Queridos Hermanos y Hermanas
La Palabra de Dios nos invita a preparar el camino y la figura de Juan el Bautista preparó la venida del “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, con eso nos adelanta la pascua de Cristo, cuya sangre derramada perdona nuestros pecados y nos devuelve la vida eterna. El tema que comparto con ustedes en este novena día del Novenario de Nuestra Señora Inmaculada de Caacupé es “la Eucaristía y la caridad”.
1. La situación de la eucaristía y la caridad en nuestros ambientes
Partamos de una afirmación de fe: La vida cristiana es caridad y se celebra en la eucaristía, para desde ella vivir la caridad.
La Pandemia nos ha planteado no solo un interrogante sobre la salud o los aspectos materiales de la existencia, también, y de forma dramática, nos ha hecho replantearnos la Eucaristía como sacramento y de la Caridad como la forma de estar en el mundo que nos es propia y nos corresponde como bautizados.
Hemos contemplado con cierto estupor religioso el misterio de la acción del Espíritu Santo en la caridad viviente de los miembros de la Iglesia. A pesar de los límites internos y de la presión externa desde el Poder, que muchas veces nos cuestiona, se ha vivido intensamente la caridad, especialmente con los pobres y con quienes perdieron el trabajo, mediante los comedores sociales de la pastoral social y las ollas populares de organizaciones religiosas, sociales. (Pe buen Samaritanocha, tupaó ipokatú pe oikotevevandí tape ykere) Como el Samaritano al borde del camino la Iglesia ha respondido generosamente a la vida de los necesitados: “Che ñembyahýi ramo guare, peë che mongaru vaekue; che yuhéi ramo, peë che mboy´u vaekue…Añetehape ha´e peëme, peyapóva peteïva ko´ä che ryvy kuéra michïvévare, che rehe pejapo ramo guáicha” (Mt. 25, 35.40) (“Tuve hambre, tuve sed… y lo que ustedes hicieron por estos más necesitados, por mí lo hicieron”, dice Jesús (Cf Mat 25). Otro tanto se ha hecho con el acompañamiento psico-espiritual de las personas angustiadas por la situación.
Estas obras de misericordia nacen, sin duda de la oración, como entrega a Dios en la realidad, Él nos “primerea con su Amor” siempre. Y “consolamos con el consuelo con el que nosotros somos consolados”. La oración familiar, en la Iglesia doméstica, a través del rosario, a través de la participación virtual en los oficios litúrgicos, incluso diariamente, las numerosas procesiones hechas en las parroquias con la Eucaristía y con María Santísima para llegar a todo su territorio, la celebración de la Santa Misa trasmitida por los medios de comunicación, en este tiempo de emergencia sanitaria, han sido experiencias únicas del Pueblo de Dios alimentándose de la Palabra divina y de la comunión espiritual, como medio de vivir esa Pascua que significa la Eucaristía como “Paso” de la muerte a la vida, como exultación de gozo por ser salvados de las aguas oscuras del sinsentido por un Amor que sostiene en todo tiempo nuestra fragilidad.
Eso sí, durante la pandemia ha disminuido la participación regular de los fieles a la Eucaristía presencial, muchos siguiéndola virtualmente y acostumbrándose a ello. No está bien habituarnos a la Misa a lo virtual, debemos participar físicamente. El congreso eucarístico arquidiocesano nos ayudó al conocimiento, la valoración y la participación eucarística. Seguimos anunciando con vitalidad el Evangelio, nutridos por la Eucaristía y la caridad para la dignidad de toda persona, especialmente para dar especio de humanización a los pobres, campesinos, indígenas y los que viven en las “periferias existenciales”.
Nuestra fuente inspiradora los cristianos católicos es la Eucaristía para afrontar la realidad de la sociedad hoy, como son la pobreza extrema, la democracia, la economía solidaria, el cuidado de la naturaleza y de la casa común, la impunidad, la creciente corrupción, la educación empobrecida, las adicciones y el narcotráfico. Y nos impulsa al amor a la vida, al valor de la familia y del matrimonio varón-mujer, así como la necesaria sobrevivencia post pandemia.
Una de las amenazas a nuestra fe eucarística es la obsesión mediática y política de los llamados progresistas o “proges” que tratan de instalar a través del lenguaje manipulado y el “pensamiento único”, una mirada errónea, reductiva y desnaturalizada de los derechos humanos, basados en nuevos parámetros que pretenden un cambio radical contrario a las instituciones y los valores de la sociedad paraguaya.
Estos “progres” intentan implementar esquemas “de lo políticamente correcto” para someter a la población a una “dictadura de relativismo moral” y una “colonización ideológica” sometida a la dictadura incluso, si les fuera posible, en complicidad con los mismos gobernantes, quienes tienen la obligación moral con los ciudadanos de defenderlos de este ataque ideológico, cumpliendo el rol subsidiario del Estado en la protección de la vida humana desde la concepción y de la familia como institución básica de la sociedad, así como el respeto a los padres como primeros garantes del desarrollo armónico de los niños, niñas y adolescentes.
Es impresionante el tsunami que se avecina a nuestro país, proveniente de las Naciones Unidas, de la Unión Europea y de la Organización de los Estados Americanos, en el interés de reducir y controlar la población mundial, a través de los programas de los diversos Ministerios del Gobierno, aparejada con conceptos ambiguos de “enfoque de género” y de “educación sexual integral” con mirada genitalista, hedonista en la búsqueda del placer egoísta, frustrante y sesgada de la sexualidad. El intento repetido varias veces de instalar el tema de la legalización del crimen del aborto, y luego seguramente la eutanasia, constituye una amenaza a la racionalidad pues ataca vida, familia, matrimonio varón-mujer, y libertades básicas de conciencia, enseñanza y culto.
En este momento, nos alegra que haya activistas de padres de familia y educadores en todo el país, analizando y objetando los planes de los varios ministerios. Por ejemplo, los de educación para la niñez y la adolescencia que no condicen con nuestra dignidad y nuestra cultura. Muy distinto es el planteamiento de estos padres y educadores en materia de educación sexual, basada ésta en las ciencias humanas y en la biología, proponiendo estrategias pedagógicas que consideren todas las dimensiones de la persona, física, psíquica, social, moral y espiritual, protegiendo la salud y el desarrollo armónico con perspectiva de familia, ciencia y de razonabilidad. Este debe ser el espíritu y el contenido de un plan educativo para niños y adolescentes.
En el fondo este no es solo un problema legal o financiero, sino es también un problema antropológico muy profundo y, por tanto, requiere de toda nuestra atención para informarnos, formarnos y actuar como paraguayos, herederos de una cultura cristiana que valora “la razón y la fe como dos las banderas de la libertad”. Bajo el Amparo de nuestra Señora, la Virgen María, Inmaculada, ¡Paraguay se proclama por siempre pro vida, pro familia y libre!
La caridad y su dimensión social
La unión con Cristo que se realiza en la eucaristía tiene un carácter social. En efecto, al unirnos con Cristo al mismo tiempo nos unimos con los demás, a los que Él se entrega.
Upecha tapiaite tupaópe: “Opá ogueroviáva oï peteï ne´ëme ha omboja´o ojoapytépe opa oguerekóva. Ome´ë hepýre ijyvy ha opa oguerekóva, ha ombaja´o upe viru peteï-teï oikotevëháicha” (Hch 2, 44-45). Aquí encontramos como una definición de la Iglesia, cuyos elementos constitutivos son: la «enseñanza de los Apóstoles», la «comunión» (koinonia), la «fracción del pan» y la «oración» (cf. Hch 2, 42). Ahora podemos entender de qué fuente eucarística surge toda la Pastoral de la Caridad, la llamada Pastoral social. Su irradiación y su servicio parten de la Eucaristía.
La Encíclica “Fratelli tutti” el Papa Francisco nos invita a no perder la ternura que brota de la compasión y de la confianza a luchar por la amistad universal, el amor social, por la dignidad de todo hombre y mujer. Eso nos obliga a cambiar estructuras y situaciones de pecado.
El sacramento de la eucaristía
El sacramento de la eucaristía tiene dos aspectos esenciales: 1) como sacramento de iniciación a la vida cristiana por la que el cristiano accede a la plena identificación con Cristo; 2) como sacramento de la existencia cristiana, y por tanto celebrado repetidamente a lo largo de toda la vida, está en función del progreso y la edificación espiritual del cristiano.
La “fracción del pan” o la “cena del Señor” así llamaban a las reuniones cristianas en que se hacían memoria de la despedida que Jesús celebró en la cena con sus discípulos “la noche en que entregado” (1 Cor 11, 23). La cena del Señor fue siempre el memorial de la liberación de Israel (pascua) mediante el cordero sacrificado y de nuestra liberación integral mediante la muerte y resurrección de Jesús, el Señor.
Al vincularse la eucaristía a la pascua, hacemos memoria del hecho central del misterio de Jesucristo: Cristo, auténtico cordero pascual; Cristo servidor sacrificado; Cristo liberador por su muerte y resurrección; Cristo, pan de vida. Jesús, como signo de esta alianza pascual, se hace grano de trigo que cae en tierra, muere y da mucho fruto (Cf Jn 12, 23-24).
Además de la iniciación a la vida cristiana, la eucaristía es, “fuente, centro y cima de toda la vida cristiana”. Los sacramentos son medios eficaces de la gracia. Ellos nos incorporan al misterio pascual de Cristo. En este sentido, la eucaristía es el sacramento del banquete eucarístico y del sacrificio de la cruz por su relación directa a la obra redentora de Cristo, es memorial y es comunión con Él y los hermanos. De esta forma, la vida propia de Cristo resucitado, se expande por todos los miembros que forman su cuerpo en forma de alimento espiritual. Por eso, exclamamos gozosos “este es el misterio de nuestra fe”.
La cena pascual judía tenía una doble significación: acción de gracias al Dios de la alianza por la liberación de Egipto, de la esclavitud, de la dependencia religiosa a los dioses, y de la falta de libertad (Ex 12, 1-28) y expresión del deseo de la liberación plena del pecado y de la muerte en el reino mesiánico que dio a la pascua de la liberación definitiva fundada en el auténtico sacrificio de Cristo, “ofrecido una vez para siempre” (Heb 7,24-27; 9, 12.26.28; 10, 10; Rom 6, 10; 1 Pe 3, 18).
Los dones simbólicos –pan y vino – además de ser el memorial del sacrificio de la cruz, adquieren también la forma de comida familiar o de banquete eucarístico. Esta comunidad de mesa celebrada en memoria del Señor se convierte en signo de relación, diálogo, perdón, amor, comunión y solidaridad, elevando a experiencia cristiana la comunidad de mesa practicada por Jesús con publicanos y pecadores.
Los discípulos y con ellos la Iglesia toda, recibieron la orden de perpetuar este gesto: “hagan esto en memoria mía” (1 Cor 11,26) “hasta que él venga” (1 Cor 11, 24-26; Lc 22,19). De esta forma la Iglesia, con la celebración de la eucaristía, perpetúa en el tiempo la presencia eficaz de esta vida entregada por la vida del mundo. La eucaristía es el alimento de la Iglesia peregrina, mientras avanza hacia la plenitud de salvación. Por ser comida de su cuerpo y sangre, es ya pregustación en el tiempo de la vida de resurrección que Cristo posee en plenitud y que prometió a todos los que crean en él (Jn 6, 53-58).
Es tan linda encontrar las dimensiones que tiene la eucaristía como comida familiar de los hijos de Dios, en que comemos a Cristo, pan de vida y entramos en comunión con él. Es también acción de gracias a Dios y de alabanza por su amor y sus dones. De este modo se convierte en un sacrificio de comunión entre los hermanos y compromiso de entrega a los más pobres. De esta afirmación eucarística surge la caridad como la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia. Todas las responsabilidades y compromisos trazados por esta doctrina provienen de la caridad que, según la enseñanza de Jesús, es la síntesis de toda la Ley (cf. Mt 22,36-40). Ella da verdadera sustancia a la relación personal con Dios y con el prójimo; no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas. (CIV, 2)
4. Conclusión y propuestas de acción
Fundamentemos hoy la significación cristiana de la eucaristía y de la caridad en los datos de la historia de la salvación en el AT y el NT y de la historia de la Iglesia, en especial de los primeros siglos.
Participemos de la santa Misa Dominical como el hermoso encuentro con los hermanos porque nos encontramos con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, pan de vida plena. El domingo es el día de la resurrección del Señor y la eucaristía dominical, acompaña la vida de los cristianos.
Conozcamos más sobre la pedagogía mistagógica de la eucaristía, a partir de símbolos como la comunidad-asamblea, los ritos de entrada, la Palabra, el pan y el vino, la plegaria eucarística, la comunión, el envío, el compromiso social cristiano.
En cuanto a la caridad, resaltemos la pedagogía de experiencia humana que nos lleva a reunirnos, a celebrar, a comer, a participar, a recordar, a esperar, a compartir…
Busquemos el bien de las personas que forman parte de la comunidad social. Desear el bien común y esforzarse por él es exigencia de justicia y caridad (CIV, 7).
La caridad cristiana que se alimenta en la eucaristía y está evidenciada en la parábola del buen Samaritano, las organizaciones caritativas de la Iglesia, (diocesana, nacional, internacional), pongan a disposición los medios necesarios y, sobre todo, los hombres y mujeres que desempeñen estos cometidos, con competencia profesional y atención cordial, sin proselitismo, pues el amor es gratuito.
Hagamos desde la catequesis y la predicación que los efectos de nuestras celebraciones eucarísticas tengan la fuerza notoria en la transformación de la educación, de la salud, del mundo del trabajo y combatan los hechos de robo, corrupción, narcotráfico, lavado de dinero, deforestación, abuso de menores, secuestros, violencia contra la mujer, pornografía, y todo tipo de errores y males, logrando así el bienestar nacional en la justicia y la promoción de la paz.
He aquí algunas propuestas para que las Autoridades Nacionales, Departamentales y Municipales:
Que el Parlamento busque la solución a los verdaderos problemas sociales de larga data, como la tenencia legítima de la tierra, la inclusión de los campesinos e indígenas en programas de desarrollo integral y sustentable.
Hace tiempo la población paraguaya sueña y espera que sus gobernantes y los políticos con cargos públicos se dediquen, mediante el diálogo y el consenso social, a estructurar el andamiaje del Estado de derecho en el combate decisivo a la pobreza extrema y la marginación social.
Les recuerdo como Pastor de la Iglesia que “hay que darle al César lo que es del César y a Dios, lo que es de Dios”. Permitan que los fieles rindan culto a Dios con libertad y responsabilidad, y así puedan desarrollar virtudes y organizarse con voz propia en las instituciones intermedias, entre la persona y el Estado.
Aconsejamos a nuestros gobernantes a instalar y transversalizar una “perspectiva de familia” en su actuar y a rechazar los intentos de colonización ideológica que prometen apoyo financiero a cambio de actitudes políticas negocionistas de nuestra realidad cultural cristiana, globalistas antivida. Ningún paraguayo desde su concepción debe ser visto como simple carga económica o un nombre desechable en una nómina o política. Que cada quien gane su pan con trabajo honesto también en los cargos públicos y que proteja con políticas concretas a los niños, a los huérfanos, a las viudas, a los enfermos, a los ancianos y a las familias en crisis.
Por último, que los responsables de la Justicia, fiscales y jueces, sean valientes y combatan decididamente la corrupción, y que en sus vidas y hogares están limpios de coimas y exentos de compras de justicia. Que actúen guiados por la verdad jurídica, sin dejarse influenciar por fraternidades o grupos de Poder que los corrompen.
Hermanos, Hermanas:
Jajeruré Typasÿme jaiko hagua teko jojápe, ha tañanepytyvó jajapo hagua mba´e porä tapiaité. Roguemos a la Santísima Madre de Dios que nos anime a vivir con coherencia nuestra vida eucarística realizando, como ella, las obras de caridad.
Alabado sea Nuestro Señor Jesucristo. Ave María Purísima…
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