EPIFANÍA DEL SEÑOR, 2024

LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO ES PARA TODOS, ESPECIALMENTE PARA LOS POBRES

Hermanas y hermanos en Cristo:

Con la celebración de la Epifanía, de la manifestación de Dios a todo el universo, simbolizado por los magos venidos del oriente.

La Palabra de Dios en en esta fiesta nos entrega, en unidad y continuidad con lo que hemos escuchado a lo largo del Adviento y luego con las fiestas de la Navidad, nos confirma el mensaje central: Dios se hizo carne, adquiere un rostro, puso su morada entre nosotros, historia humana y divina de Jesús, haciendo siempre el bien, con sus hechos, gestos, actitudes que con sus enseñanzas nos conduce por el camino de la salvación.

La Epifanía, que es la manifestación del Dios a los pueblos y que se da en el inicio de la historia humana de Jesús, es un anticipo del mandato que entregó a sus discípulos en día de la Ascensión: Vayan y anuncien la alegría del Evangelio a todos los pueblos, en todos los rincones, en todos los ambientes, a tiempo y a destiempo, sin miedo y y con alegria. La alegría del Evangelio debe iluminar el mundo, ser estrella que guía la vida de los pueblos y de las personas; por eso, la misión de la Iglesia es llegar a todos, incluyendo las periferias existenciales: “las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria.” (Cardenal Bergoglio, 2013).

La fiesta que celebramos hoy, nos recuerda sobre todo la vocación universal y misionera de nuestra fe. Lo decía el canto del libro de Isaías que hemos escuchado en la primera lectura y lo repite, acentuando aún más la radicalidad, el texto de san Pablo en su carta a los Efesios.

La fe cristiana es una oferta que Dios hace a la humanidad entera. Por la presencia del Hijo de Dios en el mundo -su Epifanía- todos los hombres de todas las épocas y culturas estamos llamados a la salvación definitiva. Cada civilización, cada tiempo, cada hombre tiene en el cielo su estrella que, seguida e interpretada correctamente, lo lleva hasta Jesús. Él, Jesús, respeta los modos de ser, las costumbres y tradiciones en lo que tienen de valioso y, al hacerse hombre, instaura la nueva y gran fraternidad de todos los hombres, hijos de Dios llamados a vivir para siempre con Él.

El evangelio de San Mateo contrapone dos mundos distintos: el de los que habitan en las tinieblas y el de los que habitan en la luz. En las tinieblas están el palacio de Herodes Antipas, los grandes y poderosos de la época, los sumos pontífices y los letrados del país; en las tinieblas están los que dominaban y sabían la ley y la escritura, pero carecían de la sabiduría del amor.

Frente a estos hombres, Mateo nos presenta otros, Magos, que vienen de la tiniebla, pero no viven en ella; hombres que tienen una inquietud que les hace salir de sus casas y de sus patrias para ir en busca de ese Rey sin rostro y sin nombre que se anuncia en el cielo ( según versiones, eran astrólogos,conocedores de las estrellas)  y que les espera para sorprenderlos y hacer que den una lección de fe al mundo. Porque lo maravilloso de estos magos de Oriente que caminaron hasta Jerusalén, desde la oscuridad de su paganismo, es que fueron capaces de ver al Rey que buscaban en el Niño que encontraron.

Hay un aspecto del evangelio que es importante subrayar por sus consecuencias para nuestra vida personal y para nuestra vida de fe: los magos tuvieron su Epifanía, su manifestación de Dios, porque supieron reconocer el rostro de Dios en los rasgos de un hombre-niño. Es evidente que, si no somos capaces de encontrarnos con Dios en los hombres, no lo descubriremos nunca. Al menos no encontraremos nunca al Dios de Jesús, que no es una idea abstracta, una doctrina, una ideología, sino que es Alguien vivo y cercano que nos espera en cada prójimo que nos tiende la mano para que la estrechemos cuando sufre o cuando goza.

Si no vemos a Dios en el prójimo, nunca tendremos nuestra Epifanía y, por consiguiente, estaremos en las tinieblas y en el grupo de los “Herodes” que privilegian su posición de poder, sus intereses mezquinos, capaces de todo tipo de decisiones, por acción u omisión, que atropellan la dignidad de los más pequeños e indefensos, llegando incluso a la matanza, como cuando Herodes ordena la eliminación de todos los niños pequeños de Belén. Herodes teme competencias y cae en la corrupcion de eliminar a los adversarios. Sicarios de la verdad.

Nadie puede decir que ama a Dios, a quien no ve, si no ama al prójimo, a quien ve, dice San Juan. Por ello es que el mandamiento central de nuestra fe se resume en amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. La única imagen de Dios auténtica es la persona humana, hecha a su imagen y semejanza.

La demostración de la fe es la conversión. La fe misma es ya una conversión radical, pues nos cambia desde la raíz, de nuestra mentalidad. Por eso se manifiesta enseguida en las obras, en la conducta, en las actitudes, en los gestos. El que cree en Dios no puede vivir como si Dios no existiera.

San Mateo subraya otro aspecto y que tiene relación con la conversión: los magos cambian de camino, ya no vuelven por donde vinieron. Ya encontraron al rey, y no es Herodes, es un niño frágil y su familia pobre: María y José.

La fiesta de la Epifanía del Señor es para nosotros el reconocimiento del Señor. No basta que Dios se nos manifieste, es esencial que sepamos verlo dónde se manifiesta: en un niño, en la pobreza, en la debilidad, en la inocencia, en el hijo de la mujer, en el hijo del carpintero. Y ese encuentro con Dios requiere de nosotros un cambio profundo. Si somos creyentes, no podemos seguir disimulando nuestra fe. Si creemos en la encarnación del Hijo de Dios, no tenemos por qué andar buscando a Dios donde no está. Y Dios no está en nuestros prejuicios, en nuestros intereses, ni del lado de los poderosos mandamases, sino del lado del débil, de los pobres, del otro.

De hecho, vale la pena recordar, en el inicio del nuevo año calendario que, si decimos que tenemos fe en Dios y decimos que somos cristianos, es decir, seguidores de Cristo, lo que el propio Jesús nos dirá el día del juicio final: cada vez que dieron de comer, de beber, de vestir, de dar techo, de aliviar el dolor de los enfermos y de los presos, de acoger a los migrantes y desplazados, conmigo lo hicieron. Dice Jesús: cada vez que lo hicieron con mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron.

Ver y seguir a Jesús implica, verlo y servirlo en los más débiles, en los pobres y necesitados de nuestro pueblo. Esta enseñanza central de evangelio tiene consecuencias para ponerlas en práctica, con los hechos, postrándonos ante las familias y rostros que viven en las sombras existenciales.

Muchos pueblos indígenas en nuestro país desarraigados de sus ancestrales tierras y territorios, sectores campesinos reivindicando también arraigos, personas con discapacidad,  los enfermos, ancianos, los niños,  las víctimas y familias de los que reclaman el cobro de sus haberes y pensiones de la caja de la Caja de Jubilaciones de la Municipalidad de Asuncion, entre otros reclamos de los sectores más débiles y vulnerables de nuestra sociedad y requieren prioridad absoluta de la atención del Estado, con sus tres Poderes, con las gobernaciones y municipios, en la urgente atención humanitaria en la asignación presupuestaria equitativa, e intervención de la justicia en algunos casos a las ingentes y ecuánimes reivindicaciones laborales y sociales,

La pobreza extrema golpea sobre todo a las comunidades indígenas y campesinas, en sus necesidades básicas de alimentación, salud, educación, requieren una atención preferencial del Estado con políticas públicas que posibiliten su promoción humana integral en sus propios territorios.

Es necesario actuar con sabiduría, como los magos del Oriente, que reconocieron en el niño, frágil y pobre, a Dios, y se postraron ante él y le ofrecieron sus dones: oro, incienso y mirra. Alimentación, salud, y educación que son las ofrendas y obligaciones urgentes que ofrecer a nuestro pueblo, He aquí la lección y el mensaje de esta fiesta.

La estrella que guió a los magos sigue vigente y nos invita a no quedarnos con y como Herodes que, con soberbia y autosuficiencia, cuidando solamente su espacio de poder, mandó sacrificar a los inocentes y vulnerables. A ejemplo de los magos, sigamos la estrella que nos lleva a encontrar al verdadero Rey: un niño, sin poder y necesitado de ayuda. Ante él se postran y lo adoran. Y le ofrecen sus tesoros; su corazón, su entrega, su esfuerzo. Para ellos está claro que la epifanía de Dios en la tierra no acontece en el poder y la riqueza del mundo, sino en la impotencia por causa del amor. Naturalmente, este es el fundamento de una gran noticia, de una gran alegría para ellos y para todos nosotros.

Que el Espíritu Santo nos ilumine, nos guíe y nos ayude a discernir si nos postramos, adoramos y privilegiamos a los poderosos, o reconocemos y amamos a Dios en sus hijos predilectos, en los frágiles y en los más vulnerables de nuestra sociedad.

Así sea.

Asunción, 7 de enero de 2024.

 

+ Adalberto Cardenal Martínez Flores

Arzobispo Metropolitano de Asunción

Presidente de la Conferencia Episcopal Paraguaya