Miércoles 2 de febrero del 2022

 Tema: El protagonismo de los laicos en la construcción de un pueblo en paz, en justicia y fraternidad.

  1. Hoy es la fiesta de la Presentación del Señor

Las lecturas nos invitan a comprender la preparación de la venida del Salvador y volver con nuestros ojos de fe a contemplar la conmovedora escena de la presentación del Señor Jesús al Padre, a su Padre, en el templo.

El texto de la primera lectura Malaquías habla en nombre de Dios quien está disponible a enviar al mensajero. Para los que siempre se quejan de que Dios no manifiesta su justicia ni premia lo suficiente a los que lo sirven, Malaquías contesta afirmando que pronto vendrá el Señor. Y anuncia que la venida de un mensajero de Dios, encargado de prepararle el camino, será una señal de su inminente llegada. El mismo Jesucristo hace alusión a Juan Bautista como el mensajero enviado por Dios.

En la segunda lectura, la carta a los Hebreos, escuchamos un parágrafo que presenta la humanidad de Jesús, quien compartió nuestra misma condición y, al morir, le quitó su poder al que reinaba por medio de la muerte, es decir, al diablo. La muerte y resurrección del Señor nos libera del miedo a la muerte y nos destina a su misma vida gloriosa.

Qué importante es que Dios se sirva de la solidaridad humana para salvarnos. Cristo nos salva compartiendo la carne y la sangre, y el destino de los hombres. De igual modo, somos salvados cuando aceptamos esta dependencia y solidaridad. Muchos cayeron en el aislamiento y la atomización fruto de la globalización, pensando que pueden escapar de la dependencia humana, que somos independientes sobre todo cuando se está anclado en el WhatsApp o en el Internet. Daría la impresión que no necesitamos de la comunión entre personas para desarrollar nuestra personalidad. Pero eso es solo una ilusión; la dependencia en los detalles de la vida cotidiana es el medio por el que Dios desea que “nos hagamos cargo de la raza humana”. La comunión y la cercanía entre personas es sentirnos pueblo de Dios.

El Evangelio une dos ritos diferentes que se juntan en esta visita al templo. La purificación de la madre y la consagración a Dios del hijo primogénito. (Ex 13,1).

En esta fiesta resaltan dos características: la alegría y el venidero dolor. La alegría de estos dos ancianos, que, con la ayuda del Espíritu Santo, descubren a Jesús no solo como un hombre especial sino como Dios. Ante tal acontecimiento, Simeón, con el Niño Jesús en sus brazos, estalla de alegría: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador”. Y de esa misma alegría goza Ana, que le lleva a hablar del Niño a “todos los que aguardaban la liberación de Israel”.

En esta fiesta celebramos la alegría y el gozo que da la vocación de la vida consagrada. En el seguimiento de Cristo Jesús, pobre, casto y obediente él se convierte en el Señor y Dios de nuestra vida, como la luz que disipa nuestras tinieblas y “la luz para alumbrar a las naciones”. Cada uno de los religiosos y religiosas han vivido su presentación al Señor, en el encuentro fraternidad de una comunidad, con sus vivencias de momentos difíciles y buenos, pero siempre disfrutando de la alegría más profunda en el corazón.

Pero también este evangelio nos habla de un futuro dolor. Del dolor de María, cuando vea que su Hijo, el que es la luz, el que es la vida, el que es el mejor camino para vivir, sea rechazado por algunos hombres dejando clara la actitud de su corazón. Un rechazo que le llevó a la muerte en la cruz. “Y a ti una espada te traspasará el alma”. La vida consagrada religiosa no escapa al dolor y al sufrimiento, a las contradicciones y al pecado. Pero, la dimensión pascual vivido por cada uno o por cada una, al pasar por la cruz, desde la esperanza cristiana, también nos llevará a la resurrección, a la vida plena como gracia de Dios.

En vísperas de la fiesta patronal de San Blas, a esta comunidad diocesana, queda como mensaje la alegría y también el dolor. De hecho, toda realidad es compleja y afecta a la vida humana y la vida cristiana. Vivimos ambas dimensiones de la alegría y del dolor, asumiéndolas como el camino de purificación para llegar a la alegría de la resurrección con Cristo Jesús.

  1. Protagonismo de los laicos

La Conferencia Episcopal Paraguaya nos presenta este año dedicado al Laicado, al término de los dos años anteriores; el primero dedicado a la Palabra de Dios y el segundo a la Eucaristía. Por supuesto, la Palabra de Dios y la Eucaristía continúan en vigor y más que nunca en apoyo al año del laicado. Acentuamos que la vida cristiana es un llamado hecho por la palabra de amor y de misericordia de Dios Padre. Quien llama lo hace gratuitamente para nuestro bien, que es la salvación. El mismo Jesucristo, Palabra eterna de Dios, vida y luz, se hace presente como alimento espiritual en la Eucaristía. Ahí, en esa celebración de la “cena del Señor”, sacrificio y banquete eucarístico, se realiza el misterio pascual, uniendo palabra y acción eucarística sacramental, para que en Él tengamos vida plena.

Conviene tener presente la Carta Pastoral de los Obispos, “Año del laicado: Al instante se pusieron en camino para anunciar a Cristo” (Cf. Lc 24, 33-35). En esta carta encontramos la doctrina de la Iglesia sobre el laicado desde la misma dignidad que nos da el bautismo, haciéndonos pueblo de Dios en la historia (LG, 9ss). Además, nos invita acompañar el proceso diocesano del “Sínodo de los Obispos”.

La doctrina del Pueblo de Dios tiene a Cristo por cabeza y por condición de dignidad y libertad de los hijos de Dios. Tiene por fin el Reino de Dios. A partir de ahí aplican a los fieles laicos la identidad y la misión desde el bautismo que los hace sacerdotes, profetas y reyes. Ellos, como miembros de la Iglesia, tienen el compromiso de evangelizar el mundo, en las realidades sociales, económicas, políticas, culturales. Nada escapa a su acción misionera, buscando la santificación de la sociedad.

La Carta pastoral de los Obispos presenta 5 desafíos a la vida de los laicos: ser discípulos misioneros; evangelizar el campo social y político; cuidar la formación continua; la familia lugar de conversión y vida ejemplar; caminar juntos, sinodalidad, en preparación del Sínodo de obispos sobre la sinodalidad.

Vayamos ahora a destacar los desafíos que presenta la carta pastoral a los laicos.

Primer desafío, fundamentarse sobre la experiencia de ser discípulos misioneros; es decir, pasar del conocimiento a la experiencia pastoral. Les hace falta a los laicos salir a comunicar por doquier, por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con el resucitado.

El segundo desafío, se concretiza en el mundo social y político: comprometerse a combatir la corrupción y la impunidad para transformar las condiciones inhumanas en valores del Reino de Dios.

Así afirma la carta pastoral de los Obispos: “Se trata de actitudes profundas que deben empapar nuestro compromiso social en todos los campos: reconciliación, discernimiento, audacia, fraternidad, fidelidad social, perseverancia, servicio, solidaridad. Llamamos a asumir estos valores dentro de una opción fundamental por el diálogo en el marco de la búsqueda del bien común”.

Seguidamente me adentro en el tema específico:

  1. Construir como pueblo la justicia, la paz y la fraternidad

La Iglesia, desde sus inicios ha sido destinado para anunciar la Buena Noticia a todos los pueblos. El Concilio Vaticano II ha dado un destaque especial a la Iglesia como pueblo de Dios. Eso significa que los cristianos bautizados asumen toda la realidad de cada pueblo, su cultura, tradiciones, lengua y costumbres, transformándolos mediante la evangelización y todas las pastorales. Dentro del Pueblo de Dios, la misión dada a los cristianos laicos es exactamente para ocuparse de las realidades sociales del mundo.

Por eso, es conveniente proponer una campaña formativa poniendo al centro de nuestras pastorales, la doctrina social de la Iglesia. Sabemos que es la síntesis del evangelio aplicado a las situaciones de la humanidad en su contexto histórico. Los mismos fieles laicos están invitados a esta formación para la acción social. La Palabra de Dios, ahora debe ser leída y puesta en práctica en el conocimiento, estudio y aplicación de sus pilares fundamentales: la dignidad de la persona humana y la construcción del bien común.

Si vemos la realidad social en que vivimos en Paraguay, tal vez la vemos con indiferencia, pensando que eso no me toca, que es problema de las autoridades y que siempre hemos vivido así. Lamentable es esta indiferencia, ante la corrupción generalizada, ante la violencia que causan la drogadicción, el narcotráfico, el abuso sexual que sufren los menores y las mujeres, la despreocupación de políticas públicas para combatir la pobreza, la falta de promoción a la creatividad en el campo del trabajo, pues hay tanto que hacer en Paraguay. En fin, los medios de comunicación nos informan diariamente de estas tragedias sociales, causadas por la indiferencia y la inoperancia.

Comprometámonos con los fieles laicos a afrontar la realidad tan dura de corrupción, en todos los niveles de la vida nacional e internacional, empleando las herramientas conceptuales fundamentales para tal efecto. Estos conocimientos deben convertirse en programas definidos, en acciones de combate a la pobreza, a la corrupción, a la impunidad, a la indiferencia, pero también al narcotráfico, al contrabando y a todo lo que esclaviza la persona humana y las familias.

Este es el tiempo de los cristianos laicos bautizados, discípulos de Jesucristo. Despertarse, tomar conciencia, programar respuestas adecuadas ante esta realidad. Para eso, la ayuda del conocimiento de la doctrina social de la Iglesia puede ser un primer paso. Respuestas que surgen de lo fundamental: la paz, la justicia parten siempre del reconocimiento del otro ser humano como hermano. Como pide el Papa Francisco en “Fratelli Tutti”, partamos de lo que nos une a todos, la fraternidad. No solo en sentido afectivo, sino efectivo, que se traduzca en gestos de promoción de la educación, de la salud, del trabajo, de la vivienda para todos, de una vida cristiana fuente de alegría y de paz interior.

A partir de la dignidad humana y del bien común, fortalecer la sociedad al servicio de la familia, el trabajo, los derechos humanos. Tan actuales son los temas relacionados a la economía, a la política, al medio ambiente, a la promoción de la paz y de la justicia.

La Iglesia dispone de la pastoral social, ayuda la formación de los laicos, promueve el diálogo y la inculturación para vivir su identidad, su misión, la experiencia asociativa y los diversos ámbitos de servicio a la persona humana, a la cultura, a la economía, a la política

Un tema muy importante, hoy día, es la educación afectivo-sexual. Se trata de afrontar directamente a las ideologías, que atacan los principios de vida, sexualidad humana y familia. No basta preocuparnos, sino hace falta ocuparnos, proponer orientaciones y directivas de valores con los principios científicos, humanos y doctrinales como se encuentra en el texto “¿Se puede educar el corazón?”

  1. Conclusión

En esta fiesta patronal estamos viviendo momentos muy lindos de la historia de la Iglesia que apunta al protagonismo de los fieles laicos cristianos. San Blas, patrono secundario del Paraguay, nos acompañe desde el cielo para hacer que la Buena Noticia de Jesucristo inunde el corazón de todos ellos.

En ese sentido, la sabiduría pastoral nos invita a unir, a sumar y a multiplicar todas las acciones que realizamos para la alabanza y gloria de Dios y para la felicidad, salvación y vida plena de los hombres y mujeres.

Recojamos lo aprendido en los dos años dedicados a la Palabra de Dios y a la Eucaristía y sepamos continuarlo en el año dedicado a los fieles laicos. Sigamos acompañando todas las pastorales, con verdadera “caridad pastoral” que nos es propia por nuestra vocación sacerdotal y misionera.

Como “Pueblo de Dios”, cada uno de los bautizados en su vocación y misión, sepamos trabajar en redes: la jerarquía, los consagrados y los fieles laicos. Cada cual construye la Iglesia, desde su específica vocación y misión. Y la Iglesia no vive para sí, no es autorreferencial, sino vive para el mundo, para nuestra sociedad que necesita de la verdad del evangelio, en la construcción de la paz, de la justicia con la fuerza de la fraternidad y de la caridad que es el pleno amor.

Estamos seguros que el Espíritu Santo y la protección maternal de María Santísima, más la intercesión del Patrono de la Diócesis de Ciudad del Este, el querido patrón San Blas, suscitarán iniciativas coherentes para lograr que los laicos sean protagonistas en la construcción de un pueblo en paz, justicia y fraternidad, siendo portadores de esperanza a nuestro país y a la Iglesia.

 

+ Edmundo Valenzuela Mellid,

Arzobispo Metropolitano de la Santísima Asunción