Hermanos, queridas familias:

  1. La solemnidad que hoy celebramos nos lleva a poner nuestra mirada en tres direcciones:

A Dios que con su misericordia concede a María, el don de la Asunción en cuerpo y alma a los cielos. Nuestra alabanza en esta Eucaristía también a Dios porque nos ha concedido días maravillosos durante la visita del Santo Padre. Damos gracias por haber vivido intensamente días de cielo. Ha sido la página de oro para la historia de nuestro país y de la Iglesia Católica. Recogemos con humildad el esfuerzo, la creatividad y la fe de todo el pueblo paraguayo manifestando la mayor unidad que hasta el momento ha tenido nuestra historia patria.

Nuestra mirada a María, por su fidelidad hasta el final. Como solemos cantar “las glorias de María”, mujer creyente que experimentó el camino de la fe, de la caridad y de la esperanza. El Papa Francisco, en Caacupé, a la luz de la fe de María ha subrayado elogiando a la mujer paraguaya, como “la más gloriosa de América”. En cada mujer paraguaya vemos a la familia humilde, generosa, trabajadora, unida por el amor, educadora de nuevas generaciones y propulsora de bienestar y paz. Cuanto más miremos a María más responsabilidad ante la mujer paraguaya, para ser promovida y respetada, sin violencia ni abusos contra ella. Son la dulzura de la sociedad y de la Iglesia, protectora de toda vida humana, desde su concepción hasta su muerte natural.

También dirigimos nuestra mirada a la Iglesia y a nuestra sociedad. Con la victoria de Jesús Resucitado y de María triunfante en el cielo, tenemos motivos para la esperanza. Ellos dos iniciaron el camino, aquí en la tierra y ya están en la meta final, al que cada uno, cada persona, cada familia, cada comunidad están llamados al triunfo y a la vida de gloria. Sabemos con todo que la Iglesia necesita ser más misionera, debe mejorar mucho más la formación cristiana de las nuevas generaciones para que sean de verdad discípulos misioneros de Jesucristo. Necesita de más sacerdotes y de más chicas consagradas que surjan de familias cristianas para anunciar y testimoniar la belleza de la vida cristiana.

Esta Santa Misa, además de ser una mirada a la Virgen Victoriosa y triunfante en el cielo, celebrando su Asunción en cuerpo y alma al cielo, es un momento privilegiado para ser agradecidos por el don de la visita del Papa Francisco a nuestro país. Fuimos bendecidos por la Santísima Trinidad con la presencia del Santo Padre. Su ejemplo y sus palabras nos han dado inmensa alegría. Nos ha motivado a la esperanza, pidiéndonos una Iglesia hospitalaria y un país en diálogo, sin temor a los conflictos, para el bienestar de la gente. Hoy, desde esta Catedral, queremos hacerle llegar nuestra gratitud por su visita, su predilección por nosotros. Las valientes mujeres paraguayas, las más gloriosas de América, manifiestan su gratitud por tan prestigioso título de honor. Y con ellos, todo el pueblo paraguayo le decimos al Santo Padre Francisco que le queremos mucho y rezamos por él.

Es también la ocasión para agradecer públicamente a todos quienes han dado lo mejor de sí para la preparación y realización de la visita papal. Fue una escuela extraordinaria de fe y de solidaridad. Al Señor Nuncio Apostólico, Mons. Eliseo Ariotti, representante del Papa Francisco en Paraguay, nuestro agradecimiento por su constante dedicación y acompañamiento.

La Comisión central, compuesta por un obispo representante de la Conferencia Episcopal y su equipo y por el Coordinador General de parte del Gobierno, el Ministro Juan Carlos López Moreira y su equipo, ha diseñado y acompañado la visita papal, con la competencia propia, de una manera ejemplar. Las subcomisiones de ambos equipos han manifestado un alto grado de afecto, entrega, creatividad y solidaridad dedicándose a resolver todo tipo de obstáculos en la unidad de orientación y servicio. El resultado fue maravilloso. Hemos escrito una página gloriosa, la más gloriosa de nuestra  historia nacional con sorprendente resultado. Quedamos humildemente orgullosos de que juntos podemos alcanzar metas propuestas.

La colaboración recibida por parte del Estado Paraguayo a la visita papal, se debe al empeño personal que el Señor Presidente de la República, Horacio Cartes impulsó a todos sus Ministros y organismos estatales. Como él, agradecemos a las Autoridades nacionales, departamentales, municipales, a sus dirigentes y funcionarios. A los militares y policías. A los Directores de Itaipú y Yacyretá, entes binacionales. Han coordinado la construcción de los altares, de los escenarios, han proveído los equipos de sonido, las pantallas LED’s, el transporte, la salud pública, la seguridad. Han preparado los locales de encuentros masivos, como la Costanera, Caacupé y Ñu Guasú. Generosamente han solucionado los problemas técnicos y han dado todo tipo de solución a situaciones inesperadas. Han promovido el retablo de Koky Ruiz y muchos otros detalles importantes. Tal vez me olvide de otros aspectos. Pero, debo expresar que el Paraguay dispone de personas competentes, que sin alardear ni alharacas han manifestado una competencia profesional de envergadura.

Lo mismo decimos de los equipos que organizaron a los Servidores, el coro papal, el coro de niños de Luque, la página web de la visita papal, las secretarías de espiritualidad y de pastoral, la preparación de la Liturgia, la atención a las personas con discapacidad, etc. Por su planificación, dedicación, organización, acompañamiento, protección, seguridad. ¡Gracias por todo y gracias a todos!

El reconocimiento agradecido a los empresarios, a los miles de voluntarios que acompañaron la preparación y realización de la visita papal. A toda la gente que colaboró con su dinero en la logística planeada, a las comunidades y familias que han apoyado con su sacrificio, ayuno, oración y silenciosamente han asegurado con fe la bendición de Dios a nuestro país, le expresamos nuestra gratitud. ¡Que Dios se lo pague!

 

  1. Qué nos dice hoy la Palabra de Dios

Esta historia escrita con trazos de sacrificio y de fe, la vemos reflejada en las Lecturas proclamadas en la solemnidad de la Asunción de María a los cielos.

En el libro del Apocalipsis se nos presenta: Una mujer vestida del sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas. La Iglesia confiesa que María fue asunta al cielo en cuerpo y alma. La reflexión de la Palabra de Dios puede afirmar que así como el Hijo de María murió y resucitó, así también la madre ha vencido la muerte en la resurrección gloriosa como primer fruto en una pura criatura de la resurrección del Hijo. La Iglesia se alegra del triunfo de la Madre sobre la muerte y del enemigo del hombre que causa la muerte. Y se abre un camino de esperanza para la misma Iglesia y para el mundo: esa es la meta a que conduce la fe en Jesús. En nuestro tiempo necesitamos de este mensaje de victoria de la vida sobre la muerte, del bien sobre el mal, de la gracia sobre el pecado. Hacia ese triunfo debe ir nuestro país.

En la segunda lectura: (1Corintios 15,20-26) san Pablo nos presenta a Cristo resucitado, primicia de todos los que han muerto. Esta gran realidad de la vuelta a la vida de todos en Cristo Jesús es una afirmación firme en el Nuevo Testamento. Por tanto, la herencia victoriosa de Cristo, causa y origen de la vida que no terminará jamás, alcanzará también a todos los hombres. Este es el gran consuelo que la resurrección aporta a la humanidad. Y la primera pura criatura que participó en esta nueva herencia fue María. Participó exenta de todo pecado, es decir, en la muerte. Pero también ha participado de la victoria de la vida sobre la muerte que consiguió su Hijo y que se aplica a todos los hombres. Es posible la esperanza firme porque ha sido posible la victoria de la vida sobre la muerte.

Esta solemnidad es un motivo especial para insistir en la verdad consoladora de la victoria definitiva de la vida sobre la muerte. La Iglesia ofrece una respuesta real a una necesidad real.

Escuchamos en el evangelio: (Lucas 1,39-56): ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?… ¡Dichosa tú que has creído! Isabel, iluminada y movida por el Espíritu Santo, proclama que María es bendita y es Bendito el fruto de su vientre. La bendición es lo más precioso de lo que Dios ofrece al hombre para su salvación y para que sea feliz. Una bendición no es un deseo ni una palabra de ánimo, es una realidad que Dios deposita en manos de sus instrumentos de salvación para que se convierta en una herencia preciada futura y permanente.

Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador. Lucas coloca este canto en labios de María porque estimó que era la mejor cantora para hacerlo. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones. Desde la encarnación, desde su participación junto a Jesús en llevar adelante el proyecto de Dios y ahora en su exaltación y glorificación. En la asunción de María se nos invita a cantar de forma singular el Magníficat porque exalta esos atributos de Dios presentes, principalmente, en la muerte y resurrección de Jesús y en la glorificación de su madre.

La visita papal que acabamos de vivir da motivos a la Iglesia y al país, para cantar con los primeros cristianos y con María: Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador.

  1. Hermanos, queridas familias

La mirada de esperanza a nuestra sociedad es igualmente un compromiso a la justicia social, al combate a la pobreza y pobreza extrema. Nos urge un trabajo conjunto sobre la realidad de familias enteras que viven en la marginación, en la explotación y en la indigencia de educación, salud, vivienda, trabajo… En Asunción, en nuestras espaldas y al lado del río, miremos a nuestros hermanos. Dispongámonos Estado e Iglesia, y todas las organizaciones humanitarias, en redes, a trabajar juntos por los pobres, como nos pidió el Papa Francisco. Serán los expertos en la materia, junto con los Párrocos del Bañado, quienes ofrezcan solución adecuada, con fundamentos científicos que configuren el engranaje de elementos técnicos conjugados con aquellos sociales, asegurando de este modo el desarrollo integral de esas poblaciones. Soñamos vivamente que las Autoridades Nacionales, el Poder Ejecutivo y el Legislativo tome la rienda de las soluciones propuestas, con firmeza y sabiduría. No es posible pensar sólo a causa de las inundaciones, sería sólo una emergencia. Es necesario ofrecer a las poblaciones de los Bañados y con ellos mismos, no ideologías ni propuestas políticas, sí aquellas definitivas que indique la meta a la que se debe llegar, mediante pequeños primeros pasos.

Nuestra Arquidiócesis, en este día de fiesta patronal, se compromete con todos sus agentes pastorales a poner en marcha las indicaciones del Santo Padre Francisco para hacer una Iglesia más hospitalaria y misionera. Los Párrocos Decanos están llamados a dar mayor participación a todos los estamentos que componen la comunidad eclesial del Decanato. Los dos Vicarios Episcopales, de las zonas norte y sur, están comenzando a manifestar mayor cercanía del Obispo a las personas y comunidades, para mejorar toda pastoral y acompañar de cerca a las Instituciones Educativas, Movimientos Laicales, Consejos Pastorales y de asuntos económicos, comunidades juveniles, Catequistas, Diáconos y Sacerdotes.

Pido a Nuestra Señora de la Asunción, su protección y bendición para que esta visita papal y la experiencia de trabajar juntos por metas difíciles, nos mueva hacia una Iglesia más misionera, que forme mejor a los adultos y jóvenes en su Iniciación Cristiana. Que la acción de caridad sea el fruto y resultado de obras de misericordia de las celebraciones eucarísticas. Los frutos abundantes deben dirigirse a combatir la raíz de la pobreza que se encuentra en la corrupción y el desinterés a los problemas sociales de la gente y en la falta de patriotismo, de moral y de ética de varios de los actuales políticos y responsables de la República. Como dijo el Papa Francisco, “la corrupción es la gangrena de los pueblos”.

Juntos podamos mejorar y solucionar la vida de nuestras familias y de todo el país, comenzando por priorizar la atención a los más pobres, a los bañadenses y a los asentamientos humanos donde se encuentra el 20% de la población.

Saludemos agradecidos al Papa Francisco pidiendo al Señor Nuncio Apostólico que le haga llegar nuestras oraciones y el afecto cariñoso del pueblo paraguayo.

Alabado sea Jesucristo y su Madre María Santísima.

 

Monseñor Edmundo Valenzuela, Arzobispo Metropolitano de la Santísima Asunción