortación postsinodal lo resume en cuatro sueños: El sueño social, el sueño cultural, el sueño ecológico y el sueño eclesial. El Santo Padre abría nuevos horizontes, más allá de las propias fronteras habituales para acercarse a zonas más diversas y vulnerables, para lograr la salud del mundo.

Ahí hemos aprendido que las estructuras eclesiales deben encarnarse. Así se ha creado la Conferencia Eclesial de la Amazonía (CEAMA) con la participación de la Red de Iglesias Panamazónicas. Se crearon nuevos grupos de trabajo para afrontar los varios problemas.

Es conveniente recordar en la historia eclesial del Paraguay, el primer Sínodo de Asunción, inaugurado por el Obispo Fray Martín Ignacio de Loyola, el 4 de octubre de 1603, siendo rector de la Catedral hoy San Roque González de la Santa Cruz, y otras distinguidas personalidades de entonces.

También el primer Sínodo arquidiocesano, con el tema “Iglesia comunión, participación y servicio”, clausurado el 26 de diciembre de 2019, ha experimentado un caminar juntos para iniciar el nuevo milenio con perspectivas pastorales siempre adecuadas a las necesidades de los nuevos tiempos que vive la Arquidiócesis de la santísima Asunción.

Este Sínodo sobre la sinodalidad será el acontecimiento eclesial más importante desde el Concilio Vaticano II (1962-1965): Este Sínodo está llamado a involucrar, más directamente, por primera vez en la historia de la Iglesia, a todo el Pueblo de Dios. Es el intento más ambicioso de reforma católico en los últimos sesenta años. Podría ser como un Vaticano III, sin el exigente título de Concilio, pues abarca una gama inmensa de realidades tanto eclesiales como civiles y sociales.

También hoy al inicio de la fase diocesana para el Sínodo, con renovado espíritu pastoral, tenemos en cuenta nuestra historia de los últimos años, de gran envergadura con la participación eclesial y nacional, hemos hecho juntos la preparación y la realización de la visita papal, en 2015; la beatificación de María Felicia de Jesús Sacramentado, Chiquitunga (2018). Hoy nos disponemos, guiados por el Espíritu Santo a iniciar un proceso sinodal que tendrá su primera fase en cada diócesis a ser concluida a nivel nacional. Luego, una fase concluida en cada diócesis nacional mediante la Conferencia Episcopal Paraguaya. Seguirá otra fase, continental con la conducción del CELAM y finalmente, en octubre de 2023 se realizará su última fase en Roma. Dejemos que el protagonista de la Iglesia sea siempre el Espíritu Santo, que nos guíe por las sendas de la “escucha, la cercanía y el discernimiento”.

No menos importante es que hoy realicemos una mirada a nuestra realidad nacional, con la que caminamos juntos. Reafirmamos que la Constitución Nacional guía con sus indicaciones toda la realidad del país.

Hay tantos desafíos para transformar el Paraguay en un país más solidario y fraterno. Pues, la brecha entre ricos y pobres es inmensa, entre los que tienen condiciones para acceder a la educación y a la cultura y quienes están marginados de ellas. Un país que debe caminar por la senda ética y la moral, apostando por el desarrollo integral de todo ciudadano, se ha de confrontar con la violencia, el narcotráfico, el contrabando, las amenazas de las ideologías. El país que queremos construir en la solidaridad, en la justicia y en la paz, en el marco de la Constitución Nacional y con la fuerza del evangelio de Nuestro Señor Jesucristo se siente estancado y ha sido duramente golpeado por la pandemia y las corrientes del relativismo, de los ídolos impuestos por organismos internacionales con el afán de deshumanizar.

No vivamos en una suerte de utilitarismo social en el que se valora a la persona según produzca. Superemos la presión que pueda venir de corrientes de pensamiento que apuntan solo a un servilismo en función de la economía global y no en función de la promoción integral de la persona. Parece más fácil promover preservación de la fauna y la flora a expensas de promover la ecología humana. Hay más control poblacional a expensas de anticonceptivos, aborto, eutanasia y cambio de identidad sexual por ideología de género. Estemos atentos a estas corrientes que algunos ya clasifican de transhumanismo, producto de la tecnología sin ética.

Por eso el Sínodo debe ser un ejercicio de consulta sobre nuestra realidad eclesial y la realidad nacional con sus ámbitos políticos, económicos, sociales, culturales y religiosos, uniendo esfuerzos en todos los sectores, sean eclesiales, sean civiles. La sinodalidad es un llamado a la corresponsabilidad y a la participación de todo el pueblo de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia, siendo el bautismo la tarjeta de identidad y puerta de entrada. Tendremos riesgos, pero también oportunidades para el encuentro, la escucha y el discernimiento.

En esta breve y difícil etapa diocesana que nos tocará vivir, la situación de la Educación Nacional está siendo golpeada, no solo por la pandemia sino también por las huelgas de trabajadores, que sin duda tienen sus necesidades y reclamos. Con todo, vale la pena hacer el discernimiento de la realidad nacional, pues nuestros niños y jóvenes ya han perdido casi dos años en el aprendizaje escolar. Es un hecho gravísimo este estancado proceso educativo. El retorno a las aulas será un beneficio al bien común y a las comunidades educativas escolares. Pues, con mucha ilusión habían comenzado los alumnos sus encuentros formativos y se sentían felices por retornar a su segunda casa.

En estos momentos de alta tensión por crímenes generalizados y hechos violentos, es conveniente cuidar todos los aspectos que hacen a la paz social. Debemos construir esa paz social mediante la educación en valores humanos y cristianos.

A las Autoridades Nacionales, en estas y en otras circunstancias, les pedimos agotar todas las instancias para el diálogo, la exposición de las necesidades de varios sectores, el deseo de construir mejores condiciones de vida para docentes, gremios de trabajadores y familias no representadas, dentro de las difíciles condiciones actuales de la economía y de las finanzas estatales.

La preocupante realidad nacional requiere un diálogo constructivo, reconocer prioridades y a disponerse a transitar por sendas de paz y justicia. Es bueno repetir la invitación a Sindicatos y a los diversos manifestantes por sus derechos al encuentro en el diálogo constructivo. En el caso de los docentes a reconocer prioridades y a disponerse a volver a sus actividades profesionales mejorando siempre su propia actualización pedagógica en el servicio educativo.

A los jóvenes estudiantes que retomen sus clases, ya que, hasta ahora, han tenido una pérdida muy grande en su formación académica. Necesitamos de jóvenes bien formados para desarrollar todas sus potencialidades al servicio de sus respectivas familias y del país, en general.

Otro tema igualmente importante y preocupante es la destrucción de la familia, buscando deshumanizar a la persona. Tengamos la sabiduría de ayudar a la familia, a los niños y adolescentes, diciendo, sí a la vida, a los valores y principios cristianos, morales y cívicos. La perspectiva de familia surge de la Constitución Nacional, mientras la perspectiva de género, surge de las ideologías que se nos quieren imponer.

La vida cristiana es servir a los demás para hacer la vida un poco más grata a las personas que llevan cargas demasiado pesadas. Afronta la vida con realismo y con mucho amor. El servicio con amor nos hace libres, felices. Los cristianos no somos privilegiados en lo exterior: tenemos los mismos problemas, las mismas dificultades, las propias limitaciones de todo ser humano. Pero, tenemos algo especial: las palabras de Jesús, la vida de Jesús, la fuerza de Jesús resucitado, el Espíritu de Jesús. No podemos humillar, despreciar, deshumanizar, porque nos debemos a la dignidad de la persona, a su verdad de vida, y al bien común. Por eso, debemos humanizar, es decir, luchar para que todo hombre y mujer se realice plenamente. Pues, recordamos que la vida plena es la meta señalada por Jesús quien: “ha venido para que tengamos vida, y la tengamos en plenitud” (Jn. 10,10).

Hermanos y Hermanas

Animados por la Eucaristía y por las celebraciones hechas durante este año dedicado a la Eucaristía, participemos con sabiduría y amor a todos los encuentros que están programados, sea en la estructura interna de la Iglesia como también a su servicio a la sociedad. Es el tiempo de gracia que el Espíritu Santo ofrece a nuestro país, al mundo y a la Iglesia.

Como bautizados estamos llamados a dar el mejor aporte a las preguntas que se nos formularán y que vienen del documento preparatorio del Sínodo de Obispos.

María Santísima, Madre y Mujer gloriosa del cielo, nos acompañe en este proceso participativo a “caminar juntos” en una renovada evangelización para el bienestar de las personas y familias.

+ Edmundo Valenzuela, sdb

Arzobispo Metropolitano