Homilía del Jueves Santo en la Cena del Señor
1 de abril del 2021
Queridos Hermanos y Hermanas
Hoy recordamos tres acontecimientos propios del Jueves Santo y expresiones de la voluntad de Jesucristo hacia sus discípulos y hacia la Iglesia de siempre: la institución de la caridad, en el lavado de los pies, la institución de la Eucaristía, en la última cena del Señor, y la institución del Sacerdocio “hagan esto en memoria mía”.
Es bueno ponernos en actitud de agradecimiento a Dios porque en su Hijo Jesucristo nos manifiesta su proyecto realizado con tanto amor y tanta sabiduría. Al ponernos delante del misterio del amor de Dios, en la caridad, en la Eucaristía y en el día del sacerdocio, nos corresponde la gratitud al don recibido y la tarea de que este don o estos dones se difundan para la salvación de todos.
Desde esta catedral recordamos agradecidos por quienes han sido consagrados por Jesucristo, para que en su persona presidan la santa misa y los sacramentos al servicio del pueblo de Dios. En primer lugar, recordamos a los obispos del Paraguay, luego a los Sacerdotes del Arquidiócesis como de todo el país, a los diáconos que con tanta dedicación ofrecen la eucaristía a los enfermos.
Bodas de oro sacerdotales
De mi parte, quiero compartir con ustedes el don recibido en la ordenación sacerdotal de hace 50 años. Junto con la Iglesia particular de la Arquidiócesis, juntos con mis hermanos obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y los fieles laicos, renuevo agradecido el lema que orientó mi vida “Por Cristo, al Padre, en el Espíritu Santo”. Es la expresión que durante 50 años he venido alabando a la Santísima Trinidad por el don de la eucaristía y por el don inmerecido de ser sacerdote y obispo para la misión que Cristo me confió. En este jueves santo, inicio del Triduo pascual, resuenan en mi corazón la vida vivida, también de mis 24 compañeros salesianos consagrados en la iglesia de la Universidad Pontificia Salesiana de Roma, en aquel 3 de abril de 1971. En esta Santa Misa los recuerdo a todos, algunos ya fallecidos, otros en situación de delicada salud. Todos ellos, con sus respectivas comunidades, estarán también alabando a Dios por el don de la ordenación sacerdotal y la vida salesiana al servicio de los jóvenes.
No faltaron luces y sombras, ni la fuerza de la gracia y de la reconciliación. Me he sentido siempre acompañado por mis hermanos salesianos, en Angola, en el Vicariato Apostólico del Chaco, ahora en la Arquidiócesis y por todo el pueblo de Dios con quienes he compartido la historia hermosa de ser sacerdote educador y misionero.
Comparto con ustedes este tema: “¿Comprenden lo que he hecho”?
El lavatorio de los pies
Lavar los pies se consideraba una tarea de esclavos. Era un oficio tan bajo que algunos rabinos no permitían que algunos esclavos les lavaran los pies sobre todo si eran israelitas. Su actitud la fundaban en lo que dice el Levítico (25, 39). Entonces, no pueda extrañar a nadie la resistencia de Pedro a que Jesús le lave los pies
Pero también tenía un significado para demostrar acogida, hospitalidad, o deferencia. Al ponerse Jesús, Dios entre los hombres, a los pies de sus discípulos, destruye la idea de Dios soberano, fuera del alcance de los hombres, se hace servidor del hombre.
El trabajo de Dios en favor del hombre se encarna en nuestra historia, a fin de redimir a los hombres, levantando al hombre al propio nivel, al nivel de libre y señor. El que quiera ser el primero se haga el servidor de todos, en la sociedad que Jesús funda son todos señores por ser todos servidores. La mayor garantía del seguimiento de Jesús, es el servicio mutuo de los discípulos que deben crear condiciones de igualdad y libertad entre los hombres.
Los gestos de caridad en tiempo de pandemia
En este tiempo de pandemia, cuántos hombres y mujeres, lavan los pies, simbólicamente, a los necesitados, a los enfermos, a los que quedaron sin trabajo, a los que han perdido el horizonte de la fe y del servicio solidario.
La Iglesia, cercana a la gente humilde y necesitada, mediante su pastoral social, ha sido el paño de lágrimas y ha sabido “lavar los pies” en el servicio generoso de comedores populares, de cercanía a los enfermos con los pocos medicamentos valiosos disponibles, gracias a la generosidad de muchísima gente que ha sabido colaborar con sus bienes para que la pastoral social realice, en nombre de todos, los gestos de Jesús a sus hermanos que claman salud y vida.
Reconocemos que lavar los pies es una tarea difícil y penosa, pues exige humildad en el servicio, generosidad en los gestos realizados, perseverancia en el bien hecho.
Recojamos en el gesto del lavatorio de los pies toda la experiencia de caridad realizada por parte del personal blanco, de médicos, enfermeros, enfermeras, personal administrativo, farmacéuticos, empresarios, trabajadores de limpieza, cuidadores del orden y de la seguridad…mucha gente que en silencio y en el cumplimiento de sus deberes han protegido la vida y han dado lo mejor de sí para que nuestro país supere, en la medida de lo posible, la tragedia creada por la pandemia.
En este jueves santo, esta celebración, contiene, si podemos imaginar un regalo de despedida de Jesús a sus discípulos, solo que este presente es el testimonio vivo de su presencia, de su modo de hacer, de sus palabras, de lo que él ha sido siempre: imagen del Dios. Más aún, lo mejor de este regalo es aquella cena de despedida en que pronunció aquellas palabras después de bendecir y dar gracias por el pan y el vino que compartieron: “Hagan esto en memoria mía”.
Hoy que hacemos memoria de aquellos momentos, tan difíciles, de Jesús, antes de ser ajusticiado, brilla en esta celebración del Jueves Santo: la institución de la Eucaristía, la Santa Misa. El centro de la vida cristiana, la imagen mejor de lo que fue Jesús para sus discípulos y de lo que es hoy para nosotros. El signo de la entrega del que da la vida por sus hermanos. La celebración en que nos topamos de frente con el amor de Dios hecho pan y vino que se entrega para darnos la vida. La celebración del amor fraterno. La mejor imagen del Reino de Dios, todos sus hijos e hijas sentados alrededor de una mesa compartiendo el pan de vida y escuchando la palabra del que da sentido a nuestra vida y a nuestro caminar.
Todo esto y mucho más es la celebración de la Eucaristía, pero también es ese signo tan fuerte de Jesús que lava los pies a los discípulos, mostrándonos de una forma tan práctica que el amor no excluye a nadie.
Amigos y hermanos, más que nunca en este tiempo, esta actitud de servicio, de imitación de Cristo, es necesario ante los desafíos que nos ha colocado esta pandemia, trastocando todos los aspectos de la vida cotidiana. Este don, este regalo que hoy celebramos, es una fuerza dinámica que debe hacer de nosotros los cristianos instrumentos de consuelo y esperanza. Se han dado tantos gestos de servicio y solidaridad, que solamente podemos decir: que esta Eucaristía transparente, ya la celebración de la resurrección, presidiendo nuestra celebración, nuestro hermano mayor, Jesús nos repite una y otra vez: “Haced esto en memoria mía.”
En este año dedicado a la Eucaristía, intensifiquemos nuestro conocimiento bíblico y doctrinal del misterio eucarístico, juntamente con los gestos de solidaridad, de comunión de bienes como son el tiempo, los talentos y el mismo dinero, para lavar los pies a quienes claman ayuda y piden solidaridad. La Eucaristía es fuente y dinamismo para realizar la tarea de la caridad y de la fraternidad.
Recemos por las vocaciones sacerdotales, por los jóvenes que se encuentran en los seminarios y en los centros de formación religiosa, como también por los sacerdotes y consagrados, que en este día reciban bendición especial de parte del Señor de la vida y del triunfador de la muerte y del pecado, Jesucristo Nuestro Señor, a quien sea el honor y la gloria.
Que María Santísima, la madre querida de los Sacerdotes, interceda por la salud y la santidad de todos los consagrados en el orden sacerdotal y por todo el pueblo santo de Dios.
+ Edmundo Valenzuela, sdb
Arzobispo Metropolitano de la santísima Asunción
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