6.12.2019

VAYAN Y HAGAN DISCÍPULOS

Queridos Hermanos:

(Lecturas bíblicas: Hch 2,5-11; Sal 18; Mt 28,18-20)

El año 2020 la Conferencia Episcopal dedica a la “Palabra de Dios” y de lleno nos introduce al tema de hoy: “Vayan y hagan discípulos”.

En la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles que hemos leído y escuchado está en el contexto de la fiesta de Pentecostés. El milagro de Pentecostés es que cada uno entiende a los apóstoles en su propia lengua nativa. No se trata del «don de lenguas» simplemente, es decir, hablar en lenguas inefables o celestiales, sino en que cada pueblo escucha el Evangelio en su propia lengua y, podríamos agregar, en su propia cultura. Por eso consideramos hoy a Pentecostés como la fiesta cristiana de la inculturación del Evangelio. En Pentecostés, cada pueblo conserva su lengua y su cultura. Se quiere expresar que lo nuevo es la unidad en la comprensión del Evangelio, manteniendo la diversidad de lenguas y culturas. El proyecto original de Dios, recuperado en Pentecostés, es una humanidad plurilingüe y multicultural. Es claro el mensaje de Pentecostés, el Espíritu Santo no produce uniformidad, sino unidad en la pluralidad. Así es nuestra Iglesia, una, santa, católica y apostólica dispersa por continentes, razas y pueblos en la unidad de la idéntica fe cristiana.

El final del Evangelio de Mateo que hemos leído y escuchado es, seguramente, uno de los textos más conocidos. Las palabras de Jesús, el resucitado, consta de tres partes. La primera es una sentencia de autoridad o revelación “Se me ha dado todo poder” (v. 18); sigue un mandato de misión “vayan y hagan discípulos míos” (v. 19-20ª), y finalmente, una promesa “no tengan miedo, yo estoy con ustedes hasta el fin de la historia” (v.20b).

La misión de los cristianos, la misión de la Iglesia es anunciar la Buena Noticia del Evangelio de Jesús a todos los pueblos de la tierra. Esto es lo que queremos decir con la frase: «vayan y hagan discípulos» Este es el mandato misionero fundado en las Palabras de Jesús al final del Evangelio de Mateo y también en los Hechos de los Apóstoles que hemos leído. La misión de todo bautizado, de todo cristiano es anunciar el Evangelio; proclamarlo con su vida, dando testimonio en el día a día, pero también con sus palabras; palabras que son compartidas en la familia, en el trabajo, en el barrio, en la comunidad, en la parroquia, en el grupo o movimiento… Es una tarea encomendada a todo cristiano bautizado. ¡Evangelizar es la dicha y razón de ser de la Iglesia misma! Anunciar que Dios es amor y misericordia, que nos ama, perdona y salva es tarea de cada uno de nosotros; los que estamos aquí y los que nos siguen por los diferentes medios de comunicación en estos días de la novena. Pero esta tarea evangelizadora no es solamente «espiritual», sino integral. Esto es lo que implica el mandato de «enseñar a guardar todo lo que Jesús nos ha mandado».

La situación de la misión de la Iglesia

En muchos sentidos estamos viviendo una nueva primavera en la Iglesia, pero también no podemos olvidar lo que nos decía el Papa Juan Pablo II al comienzo del milenio: “La misión aún está en los comienzos”, porque la “cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos” (Lc 10,2). Es urgente mirar con miradas de fe crítica este cambio de época para no tener miedo de “remar mar adentro y tirar las redes”.

En el evangelio de san Juan hay una paradoja, por un lado, nos dice que “a Dios nadie lo ha visto”, por otro lado, afirma que realmente el Verbo “se hizo carne” (Jn 1,14). El Hijo Unigénito del Padre ha revelado al Dios que “nadie ha visto jamás” (cf. Jn 1,18). Jesucristo acampó entre nosotros “lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14), que recibimos por medio de Él; “de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia”. Afirmamos que Jesús es el primer misionero, el “Narrador” de Dios, el exegeta de Dios, a quien “nadie ha visto jamás” (Cf. Jn 1,18). “Él es imagen del Dios invisible” (Col 1, 15).

¿Cuál es el fundamento de la misión?

“La misión comienza propiamente en el corazón de Dios Padre, que por amor y para salvar al género humano “nos ha elegido en Cristo, antes de la creación del mundo” (Ef 1,4). La Iglesia ha recibido y heredado este mandato misionero de su mismo Señor: “Vayan y hagan que todos sean mis discípulos”, de ahí se afirma que la razón de ser de la Iglesia es evangelizar, como nos dice Aparecida: “no es una tarea opcional, sino parte esencial e integrante de la identidad cristiana” (DA 144).

San Juan Pablo II nos recordaba: “¡El amor por las Misiones es amor por la Iglesia, es amor por Cristo! Ningún cristiano puede replegarse sobre sí mismo, sino que debe estar abierto a las necesidades espirituales de aquellos que no conocen a Cristo, y son cientos de millones” (28/junio/78).

¿Y en qué consiste esta misión?

Respondemos: “Compartir la experiencia del acontecimiento del encuentro con Cristo, testimoniarlo y anunciarlo de persona a persona, de comunidad a comunidad, y de la Iglesia a todos los confines del mundo” (DA 145).

Benedicto XVI nos recuerda que; “El discípulo, fundamentado así en la roca de la Palabra de Dios, se siente impulsado a llevar la Buena Nueva de salvación a sus hermanos. Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva (Cf. Hch 4, 12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro” (DA, 146).

Por eso afirmamos que la misión es anunciar y testimoniar a ALGUIEN, que se inserta en nuestras vidas, nos inquieta constantemente y nos lanza al encuentro de nuestros hermanos. ¡Cómo no dejarnos sorprender constantemente por el testimonio de tantos Mártires y santos misioneros que están siendo testigos del Amor de Cristo Jesús, con su cercanía, con su presencia solidaria y con el anuncio gozoso del Kerigma!

Cristo Jesús ha dicho: “Vine a traer fuego a la tierra, y cómo desearía que ya estuviera ardiendo” (Lc 12,49), y Aparecida nos pedía: “Un nuevo Pentecostés”, para que inflamados del Espíritu Santo que hemos recibido en el Santo Bautismo y confirmados con el sello de sus dones en la Confirmación, que sin esta fuerza divina es difícil esta tarea, por eso Cristo Jesús nos prometió: “Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, Judea y Samaria y hasta el confín del mundo” (Hch 1,8).

¿Qué nos dice el Evangelii Gaudium? (La alegría del evangelio)

“La actividad misionera representa aún hoy día el mayor desafío para la Iglesia… La salida misionera es el paradigma de toda obra de la Iglesia” (EG 15).

¿Comprendemos los cristianos esto? ¿Qué debemos hacer? “Renovar ahora mismo el encuentro personal con Jesucristo” (EG 3). Y para eso debemos superar: no quedarnos con el ritualismo y la sola piedad popular que muchas veces no nos aleja del apego al mal y de la corrupción moral, de la violencia y de los tráficos inmorales de drogas, lavado de dinero. Superemos el odio y la indiferencia hacia los pobres y excluidos de la sociedad, esforcémonos por la construir familias educadoras de las nuevas generaciones en la fe y la moral cristiana, en construir el progreso económico, social y político que permita la vida digna de todos. Una vida cristiana que sepa unir en la práctica sus valores cristianos con una sana ciudadanía y democracia, en el bien común y en la dignificación de cada persona humana. Hasta poder decirle al Señor: “Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo” (EG 3).

Cristo hoy te necesita, la sociedad te necesita, tu familia te está gritando, tantos bautizados olvidados y alejados que ya no sienten en sus vidas el amor de Cristo Jesús te están esperando.

Esta corrupción global de nuestra sociedad con sus valores que pretenden destruir el ser humano, con sus ideologías de despoblación mundial, a su vez adora a sus falsos ídolos de la apariencia, del poder, del consumismo, del prestigio. Con todo, es una sociedad que espera su redención y su renovación. ¡Qué bueno es que muchos cristianos vivan más y más las exigencias de su Bautismo! Es verdad que aún nuestra evangelización no ha llegado a permear los criterios de valores, de vida y de humanismo de un gran sector de nuestra sociedad. Es por eso que la misión de evangelizar es más que urgente, con mayor ardor y nuevos métodos (Cfr. EG 14).

Es por eso que el Papa Francisco nos alienta a la actualidad permanente de la misión de la Iglesia. Escuchemos lo que nos escribió: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la auto preservación” (EG 27).

¿Qué necesitamos?

Conocer más y mejor la Sagrada Escritura, la Palabra de Dios que nos invita al encuentro con Cristo, a la conversión del corazón, al discipulado, a la comunión eclesial y a lanzarnos generosamente a la misión, a la Iglesia en salida. Si no lo hacemos en este proceso espiritual, corremos el riesgo de no construir la paz social. El Papa Francisco se refiere a eso, diciendo: “Con corazones rotos en miles de fragmentos, será difícil construir una auténtica paz social” (EG 239). Existen valores innegociables que debemos construir: La honestidad, el espíritu de sacrificio y el valor del trabajo, el respeto, la tolerancia, la economía solidaria… Retomemos el trabajo de dedicarnos y de educarnos nuevamente en los valores éticos y morales.

Necesitamos reflejar una Iglesia de comunión misionera, que sepa llegar en los diferentes ambientes culturales, económicos, políticos de la sociedad. No la indiferencia, no el miedo al diálogo y al encuentro con las nuevas amenazas de la globalización. Sí, la búsqueda de la verdad, de la justicia y del amor, como fundamento de nuestra Nación.

Necesitamos reflejar una Iglesia samaritana, solidaria y de puerta abierta, donde toda persona, especialmente pobre y marginada, pueda encontrar acogida y sentirse hija de Dios, querida y amada.

Necesitamos acoger y testimoniar de nuevo con ardor apostólico la belleza del Evangelio. Es por eso que se establece el “año de la Palabra de Dios”. Que la biblia esté en nuestras manos, que la leamos todos los días, que la vivamos y difundamos en todos nuestros ambientes paraguayos.

Reconocemos y aplaudimos tantos gestos de esperanza que nos animan a seguir adelante con la audacia misionera:

Los miles de Jóvenes enamorados de Cristo Jesús que este Trienio de la Juventud ha dejado. Los miles de bautizados misioneros en el mundo y forman parte de movimientos laicales católicos, como también las numerosas comunidades cristianas que se sienten misioneras y comprometidas, arraigadas en la caridad de Cristo, que salen, con mucho sacrificio, a anunciar, testimoniando su fe gozosa, la misericordia de Dios a los alejados, a los auto excluidos de la comunidad por diversas razones, a los que aún no conocen a Jesucristo y no forman parte de su Iglesia. Mediante la misión, todos ellos están llamados a la salvación en Jesucristo muerto y resucitado, a la vida plena.

Cuánto bien hacen a la sociedad las numerosas instituciones pro vida y familia que promueven sus valores ante la agresión de ideologías que pretenden destruir la naturaleza del varón y de la mujer. ¡Cuánto bien nos hace el “Laudato sí” que nos ayuda a tomar conciencia de la defensa de nuestro medio ambiente que nos permita la soberanía nacional en la protección del agua, del acuífero guaraní, de nuestro ecosistema!

Cuánto agradecemos por las nuevas ordenaciones sacerdotales de estos últimos años, por las vocaciones de consagrados y consagradas que asumen la misión de Jesucristo compartiendo la fe con los indígenas, enfermos, minusválidos, drogadictos, alcohólicos ayudándolos con misericordia y amor a recuperar la dignidad humana y cristiana.

Nos alienta el despertar y la defensa ante los abusos de menores y personas vulnerables.

Qué bueno es que los avances tecnológicos y la cultura digital permita la propagación de la Palabra de Dios y el testimonio de valores éticos y morales.

Con todo aún tenemos retos y propuestas para avanzar hacia una Iglesia discipular y misionera

Imitemos a la Virgen María y aprendamos de su escuela: la escucha, la confianza infinita en el poder de Dios: “El poderoso ha hecho en mí grandes cosas”, “porque Ella ha vivido por entero toda la peregrinación de la fe como madre de Cristo y luego de los discípulos …cooperó con el nacimiento de la Iglesia misionera” (DA 266.267).

Familiaricémonos con la Palabra de Dios: Un discípulo debe conocer a su Maestro, y qué hermosa oportunidad al iniciar el año de la Palabra, que hagamos la lectura orante de la Palabra (Lectio Divina).

Profundicemos e intensifiquemos la Iniciación a la Vida cristiana (IVC), para formar verdaderos testigos de Cristo, con una formación integral, kerigmática, misionera y permanente (DA 279).

Vivamos y celebremos la Eucaristía como irradiación misionera y que sea portadora para una sociedad más justa, solidaria y cercana de Dios.

Auguramos que las parroquias y comunidades cristianas sean centro de irradiación misionera en sus propios territorios, y se lancen a la visita misionera en lugares más necesitados de conocer y amar a Jesucristo Nuestro Señor.

Que tengamos la valentía de afrontar la oscuridad del secularismo, del relativismo, del materialismo para presentar la verdad sobre el hombre, sobre la naturaleza, sobre la historia de salvación que Dios nos ofrece en el hoy y siempre.

Deseamos que los profesionales cristianos, los políticos, los docentes, testimonien su fe y sus principios cristianos, recordando que Cristo les dice “estoy con ustedes hasta el fin de la historia y del mundo”.

Tenemos un gran desafío, el llamado a la santidad, como nos recuerda el Papa en su Exhortación apostólica “Gaudete et Exsultate” (Alegraos y regocijaos). Todos estamos llamados a la santidad, es decir, a la plenitud de la vida cristiana: “Ésta es la voluntad de Dios: que sean santos” (1 Ts 4,3).

Termino con esta oración: ¡Virgen María! Tú fuiste la primera comunicadora y portadora de Jesús. Con gozo has visitado a tu prima Isabel y has alabado a Dios por las maravillas que hizo en ti. Tú perseveraste en oración junto con tus discípulos en Pentecostés y creíste en la Palabra de tu Hijo Jesús y has compartido con Él su pasión, muerte y resurrección.

Enséñanos a ser discípulos misioneros, como tú, para que este Paraguay escuche y viva el año de la Palabra en acciones de solidaridad, de justicia, de amor y de paz. Concédenos, Madre Inmaculada Concepción, que vistes de mujer gloriosa en Caacupé, que nosotros seamos portadores de la Buena Nueva, comunicadores de la salvación que tu Hijo Jesús nos ofrece.

¡Anímanos Madre! ¡a ser valientes mensajeros de la vida plena cumpliendo el mandato de Jesús “vayan y háganlos mis discípulos!”. Por intercesión de tu querido Hijo Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

+ Monseñor Edmundo Valenzuela Mellid

Arzobispo de la Santísima Asunción