PENTECOSTÉS NOS INVITA A CONSTRUIR LA UNIDAD EN LA DIVERSIDAD

Hermanas y hermanos en Cristo:
Hoy concluye el tiempo de Pascua, cincuenta días que, desde la Resurrección de Jesús hasta Pentecostés, están marcados de una manera especial por la presencia del Espíritu Santo.
Pentecostés significa, en el libro de los Hechos, el comienzo de la salida misionera de la Iglesia: animada por el Espíritu Santo, constituye el nuevo Pueblo de Dios que comienza a proclamar el Evangelio a todas las naciones y a convocar a todos los llamados por Dios.

En la segunda lectura, el Apóstol enumera y valora los carismas y ministerios que, por la acción del Espíritu, contribuyen a edificar la Iglesia (vv. 7-10): «El mismo Espíritu Santo no solamente santifica y dirige al Pueblo de Dios por los Sacramentos y los ministerios y lo enriquece con las virtudes, sino que “distribuye sus dones a cada uno según quiere” (1 Co 12,11).

El principio de la unidad orgánica de la Iglesia es el Espíritu Santo, que congrega a los fieles en una sociedad y, además, penetra y vivifica a los miembros, ejerciendo la misma función que el alma cumple en el cuerpo físico.

El Espíritu Santo, aparentemente, crea desorden en el Iglesia, porque produce diversidad de carismas, de dones; sin embargo, bajo su acción, todo esto es una gran riqueza, porque el Espíritu Santo es el Espíritu de unidad, que no significa uniformidad, sino reconducir todo a la armonía. En la Iglesia, la armonía la hace el Espíritu Santo.

Él es precisamente la armonía. Sólo Él puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad. En cambio, cuando somos nosotros los que pretendemos la diversidad y nos encerramos en nuestros particularismos, en nuestros exclusivismos, provocamos la división; y cuando somos nosotros los que queremos construir la unidad con nuestros planes humanos, terminamos por imponer la uniformidad, la homologación. Si, por el contrario, nos dejamos guiar por el Espíritu, la riqueza, la variedad, la diversidad nunca provocan conflicto, porque Él nos impulsa a vivir la variedad en la comunión de la Iglesia. Caminar juntos en la Iglesia, guiados por los Pastores. (Francisco).

Para entender y asumir la diversidad, la alteridad, como un valor, es necesario abrirse al Espíritu Santo y hace falta mucha humildad. Una bella oración de la Beata María Felicia de Jesús Sacramentado, nuestra querida Chiquitunga, nos ilumina: Jesús mío, dame un Espíritu de verdadera unión con Vos…¡el Espíritu de viva oración!…Enciende mi corazón con la llama de tu amor; hazme humilde, Señor Jesús. Que esta vanagloria que me asedia tanto, Sea sujetada por la imitación sincera de tus virtudes, especialmente. La Pureza, humildad y Caridad (Diario íntimo; Villarrica, 6/feb/1953)

La oración de la Beata Chiquitunga reconoce su vanagloria, en humildad de corazón rogando conformarse con el Señor Jesús , manso y humilde de corazón, y verdadera unión con El. En síntesis, pide las virtudes para ser un instrumento dócil al servicio del Reino de Dios.

El Espíritu Santo debe ayudarnos a purificar lo impuro; a limpiar y a transformar los corazones, las actitudes y las acciones corruptas. Si nos abrimos a la acción del Espíritu Santo, Él nos ayudará a suscitar equidad donde existe inequidad e injusticia porque, tal como lo proclama la Santísima Virgen María en el Magníficat, es un Espíritu que dignifica y ensalza a los humildes y derroca al arrogante, despidiéndole con las manos vacías.

El Espíritu Santo nos enseña el camino; nos recuerda y nos explica las palabras de Jesús; nos hace orar y decir Padre a Dios, nos hace hablar a los hombres en el diálogo fraterno y nos hace hablar en la profecía.

Así también, el momento que vive el Paraguay necesita la unidad en la diversidad. Necesita trabajar y construir la armonía, donde cada actor y sector social es valioso e importante. Nadie debe quedar excluido; todos pueden aportar a la unidad desde sus diferencias, para buscar y establecer los consensos básicos que requiere el país con el objetivo de lograr el desarrollo y bienestar de nuestro pueblo.

Para ello, será necesario un diálogo social amplio que favorezca la identificación y priorización de sueños y proyectos comunes que, más allá de las diferencias de intereses particulares, sectoriales, económicos, políticos e ideológicos, nos permitan alcanzar consensos y establecer un pacto social y político sobre aquellos asuntos que pueden desencadenar los procesos de transformación que necesitamos como nación.

Con la ayuda del Espíritu Santo es necesario promover la reconciliación entre los paraguayos, como fruto de la justicia, en su sentido más amplio: justicia en cuanto al pleno funcionamiento del Estado de Derecho y justicia en cuanto acceso a los bienes y servicios necesarios para una vida digna de cada uno de los habitantes del suelo patrio.

Sin dudas, para cambiar lo que está mal y nos mantiene en el atraso, es condición indispensable que las personas cambien. Lo dice muy bien Carlos Miguel Giménez, la Patria soñada necesita mujeres y hombres sanos de alma y corazón.

Para ello, hace falta conversión, formación de la conciencia cívica, capacidad para indignarse y rebelarse contra la corrupción y la impunidad.

Ven Espíritu de Dios e inflama de amor nuestros corazones, tú conduces a la Iglesia y a la sociedad humana para vivir la unidad en la diversidad. Te necesitamos como el agua en nuestra vida: desciende una vez más sobre nosotros y enséñanos la unidad, renueva nuestros corazones y enséñanos a amar como tú nos amas, a perdonar como tú nos perdonas. Enciende mi corazón con la llama de tu amor; hazme humilde, Señor Jesús.

Así sea.

Asunción, 28 de mayo de 2023, Solemnidad de Pentecostés.

 

+ Adalberto Cardenal Martínez Flores
Arzobispo Metropolitano de la Asunción
Presidente de la Conferencia Episcopal Paraguaya