Hermanos:

En el Evangelio, Jesús relata que un propietario de una gran plantación de uvas (viñedo), kokue Guazu petei, y que cuidaba mucho para que dé muchos buenos frutos (cf. v. 33), tiene que ausentarse, se fue de viaje y alquila la propiedad a unos agricultores. Luego, tiempo después cuando ya llegó el tiempo de la cosecha, el dueño de las tierras, pide a algunos criados, enviados a recoger parte de los frutos que le pertenecía; pero los agricultores los reciben a palos, pedradas e incluso matan a algunos. El propietario manda a otros sus criados, más numerosos, que, reciben el mismo trato, rechazados violentamente por los capataces (cf. vv. 34-36). El colmo llega cuando el propietario decide enviar a su mismo hijo: los agricultores no le tienen ningún respeto, al contrario, piensan que eliminándolo podrán adueñarse de la viña, y así lo matan también (cf. vv. 37-39).

La imagen de la viña, representa al pueblo que el Señor ha elegido y formado con tanto cuidado; los criados mandados por el propietario son los profetas, enviados por Dios, mientras que el hijo representa a Jesús. Y así como fueron rechazados los profetas, también Cristo fue rechazado y asesinado.

Al final del relato, Jesús pregunta a los jefes del pueblo, (sumos sacerdotes y ancianos): «Cuando venga, el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos agricultores?» (v. 40). Y ellos, llevados por la lógica del relato, pronuncian su propia condena: el dueño —dicen— castigará severamente a esos malvados y «arrendará la viña a otros labradores, que le paguen los frutos a su tiempo» (v. 41).

Entonces Jesús les dijo: “¿No han leído nunca en la Escritura: La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular. Esto es obra del Señor y es un prodigio admirable? Por esta razón les digo que les será quitado a ustedes el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos”.

La Virgen María es tierra fértil de humildad. El la Viña privilegiada de Dios. En ella fue cultivada, por el Divino Labriego, la Vid por excelencia, en su divino vientre se formó el Hijo de Dios. Jesús es el cimiento del viñedo, Jesús es la razón del existir de la Virgen Madre. De su fértil y obediente corazón, fertilizado por el Amor, ha brotado la bonanza, la Vida. Podríamos decir “tanto amó Dios a María que le dio a su único hijo Jesús”. En su corazón ha fructificado la Vida. El Fruto por excelencia, bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús. Donde tu estás surge la vida, por donde pasas florece el desierto, donde tu miras, se ilumina el cielo, en el corazón nace la paz. Donde tu estás vuelve la vida. Hoy nace una clara estrella, tan divina y celestial, que, con ser estrella, es tal, que el mismo Sol nace de ella. Ella es misterio de la luna, reflejo de Cristo Luz del mundo. Reflejo de la divinidad. Ella como madre y discípula nos dice: Hagan lo que el les diga.

Hoy, a la luz de este texto, todos estamos invitados a la escucha de la Palabra, a ser la Palabra, a la obediencia de la fe, cimentando el edificio de la Iglesia y el propio corazón en El, que sea El la razón de nuestro existir. Un llamado a la conversión, a luchar contra las propias tendencias al mal, que pueden anidarse en la viña del propio corazon, rechazando al Señor. También es cierto que nuestra conversión es siempre frágil, por eso necesitamos ponernos en las manos del Señor e invocamos la intercesión de la Virgen.

Una condición fundamental para vencer al mal en la peregrinación en la vida es la fe que fecunda en el amor y se deja fecundar por el Amor. Él nos dice que lo esencial es el amor: Amor a Dios y amor al prójimo. En estos dos mandamientos fundamentales de nuestra fe se resumen la ley y los profetas.

Pero debemos estar vigilantes en la oración. Así nos dice el Señor: Manténganse despiertos y oren, para que la tentación no los venza. Porque es cierto que el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil. (Mt 26,41). Mantenernos despiertos no es fácil; orar no es fácil. Es allí donde la Virgen viene a nuestro auxilio y pone en nuestras manos el rosario.

Rezar el rosario no solo es signo de nuestro amor a María, sino también manifestación de nuestra confianza en Ella. Es la confianza de los hijos en su Madre. Conocemos el lema de San Bernardo: “Un hijo de María no puede perderse nunca”.

Donde está la Virgen María, allí está su Hijo. Por eso es que seguir a María es ir a Jesús. Rezar el Rosario es signo de nuestro amor a María, signo de nuestra vinculación con Ella y, por medio de Ella, con su Hijo Jesús. Meditando el Rosario, unimos los hechos agradables y tristes de nuestra propia vida con los misterios gozosos y dolorosos de la vida de Jesús y María.

Todos estamos llamados, a ser protagonistas en la construcción de un pueblo de paz, justicia y fraternidad, especialmente en este año del laicado, a testimoniar y anunciar el mensaje de que «Dios es amor», de que Dios no está lejos o es insensible a nuestras vicisitudes humanas. Está cerca, está siempre a nuestro lado, camina con nosotros para compartir nuestras alegrías y nuestros dolores, nuestras esperanzas y nuestras fatigas. Nos ama tanto y hasta tal punto, que se hizo hombre, vino al mundo no para juzgarlo, sino para que el mundo se salve por medio de Jesús (cf. Jn 3, 16-17). María santísima, la gloriosa mujer de la historia de salvación, se nos presenta como modelo de santidad. Modelo de mujer y madre. Madre de Dios, porque madre del Hijo de Dios. El corazón de la Inmaculada latía al unísono del corazón de su hijo en su vientre, y así en toda su vida, constituyéndose en discípula y misionera del Señor Jesús.

La parroquia es familia de familias. Familias que oran de oración ancladas en la Palabra vivida, alimentada del Pan del Vida y los sacramentos son pilares que se sostienen y sostienen a la sociedad toda. Promotoras del bien social, promotoras del bien de nuestras comunidades.

La familia es un bien del cual la sociedad no puede prescindir, pero necesita ser protegida. La familia hostigada y atacada por varios frentes ideológicos y el rechazo a la voz de la Iglesia sobre la naturaleza misma de la familia y el matrimonio como la unión entre un hombre y una mujer, sobre su indisolubilidad, el amor conyugal fiel y fecundo y la apertura a la vida. La misma familia debe ser testigo y educadora de su misión en muchos casos intransferible.

En este nicho, se nutren y consolidad las vocaciones, la primera escuela de discípulos y misioneros. Formadora, defensora, protectora y promotora de la vida humana. La familia humana misma sufre de asedios y amenazas sociales para desmembrarla.

Las adicciciones cómo las drogas, pandemias que nos asolan y aniquilan como una de las plagas mas graves de nuestra sociedad, vinculadose a delitos y crímenes, hace sufrir a muchas familias, y no pocas veces termina destruyéndolas. La impunidad de los comerciantes de muerte, del nocivo micro y macro tráfico de estas substancias cómo caramelos sintéticos, afecta irreparablemente a los más vulnerables, a los niños, adolescentes y jóvenes. Rompe círculos de reciprocidad y de unidad. Algo semejante ocurre con el alcoholismo, el juego y otras adicciones donde la violencia familiar, los feminicidios y los abusos de los niños y adolescentes son heridas muy profundas que destruyen y desfiguran la dignidad humana. Y que decir de los crímenes de corrupción donde los delincuentes y sicarios se organizan para destruir, herir y matar. Hay pueblos indígenas que son amenazados de muerte, recientemente en la comunidad de Yby Pyte, en Amambay, con armas de grueso calibre, son acosados y desalojados de sus propias tierras. Gente no indígena les invaden, usurpan sus bienes y tierras, organizando sus crímenes para aplastar a quien sea. Para amasar con sangre el pan sucio de la corrupcion que darán de comer a sus propios hijos.

La familia, los padres, debe ser y recuperar su misión de prevención contra abusos de los pequeños, garantía y ayuda contención de afectos y el desarrollo integral de sus hijos. Pero han perdido fuerza en muchos casos. Notamos las graves consecuencias de esta ruptura en familias destrozadas, hijos desarraigados, ancianos abandonados, niños huérfanos de padres vivos, adolescentes y jóvenes desorientados en su propia identidad de personas y sin reglas ni limites.

La fuente y referencia de los graves problemas que padecemos en la sociedad nacional es la quiebra de los valores morales, a la que ya se referían los obispos en 1979; esto significa la pérdida del horizonte moral en la mayoría de nuestros conciudadanos que, ya sea por acción o por omisión, contribuye o tolera la corrupción, que es como la gangrena que va enfermando el cuerpo social y priva de una vida digna y plena a los pobres al desviar los recursos que se necesitan para atender sus necesidades básicas de salud, educación, tierra, techo y trabajo, entre otras.

Frente a esta realidad, nos corresponde pedir humildemente perdón, y perdón también por los daños y heridas causadas por miembros de la Iglesia a las personas más vulnerables quienes se han encomendado a nuestro cuidado y a quienes se les ha traicionado en su inocencia. Hacemos el firme propósito de una profunda conversión eclesial y pastoral para revertir y prevenir estas dolorosas e incoherentes situaciones para cumplir con fidelidad nuestra misión como Iglesia y sociedad desde los valores del Reino de Dios.

La esperanza y la alegría nos nace también del testimonio cristiano de tantos hermanos y hermanas, familias, laicos, hombres y mujeres de la Iglesia en el corazón del mundo, hombres y mujeres del mundo en el corazón de la Iglesia en el Paraguay, consagrados a ser discípulos misioneros, que en el día a día profesan su fe y amor a Jesucristo, y luchan para sembrar la semilla del Evangelio, para crecer los frutos del Espíritu Santo, por un país mejor y generar nuevos horizontes de solidaridad y concordia entre hermanos.

La esperanza se apoya en la oración. En el Padre Nuestro rezamos: “Líbranos de todo mal”, es decir, del demonio y de sus tentaciones. Nos encomendamos a la intercesión de la Virgen del Rosario para que nos mantengamos atentos y vigilantes en la fe, la esperanza y la caridad, para que el demonio se aleje de nosotros y que nuestra vida sea fuente de bondad, de misericordia, de solidaridad y de fraternidad.

Así sea,

+ Adalberto Martínez Flores, Arzobispo de la Santísima Asunción