HOMILÍA DE DOMINGO DE RAMOS 

28 de marzo del 2021 

Queridos Hermanos y Hermanas

Comenzamos la Semana santa con el Domingo de Ramos. Encontramos dos realidades contrastantes: la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, con los gritos de “hosanna” al Rey que viene. Por otra parte, allí mismo, donde el sufrimiento y el sacrificio están a punto de acontecer. Allí se cumplirá la profecía de Isaías sobre el Siervo humillado y flagelado, y que San Marcos narra con toda crudeza: pasión dolorosa, traición, ultrajes, suplicio y muerte.

La pandemia

Hace un año que nos ha golpeado a todos, a la humanidad, en todos los ambientes de la vida, social, cultural, económico, político y religioso. Nada se ha librado de esta guerra despiadada. Arrasó con todo el mundo. En América Latina, al inicio, nuestro país fue un modelo. La gente se comportó con todas las normas sanitarias y el encierre obligatorio.

Necesitamos parar. El contagio y las muertes se verán reducidos con ciertas restricciones. El momento es serio. Evitemos la aglomeración, estemos lo más posible al aire libre. Los trasportes públicos con mucha gente y sin control, son una amenaza. Las fiestas nocturnas y festejos son fuente de mayor contagio, es lo que dicen los de la Salud Pública. Respetemos las normas sanitarias. La Iglesia, haciendo un gran esfuerzo, como señal de caridad, reduce la participación de la feligresía a lo mínimo, indicando la importancia del cuidado de la salud, y de quedarnos en casa. Hemos visto que no se vence a la pandemia sino con medidas prudentes y firmes. Las vacunas no son la solución ni la panacea esperada. Es imprescindible cumplir con el distanciamiento social y las indicaciones dadas para evitar los contagios.

Pero, hemos sido informados por los medios de comunicación, de casos de corrupción y últimamente desprolijos en el manejo de la adquisición de las vacunas. Esta situación ha exacerbado los ánimos y hemos asistido a una cantidad de manifestaciones que conllevaban insatisfacción ante el mal manejo de la salud pública, por falta de medicamentos y ahora por falta del cumplimiento de promesas en relación a las vacunas.

Hoy el país está cuestionado por tener una de las campañas de vacunación más lentas de la región. A esto se suma un sistema sanitario colapsado y protestas por falta de suministros y vacunas. Cuatro ministros renunciaron. El país está complicado con la cepa brasileña. La mayoría de las camas de unidades de cuidados intensivos están ocupadas y el sistema de salud está afectado por la presión social.

Proteger la institucionalidad desde la Constitución Nacional

Nuestro país entró en crisis. Por una parte, la impotencia para superar la pandemia, una realidad mundial, pero que tiene sus ramificaciones específicas en nuestro país. Por otra parte, los grupos manifestantes, auto-convocados, algunos han puesto nuevamente la violencia como medio de lucha, queriendo pescar en río revuelto. El juicio político ha sido archivado y nos queda solo el camino del diálogo sincero.

Mientras las manifestaciones populares son legítimas por el reclamo de sus derechos, como ciudadanos responsables debemos unos a otros el respeto, la razón, y la manifestación de las divergencias, como país democrático. No quebremos la institucionalidad, sería un mal terrible. Partamos siempre de la Constitución Nacional para asegurar la vida democrática nacional.

Propuestas de solución

Asistimos que la violencia no es el camino de solución, pues crea más violencia. Debe predominar cuanto nos pide el Papa Francisco, hace unos días, quien se ha interesado de la situación preocupante de nuestro país y nos ha recomendado el diálogo sincero entre los grupos sociales y políticos, para obtener la paz anhelada.

A eso se debe la reunión especial del Presidente de la República con la Conferencia Episcopal, hace unos días atrás. Hemos dialogado sobre todos los temas sociales candentes referentes a Itaipú, la pandemia, las vacunas y las obras del Gobierno. Los obispos consideramos importante sugerir al Presidente la necesidad de hablar a la Nación, en los medios de comunicación social.

Además, consideramos imprescindible iniciar en breve los encuentros de diálogo, según un diseño que deberá ofrecer el mismo Gobierno. El servicio que hace la Iglesia al Estado se circunscribe en lo que la Constitución Nacional codifica como “colaboración”, desde la independencia y la autonomía de ambos. El bien común actual exige que todos nos comprometamos, cada uno según sus posibilidades, en ofrecer sabiduría y prudencia en palabras y gestos confortantes que aseguren el bienestar de la sociedad y en especial, de los enfermos contagiados por el COVID-19.

Nuestro país debe solucionar sus problemas mediante la confianza. La confianza crea confianza y los primeros en manifestar la confianza debemos ser todos, gobernantes y gobernados. Es bueno unir la fuerza de la oración. Quienes recurrimos a Dios pidiendo por el fin de la pandemia y la disminución de sus consecuencias, debemos cultivar la fraternidad y la confianza social. Como pide el Papa Francisco en “Fratelli tutti”: somos hermanos, en la escucha, en el diálogo, en las propuestas operativas que generen confianza y vida. No tenemos otra salida, que mantener la institucionalidad del país, aportando las adecuadas soluciones urgentes en el campo de la salud pública y los otros campos del trabajo, de la seguridad y del combate a la corrupción.

La semana santa

Vivimos una Semana Santa entre signos de muerte y esperanza. La pandemia nos lleva mal traer causada por el SARS_CoV-2, una verdadera amenaza sobre la humanidad. Al no quedarnos solo a nuestras débiles fuerzas, porque así estaríamos perdidos, estamos invitados a la esperanza, a contemplar al Crucificado y Resucitado que renueva nuestra vida, abre la posibilidad de una existencia nueva.

El domingo de Ramos presenta dos aspectos: el triunfo y el fracaso. El rey victorioso y el Mesías sufriente. Es la ambigüedad de nuestra historia presente. Parecíamos que hemos triunfado de la pandemia, ahora nos arrodillamos ante tantos contagiados y muertes. Por lo visto que para triunfar debemos pasar con Jesucristo, como fracasados ante los ojos humanos, como el Siervo de Yahvé. Se vislumbra nuestro destino como personas y como nación, el de reinar con Cristo, pero a través del servicio humilde y generoso.

Por un lado, la recepción triunfante del Rey que llega. Pero, al mismo tiempo, Jesús es ese Rey humilde que llega sin ostentaciones, montado en un pobre burrito, aclamado por gente marginada que al pasar le tiende los ramos y sus desgastados mantos.

Jesús es Rey, pero de otra manera. Es Rey de la paz. Su camino no es la violencia. No emprende una insurrección contra Roma, pero trae libertad verdadera y la paz que es la presencia de su Padre quien por Jesucristo nos libera de la esclavitud y de la muerte. El poder del Mesías reside en la pobreza, humildad y en la paz que solo Dios puede dar. Las actitudes del Siervo de Yahvé son el único camino para la paz auténtica.

Comentando el evangelio

La lectura de la pasión según san Marcos nos muestra aquello que san Pablo había escrito: “su fuerza se revela en la debilidad”. Se trata de la sabiduría de la cruz. El evangelista Marcos nos presenta, no un Dios poderoso, sino débil y crucificado. En la segunda lectura escuchábamos que el Hijo de Dios quiso compartir con nosotros la vida. Llegó más allá de nuestra debilidad, hasta la muerte en cruz, que es la muerte más escandalosa de la historia de la humanidad, para que quede patente que nuestro Dios, al acompañarnos, nos acompaña radicalmente. La pasión según san Marcos es la referencia de cómo el Hijo llegó hasta el final: la muerte en cruz.

Porque este Dios así escandaliza. Será un pagano quien al final de la pasión, en el fracaso aparente de la muerte, confesará al crucificado como Hijo de Dios. En la cruz se “manifiesta” el poder de Dios en la debilidad. Descubrimos la lógica de Dios que es muy distinta de la lógica humana. Por eso, es innegable, desde la cruz, el Hijo de Dios confunde la sabiduría humana, la vanagloria, el poderío dominador. Frente a la miseria de nuestras vidas y ahora de la pandemia, Dios no puede ser un triunfador, sino apasionado por el misterio de la muerte de Jesús que ha venido para darnos la libertad, el perdón de nuestros pecados. Nuestros sufrimientos e incluso la misma muerte de nuestros seres queridos son siempre expresión misteriosa del amor de Dios. Él nos llama a la vida plena.

 

Conclusión

Queridos en Jesucristo. Al iniciar la semana santa fijemos nuestra mirada en la cruz de Cristo, en su sufrimiento, pero también en el sufrimiento de nuestro pueblo, en especial de los enfermos y de las familias que perdieron a sus seres queridos. El lenguaje del descontento popular debe orientarse a la búsqueda de soluciones adecuadas que construyan la convivencia en la justicia y la paz.

No nos quedemos en la Cruz, paso indispensable de nuestra historia y de nuestra vida personal o familiar. Levantemos la esperanza bien alta. La vida nueva, la resurrección del Señor es el mayor motivo de confianza en que Dios nos ha dado en su Hijo, vencedor de la muerte, del pecado, de toda violencia. Su amor misericordioso hacia cada uno de nosotros, hacia nuestro Paraguay y el mundo entero nos motiva a la confianza, a la oración, y a la acción del encuentro y del diálogo sincero.

Intensifiquemos la lectura de la Biblia, la escucha de la Palabra de Dios y acerquémonos a confesar humildemente nuestros pecados para recibir el perdón y la reconciliación entre quienes estamos distanciados. Los sacerdotes están a disposición de quienes quieran acercarse a recibir el sacramento de la penitencia y así, participar activa y fructuosamente, en este año dedicado a la Eucaristía.

La Madre Dolorosa, a quien honramos en el vía crucis del pasado viernes, nos consuela con sus lágrimas, ella ha llorado el dolor de su hijo, como sigue llorando el dolor y la impotencia de nuestro pueblo ante el flagelo de la pandemia.

 

                                                + Edmundo Valenzuela, sdb

                                                Arzobispo Metropolitano de la santísima Asunción