Señor enséñanos a orar. Es el desafío de la Iglesia este año. Orar es sintonizar con el Señor. La celebración de la Eucaristía es subir en oración. Ocho días después de su anuncio de su muerte y resurrección, el Señor les lleva, a Pedro, Juan y Santiago, subir a una montaña alta, para orar, donde aparece transfigurado, aparece con su rostro resplandeciente como el sol, y sus vestiduras brillaban como la luz, resplandecía, sumido en la gloria del mismo cielo: que bien se está aquí, decía Pedro, también inundado de esa luz, queriendo instalarse en en la serenidad de esa dimensión celestial. Y una voz desde la nubes: Este es mi hijo, mi elegido, escúchenle. Anticipando el cielo de su resurrección. (Mc 9)

Es posible que los vestidos del Verbo simbolicen las palabras de la Escritura, como si fueran una especie de indumentaria del pensamiento divino, porque, del mismo modo que a Pedro, Juan y Santiago se les apareció con otro aspecto y su vestido resplandeció de blancura, así también el sentido de las divinas Escrituras se te hará transparente a los ojos de tu inteligencia. Así es como la palabra divina se vuelve como la nieve, y los vestidos del Verbo se blanquean con una intensidad como no lo puede blanquear lavandero alguno sobre la tierra (Mc 9,26). Como no escuchar estas Palabras divinas. Como no subir a la montaña santa donde el quiere transfigurarnos, y arroparnos con su presencia. (San Ambrosio)

Subir con el, el ascenso a la Montaña Santa. Para envolvernos con su luz. Recuerdo de un joven que participó de la Pascua Joven durante la Semana Santa. A pesar de haber descendido en la desesperanza, en el desorden, en las adicciones, en esa Pascua encontró la luz, que iluminó su ceguera. Esa Pascua fue liberarse del pesado yugo de la oscuridad. La Palabra de Vida, también nos arropa y nos orienta. “Hermanos: Si Dios está a nuestro favor, ¿quién estará en contra nuestra? ”(Rm 8,31)

Jesús hablaba con Moises y Elias, también glorificados, que debía ir a Jerusalén. Jesús bajaría de la montaña para ofrecerse en sacrificio. En El Monte Calvario, o de la calavera, el Señor del Monte de la Transfiguración, lo encontramos en la crucifixión, en su desfiguración, llagado y ensombrecido, no tenia mas luz que sus ojos de misericordia y perdón, y María su madre ahogada en lágrimas también desfigurada. No era el lugar para hacer tres tiendas y quedarse, porque los discípulos lo abandonaron, excepto las santas mujeres y San Juan. Y sin embargo el Señor en su abandono con su sangre nos ha lavado de nuestros pecados. Dios Padre también nos habla en ese monte, en medio de la tormenta y el terremoto de su pasión y muerte, escúchenle: no hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Escúchenle: tengo sed, sed de amor y compasión. Escúchenle: Padre perdónales porque no saben lo que hacen. Escuchemos y perdonemos desde el púlpito de nuestras heridas. De corazón. Con sus llagas nos ha curado. Desde su desfiguración nos ha configurado, a su imagen de Dios Amor. En su resurrección resplandece el Amor. En tiempos de aflicciones también hemos subido al monte de la de desfiguración, al lugar de hermanos y hermanas desfigurados y lastimados en su dignidad de personas, por el dolor, el sufrimiento, la violencia, la injusticia, la corrupción, los desalojos, el sufrimiento de los inocentes, campesinos e indígenas despojados de sus pocos bienes.

Nuestra historia patria tenemos también las llagas profundas de las desfiguraciones del tejido social y humano, como la causada por la guerra grande, la revoluciones internas que ha costado vidas humanas, enfrentamientos entre hermanos, la guerra del Chaco, que ha dejado secuelas de grandes y profundas heridas en el país. Hoy recordamos su prohombre del Paraguay.

Mons. Juan Sinforiano Bogarin, obispo, luego primer Arzobispo del Paraguay falleció 25 de febrero de 1949 a los 85 años, hoy hace 75 años, el balance de su vida y obra es de un gigante de la fe, fiel discípulo de Cristo. Había recorrido 48.425 kilómetros en sus giras pastorales, había confirmado en su fe a tres generaciones de paraguayos, había administrado 489.793 comuniones y había pronunciado 4.055 conferencias doctrinales.

En los pocos días que dura la visita pastoral de Mons. Bogarin en cada parroquia, (como decía de él el Padre Fidel Maiz) se nota un cambio encantador en las costumbres, paz, concordia y unión, con una alegre dedicación a trabajos honestos y lucrativos, una blanda y suave brisa de resurrección, diríamos, que roza sobre la faz de esos pueblos visitados por el representante de aquel que supo decir: tengo compasión de esta multitud. Mons. Bogarin supo ser instrumento de Jesús para llevar a las comunidades cristiana a la cumbre más alta de la oración para cambiar y transfigurar sus rostros, sus corazones, acercarles al Señor Resucitado.

Obispo y ciudadano, como dice, y siendo su diócesis también su patria, monseñor Bogarín abriga igual sentimiento que el apóstol Pablo, para tener a mucho honor el decir: Soy ciudadano paraguayo; y como tal acato las leyes de mi país, pero salvando las de mi Dios y las de mi Iglesia ¡Bello ejemplo, culminante figura la del obispo paraguayo en la galería de los prelados sudamericanos ante los gobiernos del siglo!

Hermano, ciudadano y padre espiritual de todos los paraguayos, sin distinción de matices políticos, su corazón se destrozaba al verlos en lucha, a sangre y fuego, los unos con los otros; y su deseo era siempre anhelante y sincero por la paz. Documentos preciosos tenemos del ilustrisimo Bogarin que revelan su amor, su entusiasmo y su gozo por la libertad y concordia de su grey que es también su patria. ¡Campea eminente en su noble alma ese profundo sentimiento, fuego sagrado del corazón, por el suelo natal que llamamos patriotismo!

¡Ay de mí, si no anuncio el Evangelio!, decía San Pablo, si yo lo hiciera por propia iniciativa, merecería recompensa; pero si no, es que se me ha confiado una misión.

Mons. Juan Sinforiano, fue un discípulo, obispo misionero, Ángel de la Paz, Gloria de la Iglesia y del Pueblo, Imagen viva del Buen Pastor, Lucero del Paraguay, son calificativos que florecieron sobre su memoria ya histórica. Nosotros hemos visto en él a un verdadero Evangelizador y Reconstructor moral de la Nación, por haber restaurado, entre las ruinas de la patria vieja, una sociedad humana -Patria sufrida-, que restañaba penosamente sus heridas, una Iglesia identificada con su suerte y su destino, y la fe católica de todo un Pueblo, muy americano, el Paraguay, como una de las notas fundamentales de su ser nacional. (Dr. Jerónimo Irala Burgos)

Que la transfiguración nos enseñe lleve a subir en oración y bajar, no cerrar los ojos, para ver la realidad, tender la mano a los necesitados y sufrientes, arroparles con la Palabra hecha carne. Estar como María al pie del sufrimiento ajeno. Como tantos que en el desierto de la Cuaresma hacen florecer de esperanza con el amor que siembran.

El Señor nos llama a restaurar, con suavidad y firmeza, restaurar al enfermo, devolver la dignidad, de hijos e hijas. Restaurar la comunidad herida, sanar las corrupciones que afectan el tejido social y moral de la nación, como ha testimoniado el Siervo De Dios Juan Sinforiano y tantos hijos de esta tierra que han permanecido fieles seguidores del Maestro. Él nos restaura con su Palabra de Vida y el Pan de la Eucaristía que nos proporciona para fortalecernos en la misión que él nos ha encomendado. Amen

Asunción, 25 de febrero de 2024.

+ Adalberto Cardenal Martínez Flores

Arzobispo Metropolitano de Asunción

Presidente de la Conferencia Episcopal Paraguaya

Siervo de Dios Monseñor

Juan Sinforiano Bogarín

(1863-1949)

ORACION DE PETICION POR LA CANONIZACIÓN DE MONSEÑOR JUAN SINFORIANO BOGARIN

Dios Padre misericordioso, fuente de toda

santidad.

Que has enviado al Espíritu Santo a los

discípulos y misioneros de Jesucristo.

Concédenos que tu Siervo Juan Sinforiano

Bogarín

alcance la gracia de los Altares.

Permítenos vivir conforme a la fuerza de

sus enseñanzas,

con la suavidad de su caridad pastoral.

Por intercesión de Nuestra Señora de la

Asunción,

y por los méritos de Jesucristo

Nuestro

Señor.

Amén.